22
El infierno en la tierra, para Dongmin, inició aquel día, ¿o debería decir que se reanudó? Como una película de terror que había sido puesta en pausa y él (su captor) se había encargado de reanudar después de darle la falsa esperanza al omega de que se había terminado.
Estaba demás decir con detalles lo que había ocurrido entre aquellas paredes, fue algo que se volvió a repetir periódicamente días posteriores, casi diario. Y desde ese día Dongmin despertaba agitado por las pesadillas que había empezado a tener, provocándole insomnio. El único momento de desasosiego que tenía en el día era cuando tenía la oportunidad de pasar tiempo con su bebé, de ahí en más vivía preso del miedo de que aquel hombre volviera a entrar a esa habitación, y cuando lo hacía solo lo dejaba hacer lo que le diera la gana. Desde la segunda vez, cuando lo hizo jugar a un juego siniestro que involucraba su arma de fuego mientras lo penetraba de manera barbárica, dejó de resistirse, dejó de pelear y solo le daba la libertad de hacerle lo que quisiera. Lo único que no podía evitar era llorar, lloraba desde el segundo uno hasta que se largaba.
Lloraba incluso después, por horas hasta caer dormido. Solo para ser despertado en plena madrugada por sus pesadillas tan vívidas.
Y cuando no estaba preso del miedo, o distrayéndose con su hijo, pensaba en Bin. Se preguntaba cómo estaba, dónde se encontraba...si lo estaba buscando. Prefería pensar que estaba bien, haciendo lo suyo, y no que había sido victima de aquellos hombres que irrumpieron aquella noche tormentosa en la casa que les prestó refugio. Uno falso, pero así lo sintió por semanas.
Lo único que tenía seguro era que lo extrañaba, extrañaba aquella sensación de seguridad que le daba el mayor, platicar con él durante largas horas, mirar sus ojos, escuchar su voz, admirar su risa...
(...)
Jinwoo y Minhyuk sentían cada día el peso sobre sus hombros más y más pesado, el tiempo no se detenía y su investigación parecía no llevarlos a ningún lado. Dar con el paradero de aquel cretino se volvía cada vez más una odisea.
Hasta ese día, cuando al fin obtuvieron una pista que al fin lograría sacarlos del meollo.
—"Se dice que a tres pueblos de acá se maneja un burdel, donde se mueve todo tipo de negocio turbo y, más importante, su cabeza es un coreano con un carácter de los mil demonios. Yo nunca he ido, no me interesan esas cosas, pero he escuchado de gente que conoce a otra gente sí ha pasado por esos lares"—tradujo la persona que les estaba sirviendo de intérprete.
Se estaban comunicando con un comerciante de aquel pueblito en el que se encontraban, habían escuchado de otros que aquel hombre siempre sabía de todos los chismes que corrían por el lugar. Al parecer no se habían equivocado.
—Pregúntale si sabe de alguien que pueda guiarnos hasta allá—habló Minhyuk, siendo secundado por Jinwoo al momento.
El hombre se encargó de hacer lo pedido y ellos solo observaban como hablaban. Hasta que al fin volvió a dirigirse hacia ellos.
—Dice que sí, pero que eso les costará unos miles más.
Jinwoo y Minhyuk rodaron los ojos con hastío, en sintonía, pero sin más pistas de las cuales jalar, simplemente accedieron.
(...)
El silencio de la habitación era casi palpable, roto solo por el leve zumbido del monitor que marcaba el compás de una vida suspendida. Sua se sentó en la silla de siempre, junto a la cama de hospital que ahora parecía una extensión de su existencia. Su hermano mayor estaba ahí, inerte, atrapado en un sueño profundo que solo parecía extenderse. Había algo desgarrador en verle así, un hombre que siempre había sido tan vital, tan enérgico, reducido a la quietud absoluta.
Sua tomó su mano con cuidado. Era cálida, pero inerte, como si el alma de Bin estuviera lejos, paseando por un lugar al que ella no podía seguirle.
—Hola, Bin. Soy yo una vez más—dijo en voz baja, con una sonrisa superficial que no se reflejaba en sus ojos—. Hoy he llegado un poco más tarde de lo normal, espero que no te hayas molestado. Pasa que mamá viene y estuve preparando todo para su llegada, le dije que no era necesario, que yo seguiría cuidando de ti como hasta ahora, pero ya conoces lo terca que es. Heredamos eso de ella, supongo.
Hablaba sin esperar respuesta, pero se aferraba a la esperanza de que, en algún rincón oculto de su mente, Bin la escuchara. Era esa esperanza la que le daba fuerza para volver cada día, para creer que su hermano, su ejemplo, regresaría.
Con manos expertas, comenzó su rutina. Había aprendido de las enfermeras cómo limpiarle el rostro, cambiarle las sábanas y mensajearle las piernas para evitar que su cuerpo sufriera las consecuencias de la inmovilidad. Cada movimiento era una promesa silenciosa: Te estoy cuidando. Te espero.
Cuando terminó, encendió el pequeño reproductor que había comprado en una tienda cercana al hospital. Era uno de esos días en los que necesitaba hacer algo más que hablarle. Eligió una canción de su banda favorita, una que Bin siempre tarareaba cuando eran niños y pensaba que nadie lo escuchaba. La música llenó la habitación, y Sua cerró los ojos, imaginando que él estaba ahí, de pie junto a ella, burlándose de su pésima coordinación para bailar, justo como cuando eran niños.
La mayoría de recuerdos que ambos compartían provenían de la niñez y parte de la adolescencia.
—Sabes —murmuró mientras le arreglaba la almohada —, mamá dice que debería descansar más, que no puedo hacer esto todos los días. Pero no entiende, ¿verdad?Cuando papá desaparecía por el trabajo y tuve miedo por su bienestar, cuando necesitaba ayuda, siempre estabas ahí. Ahora es mi turno.
El nudo en su garganta le traicionó, pero no dejó que las lágrimas cayeran. Se inclinó y le besó la frente, sintiendo la textura áspera de la piel contra sus labios.
—Voy a seguir cuidándote, Bin. Hasta que decidas volver.
Se sentó nuevamente, esta vez con un libro entre las manos. Mientras leía en voz alta, las palabras flotaban en el aire, llenando el vacío con historias que, esperaba, él estaría escuchando desde donde estuviera. No sabía cuánto tiempo tardaría en despertar, pero Sua tenía algo que su profesión le había enseñado: paciencia.
Y, en esa pequeña habitación, donde el tiempo parecía detenerse, ella continuó tejiendo con palabras, caricias y música el puente que algún día lo traería de regreso.
(...)
Dongmin era terco, siempre fue terco, y siempre lo sería por mucho que buscaran mellar en su psique para debilitarlo. Había decidido que no se quedaría a ver cómo su bebé era corrompido por su padre y todo lo que le rodeaba, y mucho menos adoptaría el papel de princesa que espera eternamente a que su príncipe le rescate.
Ni siquiera sabía si seguía teniendo un príncipe allí afuera, por lo que empezó a tramar su plan de escape.
—Could you tell me what day is it today? (¿Podría decirme qué día es hoy?)—le preguntó a la mujer de piel morena que siempre le llevaba a su bebé para darle de comer y llenarlo de feromonas maternas.
La mujer, que se sorprendió de que le estuviera hablando, titubeo incluso para voltearse a verlo. Tenía prohibido dirigirle la palabra a aquel omega. Dongmin pensó que no le había entendido ante su silencio.
—February 22 (Febrero 22)—dijo y se marchó sin dirigirle la mirada.
Dongmin agradeció que al menos no lo ignorara. Por otro lado, había decidido que no pasaría su decimoctavo cumpleaños en ese lugar. Mientras tanto, disfrutó del tiempo con su hijo, dándole de comer, arrullándolo, cantándole, dándole besitos en la frente...hasta que volvieron por él.
Una vez que se encontró nuevamente solo, se dirigió al baño del lugar, que era minúsculo. Y era el único lugar con una ventana, era pequeñísima. Por ahí no cabía ni la mitad de su cabeza. Estaba a metro y medio encima del escusado, se subió en él y echó un vistazo afuera. De esa manera se dio cuenta de que estaba en una especie de edificio, porque podía ver otros bastante viejos a una altura similar al de la ventana. Por la vegetación y el clima había llegado a la conclusión de que aún se encontraba en el Caribe, no podía decir a ciencia cierta si en el mismo país, aunque podría jurar que no.
A veces pegaba su oído de la puerta y escuchaba conversaciones en un idioma muy distinto al coreano y al español. Esas eran sus razones para creer que ya no estaban en República Dominicana.
Siguió observando lo que podía, viendo las rutas y caminos que lograba ver. También, viendo al edificio más cercano y comparándolo con los demás, pudo trazar en su cabeza las maneras de salir de ellos. No era muy difícil a decir verdad pero era bueno tenerlo claro.
Minutos después bajó de allí para ducharse y luego volver a su cama. Porque no había nada más que hacer en ese lugar. Solo podía pensar y pensar, tramar y planear.
Incluso pactó un día. Estaba decidido.
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Hola hermosas 🙂↔️
Hoy es mi cumpleaños número veintidós y me regale traerles un capítulo ajá 🙂↕️
Espero les haya gustado, déjenme saber sus comentarios y nos leemos pronto bellezas 💕
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