01.
El pequeño Dongmin de quince años despertó aquel 30 de marzo, el día de su cumpleaños número dieciséis, con una gran incertidumbre. Ese día se presentaría como la casta que marcaría un antes y un después en su vida. Estaba nervioso, no lo podía negar, pero también estaba ansioso por saber qué sería.
Era un poco evidente que se presentaría como omega debido a su personalidad dócil, pero resguardaba un poco de esperanza en su pecho añorando ser un alfa. Un alfa que no pasaría humillaciones y mal tratos, que no sería tratado como una máquina de parir y criar cachorros, o alguien a quien follar nada más. Porque tenía quince pero no era estupido, él notaba lo podrida que era aquella sociedad jerárquica y opresiva que te mide según tu casta, dependiendo en qué lugar del eslabón piramidal te encuentres.
Dongmin mordía sus uñas a espera del momento en el que empezarían los síntomas. Tenía entendido que podía llegar a demorar incluso hasta la noche, así que estaba un poco mentalizado en que tal vez estaría todo el día lleno de ansiedad hasta que pasara.
Dongmin hizo su mañana como habitualmente era, se preparó para ir a la secundaria, comió una manzana antes de marcharse, y finalmente llegó a su destino. A sus padres nunca los veía durante las mañanas porque siempre dormían hasta tarde por las borracheras que se pegaban todas las noches, así que estaba acostumbrado a que las cosas fueran de esa manera.
Al llegar a la escuela, corrió instintivamente hacia su mejor amigo, Yoon Sanha, a quien abrazó ni bien lo vio.
—¡Feliz cumpleaños, Dongmin!—lo felicitó el más alto, un año menor que Dongmin.
—Gracias Sannie—agradeció apretando más a su amigo entre sus brazos.
El resto del día se la pasó bastante tranquilo en sus clases y en el receso junto a Sanha. Entre más pasaban las horas, más convencido estaba de que se presentaría en la noche, lo que le fue quitando los nervios.
A la salida, Sanha lo invitó a ir por un rico helado, como disculpa por no poder darle algo más como regalo.
—Esto está riquísimo, ¡gracias Sannie!
—No tienes que agradecer, ya lo sabes. Si tuviera dinero te hubiera llevado a un lugar más bonito...Lo siento—dijo Sanha desanimado.
—Ya te había dicho que no es necesario, esto es más que suficiente y valioso porque viene sinceramente de tu corazón, así que no te disculpes, tonto–fingió enojo para molestarlo.
—Uhm, ok. Ya no me disculpo, pero ¿sabes? Te quiero mucho–dijo totalmente sonrojado. Sanha era del tipo de persona que no decía esas cosas a menudo así que se sintió bastante emocionado por escucharlo.
—Yo también te quiero, mi hermoso enano. Ven aqui—y lo abrazó.
—Soy más alto que tú—protestó
—No me importa, siempre serás mi enano hermoso—dijo acariciando de manera áspera el cabello del menor, el cual luego de un pequeño berrinche terminó riendo, totalmente feliz de tener a alguien como Dongmin en su vida.
(...)
Llegó la noche y Dongmin ya estaba en casa, se encontraba en su habitación leyendo una historieta tranquilamente, estaba contento porque al menos ese día sus padres se abstuvieron de tomar y decidieron pasar la cena con él, no hablaron mucho pero con tener la compañía de sus progenitores le bastaba, "aquello era mejor que nada", pensaba Dongmin.
Continuó de esa misma manera media horas más hasta que una sensación extraña lo puso en alerta, era un dolor punzante y agudo en su vientre que lo hizo retorcer del dolor en su cama.
—¡Joder!—exclamó tratando de callar los quejidos y sollozos de dolor.
Los calambres eran cada vez más fuertes y podía sentir como un olor dulzón empezaba a emanar de él.
"No. No, por favor. Omega no", suplicaba en sus adentros, empezando a llorar a mares y sin contenerse.
Por más que lo deseara, no había marcha atrás.
Se estaba presentando como omega.
Conforme pasaban los minutos, los alaridos de dolor de Dongmin eran cada vez más fuertes, más intensos al punto de que su madre pudo escucharlo desde la sala.
Intercambió miradas cómplices con su esposo, en un secreto mutuo y se dispuso a dirigirse con su hijo. Al entrar a la habitación, cuando pudo ver a su hijo mojar sus pantalones de pijama, prensar fuertemente su vientre, y más que nada aquel olor a fresas con crema, no pudo evitar sonreír en grande. Su hijo era un omega. Prácticamente se había ganado la lotería.
—¡Mamá ayúdame, me duele mucho! ¡Haz que pare, ya no lo soporto!—gritó entre sollozos el adolescente, pidiendo ayuda, clemencia.
—No te preocupes, solo aguanta un poco más, ya tu padre viene con supresores—dijo para calmarlo un poco, los gritos de Dongmin la empezaban a aturdir.
Dicho y hecho, el patriarca de los Lee ingresó minuto más tarde a la habitación de su hijo, pasándole las pastillas a su omega junto a un vaso con agua.
La señora Lee llevó esas pastillas a la boca de su hijo y se la dio a beber junto al agua en medio de los sollozos y lamentos.
—Ya, ya, pronto pasará. Ahora te dará bastante sueño y caerás rendido, mañana estarás mucho mejor, ¿sí?
Dongmin asintió como pudo, hecho un ovillo debajo de sus sábanas.
Su madre se quedó a su lado sonriendo de manera espeluznante hasta que el supresor hizo efecto y cayó rendido en los brazos de Morfeo.
Sin saber que despertaría con una vida totalmente distinta, rodeado de personas que no conocía y un lugar del cual tampoco tenía conocimiento.
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Hola personita que está leyendo esto!!
Este es mi nuevo trabajo, a espera de que les guste. Es mi primer omegaverse así que estoy algo nerviosa jajaja.
Si tienen alguna sugerencia son libres de comentarla.
Deben de tener dudas pero no se preocupen, serán resueltas en la próxima parte.
Ppyong~
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