3- Agria
Lady Agria. Palacio de Arnell, Ducado del Oso. 8 de Junio de 1.223 d.D.
Una luz cándida y dorada que invitaba a leer y escribir iluminaba la mesa de estudio de lady Agria Darne. Levantó un momento la cabeza y le sonrió a una mañana que se presentaba cálida y alegre, aunque larga para ella. Mojó la pluma en la tinta y con caligrafía exquisita escribió "Mi hijo me ha traído la nueva de la capital. Desde aquí lamentamos profundamente la pérdida del rey y enviamos nuestras máximas condolencias a la familia de la esposa y a vos. Una tragedia para el reino y aún más para su madre. Los Doce se apiaden de sus almas".
Se levantó con el papel en mano y se sentó junto al alféizar de la ventana. Tras los cristales, la nieve de la cordillera relucía como metal caliente, y un poco más allá, el verde desaparecía y se tornaba en arena y roca. Sesenta y seis años eran muchos para un mundo tan frágil como aquel, pero Lady Agria aún se sentía joven de mente.
—Veamos... -inclinó el papel hacia la ventana y lo repasó. No era preciso escribir un gran discurso; lo justo y necesario para que nadie pudiera achacar nada a su familia. Dobló el papel por la mitad y lo introdujo en un sobre dorado con el sello de su casa. Lo miró durante unos segundos. Ya estaba. Lo había intentado y aunque su éxito era relativo, la naturaleza humana no tardaría en enmendar el error.
Alguien llamó a la puerta.
—Adelante -ordenó con su voz inquisitiva. La puerta se abrió y en el umbral surgió una cara conocida.
—Madre, ¿podemos hablar? –dijo con sequedad.
Lady Agria lo miró largamente y asintió.
—Pasa y siéntate. ¿Sucede algo o sólo quieres entretener a esta anciana? Estoy muy cansada.
Lord Arnus Darne cerró la puerta tras de sí y arrastró una silla hasta la ventana. Agria observaba con la mirada fría el vuelo frenético de dos pájaros que se acababan de asustar por el sonido de unos cascos. El cabello casi blanco recogido en un moño finamente elaborado contrastaba con sus ojos cristalinos, de carácter oscuro y observador, y con la pequeña boca de labios carnosos. Era una mujer baja y grácil, pero los años le habían arrugado el rostro y originado una papada que persistía a pesar de su delgadez.
Debía haber sido una dama muy bella en su día, pensó Arnus. Un aluvión de recuerdos de su infancia lo asaltó de pronto al volver a ver a su madre tan cerca, tan natural, como la mujer poderosa que siempre había sido.
Agria arqueó una ceja.
—¿Y bien? —insistió con hartazgo.
—Dicen que hay un bastardo —dijo al fin. Tragó saliva —. Un hijo perdido de Ardo que andaría libremente por el reino, con la sangre de los Ysha por sus venas, que podría...
—No lo digas —lo interrumpió de pronto lady Agria -. Eso es imposible. ¿De dónde has obtenido semejante información?
—Del Enjuto.
Lady Agria cerró los ojos y sopesó la información con calma, aunque se negaba a creerla. No. Era imposible. Se había asegurado de no dejar ningún cabo suelto y exceptuando la inexplicable supervivencia de Sola todo había salido según lo previsto. Al cabo de unos segundos ladeó la cabeza y se incorporó, nerviosa.
—Te digo que no puede ser. Me aseguré de que así no fuera. Además, cuantos años tenía ese chiquillo, ¿treinta y cuatro, nueve más que tú?
<<Por eso mismo>> iba a replicar Arnus, pero se calló. Su madre era una mujer muy astuta, pero los demás nobles no la conocían tanto por su astucia, como por su testarudez. Abrió la ventana de par en par y la brisa fresca de la mañana inundó la sala y se llevó por un momento las preocupaciones de su mente. Ella lo miraba fijamente; conocía esa expresión de duda en su madre, jamás se la había podido esconder.
—Madre, si El Enjuto me ha contado esto, aunque no quieras creértelo —dijo y recalcó el "quieras", apoyando una mano sobre su hombro —, deberíamos cuanto menos andar con cuidado, o todo habrá sido en vano. ¿Me entiendes?
Agria le quitó su mano del hombro, asqueada.
—Lo entiendo mejor que tú, de hecho. Aun dando por cierto que ese niño siquiera exista, ¿qué posibilidades tiene un bastardo de sentarse en el trono? El mundo no es tan joven como tu entendimiento, hijo mío.
Se sentó en la silla de su escritorio y lo miró fríamente mientras mojaba de nuevo la pluma en la tinta. Esta vez escribiría una carta a la familia Elgaunt, a los padres de la difunta reina.
Su hijo aún seguía plantado en mitad del suelo ricamente alfombrado.
—Soy el líder de la compañía Cuna de Arena, y he viajado a muchos lugares en estos "cortos años", madre. Ni el mundo es tan joven como mi entendimiento, ni tan pequeño como la finca de este palacio.
Lady Agria levantó levemente la mirada. Parecía muy seria.
—Ve a cazar algo a nuestros bosques y llévate a los holgazanes de tus primos. No puedo entretenerme más. — El tono de lady Agria no admitía réplica. Cuando escupió la última palabra, volvió a concentrarse en su escritura.
Lord Arnus Darne se tragó con esfuerzo las airadas palabras que pugnaban por salir de su boca y abandonó el despacho de un portazo, furioso. Las conversaciones con su madre tenían invariablemente el mismo resultado.
"Estimados amigos. Les escribo en nombre de toda la familia Darne para expresar nuestras más profundas condolencias por la muerte de su hija. Nos hemos enterado de que iba a ser madre, lo cual agrava aún más, si cabe, la tragedia. Estamos a su disposición, nobles señores. Para cualquier cosa"
Apoyó la pluma contra el tintero y sonrió levemente. El linaje real agotado, la familia de nobles más poderosa del reino con una hija menos... Ahora que los años de Sola en el trono serían breves no tardarían en convocar un concilio para elegir al nuevo rey de entre las principales casas de I-Naskar, y de entre todos los pretendientes, su hijo era el único que tenía sangre de la antigua realeza corriendo por sus venas. En otro tiempo, los Darne habían gobernado con los Arcaon, y aunque más de un siglo había pasado desde entonces, su familia aún conservaba la corona original, no la infantil réplica que habían ceñido los Ysha. Lady Agria estaba dispuesta a recordarles esto a sus rivales más olvidadizos, ya fuera con palabras amables o con la fuerza de las armas.
Se levantó para cerrar la ventana y en el jardín, junto a los establos, entrevió la figura de Arnus, cuyo caballo ya ensillaban los criados. Pensó en la anterior discusión y en El Enjuto. En verdad se había ganado la reputación del hombre más enterado de todo el reino, y si había hablado con sinceridad se podía dar por hecho que ese bastardo existía. Pero dudaba de la sinceridad de aquella lagartija, y quizás había un propósito más oscuro tras la información que regalaba.
Al cabo de unos segundos se descubrió a si misma con el semblante endurecido por la incertidumbre. Ladeó la cabeza y se sentó otra vez. Aunque jamás lo reconocería, su hijo tenía razón en que lo más apropiado era recabar información y actuar con cautela, por si acaso los rumores eran ciertos. Mojó la punta de la pluma.
"Saludos Guante de Plata..."
Esa carta no la iba a enviar por emisarios ordinarios ni palomas mensajeras. Esa carta la entregaría ella misma en mano llegado el momento. Inspiró lentamente. Tenía una caligrafía muy cuidada, grabada a fuego tras años de práctica bajo la mirada severa de su padre.
Lubricó la pluma una última vez.
"Se te pagará generosamente en función a tus avances" [...] "asegúrate de que si de verdad existe pronto deje de hacerlo.
Lady Agria Darne, señora de Alia"
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