XV
Miguel había caminado hasta quedar frente la celda de Samuel. Ni siquiera sabía cómo llegó hasta allí. Parecía haber estado caminando sonámbulo en dirección al preso. O hipnotizado como si algo lo atrajera al chaval.
Este, el que estaba entre los barrotes, se acercó al de azul con una sonrisa cínica en sus labios. Sabía que obtendría lo que quería.
—¿Va a dejarme salir de esta jaula? —le preguntó. Una pregunta, que evidentemente, no hacía falta hacer.
Miguel miró a su izquierda, donde se encontraba Percy mirándolo desde su cama. Estaba sentado.
Volvió a mirar a Samuel, quién esperaba impacientemente la respuesta del contrario. Este asintió, y cogió las llaves que llevaba colgadas a un lado de su cintura.
—Espero que no intentes ninguna tontería —dijo—. Porque además de que no podrás escapar de aquí, a mí me caería una buena y no podría ayudarte a hacer esto más veces.
Él lo sabía y no pretendía huir. No merecía la pena. Si lo hiciera, a parte de que no conseguiría nada, como acababa de decirle el hombre de uniforme, sólo conseguiría un duro castigo por parte de los jefes.
—Ni se me pasaría por la cabeza —articularon los labios del preso—. Sácame de aquí.
En el momento en el que el policía introdujo la llave en la cerradura, el inglés se levantó y se acercó lo más que pudo para no perderse nada de aquel momento. Le gustaba grabar momentos en su cabeza. Momentos excitantes, como el que un amigo suyo consiguiera lo que se proponía. Y sobretodo disfrutaba de la debilidad del carcelero en esos momentos.
La puerta se abrió y los ojos de ambos amigos, que miraban con atención como esta se corría hacia la derecha de Samuel, se iluminaron.
El castaño fijó sus ojos marrones en los grises de quién estaba frente a él y esperó la señal de este para salir de allí, la cual no tardó en aparecer.
El movimiento de su cabeza, lo animó a avanzar.
—Voy a proceder a esposarte. —dijo. Y no esperó a que hubiera respuesta.
El más alto y corpulento, De Luque, unió sus manos a su espalda, como había hecho incontables veces.
El policía se quedó algo más tranquilo, aunque sabía que eso no lo detendría en caso de que quisiera golpearlo. Pero confiaba en que no lo haría. Lo necesitaba, tanto como él al contrario con el fin de que no se fuera de la lengua.
Ambos cruzaron sus miradas, y comenzaron a andar, uno al lado del otro.
Percy los vio hasta que giraron a la derecha y desaparecieron.
[...]
Ambos habían estado evitando encontrarse con alguien en su trayecto, lo que era bastante difícil, y como era de esperar, no lo consiguieron, pero fueron capaces de pasar desapercibidos con un Lo llevo a la celda de castigos articulados por los labios de Miguel. Este granuja ha vuelto a hacer de las suyas, dijo en un par de ocasiones.
Respuestas como Ya tardaba mucho en meterse en líos o Muy bien. ¿Necesitas ayuda para llevarlo? Puedo acompañarte, y así de camino zurrarle de lo lindo llegaban a oídos de los cómplices.
No, gracias había contestado él a ese último. Pero quizás te llame luego y nos unamos a un combate de lucha libre.
Los dos que vestían de azul rieron, aunque no era el único al que parecía divertirle la charla de aquellos dos.
Samuel dibujó una gran sonrisa en sus labios, que no se molestó en disimular.
¿Vosotros dos contra mí? Pensó el más joven. ¡Já! No me hagáis reír. Incluso con las esposas puestas, os patearía el culo. ¡Incluso con las piernas atadas! Llegaba a exagerar en su mente.
Cuando se deshicieron de todas las molestias que encontraron a lo largo del camino, ambos llegaron a su objetivo. La enfermería.
—Vengo en treinta minutos —Miguel buscó con la vista a la chica que solía estar allí—. No tardes mucho en... Hacer lo que quieras que vayas a hacer —Hizo un gesto con la mano, mientras se dirigía a la salida—. Si viene alguien, cosa que no creo que pase, escóndete. A no ser que sea...
—Sí, ya sé —lo interrumpió—. Puede irse.
El policía le echó un último vistazo, y se volvió para marcharse. Esperaba tener suerte y que nadie se encontrase con el chaval, de lo contrario, le caería una buena.
Samuel se acercó, a pasos lentos, al chico que descansaba sobre la camilla, con los ojos, ligeramente, cerrados.
Se sentó al borde de esta, hundiendo su peso en ella.
El chico no notó el desnivel. Seguía durmiendo plácidamente.
Tenía mal aspecto, pero ni de lejos se asemejaba a cómo lo había dejado él tras la tremenda paliza.
Los ojos del mayor se empequeñecieron al observarlo. El cuerpo del joven subía y bajaba al ritmo de su respiración.
Era conciliador verlo con vida.
Dio un largo suspiro y volvió a coger aire.
Al cabo de un rato mirándolo, inconscientemente, llevó una de sus grandes manos al rostro de Guillermo. Quería acariciarlo. Quizá eso lo hiciera sentir mejor consigo mismo, pero no dio resultado.
El chico se sobresaltó ante el tacto y abrió los ojos.
Al visualizar el rostro, que tan conocido le resultaba, empezó a moverse inquieto, intentando escapar de allí.
—No te muevas —dijo el más fuerte de ambos. Y su voz sonó fría y siniestra—. No voy a hacerte daño... A menos que me obligues a ello...
El chico se tez blanca dejó de moverse.
—¿Q-qué haces aquí? ¿Es que quieres rematar la faena? Porque no voy a facilitártelo, ¿sab...?
El joven se calló de repente, cuando vio la figura del contrario acercarse, peligrosamente, a él.
—Deja de fingir que no me tienes miedo —le susurró al oído—. Y tal vez no vuelva a zurrarte.
Díaz lo seguía, atentamente, con la mirada.
—¿P-por qué estás aquí?
De Luque no supo que responder a aquello.
No quería mostrar al menor, ni a nadie, que él también tenía un punto débil.
—Supongo que me descontrolé y no fue mi intención. Me golpeaste y eso me encendió —Se quedó unos segundos en silencio y luego añadió—. A veces no tengo control sobre mi ira.
Y, aunque, evidentemente, eso no era ningún secreto para el más pequeño, no abrió la boca para objetarle nada. Sólo se quedó en silencio, sin poder desviar la mirada de él. Le daba miedo que pudiera atacarlo cuando estuviese desprevenido.
Pero, si lo pensaba, le sería igualmente fácil mandarlo al otro barrio.
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