XLII

Las luces de la barriada volvieron de nuevo, mostrando, sobre el suelo, el cuerpo inerte de la mujer desangrándose en cuestión de segundos.

Sangre, sangre... Sangre

Los ojos de Samuel se abrieron de golpe, encontrándose en el interior de su celda.

Su respiración era agitada. Su cuerpo sudaba, y sus ojos parecían haber sido maltratados de toda forma posible.

Guillermo lo miraba atónito.

La preocupación del chico lo hizo acercarse al castaño sin ni siquiera dudarlo.

—¿Te encuentras bien? —preguntó sin saber muy bien qué pasaba.

Los ojos de De Luque se dirigieron hacia la figura del más joven, pero no dijo nada. No era posible en las condiciones que se encontraba.

Había tenido la pesadilla de revivir aquella noche demasiadas veces en su vida como para acordarse del número, pero aún así no podía evitar sobresaltarse cuando su cerebro volvía a hacerle recordar.

Se incorporó de la cama, intentando recobrar el aliento.

Sentía su cuerpo pesado, y su corazón lo amenazaba con saltar de aquel interior tan oscuro.

Se miró las manos. Era una costumbre que solía tener de niño, en momentos en los que todo se volvía una mierda y no quería enfrentar la realidad mirándola de cara.

Se vio a él mismo en aquella escena de nuevo, años atrás.

Todo el cuerpo le temblaba.

Hacía demasiado tiempo que no se sentía así de inseguro, y lo mataba por dentro que fuera en una situación como aquella, donde le habían asignado un compañero de celda y ahora lo miraba con tristeza.

Quiso destruirlo. Quiso ser capaz de reunir las fuerzas necesaria en ese momento para golpearlo hasta matarlo.

¿Cuántas veces se había dicho que nadie volvería a verlo tan vulnerable?

Miles. O quizás millones. Y, sin embargo, allí estaba.

Sintiendo que todo su cuerpo le jugaba una mala pasada.

—¿Has tenido una...?

La voz de Guillermo salía con dificultad de su garganta. No sabía cómo el contrario iba a reaccionar, y por eso no era capaz de hablar más de lo necesario. Entonces se fijó en un detalle que lo alteró bastante.

Las mejillas del mayor estaban mojadas de lágrimas que había derramado durante la pesadilla.

Se quedó helado.

Nunca hubiera imaginado que un ser tan despreciable, como lo era De Luque, pudiese llorar.

—¿Estás llorando...? —Alzó aquella pregunta como si no supiese cuál era la respuesta, como tantas veces hacemos sin darnos cuenta.

Samuel lo miró de golpe, llevándose una de sus manos a su rostro, comprobando lo que el chico le había dicho.

Por un instante, el menor vio al contrario fruncir el ceño y se apartó, instintivamente, de él.

Luego, al ver que nada ocurría, volvió a acercarse.

—Si necesitas hablar de ello, puedes hacerlo —dijo—. Sé muy bien lo que es soñar con las cosas malas que has hecho. Eso de sentirse una auténtica basura... —Levantó la mirada y lo vio dibujando una sonrisa triste en sus labios.

—No ha sido esa clase de pesadilla —Aquella frase le salió en un tono demasiado grave. Incluso podría decir que había dañado su garganta al emitir aquellas palabras—. Creo que no causarían en mí lo que acabas de ver.

El castaño fijó sus ojos de nuevo en el de pelo más oscuro.

En momentos como esos, daba la impresión de que las palabras no eran nada. De que no eran más que sonidos molestos que carecían de utilidad.

No quería hablar.

Deseaba con toda su alma hacerlo, pero siempre había una mayor parte que lo obligaba a huir de sus pensamientos y de esa forma vulnerable en la que todos, en algún momento de sus vidas, se han sentido.

Lo único que quería es que los demás lo vieran como alguien fuerte, no como aquel niño inocente del que todos podían aprovecharse. Al que todos maltrataban.

—Oh —Fue la respuesta del chico, quien no era capaz de encontrar la manera correcta de ayudarlo—. ¿Es... algo relacionado con...? —Pero no fue capaz de decirlo. No sabía cómo podía reaccionar. Porque, a pesar de que en ese instante parecía inofensivo, no lo era.

Evidentemente, no lo era. Ninguno de los que estaba en prisión.

Samuel frunció el ceño en señal de confusión. No sabía a qué se refería, y no tardó en preguntarlo.

—¿Con...? —dijo, esperando ver la continuación a la pregunta

De repente se vio acorralado.

Sin darse cuenta, había entrado en terreno peligroso, y ahora era demasiado tarde para dar la vuelta.

Hizo el intento de decir algo, pero lo único que consiguió fue abrir la boca, para acto seguido cerrarla.

—Guillermo —articuló su nombre con autoridad—. Sabes que no soy una persona paciente.

El joven tragó en seco, animándose a seguir adelante con lo que había empezado.

Soltó un pequeño suspiro, deshaciéndose, un poco, de todo el estrés que se le había echado encima.

—Sólo dime que no te enfadarás —dijo—. No intento meterme donde no me llaman. Mi única intención es ayudar.

Samuel suspiró, y asintió muy a su pesar.

—Sé que no me conoces, pero soy una persona que le da muchas vueltas a la cabeza... y, una vez llegué a preguntarme la razón por la que cometiste todos esos asesinatos y violaciones... —Dejó espacio para el silencio, y continuó hablando una vez se cercioró de que no lo había hecho enfadar— Fue entonces cuando se me vino a la mente tus padres.

El de brazos imponentes arrugó el entrecejo, molesto.

—Yo nunca he tenido padre. —dijo, como si no hubiera pensado antes de articular aquello.

Por un momento, Díaz creyó que se refería a que el hombre había crecido sin una figura paterna, y por un momento lo invadió la tristeza. Pero tras ver la mirada fría y vacía del castaño, supo con seguridad que se trataba de otra cosa más fuerte. Más aterradora y cruel.

Se le cortó la respiración, y su abdomen se tensó.

Quería saber, pero al mismo tiempo algo lo impedía preguntar.

Sentía como si la oscuridad hubiese salido del interior de su compañero de celda y se hubiese detenido frente a él. Desafiándolo. Amenazando con hacerse con su alma y corromper todo lo bueno que quedaba en él.

En su mente, se debatía, una y otra vez, intentando decidir qué debía hacer.

Era difícil la decisión, pero no quería tener que arrepentirse por no tomar la opción correcta, así que antes de que pudiese torturarse por lo que había optado, habló.

—¿Qué fue lo que pasó con él?

Y esa vez, no tuvo miedo de lo que pudiese responder el otro.

De una manera u otra, sentía que habían encajado.

Que los silencios vacíos habían hablado por ambos y habían demostrado mucho más de lo que las palabras lo hacían.

Samuel se movió en la cama, quedando sentado al borde de esta, mirando a los ojos ajenos. Suspiró, soltando todo el aire de golpe y se dispuso a empezar a contar su historia.

—Tal vez sea hora de que alguien lo sepa.

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¡Hola a todos!
Creo que esta es una de las pocas veces que actualizo tan seguido y estoy bastante orgullosa de mí.
La verdad es que esta mañana me he levantado con muchísimas ganas de escribir, y no he desaprovechado el tiempo, así que espero que disfrutéis el episodio tanto o más como yo escribiéndolo.

Un fuerte abrazo,
Os quiero

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