9 - El dolor de Émeren
Una de las cosas más inconvenientes de su castigo siempre había sido el no dormir. Dormir le hubiera ahorrado muchas molestias, le hubiera sido más fácil contar los días por ejemplo, olvidar algunas rabietas, soñar, tal vez.
Se había desmayado y tenido un descanso que no había tenido en años, pero no fue nada reconfortante. Se despertó en medio de dos cadenas rotas, con una lanza dorada brillando en su pecho, y Ghanos tomándolo como si fuera un muñeco, ignorando sus heridas internas.
Le arrancó la lanza, y lo dejó caer al suelo.
-No regresará porque no te recuerda. Mejor así.
Émeren tenía todas las ganas de discutir del mundo, pero el dolor apenas le permitía moverse. Sentía ardor al sentir sus órganos, músculos y piel mientras se curaban.
-¿Por qué? -logró decir en su agonía.
-Si fuera por mí, te mandaría a devorar con mis perros una y otra vez para que la humanidad aprenda a respetar el ciclo. Pero yo no elijo esas cosas.
-Pues, menos mal.
Ghanos lo alzó por el collar de metal que aún lo mantenía atado al suelo.
-Insolente mortal. No sé cómo se rompieron tus ataduras, pero no se quebrarán hasta que hayas aprendido, te hayas arrepentido y nos respetes.
Esta vez lo lanzó al suelo, y ascendió hasta que desapareció fuera del agua.
Émeren ahora podía estar acostado de lado mirando hacia la superficie. Se sentía como el ser más miserable de la tierra. Herido, adolorido, con los músculos rotos aún, sangrando... pero su mayor dolor no era ése.
Óin. Ella iba a liberarlo.
Óin
"No se quebrarán hasta que hayas aprendido, te hayas arrepentido y nos respetes"
Émeren no podía olvidar esas palabras. Pero no tenían sentido para él.
Dos de sus ataduras se habían roto. Pero él no respetaba a los dioses. ¿Qué se supone que había aprendido? ¿O de qué se arrepentía, exactamente?
Se arrepentía de estar atrapado en el océano y no poder interactuar con Óin como ella hubiera querido. Le hubiera explicado tantas cosas. Tal vez le hubiera enseñado magia.
Comenzó a pensar en todas las posibilidades de haberse liberado, y todas la involucraban a ella. Todas terminaban con ella.
Hacerse tritón. Hacerla humana. Visitarse mutuamente siempre. Cualquier cosa, con tal de poder estar con ella.
Émeren no resistió más y lloró.
Lloró por horas, por días. Sufrió en silencio hasta que no pudo aguantarlo más, y gruñó, sacudiéndose, queriendo liberarse de nuevo, con la esperanza de poder romper sus cadenas de nuevo.
Las tenía que romper de alguna manera. Tenía que quebrarlas, romperlas, abrirlas. Como fuera. No descansaría hasta liberarse, hasta buscarla y poder...
Se sintió como un estúpido de repente.
"Ah, mierda, estoy enamorado. ¿Estoy enamorado?"
Se llevó las palmas al rostro. ¿No había leído sobre el amor antes? Esa desgracia que hacía a los hombres estúpidos e imprudentes, impacientes y ciegos.
"¿Es parte de mi castigo?"
-No, no lo es.
Émeren se giró, buscando quién había hablado. Había una joven con un vestido púrpura, no tendría más de 14 años, con una corona puntiaguda y una expresión sonriente y burlona. Se veía humana, como él, pero sabía que sería otro ser divino, tal vez como Ghanos. Estaba sentada en la roca donde Óin solía asomarse.
-¿Qué eres?
-¿Sabes? Ghanos es un inflexible de mente muy cerrada, pero a veces lo entiendo cuando desea que los mortales nos respeten.
-Lo... lo siento. No quise decir 'qué eres' sino...
-Sí, sí -con un gesto de la mano-. Incluso esa es una pregunta muy normal. Los humanos no nos entienden y a veces no saben si somos dioses, demonios, espíritus... o qué.
-Eso... eso que respondiste...
-El amor no es parte de tu castigo, Émeren - dijo, mirándose las uñas. - Luveh me envió aquí porque la conmoviste. Lograste quebrar las cadenas hechas por Fuhl con tu fuerza...
-¿Quién?
-Fuhl Kano nos dio su ojo para hacer el sol. Y para contener a la primera humanidad tuvo que forjar muchas cadenas y ataduras. Para ahorrarse trabajo, hizo más de las necesarias, por si las necesitábamos para contener a esta segunda humanidad.
-Espera... ¿qué? -Émeren estaba abrumado. Le encantaba saber que varias de las viejas historias eran ciertas, dado que una diosa se las estaba confirmando. Pero no tenían nada que ver con lo que él había preguntado.
-Esas cadenas están hechas para contener fuerzas muy poderosas, legiones de demonios. -La semidiosa sonrió y balanceó las piernas, aún sentada en la roca. -Casi podría apostar a que Emer estaría impresionado.
-¿Emer... el dios del tiempo?
-Es mucho más que eso pero... sí. El dios por el cual tus padres te nombraron. Tal vez no recordabas eso. En fin. Las cadenas cedieron porque lo que te movía a liberarte era algo para lo que no fueron hechas.
-¿Es decir que... las cadenas se rompen si mi propósito no es liberarme?
-Hermosamente resumido. No quisiste liberarte. No quisiste huir. Quisiste evitar que Ghanos le borrase la memoria a esa bonita sirena, o que le hiciera daño.
A Émeren le pareció tan simple que quiso reírse. Pero no sentía que tenía energías para eso.
Ya no valía la pena el esfuerzo. ¿De qué servía amar a Óin, si ella ya no lo recordaba? ¿Si más nunca la iba a ver? ¿Si saber que ella crecería y moriría sin acordarse de él? ¿De qué servía intentar liberarse?
Había deseado morir una vez en su primera desesperación, unos pocos años después de estar atado. Para ahorrarse la humillación y el sufrimiento.
Pero ahora sentía que sería necesario.
-Mátame. Ya no me importa nada. Nada de lo que hice en vida vale la pena. Nada de lo que haga ahora tampoco servirá de nada. Ni para mí, ni para nadie... ni para Óin. Ya no me importa. Déjame morir.
-¡No! No estoy aquí para eso. ¿No lo entiendes?
-¡Claro que no lo entiendo! Los dioses dejan que sienta el amor... ¿para qué? ¿para luego arrebatármelo y clavarme una lanza de oro en el pecho? ¡A la mierda! ¡No quiero vivir después de todo esto!
-No desesperes, mortal. Luveh quiere darte una oportunidad.
Y tras decir eso, desapareció después de guiñarle un ojo. Dejándolo tan confundido que se olvidó de sentirse mal.
-
Nota del autor: Espero disfruten este capítulo :)
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