8 - Ghanos

Óin no lograba dormir.

Cuando amaneciera, debía ir a cuidar a los hijos de los jefes de la tribu. Ya había planificado el día para los críos, y todo estaba en perfecto orden. Pero aunque se pasara la noche obligándose a pensar en sus quehaceres, sólo le llegaba a la cabeza una sola cosa.

El rostro del humano.

Era una ridiculez. Ni siquiera era su amigo. ¡Era un humano que no conocía! Había sentido lástima por él, había querido ayudarlo y liberarlo sólo para saber qué haría después. Tenía deberes para con su gente. Sí, tal vez no lograba dormir porque no quería trabajar al día siguiente. O porque no sabía si estaba haciendo lo correcto al ayudarlo.

Se resolvió dejar de ayudarlo aunque eso la hiciera sentir mal, alejarse para siempre y olvidarse de los humanos... o por lo menos, salir a dar un paseo para despejarse la mente. Eso sí podía hacerlo sin sentir tensión en el estómago.

Sin siquiera darse cuenta por dónde iba, llegó al desfiladero. Como siempre, el humano estaba allí, pero para su sorpresa lo vio en una posición distinta.

Estaba reclinado hacia atrás lo más posible, sólo detenido por la atadura de sus manos. Mirando hacia arriba, al oleaje, que era poco esa noche. Se podía incluso apreciar dónde estaba ubicada la luna. No había nubes allá arriba tampoco. Óin se le acercó al humano. Él dejó de inclinarse hacia atrás, las cadenas tronaron al enderezarse para mirarla con sorpresa.

-¿No esperabas que viniera, verdad? -Casi había olvidado su idea de no ayudarlo, de repente, era una idea muy estúpida y egoísta. -¿Sabes? No puedo dormir... ¿me entiendes eso, verdad?

El humano negó con la cabeza, pero la movió un poco hacia un lado, mirándola.

-¿Quieres saber por qué no puedo dormir?

Él asintió. Se veía incluso un poco preocupado. Óin suspiró.

-Bueno... no te molestes conmigo ¿Sí? Es que... he estado pensando. ¿Por qué estás atado aquí?


Émeren dejó de inclinarse hacia ella, se dejó caer en el suelo como siempre lo había estado, y prefirió mirarse las manos a mostrarle el dolor en su rostro.

Había comprendido con esa simple pregunta que él nunca iba a poder... ¿qué? ¿En qué estaba pensando? Cerró los ojos con fuerza. Ella era de un mundo diferente, tan inocente, seguramente fuera del embarcadero era una sirena gentil y buena. No como él, un idiota que pensó que podría dominar todo lo que se le atravesara en el camino.

No pudo dominar al hijo manipulable de un rey, ni tampoco a un semidios. Era un fracaso, un despojo de humano con magia suficiente para sobrevivir 500 años más en el fondo del mar, solo y moribundo esperando a la inevitable muerte que tal vez iría a buscarlo cuando se terminara de volver loco.

Negó con la cabeza como simple respuesta. Se sorprendió al sentir un roce en su mejilla. Ella le alzaba el rostro para que lo mirase. Cruzaron miradas, que él apartó avergonzado.

-¡Dime! ¿Fue un castigo injusto? ¿Un ser malvado te trajo aquí?

Émeren sonrió, sacástico. Negó con la cabeza de nuevo, y cerró los ojos rehusándose a mirarla.

¿Un ser malvado? Era un maldito semidios que no tenía más nada que hacer... ¡Con todo lo que pudo haber logrado! Si hubiera compartido su conocimiento la humanidad hubiera llegado a una era dorada interminable. En sus manos estaba el arma más poderosa conocida, y ese ingrato idiota se había dejado manipular por un puñado de sacerdotes que estaban en contra del conocimiento. ¡Eso había sido todo! Los detestaba tanto o aún más que antes.

-Entonces... ¿entonces fue un castigo justo?

Émeren no respondió de inmediato. No estaba seguro. Abrió los ojos, pero aún no la miraba. En el fondo de su ser, sabía que había obrado mal, y el no mentirle fue lo único que le permitió asentir con la cabeza.

Ella dejó de rozarlo con los dedos, y juntó sus manos en su pecho. Se quedaron un rato así en silencio uno frente al otro.

-¿Qué hiciste?

Émeren hubiera querido decírselo. Explicárselo para que ella no se imaginara cosas peores, tal vez, cuando algo sacudió todo el suelo donde se encontraban.


Óin tuvo el impulso de salir del desfiladero para protegerse, pero lo vio allí, incapaz de huir, de protegerse. No podía dejarlo solo. Se quedó a su lado, dispuesta a apartar rocas que pudieran caer sobre ellos. 


Émeren intentó gritarle. "¿Qué haces? ¡Vete! ¡VETE, ES PELIGROSO!" Pero unos pocos balbuceos salieron de sus labios. El cielo se iluminó de amarillo, algo brillante bajaba hacia ellos. La sirena cerró los ojos protegiéndose de la luz, pero Émeren no podía dejar de verlo. La mandíbula se le tensó y cerró los puños.

-Ghanos.

-Veo que sigues vivo, humano Émeren.

El semidios se posó frente a ellos, brillante, dorado, hermoso y eterno. Tenía en la mano una lanza de oro que resplandecía, la clavó a su lado, y se apoyó en ella.

Émeren hubiera tenido la osadía de gritarle y exigirle su liberación, pero la sirena seguía a su lado, sin poder creer lo que veía. Estaba inmóvil y temerosa.

Para su horror, Ghanos se les acercó, y tomó a la sirena sin delicadeza por la muñeca, alzándola. 

-No sé porqué piensas que puedes liberarlo. Te llamas Óin, ¿verdad? No puedo permitir que lo hagas. ¿A eso viniste? Se me fue advertido que lo intentarías... y veo que ya comenzaste -miró hacia las ataduras dañadas.

-¿Por qué está preso aquí? Y... y ¿por qué los entiendo?

-Porque los dioses no hablan, ellos se comunican con el pensamiento. -Émeren recitó la frase casi exacta palabra por palabra de uno de los pergaminos de su preciada y ya olvidada biblioteca. Tal vez podían comprenderse por estar próximos al dios.

-¡Suéltala! ¡Déjala ir!

-No.

Ghanos comenzó a caminar, llevándola con él. Ella luchaba desesperadamente por zafarse, lo golpeó, empujó, mordió, sacudió su cola con todas sus fuerzas. Tendió la mano hacia él.

-¡Émeren!

Pero era inútil. Émeren se sacudió, intentó moverse todo lo que podía. Tenía que ayudarla. ¡Tenía que hacer algo!

-Te voy a borrar las memorias que hayas tenido con este humano. Es demasiado peligroso que lo liberes. Y su castigo no ha terminado.

-¡Mis memorias! ¡No, no!

-¡Óin! -Émeren acomodó las piernas, dispuesto a levantarse. Dispuesto a romperse cada hueso de ser necesario, dispuesto a mover la plataforma con su propio impulso, todo para que no pasara eso. -¡Déjala ir! Ella no tiene...

-¡Silencio!

El semidios se giró para gritarle otra oración, pero se llenó de ira al ver lo que estaba pasando. El eslabón que se había debilitado y abierto comenzaba a abrirse mucho más, centímetro a centímetro con la fuerza de Émeren, hasta que finalmente se soltó de su cadena. La atadura izquierda de su collar se había roto.

Émeren no se dejó llevar por la euforia de sentirse cada vez más libre. Siguió intentando levantarse. Sus músculos chillaron y se rasgaron por moverse más de lo que se habían movido en un siglo, pero no desistió. Las lágrimas lo cegaban y el dolor por un momento lo detuvo, demasiado tentado de dejarse caer y descansar, pero no lo hizo.

-¡Ya tuve suficiente!

Émeren sintió otro eslabón abrirse, esta vez de la atadura derecha de su cuello. Sus músculos se quejaron nuevamente, cerró los ojos por el dolor. Y de repente no pudo moverse más.

Se sintió caer sobre la dura superficie de acero bajo sus pies, sus rodillas se rasparon con la arena y su muslo derecho se rasgó con el impacto.  No había entendido por qué no podía moverse hasta que abrió los ojos.

La lanza del dios le sobresalía del pecho

Nota del autor: La canción del video es para que se pongan en onda con lo que pasa en el capítulo. :D

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