DOS | 🖤

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M I R E L L E


Estuve a punto de ir por una escoba para recoger todo de no ser porque una voz me frenó, mi madre me ordenó que dejara eso ahí, su timbre aunque no era el de cuando está feliz tampoco sonaba enojada así que levanté la vista para buscar en su rostro algún indicio de que iba a reprenderme pero ella se limitó a ladear la cabeza señalándome a su invitado como si de pronto saludarlo fuese lo más importante.

Con cierta obediencia y vergüenza al mismo tiempo, me obligué a mí misma a enfrentarme a la mirada más intensa que haya visto nunca antes en mi vida, no por su expresión sino por aquellos ojos llamativos color azul lapislázuli rodeando a un vivo verde esmeralda, colores que jamás había apreciado juntos en los ojos de una persona pero me parecen muy bellos apenas me encuentro con ellos.

—Soy Alexander... Dan Alexander.

El invitado tiene toda su atención sobre mí ahora, su cabello color chocolate oscuro está bien peinado hacia un lado, parece tener unos 25 años. Trago saliva mientras la vergüenza me carcome pero decido sostenerle la mirada que de momento parece fija sobre la mía antes de que me extienda la mano y una ligera sonrisa aparezca en su rostro.

Tomo su mano desviando la mirada un instante de sus atentos ojos y siento la firmeza en su apretón antes de esbozar una modesta sonrisa de vuelta a él.

—Es un placer señor Alexander, soy Mirelle.–Me presento y en seguida me suelto para mirar ahora a mis padres y rogar mentalmente que el invitado olvide pronto lo sucedido con el florero.

Pienso por un instante en que encontraré a mi madre aún enojada por el incidente pero ella sonríe satisfecha y mira a mi padre que solo asiente como si entendiera lo que sin palabras le está diciendo.

—Perdón, creo que debo limpiar este desastre. —Sonrío al amigo de mis padres antes de apresurarme a agacharme y recoger pedazos de porcelana.

Unas manos amables toman cristales junto conmigo.

—Dejame ayudarte. —Su cercanía me produce ligera incomodidad y aunque no me niego a recibir apoyo me apresuro a tomar lo que puedo para recibir de sus manos lo restante e ir a dejarlo al contenedor de la basura inorgánica.

Cuando nos sentamos a cenar, mi madre hace muchas preguntas a Alexander sobre su país natal Rusia, imagino que para ponerse al día pues parecen amigos que en mucho tiempo no se han visto. El hombre resulta ser un doctor apasionado por su oficio.

—Es realmente una carrera muy interesante.— Chase corta un poco de las gambas al ajillo de su plato y luego me mira. —Mirelle está estudiando Terapia Física en la Universidad Estatal de California, Northridge.

Imagino que a mi madre le alegra de hablar sobre lo que la hace estar orgullosa, así que trato de compartir su entusiasmo y de conocer mejor a su invitado que ya ha terminado de cenar.

—Dicen que CSUN ofrece buenas oportunidades de investigación, experiencia y entretenimiento.— Alexander coloca el cuchillo y el tenedor en paralelo sobre el plato, supongo indicando que ha terminado.

—Así es.— Sonrío contenta con mi escuela — Así que aprovecho para aprender y divertirme todo lo que puedo.

El amigo de mi madre se apoya contra el respaldo de la silla mirándome como alegrandose por mí, mientras Chase parece prestar atención a nuestra plática y mi padre hace todo lo contrario al mirar su celular.

—¿Y qué te gusta hacer los fines de semana?— Dan ladea ligeramente la cabeza. —Cuéntame.

Por un instante creo ver un brillo en sus ojos como el del mar, pero rápidamente desaparece.

—Lo que a toda la gente de mi edad, me gusta salir a caminar o a bailar con las chicas y otras veces prefiero quedarme en casa. —Ahora el hombre pone una mano en su barbilla —Tengo el hábito de estudiar, así que no me va mal.

Bebo un poco de agua mientras que Alexander parece sacar algo que tenía guardado y cuando miro me ofrece gomas de azúcar que acepto emocionada al no probarlas desde hace mucho disfrutando de su sabor.

—Eran mis dulces favoritos de niña.— Sonrío, antes de que mis padres ahora muy atentos me devuelvan la sonrisa como si estuvieran complacidos, pero no entiendo por qué.

Alexander sonríe levemente.

—Lo sé.

Trago grueso y mil interrogantes aparecen en mi cara.

—¿Qué? —La pregunta escapa de mis labios en un susurro. Mis padres comparten una mirada cargada de tensión y luego mi mamá toma la iniciativa de decir algo.

—Mirelle, tenemos una sorpresa para ti. —Junta ambas manos por encima de la mesa, entrelazando sus dedos como cuando quiere pedirme un favor –Alexander no es solo un amigo nuestro, es tu futuro esposo.

El oxigeno deja de llegar a mis pulmones y pronto cuando consigo reaccionar es como si una bandeja de agua fría fuera arrojada sobre mi cabeza, pero al mismo tiempo con incredulidad en vez de reclamar o quejarme empiezo a reír, lo que provoca las miradas contrariadas de mis padres.

—Es un chiste terrible.— La risa me salva del enojo, buscando que los demás se rían también y entonces miro hacia el invitado señalando lo absurdo pero en cambio el verde en sus ojos se intensifica, volviendo el azul lapislázuli aún más brillante  y un atisbo de sonrisa permanece ahí, pero no ríe conmigo y tampoco pronuncia palabra alguna, simplemente se dedica a observarme detenidamente.

Tanto Dickson como Chase me observan con duda y desconcierto, como cuando están por reprenderme al decir algo que creen inapropiado.

—¿No es un chiste?

Las dudas comienzan a invadirme y mi padre niega lentamente con una expresión sombría en su rostro.

—Alexander es un médico exitoso que conocemos de hace muchos años y viene de una buena familia. Una alianza con él te garantizará un mejor futuro y a nosotros también.

Con gran incredulidad y enojo sacudo la cabeza negando repetidas veces sin poder creer lo que mis padres han dicho, sin creer que alguien a quien conocí hace una hora va a convertirse sin más en mi esposo, como si fuese lo más necesario del mundo.

—Creo que han perdido la cabeza— Gruño como un animal salvaje al que han acorralado contra su muerte. Empujo mi silla hacia atrás, dispuesta a irme en ese mismo instante al tiempo que una ceja de mi padre Dickson se eleva.

—Sabemos que esto puede parecerte muna locura, pero es algo necesario, para nosotros, para Alexander y también para ti. — El timbre en su voz es civilizado, exactamente como cuando habla con su contador por teléfono. 

— ¿Necesario? ¡¿Pero de qué carajos están hablando?! No quiero casarme con alguien a quien acabo de conocer—Mis manos palmean con fuerza la mesa, el retumbar provoca que los platos y vasos de vidrio salten, incluso Chase desde su asiento, fulminándome con la mirada debido a mi nueva forma de hablarle, alzando la voz como nunca lo he hecho.

Su esposo y a su vez mi padre, se pone de pie igualándome y me mira fijamente a los ojos con severidad, haciéndome titubear, haciéndome sentir que va a reducirme a nada.

—¡No es cuestión de que quieras, es una decisión que ya se ha tomado por tu bien y el de la familia!— Dickson declara sin dar pauta a negociar, pero no voy a rendirme fácilmente como llevo su apellido.

—¿Y por qué habría de someterme a algo así? ¿Qué es lo que conseguiré yo?

Cruzo los brazos mirando mis padres con desdén, pero más que eso con coraje, buscando una razón lógica en medio de toda está maraña de acuerdos incoherentes sacados de la nada. No basta que Alexander sea exitoso o que tenga dinero, ¡nosotros también tenemos!

Mi padre abre la boca como para decir algo pero permanece callado inexplicablemente por lo que mi mamá decide hablar.

—Tal vez ahora no lo entiendas, Mirelle, pero con el tiempo verás que fue lo correcto.— Mi madre intenta animarme con una sonrisa pero la irritación me hace no devolvérsela de ninguna forma.

—¡¡Ah, es que no me dan razones de nada!!

El enojo y el fastidio hacia mis padres no puedo ocultarlo de ningún modo y me alejo dispuesta a irme en ese instante, pero el amigo de mis padres, el interruptor de mis sueños y el desconocido se pone de pie.

—Sé que te parece una locura Mirelle, pero te pido que hables a solas con tus padres, escucha sus razones y confía en ellos.

—¿Cómo se supone que haga eso sí no me dicen nada lógico?— Le pregunto presa de la impotencia —Ademas, ¿qué derecho tienes tú de pedirme algo?

Mi voz escupe enojo, rabia e incluso arrogancia, tirando a la basura mi tono amable. La expresión de Alexander parece cambiar durante un breve instante en el que creo observar el color esmeralda en sus ojos volverse más vivo, convirtiendo una mirada apacible en una penetrante que parece atravesar mi alma.

—Tengo todos los derechos que tus padres me han otorgado. No tienes opción y cuánto antes lo aceptes, será mejor.

Mi desesperación sale a flote y no me esfuerzo por disimular, mis padres no añaden más y se limitan a mirarme en silencio, con una expresión seria, incluso molesta en el rostro. No lo soporto más y salgo corriendo escaleras arriba rumbo a mi habitación en la que me encierro de un portazo.

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