XXIX. "Quiero matar a alguien"

Bajo las escaleras con sumo cuidado de no resbalarme, aunque nunca había tenido una pisada más firme que con estos zapatos. La suela de goma me permite ajustarme bien a cualquier superficie, solo que deja un sonido chirriante por cada paso que doy.

Con una antorcha en la mano que ilumina mi camino, me aventuro en las mazmorras. Nunca pensé en volver, y mucho menos por mi propia voluntad, sin que nadie me acompañe.

Pero la necesidad de exigir motivos, explicaciones contundentes, una razón que pueda comprender, me consume el cerebro y no me deja continuar mi día a día sin preguntarme lo mismo continuamente.

¿Por qué lo hizo?

Cuando llego al piso más profundo del castillo, al lugar más profundo que he visitado jamás, un escalofrío me recorre la columna vertebral. Solo veo oscuridad, pues cuando Caleb me otorgó una habitación apagaron todas las antorchas y la única luz con la que veo es la que la llama a mi izquierda me proporciona.

Un montón de sensaciones me revuelven las entrañas como una marea de traumas y malos recuerdos. A mi mente solo vienen escenas horribles llenas de sangre, gritos y lágrimas.

Sacudo mi cabeza para alejar esos recuerdos y avanzo hasta una de las mazmorras. La reja y la puerta se encuentran cerradas, así que dejo la antorcha en su lugar asignado en la pared para así poder usar las llaves y abrir.

¿Ella habrá escuchado ese sonido? ¿Qué habrá pasado por su cabeza?

Suspiro y de una vez abro la puerta con todas mis fuerzas. Es muy pesada.

Dalia se encuentra tirada en el suelo, bocarriba, con la vista en algún punto del techo. Tararea una canción triste pero con una sonrisa en su rostro, el rostro de una total psicópata. ¿Cómo ni se inmutó al escuchar que alguien iba a entrar?

Siquiera voltea para verme cuando deja de cantar, sin quitar esa sonrisa tan molesta en sus labios.

Tyler dio la orden de encerrarla hasta que llegara Caleb, analizara la situación y le diera sentencia de muerte. Él debe supervisar su merecida ejecución, después de asesinar a Pompón en un intento de asesinarme a mí.

-Ha venido a verme. -dice, aun mirando el techo.

-No es un placer, que digamos. -le digo cruzando los brazos y apoyando todo mi peso en una sola pierna.

Gira la cabeza en mi dirección con la mirada perdida, hasta que la entorna en mí. Unos deseos de entrar y quemarla con la antorcha a mi lado me inundan, aunque los controlo y respiro profundamente.

-Ah, ¿no? -me pregunta- ¿Entonces qué necesita?

Doy un paso pero me detengo en la frontera invisible que he trazado en mi imaginación. No volveré a estar dentro de una mazmorra. Al menos no si puedo evitarlo.

-Vine a hacerte unas preguntas -le digo al fin-. Cuando me respondas con sinceridad, me iré y podrás seguir haciendo... lo que sea que estabas haciendo.

-¿Y si me opongo?

Me encojo de hombros.

-Me iré y te quedarás sola, en la oscuridad, sin nadie con quien conversar y sin saber si estás dormida, despierta o ya te desmayaste. O ya moriste. Nunca lo sabrás.

Ella cambia su expresión drásticamente. Sé lo que se siente ser prisionera en una mazmorra, ese sentimiento de desesperación, ira, angustia, todo mezclado en un mismo lugar, son una combinación perfecta para querer dejar de respirar.

Dalia se pone de pie sin ninguna dificultad y se acerca a mí. No hay nadie a metros hacia arriba, nadie que me respalde si esta loca planea algo contra mí. Por un momento el miedo llega a mis ojos.

-No te acerques. -advierto y doy un paso atrás.

-¿Está sola? -me pregunta.

-La que me debe temer ahora eres tú. Hay gente esperándome en las escaleras, dispuesta a defenderme -miento- y si escuchan algún grito...

-¿Cómo sé que no me miente?

Mostrarme segura será mi mejor alternativa.

-No lo sabes. Pero es tu problema si decides no creerme.

Parece pensárselo, hasta que rueda los ojos y se rinde.

-Puede preguntar, princesa.

Bien, ¿por dónde empiezo?

-Me vas a contar por qué me intentaste envenenar. Dos veces.

Algún motivo coherente debe haber tras esos retorcidos planes, porque no me explico que lo haya intentado y llevado la vida de Pompón en el proceso solo por una lucha de clases sociales.

Realeza contra piratas.

Lo leí en aquel artículo en la biblioteca. Espero que esa no sea su justificación.

Tal vez eso sea lo que yo estoy buscando: una justificación para no acusarla a ciegas, para no creer que es una mala persona.

Sé que se considera una más de ellos por el tatuaje en su tobillo, aunque prefiere esconderse que luchar con los suyos. Eso es algo que no comprendo.

Dalia desvía sus ojos de mí a cualquier otra parte. Suspira con amargura como si estuviera recordando lo que hizo sin ningún arrepentimiento.

-¿Prefiere la versión corta o la versión larga?

Alzo ambas cejas.

-Quiero que me digas la verdad. Al punto. Sin rodeos.

Ladea la cabeza y sube y baja las cejas.

-Pues póngase cómoda... porque la historia viene de años atrás -anuncia y respira profundamente al ver que yo no me pienso mover de ahí-. Nosotros éramos una familia feliz: mamá, papá, el hermano mayor, la hermana del medio y la hermanita menor -comienza, con un tono de burla y voz infantil-. Yo era la hermana del medio. -me susurra.

-¿Ajá...?

-Mi madre era una persona de clase. Tenía dinero, sin embargo prefirió tener una vida humilde y criarnos en el pueblo del Reino Diamante.

Es comprensible. Reino Diamante es el mejor entre todos los reinos, el más cuidado, más moderno, con mayores riquezas, avances socioeconómicos y una vasta cultura. Cualquiera preferiría quedarse viviendo en este. Cualquiera que no conozca la miseria en realidad.

Recuerdo a Gianna y la manera en la que la encontré pidiendo limosna con su hermano en brazos y sus estómagos vacíos.

-Yo creía que todos eran tan felices como yo; en la cabeza de cualquier niña de seis años todo son ponis y arcoíris. Hasta que un día nos enteramos que nuestra dulce madre había pasado a ser una estrella más del firmamento.

En su cara no veo la más mínima tristeza o sensibilidad, como si dentro de ella no hubiera nada y solo existiera su cuerpo como un recipiente vacío.

-¿Un accidente? -inquiero.

Trato de ser sensible, aunque ella no lo fue conmigo al intentar matarme. Sigo sin entender qué tiene que ver toda su historia conmigo.

-La mataron. -me contesta mirándome a los ojos.

Separo los labios involuntariamente. Al darme cuenta me incorporo y aprieto los párpados.

-Luego de eso, nuestro padre no aguantó vivir sin su mujer y se suicidó. Nosotros tres encontramos su cuerpo colgado del balcón de casa cuando volvíamos de nuestro paseo matutino.

Sonríe, pero sin que se refleje en sus ojos o pase de ser un gesto hueco.

-Los tres hermanos quedamos huérfanos, de padre y de madre. Tuvimos la suerte de que la capitana se apiadara de nosotros y nos llevase con ella en la tripulación. Nos encontró un día que caminábamos por el puerto sin rumbo fijo.

¿Sus hermanos también forman parte de la tripulación? Entonces no está sola en el mundo. Pero... ¿quiénes son?

-Entonces sí formas parte de los piratas -deduzco-. No puedes decir que no, vi el tatuaje en tu pierna.

Dalia vuelve a sonreír con tristeza.

-Renuncié cuando mi hermano mayor cayó a un risco montado en su dragón y que a mi hermana menor le cortaran la cabeza en una batalla.

Abro los ojos como platos y se me erizan los pelos de la nuca.

La vida de esta chica ha consistido en una enorme tragedia.

-Por eso te encargas de las labores domésticas.

-Eso hago en el barco. Limpio, lavo, cocino, como una sirvienta más, aunque sé que soy más que eso. Peleo con espadas, monto dragones, sé disparar armas mortales... pero con un trapeador no estoy en riesgo de muerte.

Y ahora se encuentra aprisionada por la gente por la que murieron sus hermanos y los que prometieron protegerla.

Estoy segura que si la que estuvieran intentado matar hubiera sido yo, jamás hubieran estado esperando tan ansiosos mi ejecución. Yo llegué hace unos meses pero a esta chica la conocen de toda la vida. Todo por la orden de la capitana de protegerme. Soy su prisionera, pero también su protegida, de alguna forma.

-Sigo sin entender qué relación tiene todo esto conmigo.

-¿Sabe quién fue la mujer que asesinó a mi madre? -me pregunta, con el semblante serio- La mujer por la que me dijeron huérfana con seis años sin que yo lo mereciera, o ella, o mi padre, o alguno de mis hermanos. La que condenó a muerte a toda mi familia solo con ese acto desgarrador. ¿Sabe quién es?

Espera una respuesta que no le doy. Espera que niegue, sin embargo me mantengo con la misma expresión.

-Isabel Holloway. O, en ese entonces, Isabel Russell, su madre.

Me congelo de pies a cabeza y un escalofrío me recorre toda la columna vertebral. Me paralizo por un instante sin saber cómo debo reaccionar ante eso.

Mi... ¿mi madre?

¿Está diciendo que mi madre asesinó a su madre?

No puedo creerle a Dalia, no a ella. Mi madre puede ser muchas cosas pero no una asesina. Nunca asesinaría a una mujer con tres hijos. Y sin ningún motivo.

-No... -Niego con la cabeza-. Me estás mintiendo. ¿Por qué lo haría? ¿Quién era tu madre para que la mía la matara?

-¿Quieres saber? -me pregunta.

Algo en mi interior grita que no. No, no quiero saber. No quiero tener pruebas porque todas son mentiras. Está intentando envenenar mi cabeza de la forma en que no pudo con mi cuerpo.

-El nombre de mi madre lo dice todo.

Por cada una de sus palabras, un pedazo de mi alma se escapa de mí. Mi madre no es una asesina. Sus manos están limpias.

-Escucha bien -me dice. Alza la voz-. Su nombre es Antonia Campbell.

Vuelvo a petrificarme y en un segundo el mundo deja de verse a color. Se me revuelve el estómago y deseo vomitar.

Antonia Campbell, la ex prometida de mi padre antes de que conociera a mi madre y la cambiara por ella. La mujer que no quiso declarar después del alboroto, tal vez porque estaba amenazada, tal vez porque estaba muerta. Esa última es la opción más coherente. La correcta.

Y ahora todo cobra sentido.

Pero no, mi madre no lo hizo, ella es incapaz. No es una asesina. Es una reina, que lucha y vive por y para su pueblo, para el bien de todos, que aboga por la justicia.

Puede que sea un poco estricta, fría y seca conmigo, pero eso no la convierte en un monstruo.

La conozco, no sería capaz de matar solo por despecho.

-No. -digo y sigo negando. La cabeza me duele de tanto agitarla.

-Sí, Mariam, su querida madre le quitó la vida a la mía. Se la arrebató. Todo porque quería ser reina sin ningún tipo de impedimento, dejando a tres niños inocentes huérfanos.

-No tiene ningún sentido, Dalia -le digo-. ¿Cómo iba a casarse con el rey teniendo tres hijos y un esposo?

Ella bufa.

-Mis padres no estaban casados -me dice-. Crearon ese plan: mi madre se convertiría en reina y nunca más tendríamos carencias. Nos mantendría a escondidas hasta que el mayor cumpliera dieciocho y pudiera coronarse.

Todo un plan con demasiadas lagunas como para que funcionase. Pretendían engañar al rey así de fácil sin consecuencias.

-Pero Isabel nos arrebató la más mínima oportunidad de vida.

-¡No! -estallo contra Dalia. Le doy la espalda y pongo mis manos en mi cabeza- Me estás mintiendo. Mi madre es inocente. -recalco cada una de las letras de inocente sin parpadear.

-Para ti puede que lo sea, pero es una asesina.

-Cállate.

-Y ahora, igual que su madre me quitó lo que más amaba, yo le quitaré lo que más ama. Usted.

Bufo. Tantas calumnias me provocan ganas de vomitar.

-Mi madre no hizo eso y no tienes forma de matarme.

-Su forma de defenderla incansablemente me estresa -Pone los dedos en sus cejas-. ¡Isabel es una asesina! ¡Toda la realeza lo es!

-¡Guarda silencio!

-¿Qué pasa si no lo hago?

Dejo de negar, levanto el mentón y en un movimiento rápido tomo una de las dagas que guardo en el pantalón, en uno de sus bolsillos laterales y le coloco el filo en la garganta. Con la otra mano le sujeto el hombro para que no se mueva. Dalia mira la hoja de la daga con los ojos abiertos de par en par y respira con mucha cautela.

-Si no lo haces, no esperaré a Caleb para que tu ejecución sea realizada.

Mi voz suena severa, como si no fuera yo la que estuviera hablando y un ente malvado se hubiera apoderado de mí. Pero estoy muy consiente de cada palabra que pronuncio y cada gesto que hago.

-Vamos, hágalo -sugiere con la voz ronca-. Solo comprobará mi teoría: toda la realeza es igual. Matan a quien les plazca, a quien esté metido en el medio. Lo aplastan como se aplasta a un mosquito.

Recapacito.

No voy a matarla.

Porque yo no soy así, yo no mato personas cuando dicen algo que me disgusta. Si presiono un poco más la daga, me arrepentiré el resto de mi vida.

-Retrocede. -le digo.

Ella obedece y se separa del objeto. Cuando está en medio de la mazmorra, cierro la puerta y luego la reja. Ambas con llave. Giro la última cerradura y después guardo la daga en el pantalón del entrenamiento.

***

Lanzo a la diana que cuelga de un árbol como si en verdad fuera la cabeza de la capitana las dagas puntiagudas que reposan sobre un pañuelo en el suelo. Esa mujer es a la única a la que mataría sin pensarlo dos veces. Sin pensarlo siquiera. Las lanzo con una furia voraz, tanto así que le doy al blanco todas las veces.

-Oiga, oiga -me dice Henryk-, alguien despertó agresiva hoy.

Me incorporo y suspiro con los ojos cerrados.

-Quiero matar a alguien.

-Tendrá mucho tiempo para eso, pero ahora... a entrenar.

Sostiene un saco gris que coloca sobre la hierba. Deja ver que en su interior hay muchísimos artilugios que nunca había visto antes. Todos iguales, en diferentes colores.

-Son pistolas de fuego -me explica Henryk-, porque son de fuego, literalmente. Están cargadas con llama de dragón.

Toma una y me la pasa. Todas son de un material azul transparente, como el plástico, pero al tacto se nota que es mucho más resistente. Tiene la forma de una pistola común y corriente, puede que un poco más experimentada. La primera y última vez que tuve una pistola tan cerca fue cuando aquel pirata la colocó en mi cabeza.

Lo que me llama la atención es el pequeño recipiente que sobresale en forma horizontal, encima de la pistola. En todas varían los colores. Son azules, verdes, blancos, morados y rojos.

-Gracias a eso las pistolas disparan con fuego. -me dice el chico, al ver que miro esa parte en específico con atención.

-¿Cómo lo hacen? -le pregunto.

-Sencillo. A los dragones más antiguos, los que están bien entrenados, se les somete a un proceso en el que la magia gracias a la cual su organismo les permite escupir fuego, es extraída. No toda, por supuesto. Una parte. La esencia la dejan en esos tanquecitos, que al contacto con la boquilla de la pistola produce fuego. Es como la magia en los dragones con todo el proceso que pasa al salir de su organismo.

Henryk es más listo de lo que parece. Y parece un chico muy listo, en verdad.

-Hay otros que dicen que son la creación de unos brujos.

Suelto una pequeña carcajada ante su mueca. Suena absurdo que, habiendo toda una explicación, la gente prefiera darle crédito a criaturas que no existen.

-No rías -me dice-. Igual de mágicos son los dragones y son reales.

-Sé distinguir entre la realidad y la ficción, Henryk.

-Las pistolas son muy útiles para paralizar al enemigo -agrega él-, pero no lo matan. Sino es que lo usas en repetidas ocasiones con la misma persona.

-¿Por...?

-Lo sabrá luego.

-¿Tú tienes una para ti?

-Así es. Son poco peligrosas, así que no se utilizan con frecuencia. Solo de seguridad.

-¿Y Caleb tiene una?

Él deja de sonreír cuando pronuncio el nombre de este chico. Su ausencia es muy notoria, pero la expresión de Henryk no me parece de añoranza.

-Sí, tiene una. Pero no sabe lo que le acabo de explicar -me dice y noto un tono de sugerencia en su voz-. Son cosas que solo los que prestamos demasiada atención en clases de armas entienden. Los otros chicos, como él, solo prestan atención en las clases prácticas. Piensan que toda la explicación es una tontería y que es innecesaria.

-En cierto punto lo es, pero es interesante. -digo con una sonrisa.

Él sonríe, aunque sin sinceridad.

-No puedes evitar defenderlo, ¿eh?

Entrecierro los ojos. Dejo de hacerlo en cuanto noto que se arrepiente de haber lanzado ese comentario. No lo pensó demasiado antes de hablar.

-¿Dijiste en clases? -le pregunto, para aligerar el ambiente tenso que se formó.

Asiente con la cabeza.

-¿Dónde estudiasteis?

-En la escuela de jinetes del Reino Amatista.

Esa fue la escuela que yo visité con Caleb antes de ser secuestrada. Mencionó que él y June vivieron ahí durante unos años, pero no mencionó haber estudiado ahí.

-Pero... tú no tienes edad para haber estudiado allá.

-Estudié tres años, al igual que Caleb. Son cinco, pero nosotros terminamos antes de tiempo. A mí me trataron como un alumno superdotado y por eso me incluyeron en los de primer año cuando solo tenía diez. Una locura. Solo que no me permitieron ni montar dragones o pelear en una batalla. Lo que mejor se me daba era la tecnología. Cuando estaba en último año pedían mi ayuda para hacer los laberintos de bloques, de láseres y demás.

Frunzo el ceño, puesto que no tengo idea qué son los laberintos de bloques o de láseres. Él parece notar mi confusión.

-Los laberintos de bloques son los que tienen bloques, algunos estables en el suelo y otros flotando, en un lugar o en movimiento, y tienes que subirte a ellos para llegar al otro lado. Los de láseres son similares, solo debes evitar tocar los láseres en una habitación llena de ellos en todas direcciones. Clases de obstáculos. Son clases muy útiles por si te encuentras en una situación similar.

-¿Y tú hacías los laberintos con solo trece años?

-Algunos. Los adultos me pedían ayuda, era gracioso.

Todo un cerebrito.

-Caleb, Tyler, Jenna, Linda, Anthor, todos los piratas estudiaron ahí bajo una identidad falsa -me explica-. Solo estudiamos tres años para que no ocurran sospechas, por lo que ninguno hemos obtenido el diploma de jinete.

-¿Y vuestra capitana permitió que os ausentarais del barco?

-De hecho ella pensó que era lo mejor. Así nos entrenábamos.

Disparar con pistolas de fuego es más sencillo de lo que pensé. Se debe colocar una mano debajo del mango y la otra -que aprieta el gatillo- lo sostiene. Al apretar el gatillo, una corriente de fuego azul se expande en línea recta y destruye todo lo que encuentra, sin ocasionar daños mayores. Solo se expande en línea recta.

-Los colores de las pistolas representan el color del fuego, por tanto el color del dragón del que provienen, el reino y su poder.

Escucho cada una de sus palabras con mucha atención, intentando retener toda la información posible.

-El fuego azul es de los dragones azules, del Reino Diamante. Su reino. Tiene el poder de congelar. Congela al enemigo superficialmente y lo inmoviliza.

-Entiendo.

-El fuego verde, de los dragones verdes, Reino Esmeralda, tiene el poder de paralizar al oponente al reaccionar con su sistema nervioso y puede dejar secuelas, como la pérdida de memoria. La diferencia entre este y el fuego azul es que, con el último, se pierde la conciencia.

-El blanco -continúa-, Reino Cristal, tiene el poder de la electricidad. Produce pequeñas descargas eléctricas bastante soportables. El morado, Reino Amatista, hace levitar.

Arrugo la nariz. ¿Se supone que eso se usa en contra de alguien?

-Y el rojo, reino...

Se queda en blanco. No sabe qué decir.

-Reino Rubí -le digo, aunque sé que él conoce más de historia que yo. Tal vez me lo oculta para no sobrecargarme de información-, ahora extinto, mediante el cual existieron los piratas.

Asiente con la cabeza.

-Eso -dice-, poder de la llama. Es el más mortal, aunque cuando crean las armas evitan que sean mortales y que solo sean de seguridad, quitándole un poco de fuerza al poder.

-Una pregunta -Levanto la mano como si estuviéramos en clases-. Cuando los dragones escupen fuego, ¿el fuego tiene la misma magia que en las pistolas?

Él se echa a reír, como si acabara de decir lo más inocente y gracioso del mundo.

-No, claro que no. El fuego quema, en todos los casos. El de las pistolas es distinto porque está pasado por varios procesos.

-Claro.

Pasada una hora de entrenamiento, Henryk toma su saco lleno de pistolas y lo deja en algún lado del castillo. Mientras, yo practico el ejercicio de la rama del árbol.

Después de unas cuantas repeticiones, me dispongo a marcharme, hasta que veo a Tyler sentado en la esquina del puente levadizo. Lo vi hace un rato, pero lo ignoré. Ahora sigue en la misma posición, con las piernas colgando y tambaleando mientras mira el lago con expresión vacía. Ha de estar triste por lo que le sucedió a Pompón.

Me acerco con cautela y me siento también en el puente, solo que lejos de la orilla. Me da pavor pensar que con un solo movimiento volveré a caer al lago. Estoy casi en el centro del puente, con las piernas cruzadas sobre sí mismas. Tyler me da la espalda.

-¿Cómo estás? -le pregunto.

No sé por qué me acerqué. Puede que por culpa de mi instinto de no querer ver mal a nadie. Pero no sé consolar.

No contesta a mi pregunta. Siquiera se inmuta.

-Oye, Tyler... La vida... la vida es así. Todos moriremos algún día, a causa de algo de lo que nunca podremos estar seguros. Ya sea hoy, mañana, dentro de unos años. Lo único seguro en esta vida es la muerte.

Sé que me está escuchando. Suspiro para continuar.

-Pompón está en un lugar mejor, alejado de este mundo cruel.

No merecía morir.

Y puede que todos me culpen a mí. Si yo hubiera comido y no le hubiera dado la cena al gatito, estuviera vivo.

-Sé que el veneno era para mí. Yo soy la que tiene que estar muerta, no Pompón, yo sé...

-No digas estupideces -me interrumpe-. Era un gato, tú eres una persona. Además, si morías, yo también lo habría hecho; todos aquí iban a sufrir la ira de la capitana. Solo se trata de un gato.

¿Por qué dice cosas así? Me niego a creer que esos son sus verdaderos pensamientos. Si pensara así en verdad, no estuviera tan deprimido.

Puede que portarse así con todo el mundo sea un caparazón, un camuflaje para que todos tengan de él la idea que desea proyectar en lugar de que intenten leer más allá de la superficie. Que prefieran alejarse en vez de descubrir más a fondo acerca de él.

Puede que él no quiera que nadie lo lea, que nadie lo conozca. Es más fácil que lo odien.

-Mira, piensa que uno cosecha lo que siembra, y que el universo todo lo devuelve. Dalia va a pagar por lo que hizo.

-Si tu lógica es cierta, yo estoy pagando por todo lo que hice. Por todos estos años. Este fue mi castigo. El de todos nosotros.

-No... No pienses así, Tyler, no eres el malo. Ninguno de vosotros lo sois. Es solo que...

Que roban y matan en lugar de ganarse la vida de forma honrada.

¿Cómo puedo decir que no son los malos del cuento?

-¿Recuerdas cuando te secuestraron? -me pregunta- Yo estaba ahí, solo que no me viste. Y también Jenna. Nosotros y Anthor fuimos los que empezamos tu infierno. Luego te torturé, en repetidas ocasiones. ¿Sabes por qué lo hice? Porque eres una princesa. Nosotros, piratas, es lo que hacemos, está en nuestras venas deshacernos de la realeza. No sé si conozcas la historia.

No sé qué más decir. Tiene razón en llamarse culpable. Ya esta no es la guerra de clases y yo no soy culpable de nada.

-Pero tú eres inocente. Eres solo una niña, no has hecho nada más que existir en un mundo que está diseñado para gente cruel -Se pasa una mano por los ojos-. Mis padres están vivos, ambos. No puedo decir lo mismo de los de Caleb, que ambos murieron cuando él tenía diez años. O de los de Henryk, que puede que siquiera recuerden que existe. O de los de Jenna, o de los de Cecilia, o los de la mayoría de piratas.

Me quedo sin habla al escuchar a los padres de Cecilia en su lista. No sé qué pasó con ellos, y no pienso preguntarle a Tyler, pero nada bueno tuvo que ser.

-¿Te dijo Dalia por qué lo hizo? -me pregunta

Trago saliva antes de responder.

-Mi madre mató a su madre. Se quiso vengar, quitándole a la reina lo que más ama, igual que le hizo a ella.

Ahora Tyler debe pensar que toda la realeza es igual y debe estar deseando matarme, o a mis padres si es que están vivos.

-¿Y le crees?

Me encojo de hombros. Él asiente una vez.

-Hay que eliminarla lo antes posible antes de que se entere alguien más.

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