XXII. Coque de espadas
En la actualidad.
(...) Hace quinientos años nuestros reinos vivían en total armonía. Entre sus habitantes se ayudaban y la paz reinaba sobre todas las características de la tierra. Tenían diferencias, pero sabían cómo compartirlas y brindarles a los otros sabiduría y cultura.
Existían cinco reinos: Reino Cristal, Reino Amatista, Reino Esmeralda, Reino Rubí y Reino Diamante. Los cinco con sus respectivos reyes y reinas, que gobernaban con justicia y honradez. Los herederos al trono eran más que solo hijos de los reyes, merecían su puesto por su inteligencia y astucia, no solo por haber nacido en una cuna de oro. Sabían tratar con los plebeyos y con otros nobles como ningún otro, y se lograban ganar el cariño de su pueblo.
Pero una gran guerra desmanteló todo lo que se creía que era verdad. Debido a los problemas que tenían los reinos entre ellos, debido a las crisis económicas, la desigualdad de riquezas que ocultaban y a la malversación de fondos que deberían existir para el beneficio del pueblo, una enorme masa de personas se rebeló y provocó la mayor guerra entre clases jamás conocida.
Todos los habitantes del Reino Rubí, al descubrir la corrupción de la realeza, que explotaba el pueblo y cada ley que decretaba era en beneficio propio, la atacaron sin piedad. Se armaron y entraron al palacio por la fuerza, asesinando a cada miembro de la familia real, sin importar si eran niños, jóvenes o ancianos. Tenían sed de venganza y querían recuperar todo lo que les pertenecía.
Sed de venganza porque la avaricia de los reyes del Reino Rubí llevó a la muerte a cientos de inocentes, tanto de hambre como de enfermedades curables.
Después de haber acabado con cada miembro de la realeza, redujeron el reino a cenizas. Y los sobrevivientes de esa guerra recién iniciada se llamaron a sí mismos Piratas Rubí.
Algunos piratas no estuvieron de acuerdo con las normas de los capitanes y se independizaron como otras tripulaciones. Primero eran inofensivos entre ellos hasta que entre flotas se comenzaron a atacar por la competencia que suponía tener rivales en el mar. Debido a que los corruptos no eran solo los de su fallecido reino, vivieron en el mar asaltando barcos de la realeza y capturando sus riquezas para fortalecerse ellos mismos y acabar un día con toda la realeza del mundo. Al ver esto la realeza, se prohibieron a ellos mismos viajar en barco para evitar su inminente muerte.
Cuando los Piratas Rubí notaron tal hecho decidieron ir a tierra firme y ejecutar su plan. Atacaron tres reinos: Reino Amatista, Reino Esmeralda y Reino Cristal. Esto redujo la tripulación: de doscientos piratas pasaron a ser cincuenta aproximadamente. Aunque cumplieron su cometido y acabaron con toda la familia real, dejando a un solo descendiente para que continuara el legado y poder seguir su venganza, asesinando a toda la línea de sangre.
El único reino que permaneció intacto en esta guerra durante quinientos años ha sido el Reino Diamante. Ha habido teorías de que está coludido con los piratas y por eso permanece intacto y nadie se ha atrevido jamás a dañarlo.
En veinte años no ha habido más ataques piratas directos a la realeza, pero sí a las flotas marinas y puertos cercanos. (...)
Me quedo estupefacta al terminar de leer esto. Ahora me doy cuenta que mis conocimientos en historia general son nulos. Solo conocía la historia de mi propio reino.
Mi reino nunca había sido atacado por estos piratas, hasta hace poco. Este artículo está desactualizado. Entonces si su objetivo era acabar con toda la familia real, eso es lo que hicieron, ¿no? Mataron a toda mi familia, y la última soy yo. Tal vez soy yo a la que dejarán viva para continuar con el legado y luego asesinar a toda mi línea de sangre, incluyéndome.
Es una locura digna de psicópatas como estos.
Se llaman a sí mismos Piratas Rubí. De eso me advirtió Kathlyn, solo que lo había olvidado. Pasé por alto ese insignificante detalle. Entonces el rubí que me obsequió convenientemente Caleb tiene más significado que combinar con mi personalidad.
¿Por qué me lo entregó? ¿A qué se quiso referir? ¿Quiere de alguna forma retorcida vincularme a ellos ante el mundo mediante un simple collar?
Aun así, no soy capaz de quitármelo.
Dejo el periódico donde mismo lo encontré, debajo de una de las estanterías, con la idea de que toda mi familia esté muerta. Estaba buscando a Pompón, que robó un libro de los que tenía en el suelo y luego se escondió. Gracias a eso pude descubrir este artículo.
Ellos están vivos, lo sé.
Ahora el gatito está durmiendo a mi lado, hecho una bola. Que duerma junto a mí me parece una total declaración de confianza porque me ve como alguien que no lo va a apuñalar cuando no está alerta.
—Mariam. —Caleb, desde la puerta, llama mi atención.
Había olvidado que le prometí que hoy saldría al jardín. No he salido de la biblioteca en tanto tiempo que pronto me saldrán alas y colmillos de murciélago.
Camino hasta la entrada y pongo los brazos en jarras.
—Así que debo bajar —cuestiono, a lo que él responde con un asentimiento de cabeza—. De acuerdo. —digo y suspiro.
Pienso en preguntarle el significado del collar que cuelga de mi cuello. Tal vez más tarde. No me apetece hablar de eso ahora.
Recorremos en silencio todo el castillo hasta llegar al jardín. Debo cerrar los ojos al sentir la luz del sol que atormenta mi cabeza. Cielos, tantos días leyendo en la oscuridad no deben ser saludables.
—Espera aquí.
Corre hasta dentro del castillo, no sin antes saludar a Henryk en la entrada y decirle algo acerca de mí. Me imagino que fueron instrucciones de encargarse de que yo no me moviera, porque se me acerca de inmediato mientras Caleb desaparece al subir escaleras.
—Su alteza. —me dice el chico.
—Buenos días —lo saludo sin sonreír—. ¿A dónde fue Caleb?
Él se encoge de hombros.
—No sabría decirle.
—Vale, ¿y qué haces tú aquí entonces?
—¿En el castillo? Pues, vivo aquí, por ahora.
—Sabes a lo que me refiero. No necesito una niñera.
Le doy la espalda y me acerco a un árbol no tan grande, lo más lejos que puedo de Henryk. No soporto que me controlen. A sus pies veo un pichón, un gorrión recién nacido que se sacude en la tierra. Miro la copa del árbol y veo un nido vacío. Por lo visto este bebé se cayó y no puede volver. La madre debe estar muy preocupada por él.
Lo tomo en mis manos con delicadeza y abre el pico pidiendo comida. Tal vez la madre salió en busca de lombrices y no notó cuando su hijo cayó. Al no llegar al nido, con la mano que no sujeto al pichón me sostengo de una rama, con la que me impulso para llegar hasta arriba. Tengo que ejercer bastante fuerza pero al final logro llevar al pajarito devuelta a su casa.
Me bajo con cuidado, pero no el suficiente para no caerme en un charco de lodo y ensuciarme el vestido. Pongo cara de asco.
—Sospechaba hace mucho que no eras una persona normal —Caleb extiende su mano para ayudar a levantarme.
—Estaba ayudando a un gorrión. —digo cuando acepto su ayuda.
Me impulsa y logra ponerme de pie. Siento un cosquilleo en el estómago al notar que estamos tan cerca, al punto que puedo sentir su respiración desacompasada en mi rostro. Nuestras manos, aún enlazadas, son las que imponen la distancia entre ambos. Mi respiración también comienza a fallar y siento que me voy a desmayar.
Qué. Tonta.
—¿Te...? ¿Te hiciste daño? —me pregunta Henryk, el cual mira la escena con una ceja arqueada. Siquiera había notado que está a nuestro lado.
Suelto la mano de Caleb, le doy la cara al chico y me sacudo el vestido.
—Estoy bien —le contesto.
Paso frente a ambos y camino hasta el centro del jardín. No sé qué espera Caleb para mostrarme... lo que sea que quiera mostrarme desde ayer.
—Hoy aprenderás cosas básicas de convivir con piratas. —me dice, a mi lado.
Vuelvo a apoyar mis manos en las caderas y elevo las cejas, expectante. No había notado que Henryk, que camina con lentitud hacia nosotros, sostiene una especie de saco con barias espadas.
Toma una por la empuñadura y la saca, produciendo un sonido que hace que se me erice la piel. Se la pasa a Caleb y él la sostiene con seguridad. ¿Cuántas veces debe haber hecho eso antes?
Se refleja en ella y la hace girar para que la luz se disperse. Parece estar jugando con el arma, un arma que de seguro ha arrebatado más vidas de las que podría contar.
Entonces hace lo que en el fondo me esperaba, me la pasa, y yo solo la observo con cierto miedo en los ojos.
¿Me está ofreciendo una espada? ¿A mí? ¿Cuánta confianza debe tener en mí para eso, considerando que no hace demasiado lo apuñalé en la pierna?
—¿Quieres que la agarre?
Asiente con obviedad.
—Caleb, no sé si te has dado cuenta pero soy la persona más torpe que has conocido en todo el mundo. Y por cada universo que conozcas, nunca conocerás a alguien tan torpe como yo. Con mucha suerte no te rebanaré un brazo.
Baja el arma y esta queda paralela a su pierna.
—No seas tan dura contigo —me dice—. Sí, eres la persona más torpe que he conocido, pero también eres la más valiente y soberbia que haya visto jamás pisar esta tierra. Tienes una gran fuerza de voluntad. Sé que puedes conseguir todo lo que quieras, solo tienes que proponértelo. Aunque se te haya arrebatado la libertad, sabes que algún día la vas a recuperar y luchas por eso a diario, sin rendirte; me lo has demostrado.
Parpadeo varias veces, de nuevo sin saber qué decir. Me vuelve a extender la espada y yo levanto el brazo sin la seguridad que se le refleja a él en los ojos. Finalmente, la tomo y mi brazo desciende involuntariamente por lo pesada que es. No puedo siquiera levantarla.
—Creí que iba a ser más liviana.
—¿Preparada? —me pregunta cuando Henryk le pasa otra espada.
El chico se sienta a los pies de un árbol y comienza a pasarle una tela a cada una de las espadas con mucho cuidado.
—No. —confieso.
No vale la pena mentir.
—Mariam, ¿dónde está todo el optimismo que te caracteriza?
—Murió desde que tomaste esa espada en tu mano —le digo—. ¿Ya puedo volver a mi amada biblioteca?
Da unos pasos atrás y empuña la espada. Oh, no, esto no es bueno.
Hago lo mismo, o al menos trato con todas mis fuerzas.
—Más arriba. —me indica.
—¿Qué cosa?
—Levanta la espada —Se pone de perfil para mostrarme cómo debería de hacerlo. Baja el antebrazo y forma un ángulo recto entre su cuerpo y este—. Así estás tú —Lo levanta— y así es como debes estar.
Hago lo que me indica con la mano temblorosa. Se me puede caer el arma en cualquier segundo y lastimarme un pie.
—Separa las piernas, Mariam.
—¿Qué?
—Que separes las... —Guarda silencio por unos segundos y agita la cabeza—. Me refiero a que...
Tiene la pierna izquierda más atrás que la derecha, así que adopto su misma posición antes de que siga explicando.
—Perfecto.
—¿En serio? —Sonrío.
—Sí, todo bien, solo que lo hiciste al revés.
Resoplo otra vez. ¿Es en serio?
—Si sostienes el arma con la mano derecha, la pierna derecha no puede ser la que sobresalga. Debe ser la izquierda para tener un mayor control a la hora de iniciar la batalla, y viceversa. Si sostienes el arma con la mano izquierda debes tener la pierna izquierda detrás, como estás ahora.
Recapacito, tiene razón.
¿Cómo no va a tener razón, Mariam?
Cambio la espada de mano y la empuño como puedo. Caleb se incorpora y se da una palmada en la frente mientras ríe.
—¿Qué hice mal ahora? —Me incorporo y lo miro, consternada.
—¿Eres zurda? —me pregunta.
—No.
—¿Por qué sostienes la espada con la mano izquierda entonces?
—¡Porque tú me dijiste...!
Pienso en todo lo que me ha dicho desde que tomé esta espada en la mano y la carpeta de notas mentales está saturada. Aunque no hay que pensar demasiado para comprobar que lo que está diciendo es lo único que tiene lógica en esta especie de entrenamiento.
—Tienes razón. —digo con rapidez y cambio la espada de mano.
—Perfecto —Sonríe—. Te enseñaré primero a bloquear el ataque.
Asiento con la cabeza.
—Si yo me acerco —Da unos pasos hacia mí y por instinto yo retrocedo, pero me detengo. Cuando está frente con frente a mí, levanta la espada y debo cerrar los ojos porque la luz que refleja va directamente hacia ellos— debes bloquearla.
Levanto mi arma y, dubitativa, la coloco de forma horizontal entre él y yo.
—¿Así? —pregunto.
—Bien, aunque no la estás sujetando con fuerza. Así no soportarás el ataque.
Él es mucho más fuerte que yo, de eso estoy segura, aunque confío que será incapaz de hacerme daño.
Vuelve a su posición original y me hace un gesto con la cabeza para que me prepare. Se acerca rápido hacia mí y yo abro los ojos de par en par cuando levanta la espada y yo hago lo mismo. Bloqueo su ataque de una manera más o menos exitosa, ya que no usa fuerza ninguna.
Repite lo mismo tres veces y en la última aplica fuerza. Yo estoy preparada así que bloqueo el ataque exitosamente.
—Muy bien, princesita —me dice—. Ahora, otros tipos de bloqueo. Puedo atacarte de diversas formas y tú deberás saber defenderte mejor aún. Y luego devolver el ataque.
—Primero lo primero.
—Claro.
Me enseña todo tipo de bloqueos que le pasan por la mente. Aplica la misma técnica: ataca dos veces sin presión y a la tercera usa fuerza, por lo que yo tengo que hacer lo mismo.
De un momento a otro me encuentra desprevenida. Pasa su pierna entre las mías y logra lanzarme al suelo. Mi nuca choca contra el césped. Henryk se pone de pie enseguida para ayudar, pero Caleb le hace hace un gesto con la mano que significa: detente.
—De pie. —me dice.
Achino los ojos. No contenta con que me dé órdenes, comienzo a levantarme y aplico su misma técnica. Paso mi pierna por detrás de las suyas y cae al suelo, aunque mi jugada no fue tan efectiva. Ya que yo también caí, ahora estoy prácticamente debajo de él.
Sus manos están a ambos lados de mi cabeza, sosteniéndolo de no caerse al suelo. Nuestras respiraciones están demasiado agitadas, puede que por el ejercicio o por la electricidad de ambos corazones conectados a través de una mirada. No despega los ojos de los míos ni por un segundo.
—¿Qué pasaría si me acerco un poco más? —sugiere.
Elevo las cejas.
—Un poco más, ¿para qué, exactamente?
—Un poco más —Se acerca. Me susurra al oído—, para besarte.
Sus ojos brillan. Inmediatamente me sonrojo y siento la necesidad de ocultarme para que él no vea mi reacción. Solo suelta risitas tediosas que me hacen querer eliminarlas con un golpe.
—Te empujaría tan fuerte que viajarías veinte kilómetros directo hacia el este —Señalo esa dirección— sin pasaje de regreso.
Cómo lo esperaba, él solo ríe mientras se incorpora. Me da la mano para ayudar a levantarme, pero de eso me puedo encargar yo sola. Sacudo mi vestido, cubierto de tierra y césped.
—Sabes que yo no haría nada que tú no quieras —Hace una reverencia que podría haberme hecho reir en otras circunstancias—. Soy un caballero.
Eso no lo dudo.
Meses antes.
A la mañana siguiente, como lo sospecho al abrir los ojos, no veo a la princesa en casa. Dejó una nota sobre la mesa, similar a la de ayer: Princesa, no salgas de casa. Tuve que salir. Te dejé el desayuno servido para que siquiera pongas un pie en el gallinero. Llego en breve, Kathlyn.
Este es el tercer día seguido en que se va sin avisar previamente, sin decir a dónde o con quién. Es un poco cansado ya.
No desayuno, no tengo hambre. Lo que me apetece hacer es salir a dar un paseo y estirar las piernas, así que eso hago. Sí, desafiaré las reglas extraoficiales para mantenerme con vida porque Kathlyn también lo ha hecho.
Tomo mi libro y camino en dirección contraria al molino. Atravieso un pequeño bosque, en el cual intento memorizar cómo lucen los árboles para no olvidarlos a la hora de regresar.
El sonido de agua fluyendo me hace saber que he llegado a un río. Me hago paso entre los árboles lo más rápido que puedo para verlo. No tenía idea que hubiera un río en medio del bosque. El agua es tan clara que es posible ver las rocas planas debajo. No debe tener siquiera un metro de profundidad. Unos pececillos dorados nadan en manada en dirección de la corriente.
Este sitio parece perfecto para esconderme, un lugar, como el bosque de las hadas, que dudo que alguien más conozca. Hay tal tranquilidad que solo escucho el agua fluir y el viento golpear el césped.
Me siento a las orillas, donde comienzo a leer con la luz que se escabulle de entre las copas de los árboles.
Han pasado aproximadamente dos horas y he alcanzado la mitad del libro. Entonces, mientras sigo concentrada, escucho pasos en el césped que vienen de atrás de mí. No estoy sola. Un escalofrío recorre todo mi cuerpo al darme cuenta que tuve que obedecer a Kathlyn, puede que sea un pirata y... hasta aquí mi vida. Puede ser también un animal salvaje, de los que suelen andar por estas zonas.
Antes de voltearme, tomo una roca a mi izquierda y se la lanzo a lo que sea que estuviera detrás de mí con el impulso de un rayo. Escucho un grito ahogado y parpadeo para darme cuenta que solo es Caleb, el cual ahora se retuerce en el suelo como lombriz en pleno verano porque la roca le dio en el estómago y, por lo visto, lo lastimó.
Me acerco con cierto grado de preocupación.
—Oh, Caleb, ¿se encuentra bien?
—¿Usted qué cree? ?dice, casi sin aliento.
—Lo siento, pensé que era... —Me detengo antes de decir lo que pensaba. Agito la cabeza—. No importa.
—¿Está loca? ¿Cómo me va a lanzar una roca?
—¿Por qué camina tan lentamente? ¡Pensé que era un animal salvaje, o, ¿qué se yo?, un asesino en serie!
—En efecto —dice cuándo puede sentarse—. Está muy loca.
—¿Cómo se encuentra?
—Creo que se me quedará una marca por unos días.
Inhalo y exhalo y me vuelvo a sentar a las orillas del río con el libro en mis manos para continuar la lectura por donde me había quedado, aunque ya me desconcentré.
—¿Qué lee? —me pregunta y se arrastra en el suelo para quedar sentado a mi lado.
—Caminos del pasado. —contesto.
Él frunce el ceño.
—No lo conozco.
—Estoy obsesionada, me gusta mucho —confieso con la sonrisa de una niña que acaba de descubrir la existencia de las sirenas—. ¿Sabe si en el campo hay pozos?
—¿Pozos? ¿Como los de agua?
Asiento con la cabeza.
—Pues no, no creo. Para algo tenemos el río. En esta región no vive mucha gente, por no decir nadie, como para construir un pozo de agua.
—Oh —Bajo la cabeza—. Es triste.
Caleb suelta una carcajada.
—¿Para qué lo quiere?
—En este libro los pozos no sirven únicamente para extraer agua, sino que sirven como fuentes de deseo mágico.
Frunce el ceño otra vez.
—Funciona así: lanza una moneda al pozo, cierra los ojos con mucha, mucha, mucha fuerza, pide un deseo desde el corazón, y se cumplirá. Solo que por cada acción hay una reacción. Siempre que un deseo se cumple, hay un precio que pagar.
—¿No basta con la moneda?
—Aquí se sacrifican vidas humanas —le explico, levantado el libro—. Bueno, también digamos que los deseos de los personajes son muy grandes para que se puedan pagar con cualquier cosa.
—Ya. Suena interesante, pero... no es mi tipo de libro. Yo soy de cosas más realistas.
—Pues la fantasía es muy linda. Hace volar la imaginación en lugar de estar frustrándose todo el tiempo con la realidad.
Caleb se acuesta sobre el césped, mirando el cielo que está cubierto por los árboles. Pone las manos detrás de la nuca.
—¿Qué pediría usted? —me pregunta.
—¿En caso de que existiera un pozo de los deseos?
Asiente con la cabeza.
Lo pienso, pero no demasiado. Sé muy bien lo que quiero.
—No es muy ambicioso, solo quiero recuperar a mi familia.
Él suspira. No espero que comprenda de qué hablo.
—Entiendo, problemas familiares. Sé mucho del tema.
—Le aseguro que no más que yo. -Suelto una sonrisa amarga.
—Sí, le aseguro que sí.
Sus palabras suenan muy serias, como si en verdad fuera posible que pase por más que yo. Él no sabe por lo que paso, pero si lo asegura de esa manera ha de ser porque sus problemas son terriblemente malos y difíciles de solucionar. O porque piensa que mis sentimientos valen menos, como todo el mundo.
—¿Y usted? —le pregunto— ¿Qué pediría?
Mira el cielo y sonríe.
—Libertad.
Libertad. Sí, eso es lo que queremos todos. Es lo más preciado que tiene la vida.
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