XXI. Niña adulta

Meses antes.

Al día siguiente, me percato de que me encuentro sola en la casa. Sobre la mesa del salón veo una nota calzada con un libro:

Mariam, salí por unos minutos. No salgas de la casa, si es posible tampoco de tu habitación y evita hablar con cualquier persona. Si gustas, en lo que vuelvo, cuida a los animales o continúa leyendo. Puedes cocer algún vestido y así mantenerte entretenida, pero no salgas. Conoces el por qué. Te quiere, Kathlyn.

¿Se volvió a ir, después de lo que le dije? Ayer mis últimas palabras con ella no fueron del todo agradables y pensé que la harían recapacitar. No me imaginaba siquiera que se volvería a ir como si nada, como si mis palabras no valieran nada. Se supone que es la más sensata de las dos.

Lo primero que hago es ir al corral para tomar un huevo y hacerme el desayuno. Si pretende que no salga de mi habitación y me muera de hambre, está muy equivocada.

Tomo el único huevo que veo con firmeza para que no se me resbale y doy media vuelta para entrar a la casita, cuando veo dentro del corral una gallina dormida. Me acerco y me agacho para verla más de cerca. Está tendida en el suelo con los ojos cerrados, pero con el pico abierto y respira bruscamente como si el aire fuera demasiado denso para ella. Parece que está agonizando.

-Buenos días.

Doy un brinco y el huevo cae al suelo, rompiéndose. Me pongo de pie y aprieto los ojos, implorando paciencia. Al final los abro, con un mal humor que es incluso palpable.

-¿Ve lo que provoca? -le grito a Caleb, que me observa desde el otro lado de las vallas que separan la casa del resto del mundo, como siempre- ¡Ya no hay más huevos en el corral! ¿Cómo piensa que desayunaré?

Él no parece comprenderme.

-Con vegetales -responde con simpleza-. Aquí hay muchos de esos.

Pongo cara de asco.

-¿Quién desayuna vegetales?

-Angie la puede ayudar.

-Angie no está -refunfuño-. Salió.

-Entonces coma pan.

-No tengo pan. Deberé ir hasta el molino.

-Pues vamos. Yo la acompaño.

-No... -Suspiro. Él encuentra una solución a los problemas con una facilidad increíble-. No puedo salir de casa.

-¿Y eso por qué?

¿La verdad?, porque la princesa Kathlyn me dejó muy claro en esa nota que no puedo salir de casa debido a que un grupo de piratas que tienen a toda nuestra familia secuestrada nos están buscando hasta debajo de las rocas, para torturarnos, extorsionarnos y matarnos, debido a que somos pertenecientes a la familia real y nos estamos ocultando. Claro, ¿por qué le hago caso a la chica que pone nuestra vida en riesgo yendo a sabrá Dios dónde y no lo quiere decir?

Pasan unos segundos en los que pienso en una respuesta ingeniosa para que este chico no sospeche. No le debo explicaciones, pero prefiero que todo sea más creíble. Miro arriba y abajo en busca de una señal... algo que me ayude a formular la respuesta perfecta, hasta que veo el rasguño de mi rodilla.

-Aún me duele la pierna. Casi no puedo caminar.

En realidad ni recordaba que tenía una rodilla hasta este momento. Estoy acostumbrada a las caídas y se curan rápido. La hinchazón ayer bajó a los minutos y el dolor se fue con ella. Nunca agradecí tanto una caída como ahora.

Caleb mira mi hacia abajo, para comprobar cómo sigue el golpe.

-Justo vine para preguntar cómo seguía, aunque veo que no tan bien.

-No es nada alarmante, pero creo que lo ideal es hacer reposo y ya mañana podré incluso correr.

-¿Le duele?

-No mucho.

-Le puedo traer el pan yo, si quiere.

No quiero molestarlo en subir y bajar la colina solo para ayudarme de forma gratuita y tampoco quiero seguir hablando con él. La idea es no hablar con nadie. Pueden estar vigilándome ahora mismo.

Niego con la cabeza.

-Es muy amable, pero no quiero molestar.

-Insisto.

Lo pienso por unos segundos. No se tardará tanto. Y si no le digo a Kathlyn, no tiene por qué enterarse.

Finalmente asiento con la cabeza.

-Estaré adentro. -le digo y entro a la casa.

Me sitúo en medio del salón sin mucho que hacer. La única idea que tengo es leer o cocer, y la verdad lo que más deseo es dar un paseo, cosa que tengo prohibido. Nunca he sido de respetar demasiado las reglas, sin embargo esta es una situación de vida o muerte.

Me siento en el sofá y preparo tela, aguja e hilo para hacer un vestido. Cuando lo tengo todo listo, Caleb me llama.

-¡Brear!

Salgo enseguida y tomo la bolsa de panes que tiene en la mano. Parece agitado, como si tuviera prisa y hubiera corrido a toda velocidad.

-¿Va a algún lado? -le pregunto.

-Asuntos profesionales. Buen día. -me dice y se marcha en dirección contraria al molino.

¿Qué clase de asuntos profesionales ha de tener un molinero?

Desayuno y coso un vestido sencillo. No tardo mucho. Aburrida, voy a la habitación de Kathlyn para ver qué libros hay en su estantería. Tomo los tres únicos que veo y me siento a la mesa del comedor a leerlos. El primero trata de la naturaleza, plantas medicinales y de primeros auxilios, el segundo de animales y el tercero comprende varias recetas de cocina.

Después de ojearlos, decido guardarlos de vuelta en su sitio, pero al levantarme de la silla en la que estaba sentada, una carta cae de uno de ellos. La tomo con la intención de guardarla cuando veo que la dedicatoria es a Kathlyn. Entonces no es del antiguo dueño de la casa, como los libros y el resto de cosas que nos habíamos encontrado. Tal vez ella la leyó y guardó ahí por seguridad. Aunque muero de curiosidad, la coloco en su sitio.

***

Al caer la noche y ver que Kathlyn no llega, no lo pienso más y simplemente voy a dormir. Ella llegará en algún momento, yo me encuentro demasiado cansada como para esperarla.

No sé cuánto tiempo ha pasado, pero al abrir los ojos ella está sentada en el suelo de mi habitación. Espera a que yo despierte con paciencia.

-Oye. -le digo.

Levanta la cabeza y se da cuenta que ya desperté.

-Mariam -Sonríe-. Ya llegué. Lamento haberme pasado el día fuera.

-Aún no me has dicho por qué. -Me incorporo en la cama.
-Y... tampoco te lo diré -me dice-. Al menos no por ahora.

Resoplo. Vuelvo a tenderme sobre la cama mirando un punto fijo en el techo, con una mano encima de la otra sobre mi regazo. Me pregunto qué estará haciendo mi padre en estos momentos.

-¿Cómo lo haces? -le pregunto a Kathlyn.

-¿Hacer qué?

-Pareces tan... serena, tan tranquila ante la situación, como si todo lo que está pasando fuera un juego de niños.

Se encoge de hombros.

-He aprendido a ello. Tú también deberías.

-¿No estás preocupada?

Hace un gesto de indiferencia.

-¿Por qué estarlo?

-Kathlyn, ¿es en serio? -Me siento en la cama para verla mejor. No me puedo creer lo que acaba de decir- ¡Tienen a nuestra familia! ¡Los tienen raptados! A tu madre, a tu hermano, a tus hijos. ¡Tus hijos de cuatro años! ¿Y si les hacen daño?

-No lo harán.

Parpadeo, confusa.

-¿Cómo puedes estar tan segura?

-Solo... tengo fe. Es todo.

Me vuelvo a acostar. A veces su fe puede ser surrealista.

Puede que no sea solo fe y ella conozca el paradero de nuestra familia, que esa sea la explicación a sus paseos misteriosos que tardan un día entero.

En el palacio ella lloraba en cada rincón por la fiebre de Fabio, demasiado preocupada como para pensar en otra cosa. ¿Cómo puede saber que está mejor ahora, o por qué no sigue angustiada y deprimida?

Suspiro y trato de aislar esos pensamientos. Si ella sabe dónde está la familia real, me lo hubiera contado.

-¿Y si nos encuentran? -le pregunto.

-Que no lo harán, Mariam, cálmate.

-La que estaba más alterada aquí eras tú.

-Pero comprendí que todo va a estar bien -me dice-. Tranquila.

Cierro los ojos por unos segundos, entonces Kathlyn se pone de pie y me empuja un poco para que le deje un lado de la cama. Ella se acuesta a mi lado, me da la espalda y cierra los ojos para dormir.

A veces hacíamos esto en el palacio. Nos escabullíamos para dormir en la habitación de la otra y hacer fiestas del pijama a escondidas. Aquí no hay que esconderse, no hay personas vigilándonos, como si fuéramos dueñas de nuestras propias vidas.

-Oye. -Muevo su hombro para que despierte.

No abre los ojos pero hace un ruido para que yo sepa que no se ha dormido. Debe estar cansada.

-¿Comiste algo? -le pregunto.

-Antes de venir. -contesta, sin moverse o abrir los ojos.

-Ah, vale.

Silencio. Cuando nadie habla solo se escucha un molesto grillo y a las gallinas cacareando.

-Prima, oye. -Muevo su hombro otra vez.

Ella vuelve a hacer ese ruido, como diciendo: ¿qué quieres?, intento dormir.

-¿Tienes miedo? -le pregunto.

-Un poco.

-Y yo -le digo-. Yo tengo mucho miedo. Soy una cobarde.

-No lo eres.

-Sí lo soy, no intentes aligerar mi carga.

-Todos tenemos miedos, porque somos humanos, y tú estás enfrentándote a ellos al querer recuperar a tu familia y al estar aquí conmigo. Te enfrentas a la situación y no huyes. Eso no lo hace cualquiera.

-Estamos huyendo, literalmente.

-Pero lo hacemos para después enfrentarnos a los malos. No estamos abandonando a los nuestros. Estás dispuesta a darlo todo por ellos, ¿no es así?

Asiento con la cabeza pero recuerdo que no me ve.

-Así es. -contesto.

-Ahí está. Eso es lo más importante.

Y silencio otra vez. Está claro que ella solo quiere dormir, pero yo ya no tengo nada de sueño.

-Oye, no te duermas. -Muevo su hombro, esta vez con más violencia.

Vuelve a hacer el ruido que me permite hacer mi pregunta.

-¿Cómo dices que has aprendido a estar tranquila en todo momento?

-Estoy entrenada.

-¿Cómo un perro? -me burlo.

-Básicamente -Se voltea para mirarme de una vez-. Cuando eres duquesa no tienes más opción. Recuerda que me coronaron muy joven, me casé siendo muy pequeña y me hice madre casi al instante. Maduré obligatoriamente. No es nada fácil, pero después se te hace normal no estar comportándote como una niña.

Hace una pausa.

-Pasé mi vida bajo la sombra de George y bajo las estrictas leyes de mi madre -continúa-. Debía ser una niña intachable: educada, bondadosa, honesta, callada. Pensé que sería una de las princesas más importantes cuando me casara, hasta que apareciste... quiero decir... hasta que naciste tú.

-¿Pensabas todo eso con cinco años?

Suelta una carcajada amarga. Ser duquesa de un reino con cinco años debe ser una carga enorme.

-Sí, y aunque no lo creas me quitaste un enorme peso de encima.

-¿Y por qué mi trato no fue tan estricto como el tuyo si se supone que seré reina?

-El trato fue el mismo, pero yo siempre he sido más dócil. Tú siempre fuiste una niña rebelde que no seguía órdenes. Además, eres la princesita y debían tratarte como una piedra preciosa para que no te hicieras ningún rasguño. Cuando te quejabas, había que obedecerte. Una de las niñas más importantes del mundo ha de ser tratada como tal. Todos pensaban que crecerías, madurarías, pero has crecido y... tu comportamiento no cambia.

-Ni cambiará -le digo-. No entiendo por qué se empeñan en reformarme sabiendo cómo soy.

-Toda niña pequeña quiere un palacio de juguete para poder pasear a sus muñecas por los pasillos -Se encoge de hombros-. Cuando la niña es la que debe recorrer los pasillos por una línea recta con la cabeza en alto deja de parecer un sueño.

-Pobres muñecas.

Kathlyn ríe.

-Yo hubiera preferido miles de veces haber nacido siendo pobre. -confiesa.

-Y yo. No estaríamos pasando por todo esto.

-Es irónico.

-¿El qué?

-Que... -Está unos segundos en silencio- muchos matarían por ser de la realeza mientras nosotras lo daríamos todo por haber nacido en el pueblo.

-Yo no nací para esto -admito-. No nací para seguir órdenes. Soy una persona pensante y me creo lo suficientemente capaz de elegir mi propio futuro.

Ladea la cabeza.

-Ojalá pudiera ser así.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top