XIV. El inicio de la tempestad

En la actualidad.

Chapoteo lo más que puedo mientras me falta la respiración y mi corazón late a mil por minuto. Mis pies, ahora descalzos porque se me acaban de caer las zapatillas, están flotando, intentando tocar alguna superficie inexistente. ¿Dónde estará el fondo de este lago?

La caída fue algo dolorosa, pero lo que más me cuesta es respirar mientras trago agua e intento no hundirme y ahogarme.

Cada vez que pienso en lo profundo que ha de ser esto y en qué debe haber debajo, el pánico aumenta sin ningún control. Muevo mis brazos y piernas con el único objetivo de mantenerme a flote mientras invierto el poco tiempo que paso con la cabeza fuera del agua para gritar por ayuda.

Siento un cosquilleo aterrador, como algo con una superficie lisa rozando la planta de uno de mis pies para luego desaparecer. Parece algo en movimiento. Un pez quizás. Comienzo a gritar de la desesperación y a agitar mis pies con más fuerza para espantar a lo que sea que me esté observando en las oscuras profundidades.

He escuchado acerca de pegasos, unicornios, dragones y elfos, pero lo que conozco del craqueen o monstruos marinos tengo entendido que es ficción. Ojalá solo traten de ficción.

Alzo la vista y veo a Caleb y a Tyler observándome desde el puente. El chico rubio solo se ríe a carcajadas mientras que el otro intenta no estallar de ira.

-Serás... -dice él, cuando corre hacia el interior del castillo.

-¡Caleb, tranquilo! ¡No hay prisa! -escucho que le dice.

Yo soy presa del pánico. No me gusta hacerme ver vulnerable frente a ellos. Quiero que me vean como la chica más fuerte del mundo, pero no lo consigo.

Eso mismo que me había rozado antes vuelve a hacerle cosquillasa mi otro pie. Grito otra vez y me sacudo para que se aleje. Chapoteo con más fuerza y percibo el sabor salado de mis lágrimas. El miedo me está ahogando. El miedo cortó mis vías respiratorias y ahora el oxígeno no puede llegar a mis pulmones.

En breve Caleb corre con una escalera de mano. La ata de alguna manera que no veo -no le puedo prestar demasiada atención-, y luego la lanza para que yo pueda subir. Se desenrosca y el otro extremo se sumerge bajo el agua. El problema es que si me muevo para alcanzarla me hundiré, o lo que sea que esté allá abajo me dará el mordisco que ha estado pensando darme.

-¡Ayuda! -grito.

-¡Sostente de la escalera! -me grita el peligro.

El agua taponea mis oídos. Me sumerjo, doy una bocanada de aire y hago un intento inhumano por responderle. Al final, lo logro:

-¡No puedo!

Él mira en todas direcciones sin saber qué hacer, entonces les grita a algunos sujetos que estaban fuera del castillo. Ellos corren por la exigencia de su voz. Les da algunas instrucciones. Ellos asienten con la cabeza. Caleb mira a su alrededor y se lanza se clavado al lago.

Lo pierdo de vista cuando se zambulle. El agua es tan turbia que no puedo ver siquiera mis propios pies. Enseguida un brazo me sostiene la cintura y evita que me siga hundiendo. Un grito ahogado escapa de mis labios pero es reemplazado por un escalofrío.

-Tranquila, princesita, soy yo. -me dice Caleb.

Respiro hondo y trato de calmarme, hasta que me doy cuenta que no puedo. Tampoco me hundo. Es lo suficientemente fuerte como para mantenerse a flote por sí solo y mantenerme en flote a mí.

-Sácame de aquí. -le digo pero, en vez de escucharse como una orden, parece una súplica.

Sin pensarlo dos veces el chico nada con dificultad. Mueve un solo brazo mientras me envuelve con el otro. No pasa demasiado para que estemos junto a la escalera. Entonces vuelvo a sentir el cosquilleo en la planta de mis pies. Caleb me mira con preocupación. Con un brazo sostiene la escalera y con el otro refuerza mi agarre. Hace un gesto a los hombres de arriba, los cuales jalan la escalera. Esta se eleva y yo me sujeto, aunque sé que Caleb no me soltará. Son cuatro hombres cargando con el peso de nosotros dos.

Cuando finalmente estamos en el puente, me siento, abrazando mis rodillas y temblando. Mi respiración es entrecortada. No me puedo creer que haya sobrevivido a esto.

No me dio pánico el secuestro de mi familia, no me dio pánico mi propio secuestro, tampoco clavarle un cuchillo en la pierna a un pirata y menos estar rodeada de decenas de ellos. No me dio pánico cuando me encerraron por meses en una mazmorra o cuando me apuñalaron la pierna hasta casi desangrarme. No me dio pánico cuando estaba envuelta en mi propia sangre. Me tiene que dar pánico estar rodeada de agua.

Cobarde.

Caleb se sienta a mi lado y me mira con atención. Su frente está llena de arrugas angustiosas. Parece preocupado. Es como si pudiera sentir cómo yo me siento.

-Mariam, tranquila.

No lo miro. Tengo mi vista en el puente, el cual tengo terror de que caiga por algún motivo poco probable. Sigo en una lucha interna contra el pánico de morir ahogada en el aterrador lago de este castillo por sus aguas o a causa de mi propio miedo. No paro de temblar, lo cual no me agrada para nada.

-Calma -Pone una mano sobre mi hombro y me acaricia suavemente. Traza dibujos sobre mi piel-. Estoy aquí.

Esta vez me digno a mirarlo. Y sí, está demasiado preocupado por mi estado. Me mira como a un gatito asustado. En sus ojos se puede notar la angustia y culpa, como si hubiera tenido algo que ver con lo que ocurrió hace menos de diez minutos. Me salvó, y no por la capitana ni por las acciones que esa loca tomaría, sino por mí.

No debería confiar en él. No debería confiar en nadie. Ni siquiera confío en mí misma, pero algo me dice que Caleb... es inocente. No se ha justificado, no me ha dado ningún tipo de explicación, pero mis deseos porque no haya tenido nada que ver con lo que pasó me impiden odiarlo, por más que quiera.

-Estoy bien. -Mi voz suena ronca y tengo que carraspear para no sonar como una señora de ochenta años.

Él suspira, expulsa todo el aire que había contenido en sus pulmones hasta este momento. Pudo pensar que me encontraba en un estado de shock, aunque pensándolo bien, podía tener razón.

Meses antes.

Un tren hecho de niños risueños se interpone entre el carruaje real. Nos detenemos bruscamente para que ninguno de los pequeños salga lastimado. Cinco niños tienen las manos sobre los hombros del otro y caminan de esa forma por las calles. Al ver el carruaje se detienen.

Los plebeyos lo miran con la boca abierta y las niñas lo señalan con una sonrisa en sus labios. Los que estaban tocando música se detienen para prestarnos más atención. Cierro la cortina cuando un niño logra verme del otro lado y me hundo aún más en el asiento lleno de cojines.

-Por eso prefiero venir a pie. -me dice Kathlyn, que está sentada a mi lado.

Acompaño a Kathlyn en busca de las medicinas de Fabio. El día de hoy Fabiana se ha tenido que quedar en casa para impartir sus clases de piano, así que decidí acompañar a mi prima al norte del reino.

El carruaje se detiene a petición de la princesa. Mary -la nueva sirvienta de Kathlyn- y Gianna bajan para comprar artículos para su uso personal en una tienda.

Nosotras dos nos quedamos dentro con la compañía de dos caballeros.

-Kathlyn, se va a poner bien -Pongo mi mano sobre su rodilla-. Tranquila. Al menos no está empeorando, esa es una buena señal.

Su hijo no mejora ni empeora, y ella está tan desesperada que le pidió a mi padre que permitiera que su hijo consumiera medicina mágica. Es milagrosa según dicen todos, pero mi padre se negó.

-Sí -me dice-, eso espero.

Su vista va dirigida a mi anillo, que reluce en el dedo anular de mi mano derecha. La retiro enseguida que ella ha esbozado una sonrisa enorme.

-¡Estoy tan feliz por ti! -me dice.

-¿Por qué?

-¿Cómo que por qué? ¡Te vas a casar, Mariam! ¿No estás feliz?

Ladeo la cabeza.

-Debería...

El anillo significa una alianza, pero para mí simboliza un grillete de acero en mi tobillo que no me permitirá volar. En cambio, si me lo quito, destruirá a todas las personas que me importan. Siempre he querido ser digna de mi título, así que si ser reina significa sacrificarse por mi reino, eso haré. No desataré una guerra porque no quiera casarme.

-Mi sueño desde pequeña siempre fue ese -me dice Kathlyn-. Mi boda fue el día más feliz de mi vida.

-Pero no te fue demasiado bien que digamos.

Ella deja de sonreír. Se esfuerza mucho para volver a elevar las comisuras de sus labios.

Ambas sabemos que Connor no es la persona más familiar del mundo y que para él sus hijos son solo dos niños más, no significan nada para él. Hubiera deseado que Kathlyn hubiera cumplido su sueño con una persona que la amara igual que ella.

-Te ayudaré a hacer una boda de ensueño -me dice-. Te ayudaré a diseñar el vestido, te peinaré, te maquillaré, ayudaré con la decoración y... -Deja de sonreír al ver que el entusiasmo es solo de su parte. Frunce el ceño-. ¿Qué pasa? -me pregunta.

Miro mis dedos; mi anillo, el cual desearía arrojar por la ventana...

-¿Te da miedo algo? -pregunta.

Niego con la cabeza.

-Es normal tenerle miedo al compromiso, o a cuánto poder tendrás. Yo también tenía mucho miedo. Me casé con el príncipe heredero del Reino Amatista, siendo la hija segunda de la reina del Reino Diamante. Pensé que sería reina pero... -Se corta a sí misma. Agita la cabeza sin mirarme-. Pasaron cosas... tonterías. Por suerte no tuve que gobernar un reino. Solo soy princesa por ser hermana del rey y princesa por ser... esposa de otro rey. -Suelta una carcajada.

Me pregunto por qué no es reina. Nunca me había planteado esa pregunta, pero lo lógico sería que gobernara el Reino Amatista.

-Tú serás reina de dos reinos -me dice-. ¿No es increíble?

Me encojo de hombro. Mira mi rostro para tratar de descifrar mi expresión. Yo no la estoy mirando a ella, hasta que abre mucho los ojos. Les hace un gesto con la cabeza a los caballeros y ellos se retiran del carruaje. Cuando estamos solas, ella habla:

-No te quieres casar. -deduce. Tiene la boca abierta.

-No es mi elección.

Ella se incorpora para mirarme a los ojos.

-¿Que no es tu elección? -Bufa- ¿Cómo no va a ser tu elección?

-Si no me caso, el rey del Reino Cristal iniciará una guerra porque el dragoncito que querían ejecutar incendió una escuela en su reino y murieron tres niños.

Y sé que fue culpa mía. Solo debo afrontar las consecuencias de mis impulsivos actos.

La expresión de Kathlyn es de perplejidad absoluta.

-No me lo creo.

-Pues sí. Y ahora estoy en la obligación de vivir bajo la sombra de otro hombre, además de mi padre, como si fuera un trofeo de paz.

Me asomo a la ventana. No quiero dar pena. Gianna está fuera de la tienda hablando con un señor. Lo reconozco al instante.

El día en que fue a trabajar al palacio la ayudé a enfrentarse a su padre, el cual amenazó con matarla si la llegaba a ver por las calles por haberlo abandonado y haberse llevado a su hermano.

Salgo del carruaje sin pensarlo dos veces y me doy un golpe en la cabeza con la parte superior de la entrada antes de bajar.

-Mariam, ¿qué haces? -me pregunta Kathlyn.

Su sirvienta me da la mano para bajar.

-Entra. -le digo, mientras camino hacia donde Gianna.

Los soldados me siguen. Miro detrás de mi hombro el otro carruaje real que nos acompaña, en el que también hay caballeros y soldados que nos protegen.

-Padre, es mi vida -escucho que le dice ella-. No puede pretender que me la pase pidiendo limosna, teniendo que alimentar a un bebé recién nacido. ¡Tengo diecinueve años!

-Vosotros dos sois mis hijos -le grita-, así que ahora mismo vais a volver a casa.

Ese hombre no se ve nada bien y no parece estar calmado.

-Señor. -Me interpongo entre él y la chica.

Él resopla y su aliento con olor a alcohol inunda mis fosas nasales.

-¿Tú otra vez? -me pregunta.

Gianna abre los ojos como platos.

-Padre, no puede tratarla así. Es la princesa.

-Me da igual lo que sea, a mí ninguna niña será capaz de darme órdenes.

Levanto las cejas con incredulidad.

-Mire, señor, en este instante va a dejar en paz a Gianna y a su hermano. Ambos están bien, son felices. Comen bien, duermen bien, gozan de buena salud, tienen todo lo que necesitan, y entre esas cosas no está usted. Así que, por su propio bien, aléjese de ambos, o...

-¿Qué? -espeta- ¿Vas a amenazarme como tus padres amenazan a todo el pueblo?

Suspiro. Si no logro que un plebeyo me respete, ¿cómo pretendo que todo el pueblo lo haga algún día?

-Si no me obedece -digo con más calma- pasará el resto de sus días en prisión. Si no toma una distancia prudente, se arrepentirá. Es su decisión.

Él bufa sin mirarme. Levanta una mano en mi dirección y yo doy un paso atrás, antes de que uno de los caballeros se acerque y lo inmovilice. Sujeta sus dos brazos detrás de su espalda, de modo que el señor no se puede mover.

-¡Suéltame!

El caballero me mira en espera de una orden. Gianna lo mira con los ojos muy abiertos. Kathlyn se baja del carruaje y Mary la sigue.

-¿Qué hago, su majestad? -me pregunta el caballero.

Sonrío. Todo depende de mi decisión ahora. Achico los ojos y me acerco un poco más a él.

-Llévalo al calabozo. -ordeno.

Todos los que nos rodean comienzan a murmurar en voz alta. Algunos están aterrorizados, otros confundidos, otros divertidos. De lo que estoy segura es que no podré volver a pasearme por aquí, puesto que todos han visto mi rostro.

El soldado conduce al padre de Gianna al segundo carruaje. Él forcejea pero nunca será más fuerte que un trabajador de la guardia real. El otro que nos acompañaba también sube. Gianna me mira horrorizada.

-Princesa...

-Tranquila -le digo-. No estará ahí para siempre. Deja que pase una noche para que aprenda a respetar a la realeza.

Ella se calma un poco. Sus hombros ya no parecen rígidos y sonríe sin que se refleje en sus ojos.

-¡Soltadme! -grita su padre.

Doy media vuelta para volver a mi carruaje. Los plebeyos que están cerca de dispersan como peces huyendo de un tiburón. No deseo que me teman de esa forma.

Kathlyn entrelaza su brazo con el mío para que volvamos, pero un estallido nos hace detenernos en seco. Primero el sonido de algo explotar y, al mismo tiempo, un estallido rojo y anaranjado de fuego y explosivos en el segundo carruaje. El calor me envuelve al mismo tiempo que mis pies se separan del suelo.

Caigo con la espalda sobre el asfalto al igual que Kathlyn y las dos sirvientas, al igual que el padre de Gianna y el soldado que lo sujetaba. Pero el carruaje ha estallado en fragmentos de madera y oro y diamantes. Junto con todos los soldados que estaban dentro.

El fuego chisporrotea. Un olor a azufre llega a mi nariz. Trato de levantarme con cuidado.

Muchos de los que estaban cerca ahora están tumbados en el suelo, con heridas graves y sus alaridos de dolor hacen que mi corazón se hace pequeño. Gianna corre en dirección a su padre, que tiene una herida sangrante en el estómago y sus brazos y rostro parecen quemados. Ella llora, arrodillada a su lado.

Compruebo que las otras dos estén bien y las ayudo a levantarse. Corro en dirección al único soldado que quedó vivo.

-¡Trae refuerzos! ¡Necesitamos médicos que ayuden a los heridos!

-Pero, princesa, ha habido un atentado contra...

-¿No se supone que sirves a la realeza? -le pregunto- Yo soy la que está al mando. Obedece mis órdenes y vuelve de prisa al palacio.

Pone una mano en su frente y firmemente me dice:

-A sus órdenes, su alteza.

Y corre hacia el bosque.

El conductor hace un ademán en bajarse del carruaje, cuando tres hombres a caballo aparecen y uno le atraviesa el pecho con una espada. Este cae al suelo, muerto. Los sujetos se suben al carruaje de un salto sin ninguna dificultad y abandonan los caballos sobre los que iban. Huyen con el carruaje real. Y nadie es capaz de detenerlos.

Me quedo petrificada, mirando el cuerpo del hombre al que le acaban de arrebatar la vida. Mis hombros tiemblan y limpio mis manos sudadas con la parte trasera del vestido. Nuestro conductor acaba de ser asesinado, tiene un agujero en el pecho y mi única reacción es quedarme inmóvil.

Algunos de los presentes comienzan a correr y a gritar, presos del pánico, aunque los sujetos ya se han marchado sin lastimar a nadie más. Otros no pueden darse el lujo de correr debido a que sus familiares están graves en el suelo. Muchos los toman por los brazos y piernas y los trasladan a las casas. Yo quiero decirles que la guardia real viene en camino, pero las palabras no salen de mi boca.

Kathlyn reacciona y me toma del brazo, a mí y a las sirvientas, y corremos dentro de la tienda de la que Gianna y Mary habían salido hace un rato. Nos escondemos bajo las mesas y vemos que otras personas también lo hacen.

Minutos después, al notar que nada más va a pasar, nos sentamos a las mesas para respirar y relajarnos. Unos hombres se llevan el cadáver de nuestro conductor.

-¿Qué acaba de pasar? -pregunto, esperando que alguien me dé una respuesta coherente.

-Piratas. -me contesta la princesa.

-¿Piratas? -pregunta Gianna, alarmada.

-Vosotras dos no debéis estar aquí -dice la rubia, refiriéndose a las dos sirvientas-. Si hay piratas aquí, significa que toda la realeza está en peligro y los que estén vinculados a ella. Huid, es lo mejor q podéis hacer.

-No entiendo -dice Mary-, ¿qué debemos hacer?

-Mi padre está grave ahí fuera. ¡No puedo quedarme aquí! -Gianna se levanta.

Yo la obligo a sentarse, haciendo fuerza hacia abajo por sus hombros.

-La guardia real está en camino -le digo-. No tardarán en llegar, en llegar algún enfermero...

-¿Y mi hermano? -pregunta, exasperada- ¿Mi hermano está bien?

-Lo más probable es que hayan atacado el palacio. -dice Kathlyn.

Gianna abre los ojos como platos. Intenta levantarse pero la vuelvo a detener.

-¡Suélteme! -grita- ¡Tengo que buscar a Isaac!

-No, no tienes que hacer eso -le dice Kathlyn-. Atacaron el palacio con el objetivo de secuestrar a la familia real, así que la servidumbre debe estar ahí todavía. Solo que no puedes volver hoy. La guardia del marqués del norte ayudará, al igual que la guardia del Reino Amatista. Recuerda que ambos reinos estaban comenzando una alianza...

Ella respira profundamente. Vuelve a sentarse pero sin estar calmada.

-Mary, ¿no me habías dicho que parte de tu familia vive en el pueblo? -le pregunta Kathlyn.

Ella asiente con la cabeza.

-Listo, permaneced con ellos hasta que sea el momento indicado.

-¿Y qué hago con mi padre? -pregunta Gianna.

-Lleváoslo con ustedes. Podéis pedir ayuda.

Ambas se miran y asienten con la cabeza. Se ponen de pie enseguida.

-Buena suerte, princesas. -nos dice Mary. Le hace un gesto a Gianna con la cabeza.

-Princesa -me dice Gianna-, si es cierto que hay piratas, usted corre un grave peligro. Quisiera ayudarla, ayudaros a ambas. Me sentiría muy impotente sin poder hacer nada, después de toda la ayuda que usted me brindó a mí y a Isaac.

Yo aún no proceso la información.

-Gianna, por favor, manténganse lejos. No quiero que ningún otro inocente sufra.

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