XII. "Pelirroja al agua"
En la actualidad.
Han pasado dos días desde que estoy en la camilla de la enfermería. Ni Caleb ni Cecilia me dejan poner un pie fuera de la cama. Los dolores no han vuelto y aun así insisten en dejarme aquí. Sin embargo prefiero esto a las mazmorras. Al menos me permiten sentarme.
Dalia aparece frente a mí con una sonrisa que no llega a los ojos. Tiene una mirada de culpabilidad.
-Me dijeron que está mucho mejor. -me dice.
Asiento con la cabeza y le sonrío.
-Gracias. -le digo.
-¿Por qué?
-Me salvaste. Le avisaste a Caleb que yo estaba grave y corrió para traerme aquí. Sin ti, hubiera muerto.
Parece haberse acordado de eso ahora, pues abre mucho los ojos y separa los labios en un ademán de decir algo. Los cierra y cambia su cara de perplejidad a una más alegre.
-Sí, lo hice, pero si me hubiera apresurado un poco más, llegado un poco más a tiempo, tal vez usted no hubiera estado tanto tiempo en coma, tal vez...
-Oye, tranquila -le digo-. Ahora estoy bien.
Caleb entra y sonríe al vernos charlar. Se acerca y me pone una mano en la frente para comprobar mi temperatura.
-¿De qué hablabais? -nos pregunta.
Abro la boca para hablar pero Dalia me interrumpe.
-La princesa me contaba que ya se siente mejor.
Él sonríe con dulzura.
-Eso es estupendo -dice-. Dalia, ¿nos puedes dejar?
-Ah, sí, claro, por supuesto.
Me hace una referencia formal de las que no se les debería hacer a las prisioneras. Se despide de Caleb y se marcha de la enfermería.
-Según Cecilia, ya puedes caminar.
-Oh, genial -digo con sorpresa. No es felicidad lo que siento ahora precisamente-. Eso significa que puedo volver a mi acogedora mazmorra.
Él sonríe amargamente.
-No hace falta. -me dice.
Achico los ojos sin saber a qué se refiere.
-Primero, intenta ponerte de pie.
Me extiende su mano y me apoyo en ella. Pongo un pie en el suelo y luego el otro, entonces suelto la mano de Caleb y lo miro con una sonrisa. Levanto mi pulgar para hacerle saber que todo está bien.
Él saca una venda de uno de los bolsillos de su pantalón y me cubre los ojos. Luego de unos segundos toma mis manos, las coloca detrás de mi espalda y ata mis muñecas con una soga. Arrugo la nariz.
-Sé que no hay necesidad -me dice-. Lo siento.
No sé a qué se refiere con que no hay necesidad. Si tengo la oportunidad, escaparé. Por tratarme con más dulzura que de costumbre no quiere decir que yo desee estar secuestrada.
Más tarde abre la puerta de la enfermería, me gira a la izquierda y camino por un pasillo, el mismo de la otra vez, cuando Cecilia me coció la pierna. Espero que giremos a la derecha y bajemos las escaleras de caracol, sin embargo lo que hacemos es subir por otras rectas.
La incertidumbre crece en mi cabeza mientras el frío del suelo invade mis pies descalzos por el camino desconocido por el que me guía Caleb.
Nos detenemos, escucho una puerta abrirse, seguimos caminando, escucho que la puerta se cierra detrás de mí y nos volvemos a detener. Esta vez de forma definitiva.
El chico me retira la venda de los ojos y veo algo que nunca imaginé. Me encuentro en una habitación de la realeza. No es tan grande como la mía en el Reino Diamante, pero es bastante amplia.
La decoración es rosa y blanca por completo. Tiene una cama matrimonial, junto a esta unos cajones de madera de roble blanco, un armario en la pared paralela a este del mismo material y una alfombra circular en el suelo. Lo mejor que pude ver fue una repisa muy, muy grande, llena de libros.
Con esto compruebo que Dalia no me mintió. Estamos en el castillo del Reino Amatista.
Estoy sin habla. No entiendo por qué me trajo aquí, cuál es su objetivo o qué quiere que yo piense. Debe tener algún plan en mente. No puedo dejarme engañar. No otra vez por la misma persona. No.
-¿Qué es esto? -pregunto.
-Tu habitación hasta que llegue la capitana. -me contesta.
Parpadeo.
-Quieres decir que... ¿dormiré aquí hasta que llegue la dichosa capitana?
-Exactamente.
Frunzo el ceño y mis labios se separan solos por la sorpresa. Vuelvo a ojear todo, giro en mi lugar como si nunca hubiera visto esta habitación antes.
Cuando visité este lugar con doce años por la boda de Kathlyn, la ceremonia se extendió durante semanas porque nuestra familia y la de Connor estaban reunida. Yo dormí en esta misma habitación.
-No entiendo. -le digo.
-No tienes que entender -me dice Caleb y se coloca detrás de mí para quitar la soga que me rodea las muñecas-. Sin preguntas. Digamos que... es un regalo de cumpleaños.
Me quedo anonadada al ver que recuerda lo que le dije aquella vez. No lo había olvidado. Incluso yo lo había olvidado y él lo recuerda.
Ha de ser el día de mi cumpleaños y yo siquiera lo sabía.
Este día fue tan esperado por mi padre. Cada uno de mis cumpleaños eran los días más felices para él porque, según lo que siempre dice, es el aniversario del día más feliz de su vida.
-Ajusté demasiado esta soga -me dice Caleb, mientras siento su respiración pesada en mi nuca-. Pero la capitana no se puede enterar de esto, ¿entendido? Es un secreto.
-Tampoco es que piense hablar mucho con ella.
Siento como ya mis manos son libres y las sacudo en el aire. Están enrojecidas.
-Tu piel es muy delicada.
Me encojo de hombros.
-Este material me irrita.
Se acerca al armario de madera que había visto antes y lo abre de par en par. Está lleno de vestidos hermosos que deben ser propiedad de la realeza, pues se nota que son de una tela muy fina. Y debajo hay tacones y zapatillas no tan altas de todos los colores imaginables. Me imagino con ellas recorriendo el pueblo.
-¿De quién es todo esto? -pregunto.
Si aquí vive o vivió Connor, supongo que esta es la futura habitación de Fabiana. O la habitación que tenía preparada para cuando viniera a visitarlo, pues yo solo pasé aquí una noche hace cinco años. Antes de que los niños nacieran.
-No te debe preocupar eso porque ahora es tuyo -me responde-. En estos cajones hay peines, perfumes, joyas, todo lo que necesites. Si te hace falta algo más, solo avísame. ¿Ves esa puerta de allá? -Señala una puerta a la que ni siquiera le había prestado atención- Es el baño. En breve traigo a Dalia para que te preparen la tina.
-Caleb, no me quiero quedar aquí.
Él me mira con cara de estupefacción.
-¿Prefieres la mazmorra? -Pone los brazos en jarras- Eres muy rara, ¿sabías?
-¿Qué tipo de secuestro es este? -pregunto- ¿O todo es un plan estratégico para... matarme o algo así? Si quieres darme un verdadero regalo de cumpleaños, entrégame mi libertad.
Caleb suspira.
-Mariam, te estoy dando todo lo que está en mis manos. No puedo dejarte libre.
-Sí, ya lo sé, morirás. Estoy cansada de escucharte siempre diciendo lo mismo.
Siento que soy una malagradecida, pero la verdad es que este chico es mi secuestrador. No estoy siendo malagradecida, él merece lo peor. Sí. Debo convencerme de eso porque siquiera yo me lo creo.
-Entonces no sigas insistiendo -Se acerca a la puerta gigante de madera detrás de mí-. Mientras más insistas, más escucharás lo mismo y más te cansarás. Así que no te desgastes en seguir pidiendo lo mismo -me dice. Su voz es dura; no parece el mismo que me hablaba hace un rato-. Ah, y no intentes escapar. Esto está lleno de guardias y piratas.
Le da dos golpes a la puerta y unos guardias del otro lado la abren. Cuando él se marcha, la cierran.
Y ahora yo estoy sola en una habitación completamente extraña.
Sin saber qué hacer, me siento en el suelo sobre la alfombra rosa de algodón. La habitación no me parece acogedora, da miedo. A mí me aterra la idea de ser torturada y que al otro día me obliguen a permanecer en una habitación de personas ricas.
Minutos después, la puerta se abre. Veo a Dalia de pie con un balde de agua caliente en una mano y unas toallas en la otra.
-Princesa -dice y hace una reverencia-. Le prepararé una tina para que tome un baño.
***
Me he visto al espejo, el que cuelga en una pared del baño. Primera vez en estos ochenta y siete días. Mi piel es demasiado pálida, evidencia que el sol no la ha besado en mucho tiempo. Tengo unas ojeras horribles y mis labios se encuentran resecos por la deshidratación.
Lo primero que veo son las cicatrices: una sobre la ceja en el lado izquierdo de la cara, de unos dos dedos de largo, otra en la mejilla de la derecha, esta un poco más prolongada aunque no parece ser permanente, y una última en el mentón.
Me alejo un poco para verme de cuerpo entero. La clavícula está mucho más marcada, al igual que mis costillas y los huesos de las caderas, y mis brazos y piernas se ven más pequeños que antes. No tenía idea de que en tan poco tiempo se pudiera adelgazar tanto.
No me reconocería a no ser por mi rostro y por la quemadura blanca en mi abdomen. Crece en vertical, desde donde comienza mi pierna derecha hasta las costillas del lado derecho.
La recorro con los dedos, recordando el día en el que me la hice. Era demasiado pequeña para comprender que me acompañaría toda la vida. Primero la odié, y luego comprendí que forma parte de mi cuerpo, de mi vida y que debo asumir las consecuencias al soñar con dragones.
Dalia había apartado para mí un vestido verde esmeralda con varias capas, que escalan de un tono pálido a uno mucho más oscuro. Es como los que yo usaba en el palacio. La sirvienta me ayuda a ajustar el corsé. Para mi sorpresa, es de mi talla. Uso unas zapatillas del mismo color. Lo bueno de todo es que no me obligan a usar tacones.
¿Y ahora qué? ¿Estaré en esta habitación hasta que decidan qué hacer conmigo?
-Ahora debe bajar para la cena. -me dice Dalia.
Niego con la cabeza.
-No voy a bajar a ningún lado.
Ella me mira sin creerse lo que acabo de decir. ¿Tan increíble es que tenga orgullo?
-Princesa, ¿es en serio? -me dice-La están tratando como... como tal, como tratan a las personas de la realeza, incluso le dieron la posibilidad de recorrer todo el castillo si así lo desea. Muéstrese un poco agradecida, por favor.
Estoy un poco cansada que me hable en ese tono. Las sirvientas no suelen expresarse así. Tal vez lo haga porque no es mi sirvienta, sino una marioneta que Caleb ha enviado para custodiarme las veinticuatro horas del día. ¿Cómo voy a estar agradecida con mi secuestrador porque me diera un poco de comodidad, si es que se le puede decir así?
-Dile a tu jefe que yo no sigo órdenes de nadie.
Parezco mucho más enfadada cuando me ofrecieron esta habitación que antes. Sí, mi actitud es extraña, pero la de él al hacer esto, también.
Dalia resopla.
-¿Quiere que la vuelvan a encerrar? No sea tan terca, por Dios. Si no baja, va a morir de hambre.
Me encojo de hombros.
-Así termino más rápido con este infierno.
Dalia entrecierra los ojos, le da dos golpes a la puerta, la abren desde afuera y se marcha. Quizás va a darle las noticias a Caleb, ¿quién sabe? Me da igual.
Me tiendo en la cama y me mantengo observando el techo. Me recuerda a estar en casa, aunque allá cuando quería desaparecer iba al pueblo. Ahora lo único que puedo hacer es leer algo de lo que tienen esas estanterías.
Me pongo de pie y tomo uno de los libros. Ya me lo había leído antes, así que lo dejo. Tomo un segundo libro, que también lo había leído. Tomo el tercero y... ¡oh, sorpresa!, también lo había leído. Y el cuarto, y el quinto. Los que no había leído son tan clásicos que conozco el final.
La puerta se abre. ¿Quién puede ser ahora?
-Dalia me comentó que no quieres bajar a cenar.
Volteo y ahí está él, como siempre. Su rostro dulce ya me está cansando. Me mira de arriba abajo, analizando el vestido que traigo puesto. Creo que nunca me había visto usando uno así.
-No tengo hambre. -digo y tomo otro libro. Paso mis dedos sobre la portada, el lomo y lo vuelvo a colocar en la estantería.
-¿Estás leyendo?
-Tus libros son tan clásicos que ya me los he leído todos -contesto, sin dejar de mirarlos-, así que no -Me vuelvo hacia él-. Debes actualizar tu estantería.
-Esa es solo una de las muchas estanterías del castillo.
-Si no me las vas a mostrar, mejor ni me lo digas. -Le regalo una sonrisa lo suficientemente falsa como para que lo note.
-Te las mostraré todas si bajas a cenar.
Pongo los ojos en blanco.
-No, gracias. Prefiero tirar por accidente un panal lleno de abejas cientos de veces que cenar contigo.
Esa no pareció ser la respuesta que esperaba. Se mantiene en silencio por unos segundos. Trato de no mirarlo, pero su manera de no hacer ruido ni siquiera cuando respira me intriga demasiado. Levanto un poco la mirada y veo que ya no sonríe, mantiene la expresión seria que me perturba, que me hace recordar quién es en realidad.
Cuando sonríe parece otra persona. Su rostro se transforma de una manera increíble, como nunca vi que a alguien le favoreciera una sonrisa.
Su semblante serio solo me hace pensar que dejará que muera de hambre, aquí tirada, y que todos olvidarán mi existencia cuando este castillo se haya demolido por orden suya.
Al final suspira. Me da la espalda y se dirige a la puerta. Levanta la mano para golpear con los nudillos, pero se detiene. Me mira sobre su hombro y dice:
-Le diré a Dalia que te suba la cena.
***
Me había ido a dormir con media cena que me habían servido en el estómago y con un nudo en la garganta. Me siento angustiada y en cierto punto, culpable, porque mientras yo duermo en colchones de plumas mi familia debe estar sufriendo un infierno.
No sé qué pretenden los piratas tratándome bien ahora. Caleb mencionó que la capitana no se puede enterar, así que están haciendo algo prohibido. ¿Con qué propósito? Si hasta ayer me torturaban, ¿por qué ahora me tratan así?
La cena que me habían servido la noche anterior no se comparó con lo que me habían ofrecido con anterioridad. Una buena ración de frutas y semillas frescas, pan de avena, queso, mermelada y una tasa de agua muy fría.
Dalia me la trajo en una bandeja de plata con cubiertos del mismo material. Y aunque a mi estómago se le antojaba todo eso, mi cabeza sentía una enorme culpa.
Me levanto de la cama con la misma ropa del día anterior y camino hasta la puerta. Me apetece salir, recorrer el lugar, aunque no sé si lo tengo permitido.
Dubitativa le doy dos golpes a la puerta y dos guardias desde afuera me abren instantáneamente. Cuando las puertas se han desplazado, ambos vuelven a su posición original: firmes a los extremos de la puerta. Me ignoran. Tienen la armadura reluciente de un caballero y espadas en los cinturones. No usan cascos, por lo que les puedo ver el rostro.
En el palacio ningún sirviente puede mirar a los ojos a la realeza. Bueno, ni en el palacio ni en ningún otro sitio, por respeto a la corona. En el caso de los caballeros siempre tratan de permanecer inmóviles, como estatuas que su única función es velar por el control. Al igual que los soldados deben serles eternamente fiel a la familia real. Es sencillo olvidar que son personas de carne y hueso con sentimientos y necesidades.
Sostengo el vestido con mis dedos para poder caminar y sutilmente coloco un pie fuera de la habitación. Esos guardias siguen sin mirarme, solo miran un punto fijo frente de ellos, así que tengo el instinto de correr en dirección a unos escalones que van hacia abajo.
Tal y como recordaba el Castillo de Amatista. Es muy hermoso. Las paredes, el suelo y los escalones que piso son de roca pulida, un material muy resistente para la guerra. Eso y las fortalezas del reino lo convirtieron en el más seguro en el período donde la paz parecía inalcanzable.
Mirando hacia abajo por los barandales que limitan los pasillos se pueden observar todos y cada uno de los pisos hasta la planta baja. De estos barandales cuelgan imitaciones de la bandera del Reino Amatista.
En lo alto del techo una lámpara que debe medir lo mismo que las campanas del palacio proyecta luz por todo el lugar. Compruebo una teoría. Está hecha de pequeños trozos de amatista pulidos y su luz se refleja en otros pedazos de la piedra preciosa que hacen función de cerrojo en cada una de las puertas. Por ese motivo es capaz de iluminarlo todo. No recordaba eso, o de niña nunca me pareció interesante. La verdad es que es una genialidad.
Bajo los escalones con cuidado de que el vestido no se arrastre por el suelo, para lo cual utilizo mis manos y lo sostengo. No recuerdo nada más de este castillo. Camino un poco más y llego a lo que parece ser el comedor. Hay una mesa grande, rectangular, una alfombra y cuadros de obras abstractas. Luego me aproximo a la cocina, la que es igual al resto del castillo. Tiene unos cuantos platos y cubiertos, lo cual me parece extraño si es verdad que aquí no vive nadie.
Me detengo un momento. No hay sirvientes, ni caballeros, guardias, elfos o soldados. No hay ni un pirata que esté cuidando lo que hago. Estoy paseando por el castillo como si fuese mío, como si no fuese prisionera
Puede que sí me estén vigilando en secreto, que haya alguien escondido por algún lado o que haya un sistema de seguridad avanzado para asegurarse de que yo no salga de aquí. Lo ignoro y continúo.
Salgo de la cocina y camino por una entrada en forma de arco, para luego ver en la pared adyacente a esta una igual, pero con vistas al exterior. Es como una puerta de salida, aunque para salir definitivamente habría que cruzar el puente plegable y atravesar la parte delantera, la cual ya no se encuentra bajo techo, para llegar a la verdadera salida. Hay unas barras de hierro que separan el castillo del resto del mundo.
Cierro los ojos al poner un pie sobre el puente de madera. La luz del sol acaricia mi piel y me ciega. Parpadeo hasta que mis ojos se adaptan.
Me sostengo a una de las enormes cadenas de acero que sujetan el puente para ver debajo de este. Puedo observar un lago de agua no muy cristalina que parece rodear toda la construcción.
Cuando miro más allá de la salida definitiva, veo un pequeño puerto y... agua. Lo único que puedo ver es agua. Por lo visto este castillo tiene su propio puerto privado. El lago que tengo debajo de mí debe estar conectado en algún punto con mar abierto.
Lo que más me sorprende son los monstruosos barcos piratas. Son enormes, no me sorprendería que del mismo tamaño que un dragón adulto. Las velas no están extendidas para que los barcos no sean impulsados por el viento, sin embargo supongo que hay un ancla debajo del mar. Hay tres de estos, unos más grandes que otros.
Los piratas que caminan por la cubierta parecen hormigas que luchan por migajas de pan. Otros suben y bajan cajas. Hay niños que corren y se persiguen unos a otros, que bajan de los barcos y los adultos les piden que vuelvan a subir.
Eso sí que no estaba aquí hace cinco años.
Veo a Linda, la pirata rubia que visitó mi mazmorra con Caleb hace tiempo, cruzada de brazos y con la espalda apoyada en los barrotes de hierro. Está sonriendo. Conversa con otra chica, morena y con una complexión fuerte sin llegar a ser musculosa. Ambas parecen viejas amigas.
Camino un poco por el puente, piso fuerte con un evidente miedo de que este se derrumbe en cualquier momento y yo me ahogue. Doy unos pasos y llego a la mitad. Me acerco un poco a la orilla y, sin bajar la cabeza, miro hacia abajo. Un mareo aturde mi cabeza y doy dos pasos atrás, cuando siento que alguien me sostiene las manos en la espalda.
-Princesa, ¿me extrañaste?
La voz de Tyler en mis oídos no hace más que estresarme, teniendo en cuenta la situación y que un paso suyo sería mi muerte.
-¿Qué haces? -le pregunto. Mi voz es exasperada- Suéltame. -exijo.
-¿Qué haces tú aquí? -Hace énfasis en el "tú"- Al aire libre, como si fueras la dueña o como si mandaras en algo. Por lo que veo no respetas la órdenes de Caleb o él es demasiado pasivo contigo.
-No pretendía escapar -le digo. Trato de verle la cara pero me es imposible-. ¿Cómo podría hacerlo? ¿No ves que eso allá afuera está plagado de piratas?
Después de unos segundos de silencio, Tyler me inclina un poco. Mi cabello se ondea con el aire y yo trago saliva con dificultad.
-¿Y si te empujo? -me pregunta.
Miro, dentro del pánico que está despertando en mí, ese lago. Se ve oscuro y profundo, como si allí habitara un monstruo dispuesto a atacar a cualquiera capaz de perturbar las aguas.
-No lo harás. -le digo. Lo mejor es sonar confiada en lugar de presa del pánico. O eso creo.
-¿Cómo estás tan segura de eso?
-Si yo muero, mueres conmigo. La capitana estará muy decepcionada de ti, ¿no crees?
-No tienes que morir, solo será... entretenimiento. No te lo tomes personal. Nadarás un poco, es todo.
Y pensar que Cecilia dijo que estaba preocupado por mí. Le alegra hacer sufrir a los demás de una forma sorprendente. Y más a mí, que me odia por lo que le hice a Caleb, o simplemente por formar parte de la realeza.
-Ah, ¿sí? ¿Y luego cómo salgo de ahí?
-Cuando me aburra, te lanzo una escalera. Sencillo.
Suena tan confiado que juraría que en verdad me va a lanzar. No me preocupa el dolor que causará el impacto de la caída, lo que me asusta es la profundidad y el hecho de no saber nadar. Si el monstruo de las profundidades despierta me engullirá de un solo bocado.
-Por segunda vez. -Caleb aparece de repente. Llega del puerto. Camina con la mandíbula tensa y los puños apretados.
Emito un suspiro de alivio. Si Caleb está aquí, no permitirá que su mejor amigo trate de asesinarme. Otra vez.
-¡Oye! -le dice el rubio, sonriendo- ¿Qué te parece mi nueva obra? Se titula: "Pelirroja al agua". ¿No es divertido?
-Déjala en paz, Tyler -dice él, con un tono de voz grave. Se encuentra realmente molesto-. Suéltala.
Tyler lo mira, me mira a mí, mira el agua, se encoge de hombros y dice:
-Si tanto insistes.
Y luego de eso yo me encuentro cayendo a una altura de más de cinco metros hacia un lago sabrá Dios de qué profundidad.
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