XI. Pequeño dragón
Meses antes.
Estoy tendida bocarriba sobre mi cama. Se supone que debo dormir porque mañana es mi examen. Siquiera he estudiado nada porque me es imposible pensar mientras una criaturita inocente está sufriendo. Mañana, mientras yo esté haciendo el examen, le cortarán la cabeza al bebé dragón.
Gianna barre el suelo con una escoba. Me lanza miradas a cada rato para comprobar si me he dormido.
Alguien golpea la puerta al cabo de un tiempo y ella deja la escoba apoyada en la pared. La pierdo de vista cuando sale de la habitación y golpea la puerta del salón de regreso para que los guardias de afuera le abran.
—Su alteza… —escucho que le dice Tyler.
—Disculpa, no soy la princesa. —responde ella al cabo de un segundo.
Pasan dos en los que ninguno de los dos dice nada. Me pongo de pie y cubro mis hombros con una tela transparente. Me dirijo hacia la sala de estar sin prisas.
—Te pareces mucho a la princesa heredera —le dice—. Es curioso. ¿No seréis familia?
—Ojalá pertenecer a la familia real.
Escucho que él suelta una carcajada.
—Puedes beneficiarte mucho con ese parecido, ¿sabes? Considerando que eres nueva, podrías...
Me posiciono junto a Gianna con el ceño fruncido y Tyler guardia silencio. Ella se retira y vuelve a la habitación.
—¿Sí? —inquiero.
El sirviente de mi padre vuelve a hacer una reverencia.
—Su majestad, su padre me pidió que le recordara que mañana es su examen de literatura. Él no estará en el palacio, así que desea que usted sea una perfecta anfitriona para su profesora.
Asiento con la cabeza.
—Gracias por recordármelo, Tyler.
—De acuerdo —me dice—. ¿Hay algo en lo que la pueda ayudar? —me pregunta.
Niego con la cabeza.
—Está bien, entonces me retiro —Sonríe gentilmente—. Con permiso, princesa. Buenas noches.
Él hace otra reverencia y se aleja sin darme la espalda.
—Buenas noches a ti también. —le digo.
Las puertas se cierran cuando Tyler ha desaparecido. Voy a la habitación, donde Gianna sigue barriendo. Al verme deja de hacerlo. Está sonriendo.
—¿Cómo pueden llegar a confundirme con usted? —me pregunta.
Me encojo de hombros.
No creo que Tyler hubiera querido que escuchara cuando comentó que Gianna puede beneficiarse mucho con ese parecido. Ahora que lo pienso, ambas nos podríamos beneficiar. Más yo que ella, a decir verdad.
Una idea brillante me viene a la cabeza y esbozo una sonrisa enorme. Gianna me mira con confusión.
—¿Pasa algo?
—Ya sé cómo pasar mi examen y salvar al dragón —le digo—. Pero necesitaré de tu ayuda.
***
Ser maestra nunca se me ha dado bien. Cada vez que alguno de los hijos de Kathlyn me pedía que les explicara algo de alguna materia, yo simplemente decía que no sabía cómo hacerlo. Nunca he sabido explicar o expresarme bien, lo cual es un terrible defecto si quiero llegar a ser reina.
Gianna y yo nos pasamos la noche de ayer estudiando literatura del Reino Diamante. Ella no tenía conocimiento alguno sobre los temas importantes, solo sabía lo básico.
Accedió de inmediato cuando le dije mi plan: se haría pasar por mí frente a la nueva profesora mientras yo me escabullía al acantilado. Nadie en el palacio se atreverá a desafiarme y, como no va a estar nadie de mi familia presente, el plan saldrá perfecto.
Ella usa uno de mis vestidos. Este es del color de los rubís y usa mi tiara, además de un par de pendientes que combinan a la perfección con el tono pálido de su piel.
Con mi capa recién terminada de arreglar salgo por la ventana de mi habitación. Gianna retira la soga para que nadie sospeche. Le pedí que la volviera a guardar dentro del cofre. Ella se encargó que no hubiera ningún guardia fuera, así que me dirijo al establo y monto mi pegaso. Salimos lo más rápido posible en dirección al acantilado donde ejecutarán al dragón.
O eso piensan.
Toda mi familia se marchó minutos antes en los carruajes. Solo debo ser un poco más rápida al cabalgar. Minutos después, llegamos.
Dos carruajes inmóviles junto a unos árboles y toda mi familia —a excepción de Kathlyn y sus hijos— están cerca del borde del acantilado. Es tan alto que es posible ver el mar debajo sin siquiera acercarse demasiado. El sonido de las olas es lo único que soy capaz de escuchar.
No visten como si fueran a ser los culpables de una muerte, en sus rostros no hay ni un ápice de arrepentimiento, de sensibilidad.
Ato a Destiny en un árbol. Me acerco lo más cautelosa posible, escondiéndome entre la arboleda.
Hay dos hombres más. Uno tiene el cabello canoso y otro sostiene un hacha. La hoja es más grande que su propia cabeza. Me estremezco. Brilla y refleja la luz del sol.
Puede que esté haciendo algo imprudente, algo que dudo que mi madre o abuela consideren digno de una futura reina, pero en mi opinión esté es un acto de nobleza. Todos tenemos derecho a una segunda oportunidad, en especial un recién nacido. Además, la muerte nunca será una solución.
Estoy tomando cartas en el asunto, por mi reino y por sus habitantes. Estoy siendo una princesa que se deja llevar por su corazón en lugar de por su cerebro, y puede que sea un error. Pero confiar en mis sentimientos, ser impulsiva, escuchar a mi corazón nunca ha estado de más.
Impaciente cuento los segundos, los minutos, pasa una hora y no ha llegado el dragón. Entonces el movimiento de unos arbustos en el lado opuesto a donde yo estoy nos hace desviar la mirada a todos los presentes.
—Ya están aquí. —dice el hombre canoso con una sonrisa.
Entonces los veo. Otro hombre sostiene unas riendas que parecen de metal. Están atadas a un bozal enorme alrededor del hocico del dragón.
Es un dragón pequeño, que debe ser casi de mi tamaño. Puede que un poco más pequeño que yo. Los dragones adultos llegan a medir diez veces más. Sus escamas son de un azul pálido, el color del agua cristalina de los ríos. Sus ojos son negros como dos gotas de tinta. Sus alas están pegadas a su cuerpo, agacha la cabeza con miedo. Los mira a todos con extremada preocupación.
Toco mi pecho para asegurarme que no se me ha caído el corazón al suelo.
No debe tener edad suficiente para que alguien lo pueda montar, así que no tengo idea de cómo lo rescataré.
El hombre que sostiene las riendas lo acerca al verdugo. Todos los presentes retroceden unos cuantos pasos. Mi padre lo mira con pena, mi madre con asco, mi abuela con desprecio. Son unos monstruos por permitir que eso pase.
El verdugo levanta el hacha. Apunta a su cabeza. El filo del arma resplandece y se me ocurre una idea demasiado precipitada. Desato a Destiny y le doy ciertas instrucciones.
Mi pegaso cabalga y relincha entre los presentes. El verdugo baja el hacha. Todos están prestándoles su entera atención al espectáculo. Los dos hombres intentan atraparla pero Destiny extiende sus alas, levanta las patas delanteras y las agita en el aire.
Mi madre sostiene el brazo del rey y se lleva una mano al pecho. Mi abuela lo mira todo con los ojos como platos.
—¿Ese no es el pegaso de Mariam? —pregunta la reina.
Aprovechando la distracción, desato los caballos de los carruajes sin que nadie pueda verme. Para ello me escondo muy bien entre la flora. Toco sus alas, su punto débil, y estos levantan las patas delanteras, relinchando. Retrocedo con el corazón en la garganta. Se echan a correr y abren sus alas para sobrevolar el acantilado.
Todos dejan de prestarle atención a Destiny para quedarse boquiabiertos porque sus cuatro caballos se han ido.
El hombre canoso y el que sostiene el dragón suben a dos pegasos que estaban atados a otros árboles. Persiguen a los que se escaparon por el cielo. Los veo alejarse como pájaros gigantes y se pierden entre las nubes.
Mi madre se pone las manos en la cabeza. Mi abuela mira a su alrededor con frustración. Mi padre trata de acercarse al dragón, el cual lo sostiene el verdugo, hasta que yo le lanzo una roca en su rostro.
El hombre suelta el hacha, que cae al suelo con un sonido sordo, y las riendas del dragón para frotarse la cara. La cría corre en dirección al bosque y tomo a Destiny sin que nadie lo note para poder perseguir al bebé.
Nos adentramos en aquel bosque, donde los árboles no permiten que la luz del sol toque el suelo. La mayoría de los bosques en el Reino Diamante son así, con árboles de varios metros de altura. Del tamaño de un dragón.
Paso minutos en los que me cuestiono si he perdido al dragoncito, si mis padres notaron mi presencia, si en el palacio notaron mi ausencia, hasta que al final veo a la cría al borde del acantilado, en el otro extremo de donde mi familia pretendía asesinarlo.
Está sentado y observa el mar como un niño soñador. Dejo a Destiny atada a un árbol. Me acerco lo más sigilosa posible para evitar asustarlo. El dragón voltea la cabeza, me mira, se levanta y retrocede unos pasos. Las riendas del bozal se arrastran por el suelo mientras se mueve. Le muestro la palma de mis manos para que se tranquilice.
—Tranquilo —le digo, aunque no sé si pueda entenderme—, no te haré daño.
Se queda inmóvil, pero en posición de alerta. Mis pasos hacen rugir el césped. Me acerco lo suficiente como para que pueda olfatear mi mano. Su hocico húmedo me hace cosquillas.
De cerca es mucho más impresionante de lo que pude apreciar hace un rato.
Al ver que no está a la defensiva, le quito el bozal y lo dejo caer. El dragoncito sacude todo su cuerpo. Olfatea mi rostro, mis brazos, mi estómago. A pesar de que me hace cosquillas, me mantengo inmóvil para no asustarlo. Mi pulso se acelera un poco. Contengo la respiración para que no lo note.
La última vez que vi un dragón terminé con una quemadura de por vida y con recuerdos espantosos en mi cabeza.
Se incorpora. Se sienta sobre el césped, mirándome. Mueve su cola. Ladea la cabeza, me analiza. Entonces sonríe.
¿Un dragón me está sonriendo?
Podría asegurar que mi corazón vuelve a mi pecho, porque ya no siento el oscuro vacío que hace unos segundos se extendía por todo mi ser.
Acerco mi mano otra vez y permito que me olfatee. Acaricio su cara, donde no tiene escamas azules blanquecinas. Su piel es como la de una serpiente. Mis dedos cosquillean. El dragón cierra los ojos mientras lo sigo acariciando. Luego los abre y frota su cabeza contra mi torso. Una risa enorme escapa de mis labios.
—Solo eres un bebé —le digo—. Eres inofensivo, ¿no es cierto?
Me mira sin comprender qué le estoy diciendo. No debe comprender nada de este mundo cruel que ya quería sacrificarlo.
Son demasiado para ser parte de este mundo.
Destiny relincha. Escucho pasos detrás de mí. Me volteo y veo a mi padre acercándose. Me apresuro en tomar a mi pegaso por las riendas. Conduzco al dragoncito hacia el bosque del acantilado y lo acaricio por una última vez.
—Suerte.
Al parecer me entiende. Extiende las alas, las bate y el viento me obliga a cerrar los ojos. El dragoncito vuela tan alto que desaparece entre las nubes.
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