VI. Un par de ojos verdes
Meses antes.
Trataré de que no se repita no quiere decir no lo repetiré.
Si bien obedecer las órdenes de mi madre nunca ha sido mi prioridad, creo que debería comenzar a tenerlo en consideración.
Mi plan de huida casi fracasa cuando vi a Tyler cepillando al pegaso de mi padre en el establo. No podía sacar a Destiny sin levantar sospechas, sin evitar que él me preguntara a dónde me dirigía o le avisara a mi padre que había salido. Solo fingí que fui a alimentar a mi caballo y me marché lo más sigilosa que pude.
Recorrí los dos bosques a pie, por lo que al llegar al pueblo estuve demasiado cansada como para seguir caminando. Tomé asiento dentro de un restaurante y ahora espero que pasaran las horas mientras escucho música instrumental de los pueblerinos en las calles.
Tres señores fuera tocan los bombos y dos señoritas agitan un par de maracas y panderetas. Muchos de los que pasan cerca bailan a su alrededor y el resto les arrojan monedas al suelo mientras observan el espectáculo. Yo acompaño el ritmo con golpes en la mesa de madera a la que estoy sentada.
Un camarero se acerca a mí. Tiene una bandeja con un batido de chocolate, el cual deja sobre mi mesa. Él me sonríe.
-Disculpe, debe ser una confusión -le digo-. Yo no pedí ningún batido.
El camarero señala a un muchacho musculoso cerca de la barra. Unos tatuajes se extienden desde sus manos hasta el cuello. Él mira en mi dirección por encima del hombro.
-Fue cortesía de aquel caballero.
Tomo el batido y lo dejo sobre su bandeja.
-Puede devolvérselo entonces.
El camarero vuelve a dejar la bebida sobre la mesa y me regala la más radiante de sus sonrisas. Yo me comienzo a sentirme incómoda y deseo salir corriendo de aquí.
-La casa invita.
-He dicho que no quiero nada. ¿No lo entiende?
Me pongo de pie y el sonido de la silla arrastrándose por el suelo llama la atención de los pocos presentes. El de la barra se acerca a nosotros. Le pone una mano sobre el hombro al camarero y parece hacerse más pequeño. Atisbo miedo en su mirada. Se retira inmediatamente y nos deja solos.
-¿Pasa algo, linda?
El estómago se me revuelve. Achico los ojos.
-No es quién para llamarme así.
-¿Por qué no acepta mi regalo?
Bufo.
-¿Le hace regalos a todos los desconocidos?
-Si desea puedo ofrecerle muchos más.
Hago una mueca. Si mi padre se entera, no le alcanzaría el mundo a este hombre para correr.
-Apártese.
Trato de irme, pero cinco dedos me sostienen el brazo. Ese hombre me está impidiendo irme y su agarre es tan fuerte que me lastima. Me mira de arriba abajo y suelta una carcajada.
-¿Por qué una niña como usted andaría sola por estos lares?
Nadie trata de ayudarme. Todos están obligándose a no mirar, a agachar las cabezas. Miro el cinturón del sujeto y comprendo sus preocupaciones. Una pistola amenaza con lastimar a alguien si tratan de intervenir.
Debe ser uno de esos contrabandistas a los que todos temen. Tuvo que haber amenazado a varias familias y haber dejado a muchos hijos sin padres. Pero yo no tengo por qué temer.
-Le doy cinco segundos para que me suelte.
Su risa es grave. Echa la cabeza hacia atrás como si acabara de contarle el mejor chiste de su vida.
-Acompáñeme fuera.
Da un paso y me obliga a caminar. Forcejeo para que me suelte pero no parece notarlo. A su lado soy demasiado pequeña, demasiado frágil, demasiado débil. O eso es lo que debe pensar.
-Para la próxima vez -le digo- debería saber que no me gusta el chocolate.
Antes de que vuelva a jalarme, tomo el batido y lo estrello contra su cabeza. El vidrio se hace añicos que vuelan en todas direcciones como una tormenta de meteoros. El líquido frío me salpica las manos. El hombre se tambalea, se frota los ojos y gime de dolor. Algunos fragmentos tuvieron que haberle lastimado los globes oculares.
Todos los presentes me miran con la boca abierta. Yo aprovecho el momento de confusión para salir corriendo del restaurante. Mi capa se enreda con un pedazo de madera que sobresale en la puerta y, apresurada, tiro de ella. La tela azul se quiebra como papel.
Si no tengo por qué temer, ¿por qué estoy tan nerviosa?
Corro lo más rápido que puedo en dirección al bosque. Si llego podré esconderme ahí. Nadie conoce el bosque de las hadas mejor que yo, si es que alguien más lo conoce.
La música detrás de mí cesa. Las personas me miran con el ceño fruncido. Tengo el corazón en los oídos y cada vez late a una mayor velocidad. No me volteo ni por un segundo hasta que un sonido muy fuerte me hace detenerme en seco.
Los pueblerinos gritan y corren para volver a sus casas. Madres toman a sus hijos en brazos y los esconden. Puertas y ventanas cerrándose a toda velocidad, personas ocultándose debajo de mesas con objetos a la venta.
Me volteo. El hombre de los tatuajes está fuera del restaurante. Casi no puedo verle la cara por la distancia a la que nos encontramos, pero sé que sostiene la pistola que guardaba en el cinturón. Está furioso. Apunta al cielo y pulsa el gatillo. Desata una ola de gritos. Me estremezco por el sonido. Es mucho más fuerte de lo que imaginaba.
Me apresuro en seguir huyendo. Es un mal momento para no tener a Destiny.
Voy tan de prisa que tropiezo con la capa y caigo al suelo. Mis manos impiden que mi rostro impacte contra la superficie. Me pongo de pie y me sacudo. Continuó corriendo lo más deprisa que puedo hasta que me falta el aire, pero mis pies no se detienen.
Las pisadas y voz del hombre de los tatuajes está cada vez más y más cerca. Ha dejado de disparar al estar muy cerca de mí. No me arriesgo en voltearme ahora. Me está pisando los talones.
Entonces algo me impide seguir caminando. Una mano cálida se posa sobre mis labios y ahoga mi grito. Me ha impulsado hacia dentro de un pasillo oscuro entre dos viviendas. No sé cómo estoy acuclillada en el suelo con la vista en una bombilla al final de ese pasillo. Solo veo una puerta que debe llevar a otra casa.
Un brazo me rodea los míos. No puedo moverme. Trato de hablar, de gritar, pero me es imposible. Siento la respiración de alguien en la nuca. Forcejeo lo más que puedo pero esa persona refuerza su agarre y hace un sonido para que guarde silencio.
Me quedo inmóvil hasta que escucho pasos fuera del pasillo. Hago un ademán en inclinarme pero el que me sujeta me lo impide.
-Se ha ido. -dice otra persona fuera del pasillo.
-Tal parece. -ahora habla el hombre que me perseguía.
Sus voces son más bajas conforme pasa el tiempo, así que supongo que se están alejado. Muerdo la mano que me impide hablar. Me suelta.
Al voltearme me quedo sin habla. Un chico de cabello negro azabache y ojos verdes está sentado en el suelo. Tiene una combinación de rasgos delicados y atrevidos que hacen un contraste perfecto. No parece real, sino una figura de cera hecha en un molde perfecto.
Sacude su mano derecha con una mueca de dolor. Tiene la espalda apoyada en una repisa pequeña, la que supongo que nos ayudó a ocultarnos. Imagino que forma parte de una mudanza. Me pongo de pie para ver la salida del pasillo, la cual está vacía. No hay ni una persona transitando las calles.
El chico se pone de pie y sacude la parte trasera de sus vaqueros. Es tan alto que tengo que levantar la cabeza para mirarlo a los ojos. Yo tampoco soy muy alta, que digamos.
Debo estar más calmada ahora que el hombre que me perseguía con la pistola en la mano se ha ido, pero en cambio mi pulso está más acelerado que antes.
-Menudo lío en el que te metiste.
Su voz...
-¿Perdona?
Él se aclara la garganta.
-Lo siento, quise decir, menudo lío en el que se metió, señorita.
-¿Lo conozco?
Niega con la cabeza.
-No había tenido esa suerte hasta este momento.
Levanto las cejas, incrédula ante su petulancia.
-¿Cómo se supone que debería responder a eso?
Él se ríe y unas libélulas revolotean en mi estómago.
Ahora mismo lo que deseo es arrancarles las alas y que dejen de perturbarme. Se nota a simple vista que ese chico es un vanidoso. ¿Quién se cree para hablarme o tratarme como lo está haciendo?
-¿Se encuentra bien? -me pregunta, analizando cada centímetro de mi cuerpo con sus ojos- ¿No le hizo daño?
Tomo mi muñeca con mi mano, deseando hacerme pequeña y desaparecer.
-Estoy bien. -contesto.
Asiente una vez, con el semblante serio.
-La verdad es que tuvo mucha suerte al encontrarse conmigo -me dice-. Si no hubiera estado ahí, ese hombre la hubiera convertido en un muñeco de prueba en su campo de tiro.
Trago saliva. Puede que tenga razón aunque no lo quiera admitir.
-Ese sujeto es uno de los más peligrosos que han pisado el Reino Diamante, o cualquier otro -me cuenta-. Es despiadado y no siente clemencia por nadie que lo desafíe. Toma las cosas por la fuerza. Siempre debe hacerse su voluntad en todo momento.
-Pues conmigo fue la excepción.
-Debería evitar cruzarse con ese tipo de gente.
Bufo.
-¿Cree que quise cruzarme con él?
El chico se encoge de hombros.
-No la conozco. -contesta.
Achico los ojos.
-¿Por qué me ayudó entonces?
-Creí que no era una persecución justa.
Pongo los brazos en jarras. ¿Además de ser un engreído presuntuoso, piensa que los demás son menos que él?
-¿Lo dice porque soy una chica? -pregunto- ¿Piensa usted que soy incapaz de defenderme?
-No -contesta, como si lo que acabara de decir fuera una estupidez-. Lo digo porque usted corría asustada sin posibilidad de defenderse, él estaba armado y es el triple de su tamaño. Tal vez más -Camina hacia afuera del pasillo-. No pienso que usted sea débil por huir de él, ya que es lo que todas las personas sensatas hacen si las persigue un pirata.
Yo lo sigo con rapidez para no estar sola en ese pasillo y transitamos por las calles vacías en dirección opuesta al bosque.
-¿Un pirata dijo?
Asiente con la cabeza.
-Y de los peores. -me dice.
No sé mucho respecto a piratas, siquiera sabía que significaban una amenaza real para los plebeyos de mi reino. Solo sé que son ladrones marítimos que asaltan barcos y roban todo lo que pueden, además que se han presentado avistamientos en puertos, pero no tenía idea que iban por tierra amenazando a las personas como si la ley no aplicara para ellos.
-Veo que no sabe nada respecto a ellos. -me dice él, como si estuviera leyendo mi mente.
-No demasiado. -admito.
-Lo único que tiene que saber es que existen varias tripulaciones de piratas y que debe evitar acercarse a cualquiera de estas. Por su propio bien, princesita.
Me paralizo por unos segundos. Abro los ojos de par en par al escuchar que me ha llamado princesa. Separo los labios para decir algo, pero el rostro de perplejidad del chico me hace volverlos a cerrar. Da unos pasos hacia atrás para alcanzarme, puesto que él siguió caminando sin haberse percatado de que me había dejado atrás.
-¿Pasa algo?
-¿Por qué me ha llamado así?
Se encoge de hombros, riendo, puede que pensando que soy una exagerada o una ridícula. Me dijo princesa. Es lo que soy, no debería preocuparme que alguien que no conozco lo sepa.
Los del pueblo no conocen a su princesa porque mi padre se ha encargado de eso. No conocen a Kathlyn ni a sus hijos, solo por sus nombres. Nunca han visto el rostro de ninguno de nosotros porque mi padre dice que hay demasiados peligros como para que todos sepan cómo nos vemos. Me parece extremo e innecesario, pero las palabras del rey son sagradas.
-Es un apodo -Se encoge de hombros-. Es pequeña y parece venir de una familia rica, o al menos bien acomodada. La tela que usa es cara, su piel es perfecta y su cabello está bien arreglado. Parece bien alimentada y no tiene bolsas negras debajo de los ojos. Los del pueblo no se permiten esos lujos. Si me dice que es de la realeza, no me extrañaría. Por eso me pareció una pequeña princesa.
Parpadeo y me quedo en silencio por unos segundos. Entonces no sabe nada, no sospecha y no me va a entregar con mis padres. O eso creo.
¿Por qué debería confiar en él si es un simple desconocido?
-Como decía -Continuamos caminando-, quiero que le quede claro que no pienso que por parecer una princesita es indefensa. Solo actuó como una persona cualquiera, con sensatez.
-Si piensa que un acto de sensatez consiste en haberle estrellado un batido por la cabeza al pirata peligrosísimo que me perseguía -Hago un gesto exagerado con las manos-, tiene razón.
Él se detiene y me mira con los ojos como lunas.
-¿Eso hizo?
-Es probable.
Se pasa las manos por la cara sin dejar de mirarme.
-Está completamente loca.
Ladeo la cabeza.
-Es probable.
Las campanas del palacio impiden al chico hacer cualquier otro comentario. Aunque esté lejano y siquiera sus enormes torres sean visibles, las campanadas viajan a kilómetros de distancia. Hacen saber al pueblo que es mediodía.
Le doy la espalda al pelinegro sin decir ni una sola palabra. Corro lo más rápido que puedo para llegar al palacio antes de que alguien, además de mi madre, note mi ausencia.
-¡Espere! -escucho que me grita el chico desde la distancia.
Me volteo. Él tiene los ojos fijos en mí. Pone las manos alrededor de su boca para que hagan la función de un megáfono.
-No conozco su nombre.
Me encojo de hombros. Hago lo mismo con las manos y grito:
-Yo tampoco el de usted.
Él ríe y yo le doy la espalda para volver a casa.
En la actualidad.
-¿Qué quieres?
Tyler acaba de entrar y de interrumpir mi sueño que, en otra ocasión, hubiera sido mucho más agradable de lo que me pareció ahora.
Está conteniendo la risa con una mano en la cara.
-Mariam, ¿eres tú? -me pregunta-. Juro que no te reconocí.
Ruedo los ojos.
-Ni que no me hubieras visto a diario en el palacio.
Recuerdo que él siempre estaba ahí, en cada fiesta, en cada ceremonia y celebración. Acompañaba a mi padre en todo momento y a veces me escoltaba a mis aposentos por una orden suya. Él lo trataba mucho mejor que a cualquier criado, no sé si por el hecho de ser humano o por ser tan joven, pero su preferencia era visible a distancia. Todos lo murmuraban.
Tyler llegó al palacio con catorce años. Dijo que su familia había muerto en un naufragio y que él era el único sobreviviente. Mi padre se compadeció y le dio empleo. Resulta que todo era parte de un plan, un plan estructurado desde antes de yo haber nacido.
-Es cierto -Tyler ladea la cabeza-. Ahora solo das pena.
Lo miro con rudeza. No quiero que se note que sus comentarios me afectan, pero es inevitable para mí.
Tiene toda la razón. Secuestrada, a merced de unos piratas asesinos, tirada en una mazmorra en espera de que me utilicen para lo que deseen como uno de sus tesoros saqueados, haciendo un intento de que se me respete por ser una princesa aunque mi título aquí no le importa a nadie, lo único que alcanzo a dar es pena.
-¡Tyler!
La voz enfurecida de Caleb hace que se me pongan los pelos de punta. Escucho sus pasos pesados cada vez más veloces hacia la mazmorra. Cuando está de pie a unos pasos de entrar, noto que tiene las manos convertidas en puños dejando ver todas las venas de sus brazos. La mandíbula comprimida y músculos contraídos me hacen notar lo enfadado que está. Y en sus ojos, fijos en Tyler, solo detecto ira.
Me provoca un escalofrío verlo en tal estado.
-¡Caleb! -dice una vocecita dulce a la distancia.
Una chica con el cabello rubio, unos tonos más oscuros que el Kathlyn, choca con su espalda cuando él se detiene. Parece haber estado corriendo para alcanzarlo. Usa pantalones no tan ajustados y una camisa que le cubre los hombros. No tiene la típica complexión delgada que estoy acostumbrada a ver en las chicas de la realeza, al contrario, parece que se ejercita a menudo. Nunca la había visto antes. Mira su entorno con preocupación.
Tyler también se confunde. Frunce el ceño y cruza los brazos, buscando en la mirada de Caleb el motivo de aquel enfado. Pero está claro para mí. Tyler está en la misma habitación que yo cuando Caleb le prohibió acercárseme después de lo ocurrido.
-Solo estábamos teniendo una plática. -le dice, como si el asunto fuera poco importante.
Caleb no se relaja, solo trata de contener los diez mil pensamientos que deben estar pasando por su cabeza ahora mismo.
Los sentimientos no expresados son pájaros carpinteros en nuestras cabezas que, al no dejarlos ir, aparecen más y más y eliminan nuestra paz para crear un hogar. El ruido de sus picos cavando nuestro cráneo nos hace volvernos locos lentamente. A diario esperamos el sonido torturador que nos llena de agonía. Es soportable hasta que hacen agujeros tan grandes que nuestra cabeza se acaba desinflando, como un globo. O simplemente explota.
Eso es lo que le debe estar pasando a Caleb. Nunca me pareció una persona que soliera hablar de sus problemas personales, quizás para no aburrir a los demás. Lo que hace a menudo es escuchar. Ahora me parece muy inteligente en lugar de un acto de reservación. Pero ha llegado el momento que la ira es incontenible; está a punto de explotar.
Entonces respira profundamente. Se calma. Las venas de sus brazos desaparecen y su mandíbula vuelve a parecer la de una criatura inocente, angelical. Con eso yo también me tranquilizo un poco.
-Te diría que le trajeras la comida -le dice a Tyler-, pero conociéndote, la envenenas.
-Por el amor de Dios, Caleb -dice él, haciendo un gesto dramático con las manos-. No la quiero muerta, nadie lo pretende, pero es una princesita engreída que piensa que puede hacer lo que quiera sin que haya consecuencias. ¿Cuándo se ha visto que la prisionera agrede a los secuestradores como si tuviera poder y sale ilesa? -Resopla con frustración- ¿Te piensas que no merece lo que pasó?
Miro a Caleb en busca de una respuesta de su parte, pero no aparta la vista de su amigo.
-Lo mejor que nos puede pasar es que se muera sin que haya consecuencias. Quitárnosla de encima sería... perfecto.
-¿Qué más quisiera? -pregunto en un suspiro, sin mirar a nadie en específico.
La chica rubia abre mucho los ojos. Sacude la cabeza y mira en dirección a Tyler.
-¡Por favor, Tyler! -le dice- ¡Solo estás complicando las cosas!
El pelinegro señala la puerta con la cabeza para que Tyler se largue de una vez. Él pone los ojos en blanco y da pasos hacia la puerta, pero se incorpora antes de irse.
-¿Le traigo la comida?
-Solo vete. -espeta con un tono grave.
-Vale, vale-dice con los ojos abiertos como platos y las manos levantadas en señal de rendición-. Cuánto drama, por Dios. -dice desde el pasillo.
Se marcha silbando una cancioncita alegre que se queda en el aire cuando nos quedamos Caleb, la chica rubia y yo solos.
No sé si algún día Tyler se cansará de que él le dé órdenes, y tampoco sé por qué las respeta. A veces. Yo no soy su propiedad como para que decida quién se me puede acercar y quién no.
-Linda -le dice Caleb a la chica-, muchas gracias por haberme acompañado. Puedes volver al barco para comprobar si necesitan ayuda con la mercancía.
Ella asiente con la cabeza y se marcha, no sin antes lanzarme una mirada curiosa. Camina rápido y el sonido de sus botas desaparece pasados unos segundos.
-No sabía que habían chicas piratas. -le digo.
-Levántate. -ordena él con rapidez.
Frunzo el entrecejo.
-¿Para qué?
-Que te levantes, Mariam. De prisa.
Y yo también estoy cansada de que me dé órdenes como si fuera mi jefe.
Como no me muevo, se acerca y me obliga a levantarme, sujetándome el brazo sano con cuidado. Con la otra mano me vuelve a colocar la venda en los ojos y me guía hasta fuera de la mazmorra. Extiendo las manos con las que palpo las paredes rugosas.
-¿A dónde me estás llevando?
-Guarda silencio, princesita.
Caleb sigue caminando y noto que subo las escaleras de caracol. Extiendo los brazos y toco ambos lados del pasillo estrecho. Subo y subo, siento que no tienen final, hasta que camino por otro pasillo. Luego se abre una puerta y la luz se escapa de entre la tela que me cubre los globos oculares.
Sigo caminando y el chico me obliga a sentarme en una superficie lisa. Ahí sentada, me suelta. Ya no tiene su mano en mi brazo, ya no me sujeta. Pasan unos segundos en los que la incertidumbre me consume. No sé si seguirá cerca, pues no escucho ni su respiración. La única que percibo es la mía.
He contado hasta el doscientos dieciséis cuando la luz rebaja su intensidad y me quitan la venda de los ojos. Los abro con cuidado y noto que estoy en la enfermería.
-Hola. -Cecilia me sonríe.
Miro atrás de mí y veo que Caleb sostiene la venda que me acaba de quitar. Las ventanas están cubiertas por cortinas como la última vez que las vi. Tal vez de ahí salía la luz y las han cubierto para que yo no vea qué hay del otro lado. Moriría por quitarle las cortinas a esas ventanas.
-Hola. -correspondo al saludo.
Lo había olvidado por completo. Ya pasaron quince días desde que Cecilia cosió la herida de mi pierna y hoy deben quitarme los puntos.
La chica tiene en una mesita cerca de la camilla en la que estoy sentada todas las herramientas brillantes para terminar lo que comenzó aquel día. Y yo estoy muerta del miedo al ver pinzas y navajas. Cuando me curó, yo estaba dormida, pero ahora estoy muy consciente y temo que duela tanto como la puñalada y que reviva ese momento que desearía borrar de mis recuerdos.
-Le quitaré los puntos -dice y se sienta en una silla de madera casi a los pies de la camilla-. Será rápido y trataré que sea lo menos doloroso posible, ¿de acuerdo?
Trago saliva mientras asiento con la cabeza.
-Túmbese.
Me acuesto y miro el techo. Mis manos comienzan a sudar mientras los segundos pasan y solo escucho a Cecilia removiendo sus artilugios sin tocar mi piel.
Inclino la cabeza para ver qué hace y veo que está pasando un algodón previamente sumergido en alcohol por cada uno de los objetos.
-Calma.
Me pongo aún más tensa cuando Caleb pronuncia esa palabra y me obliga a acostarme de vuelta empujándome por el hombro.
Me sujeto de los bordes de la camilla como si fuera a volar en cualquier momento y necesitara aferrarme a algo con todas mis fuerzas.
-¿Puedes anestesiarla? -le pregunta Caleb.
-¿Es necesario? -pregunta ella
Me mira.
-Está temblando.
Cecilia se pone de pie y me mira con el ceño fruncido. Preocupada, toma una jeringa y extrae un líquido de un pequeño recipiente, luego me lo inyecta en la pierna y espera unos segundos. Me da toquecitos en la zona con el dedo índice. Increíblemente no siento nada.
-¿Sientes algo? -me pregunta.
-No.
-Te puse anestesia local. Lamento no haber notado lo pálida que estabas.
Miro a Caleb con el ceño fruncido. ¿Me encontraba pálida?
Tengo la vista fija en el techo cuando Cecilia me retira los puntos. Caleb no se separa de mi lado. No veo nada, no siento nada. El sentido del tacto en la zona de la herida se ha vuelto nulo. Es algo que mi padre nunca hubiera permitido que pasara.
Él no cree mucho en ningún tipo de medicamentos porque piensa que, la mayoría, tienen una reacción permanente en el cuerpo. Que dejan secuelas aunque intenten ocultarlo los médicos o que tienen riesgos que preferiría no pagar.
Pasados unos segundos puedo incorporarme.
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