IX. ¿Solo me lo ocultaron a mí?

Meses antes.

Las campanas del palacio están encima de las torres. El palacio está conformado por cinco torres: dos pequeñas en la parte trasera -en la de la izquierda se encuentran mis aposentos-, dos medianas en la parte principal y la más alta, que es la que está en el centro.

Hay una campana en cada una de las torres de la parte principal del palacio y están conectadas por un sistema eólico, para que cuando alguien golpee una, las tres emitan el sonido de las campanadas por todo el pueblo. Las de las torres medianas miden dos metros y la de la torre más alta es de tres.

Deslizo mis dedos por el interior de la campana dorada. Si ahora mismo alguien activara el sistema de campanas moviendo el péndulo que pende de las tres, estoy segura que me explotarían los tímpanos. Está prohibido subir a la cima de la torre, pero nunca nadie ha mencionado nada al respecto que estar dentro de una campana. ¿A quién se le ocurriría eso?

En el interior es oscura aunque refleje la luz del sol en el exterior. Mi voz rebota en las paredes y me marea. Me tambaleo pero evito tocar el péndulo. Siempre tengo mucha precaución al subir.

Me agacho para salir de debajo de la campana. El viento fresco me despeina y extiendo los brazos como si fuera un cometa y deseara que el aire me transportara a otro lugar. Ojalá fuera tan fuerte como para llevarme volando a otro sitio.

Desde aquí arriba es posible visualizar todo el bosque y atisbo unas hojas rosas a lo lejos. Son casi imperceptibles. Me alegra que esté prohibido subir para que nadie las vea.

Me sujeto de una de las dos paredes que conforman el campanario. Me inclino con cuidado para ver a la derecha. El pueblo cruzando el bosque parece silencioso, aunque las calles estén llenas de madres de la mano de sus hijos y hombres fuertes acompañados de mulas que llevan objetos pesados. En la noche cada luz que mantienen encendida en las casas se ve como una estrella más del firmamento. Es mejor estar aquí en la noche, tal alto que siento que puedo tocar el cielo.

Un carruaje real está cruzando el sendero que lleva al pueblo, solo que en dirección contraria. Minutos después Kathlyn, su nueva criada y Fabiana bajan con ayuda de los sirvientes. Todos son humanos. Es muy curioso.

Kathlyn levanta la mirada para cerrar su sombrilla, pero su vista se posa en mí. Tardo unos segundos en ver sus ojos como dos lunas y su expresión de perplejidad. Mira a su alrededor, le susurra algo a Fabiana, le da instrucciones a su sirvienta y ambas desaparecen dentro del palacio.

Mi prima me hace un gesto con la mano para que baje. Niego con un dedo para que me vea bien. Ella se golpea la frente con la mano. Al final sonrío y accedo.

Me dirijo al lado izquierdo del campanario. Levanto una escotilla y bajo con cuidado las escaleras de mano. Estas se tambalean y trago saliva. Esta siempre es la parte complicada. Doy brincos de alegría cuando he puesto los pies sobre la madera del piso superior de la torre. El resto de las escaleras para llegar hasta abajo son en forma de caracol, así que llego hasta la planta baja sin problema.

Llego a una puerta. La abro y cruzo el pasillo común. Luego bajo los escalones y me encuentro con Kathlyn esperándome debajo con los brazos cruzados y puntuando uno de sus pies envueltos en tacones que deben resultarle pesados. Me toma del brazo y me lleva al patio.

-¡Con más cuidado!

Me suelta cuando estamos junto a la fuente. Su cabello rubio brilla mucho más que de costumbre. Debe ser por el sol que, el día de hoy, es mucho más intenso.

-¿Estás loca? -me pregunta- ¿En qué pensabas?

Tuerzo los ojos y miro el agua de la fuente caer y chapotear. En el interior hay monedas de oro que los niños suelen arrojar para imaginarse que cumple deseos. Kathlyn chasquea los dedos delante de mi cara, por lo que doy un respingo.

-Respóndeme, ¿estás demente?

-Nunca me ha pasado nada por subir al campanario.

-Hasta un día. No es por lo que vayan a decir los demás, sino por tu propio bien. ¿Y si tropiezas y te caes? Ambas sabemos que eres bastante torpe, Mariam.

Frunzo los labios.

-Serías una reina mejor que yo entonces. Todos felices -le digo-. En mi funeral quiero que me vistan de azul y que...

Me da un ligero golpe en el brazo para que me calle, con los ojos abiertos de par en par.

-¡No digas estupideces! -Se voltea. Comprueba que no haya nadie a nuestro alrededor. Sonríe- No sería divertido gobernar si no te tengo a ti para corregir tus... travesuras. -me dice en un tono más bajo, más calmado.

-Para mí sería lo ideal. Y no solo para mí -Hago círculos en el aire con el dedo índice-, sino para todos. ¿No has visto cómo habla tu madre de mí?

Ella respira profundamente, suplicando paciencia. Claro que lo sabe. La reina Matilde no se guarda sus comentarios ni aunque esté en presencia de algún dios.

-Cada día que te veo ahí arriba te digo lo mismo -me dice Kathlyn-. ¡No quiero volverte a ver en el campanario! ¿Ha quedado claro?

Asiento. Kathlyn me da la espalda.

-Sí, jefa.

Ella vuelve a mirarme. Entrecierra los ojos.

-Nada de jueguecitos conmigo, Mariam.

Suelto una carcajada. La alcanzo y entrelazo mi brazo con el suyo. Ella levanta una de las comisuras de sus labios.

-¿A dónde vamos? -le pregunto.

-Yo, a cuidar a Fabio que está muy enfermo. Tú, a estudiar que tienes examen mañana.

Me tapo la boca con la mano que tengo libre. Rayos.

Dos cosas: Fabio está muy enfermo, según Kathlyn, y yo siquiera tuve la decencia de preguntar. Acababan de llegar de la mansión del marqués del norte para buscar sus medicinas, por lo que tuvo que haberlas gastado todas en tan poco tiempo.

La segunda es que tengo examen de literatura mañana con la nueva profesora Claire, humana, nativa del Reino Esmeralda. Antes daba clases con un elfo de vasta cultura que me daba datos de historia a escondidas.

Mañana, a esa misma hora, es la ejecución del dragoncito. Mi plan era evitar que eso ocurriera, pero ¿cómo puedo estar en dos lugares al mismo tiempo?

En la actualidad.

Reconozco al hombre que acaba de entrar en la mazmorra. Alto, con una pequeña barba y bigote, el cabello negro y la piel bronceada. Parece un poco mayor que Caleb o que Tyler.

Recuerdo al sujeto que me secuestró, el que me puso una bolsa en la cabeza en primer lugar y que me capturó para, con ayuda de sus compañeros, poder traerme aquí.

Ese debe ser Anthor. En setenta y siete días jamás había escuchado su nombre.

A su lado veo a una muchacha que tiene el típico uniforme que usaba la servidumbre en mi palacio.

Puede que sea una esclava, como Cecilia, que haya sido secuestrada y la estén obligando con amenazas para trabajar, en este caso, como sirvienta. Aunque no tiene ningún tipo de ataduras. Su mirada no es triste, sumisa o afligida, al contrario, me mira con extremada curiosidad.

Anthor le hace un gesto con la cabeza, al cual ella responde asintiendo. Él se marcha y nos deja a nosotras dos solas.

-Princesa -me dice la chica y hace una pequeña reverencia. Su voz es dulce, demasiado calmada-. No se imagina cuánto esperaba conocerla al fin.

Achico los ojos.

-¿Tú eres...?

-Oh, claro. Mi nombre es Dalia. Caleb me pidió que me encargara de usted hasta que volviera del viaje.

¿Qué significa exactamente encargarse de mí? Porque he intentado escapar varias veces y no lo consigo. No tengo más nada que hacer que permanecer tumbada sobre las rocas.

Al ver que enarco una ceja, ella se incorpora y me pregunta en un gesto de amabilidad:

-¿Le interesa un té o algo?

Niego con la cabeza.

-¿Segura? ¿Siquiera desea un poco de agua?

-Estoy bien así.

Parece pensárselo, pensar algo a lo que yo pudiera decir que sí, hasta que se despide y se marcha.

Mi tranquilidad no dura demasiado, quizás una hora, porque esa chica vuelve con una bandeja con una taza humeante de té.

-Te dije...

-Sé que me dijo que no quería nada -me interrumpe-, pero son órdenes, y yo debo obedecer. Necesita que algo le caiga en el estómago, señorita. Está muy pálida.

Significa que ha pasado otro día. Setenta y ocho. Espero estar llevando bien la cuenta. No me imagino que haya pasado más o menos tiempo.

Entorno los ojos en su dirección. No tengo culpa de las órdenes que le impongan a ella.

-Si estoy pálida o no, no te incumbe.

-Pero las órdenes...

-Dalia, las órdenes te las impusieron a ti, no a mí. Y aunque me hayan impuesto algo, soy incapaz de obedecerles a esos idiotas.

Ella guarda silencio. Puede que no me esté comportando bien y que no esté pensando que si esa chica no cumple la orden por mi culpa, lo pagará y yo seguiré aquí, pero no soy capaz de acatar órdenes de nadie, y menos de mis propios secuestradores. Al menos no de manera gratuita.

-Hagamos algo -le digo-. Me bebo el té si respondes a todas y cada una de mis preguntas.

Eso también la estaría comprometiendo, pero nadie se enteraría. Sería un pequeño secreto que ambas sabremos cuidar muy bien, por nuestras vidas.

Asiente sin pensarlo dos veces. Parece que yo lo veo más arriesgado que ella o que Cecilia fue muy dramática cuando le ofrecí un trato similar.

Deja la bandeja en el suelo y yo tomo la taza entre mis dedos. Soplo un poco el té, ya que está tan caliente que podría quemarme los labios. Le doy el primer sorbo que me hierve la garganta y lo vuelvo a colocar en la bandeja.

-¿Qué quiere saber? -me pregunta Dalia.

-Primero, ¿dónde estamos? -pregunto. Estoy tan ansiosa por su respuesta...

-En las mazmorras.

Ruedo los ojos ante la tan obvia respuesta.

-¿Las mazmorras de qué? Dame una ubicación.

Ella suspira y piensa antes de continuar.

-Las mazmorras de un castillo, princesa. El castillo del Reino Amatista.

Abro los ojos de par en par y se me hela la sangre. No es lo que estoy pensando, ¿cierto?

-¿Cómo que el castillo de Reino Amatista?

Asiente otra vez con la cabeza.

-Los piratas se trasladan mucho, entonces, cuando inició ese plan de secuestrar a la princesa, necesitaban un castillo, más preferiblemente que estuviera cerca del puerto. La capitana consiguió este de forma temporal. Está deshabitado, así que no hay problema.

O Dalia me está mintiendo o está demasiado desinformada con respecto a... todo. Es imposible que el castillo del Reino Amatista esté deshabitado, no hay ningún tipo de posibilidad, a no ser que le hayan hecho algún daño a su único propietario.

-El Castillo Amatista lo habita su rey, como todos los castillos de todos los reinos.

-Según tengo entendido, su rey falleció hace un año y medio.

Y, otra vez, el mundo se paraliza. El rey de ese reino es Connor, el esposo de Kathlyn y padre de sus hijos. Según la princesa, él se encontraba de visita en otro reino. ¿Cómo es posible que haya muerto y nadie se haya enterado antes?

-Imposible -Niego con la cabeza-. Me hubiera enterado.

-No todo gira en su entorno, Mariam.

Ese comentario hace que vuelva a la realidad y mire a la chica con instintos asesinos, pero ella de inmediato abre los ojos como platos al darse cuenta de lo que acaba de decir.

-Perdona. -dice y se lleva las manos a la boca.

Puede que Kathlyn sí supiera la verdad, que todos la supieran y que solo me lo hubieran estado ocultando. Como a una niña pequeña. Como a una inútil, inmadura, incapaz de tomar decisiones por su cuenta. Hicieron lo mismo con el tema de los piratas, ¿por qué dejar la tradición atrás de ocultarle verdades a la princesa?

-Beba otro sorbo. -Señala la tasa con un dedo.

La tomo y bebo un sorbo pequeño del té, ahora tibio. Esta vez no me quema la lengua pero tampoco cae en mi estómago como me gustaría.

Me parece increíble pensar que este es el castillo que yo visité tres años atrás para la ceremonia matrimonial de Kathlyn y Connor.

Recuerdo a una Marian de doce años recorriendo los pasillos del castillo del Reino Amatista, paseándose por el jardín más bello que había visto nunca, ebria por la experiencia de conocer un reino que no fuera el suyo.

-¿De qué murió? -pregunto.

-Un ataque al corazón, o eso dicen.

No sé si creerle, aunque no tiene motivos para mentir.

Si dice la verdad significa que dos niños inocentes son huérfanos de padre, un padre ausente pero de igual modo era esencial para su vida. Era su padre, y yo sé cuánto significa eso. Mi corazón se hace pequeño al pensar en los niños llorando por la muerte de Connor.

-Dime, Dalia, ¿tú qué haces aquí?

-Sirvo a la capitana y a los piratas.

-¿Por voluntad propia?

Ella se lo piensa otra vez con sensatez, como si mis preguntan fuesen astillas en la pata de un animal herido y con sus respuestas le aliviara el dolor. Analiza mucho, antes de hacer un movimiento o decir una palabra.

-En cierto modo. -responde de una vez.

Frunzo el ceño ante eso. No me lo esperaba para nada.

Quise preguntarle lo mismo a Cecilia aquella vez, pero no lo hice, sin embargo siempre esperé que su respuesta a esta pregunta y la de cualquier persona que sirviera a los piratas sería un sí rotundo.

-¿Cómo?

-Por más increíble que parezca, me he criado entre ellos -me responde-. No me tienen amenazada con nada ni con nadie, pues no tengo nada que perder. Lo único que hago es... obedecer todas sus órdenes. Es lo menos que puedo hacer por todo lo que han hecho por mí. Se los debo.

Espero que pasen unos segundos para que ella me diga que miente, que está bromeando, que está aquí porque está secuestrada, porque eso es lo que hacen los piratas. Toman lo que quieren por la fuerza.

-Entonces eres como ellos -concluyo-. No estás secuestrada, ni siendo obligada o amenazada, solo los ayudas porque sientes que les debes algo. Te criaste entre ellos y aprendiste todo de ellos, ¿cierto? -Espero una respuesta que no llega- Entonces también eres una pirata.

-No, no, espere -Niega con la cabeza varias veces-. No soy una pirata, no uso armas ni peleo contra nadie si no es estrictamente necesario. No me meto en peleas o batallas, sino que permanezco escondida mientras eso pasa.

Levanto las cejas.

-Pero sabes cómo hacerlo.

Asiente.

Bufo con incredulidad.

-Sabes usar armas, pelear, combatir.

-Es necesario cuando se está en este mundo, para poder defenderse, pero no lo practico.

No sé por qué parece querer convencerme.

-¿Alguna vez has montado dragones?

Como lo esperaba, asiente.

Le doy otro sorbo al té, esta vez uno con el que solo queda la mitad en la tacita.

¿Quién es tu tan venerada capitana?, deseo preguntar, pero sé que su respuesta será imposible de llegar a mis oídos. Al menos por ella o por el resto de los piratas.

-Con eso será suficiente. -me dice y me quita la tasa de las manos para volver a colocarla en la bandeja.

-¿Suficiente para qué?

-Suficientes preguntas y suficientes respuestas. Y ha bebido bastante. Cumplí mi objetivo, así que la dejo.

Se pone de pie y toma la bandeja del suelo. Le da dos golpes a la puerta y esta se abre. Luego le dice algo a los guardias, imagino que instrucciones para no dejarme salir, uno de ellos toma la antorcha en la pared y cierran la puerta. La oscuridad envuelve todo lo que veo.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top