Capítulo 1
Las 36 velas consumían sin pasión la tarta de cumpleaños de su majestad, el Rey Arthur. Sus consejeros, los cocineros reales y su esposa lo acompañaban, pero la pena arrebataba toda posibilidad de celebración. La reina sentaba su presencia al otro lado de la mesa, derrotando al monarca con una mirada lastimera. Arthur no recordaba el sonreír o la sonrisa de su esposa desde que mandó a la baja nobleza a Aaron, su hijo. Con un impoluto cuchillo de acero, la cocinera de más alto nivel, Plate Lugia, cortó el pastel de chocolate y lo repartió entre los invitados.
Elizabeth descartó su parte, alejándolo de ella con la mano. El chocolate y el pastel tenían chocolate especial para caninos, pero lo rechaza igualmente, sin querer comer, ofreciéndoselo a la mascota real, Aly Frobisher, una Sylveon de raza pura. Los doctores más hábiles del reino venían y se iban, dando únicamente un diagnostico sobre su majestad la reina: Estaba deprimida, lo que explicaba el su no comer y el su no beber.
Conversaciones cortas y breves trataban de desarmar la tensión del silencio, pero eran fútiles sus esfuerzos contra la miseria amorosa. Arthur se levantó de su silla y miró a sus invitados, apoyando ambas manos en la mesa.
— Muchas gracias a todos por venir —declaró Arthur, con bolsas en sus ojos—. Sois muy amables por acordaros de mi 36avo cumpleaños.
Todos lo vieron cerrar los ojos unos segundos y exhalar.
— ... Pueden dejar los regalos en la pared. Estaré en mis aposentos, reposando... Si necesitan de mí —Arthur miró a Elizabeth, quien no levantaba la mirada de la mesa—... Pueden resolver sus incógnitas preguntando a mi mujer.
Arthur se marchó solo, arrastrando los pies detrás de sí. Aly miró a ambas majestades, decidiendo a quien animar. El resto de los invitados dejaron incómodamente los regalos en una pila contra la pared y se retiraron, uno a uno. La reina se levantó también y se marchó por el pasillo contrario del castillo, con el sonido de sus tacones emitiendo eco.
Aly eligió al Rey sobre la Reina y fue a los aposentos de Arthur, preocupada. Ya eran años desde que ocurrió el desentierro del hijo. Con sus patas desnudas, caminó hasta encontrarse frente a la puerta. Intentó abrirla empujándola con la cabeza, mas no dio resultado. Miró sus patas, viendo 4 dedos sin pulgares oponibles. También recordó que tiene lazos, que utilizó para abrir la puerta por el pomo.
El irritante chirrido de la puerta perturba la aparente calma de Arthur. Pero esa calma fué descubierta como un silencioso llanto de rey para los desarrollados oídos de Aly. Con el corazón encogido, Aly se acercó y subió a la cama del rey.
— Su majestad, su majestad... —Empujaba ligeramente el bulto de Arthur en la cama con sus patas—. ¿Ocurrió algo? ¿Se siente desvivido por tristeza? ¿Cómo puedo satisfacerlo? —preguntaba la Sylveon, con ojos tristes.
— Aly... Déjame solo. Quiero estar solo... —murmuraba Arthur, lastimero de sí mismo.
Aly miró a la puerta unos instantes, pero sacudió la cabeza y se acostó en una bola al lado de las piernas de Arthur, lista para dormir también.
Fin Capítulo 1
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