Epílogo
En el momento que imaginó aquella idea de pasar una buena tarde en el jardín, no pensó que faltaría alguien tan importante, tanto para él como para sus hijos. Sabía que lo extrañaban, lo notaba en sus tiernos ojos ocultos bajo la manta de felicidad, esa felicidad que siempre sentían sin importar su alrededor. Estaba enorgullecido por ellos, por ser mucho más fuertes que él y que se lo demostraran a través de sus dulces sonrisas, anhelaban jugar con él, mas solo se conformaban con los recuerdos de aquellos días.
El rey Min Jimin estaba sentado encima de una manta celeste, observando con ternura a sus pequeños ángeles cómo se entretenían entre ellos y reían escandalosamente. En medio de sus piernas rodeaba a Arin, una hermosa niña de tres años, aprendiendo a pronunciar de forma correcta las palabras, le miraba atentamente con sus grandes ojos grises mientras descansaba su barbilla en sus manos, su largo pelo dorado era acariciado por su gentil y amoroso padre a la vez que le reprendía cuando ella hacía muecas para hacerlo carcajear.
El castaño de veintiséis años rendido ante la tozudez de su hija, rió contentándola en demasía, y aquello lo apreció al ver las arrugas en derredor de sus hermosos ojos; a pesar de que era adoptada existían algunas cualidades y actitudes tan similares que estaba la posibilidad de creer que verdaderamente eran sus propios descendientes de sangre.
Besó la frente de Arin oyendo apenas la débil pregunta mencionada con ese característico tintineo en su voz.
—¿Qué le está haciendo Chaeyeon a mi hermano, papá?
Jimin miró hacia sus otros dos hijos intentando comprender a qué se refería Arin, pues atrapó cierta preocupación en su rostro cuando ella vio a Baekhyun, su mellizo, siendo atendido minuciosamente por su aplicada hermana mayor.
—¿Vamos a investigar qué sucede, cariño? —propuso poniéndose de pie y ayudando a la pequeña a arreglar su vestido turquesa.
Ambos caminaron tranquilamente, pero, poco después, sintió a Arin zafarse del agarre y correr igual que un rayo hacia sus hermanos muy entusiasmada y acumulando todas las ganas de participar con ellos. El rey al percatarse de lo que maniobraba Chaeyeon sobre Baekhyun se sorprendió tanto que le causó un fuerte remezón en su interior, algo como si hubiera estado engañado y recién tuviera el permiso de descubrirlo. Se sintió ofendido de su hijo de tres años, sin embargo solo optó por unirse y continuar observándolos.
Baekhyun estaba muy alegre, reía encantado y, a decir verdad, Jimin jamás le había visto de esa genuina manera. Chaeyeon terminaba de pintarle las uñas de la mano izquierda, mientras que el menor sostenía con la otra una muñeca moviéndola para ambos lados simulando que bailaba. Aún no se percataban de la presencia de su padre, Arin le miraba de vez en cuando solo para preguntarle que color de esmalte era más bonito.
—Está quedando muy precioso —comentó Jimin enternecido.
Chaeyeon con seis años de edad, alzó su concentrada vista azulada y sonrió ostentosamente apartando su cabello castaño de la cara. No obstante, Baekhyun, en vez de demostrarle su felicidad, soltó la muñeca y se encogió en sí mismo como si hubiera cometido una terrible acción; a pesar de sus tres cortos años sabía que estaba mal, su habitación estaba llena de autos de carrera y superhéroes, y más cosas de las cuales pocas veces agarraba para jugar.
Sus ojitos grises comenzaron a lagrimear y alejó la mano de Chaeyeon impidiéndole continuar su entretenida tarea, le dio la espalda a su padre intentando aparentar que se divertía enormemente con su auto azul. El castaño no quería que su hijo se avergonzara de los verdaderos gustos que tenía, es más, deseaba que estuviera orgulloso de quién era.
—Oh, amor, ven acá —arrimó a Baekhyun entre sus brazos admirando su puchero y los brazos escondidos tras su espalda, inocente—. No tengas miedo, no me enojaré contigo.
—¿No? —le miró sorprendido.
—Claro que no, ¿por qué debería estarlo?
—Porque... Porque son cosas de niñas y yo soy un niño... Yo debo jugar con mis juguetes y no con los de Chaeyeon...
—¡Tonterías! —exclamó oponiéndose rotundamente a los equivocados pensamientos del menor—. Tú tienes el derecho de ser cómo quieres y nadie puede darte una orden de ser alguien que luego detestarás cuando crezcas. Desde ahora graba en esa cabecita que solo tú puedes decidir lo que hay o no en tu vida y los demás tendrán que aceptarlo les guste o no. ¿Entendiste, Baekkie?
—Sí, papá —le abrazó fuertemente sintiendo la protección que le brindaba el rey—. ¿Crees que papi lo acepte?
—¡Por supuesto, le encantará! Ahora, pequeñín, muéstrame de qué color son esas uñas.
Baekhyun poco a poco fue mostrando sus manitos revelando un delicado color lila, más o menos desaliñado por la nula práctica de pintar, pero, al fin y al cabo, su hijo estaba feliz por cómo habían quedado. Jimin las elogió como si viera la mismísima perfección y felicitó a Chaeyeon por el gran trabajo.
—Papá... —llamó la castaña apenada—, ¿tú sabes por qué Kook está así? Hoy en la mañana lo vi feliz, pero cuando vinimos al jardín él se puso triste... ¿Crees que sea por la ausencia de papi? —mencionó dubitativa—. Yo lo extraño mucho, ya no juega tanto con nosotros.
—Muy pronto volverá, cariño, él... Él solo está verificando que todo esté bien en el reino —mintió; aunque al ver la alegría florecer en el rostro de la pequeña se reconfortó pensando en que lo hacía por su bien.
El rey volteó su mirada hacia la especial banca donde había sido su primera cita, ahí estaba sentado el mayor de los cuatro hermanos, con diez años de edad ya recaía en él las aburridas y duras clases y protocolos para ser el siguiente heredero al trono de Seúl, podría imaginarse que aquello era la causa del desolado estado anímico, no obstante, Jimin y Chaeyeon sabían que no era así.
Era tan evidente la tristeza de Jungkook que alcanzó a contagiar al castaño, el cual al sentarse a su lado inmediatamente le abrazó transmitiéndole comprensión y solo pidiendo un poco más de paciencia para Yoongi.
Su amado ya no estaba presente como antes, había dejado a un costado los momentos felices con su familia para someterse incondicionalmente al trabajo, a los problemas que atravesaba el reino, a los importantes negocios que requerían su presencia en otro continente. Tal vez se creía que el único conflicto de Seúl eran los rebeldes y que el derrocar de las castas sería la gran solución, a pesar de cumplir esto último a medida que transcurrían los años, era imposible prever que luego habrían otros problemas que lo ausentarían por tanto tiempo.
Admirar la pena de su hijo calaba profundamente en su corazón que tenía el poder de liberar el dolor que con tanto esfuerzo trataba de guardar. Jungkook al levantar la mirada hacia su padre, le sonrió levemente, incapaz de mantener el contacto visual, ya sea al recuerdo nostálgico que causaba el color de sus ojos. Increíblemente, eran grises igual —una copia exacta— a los de su marido, tan hermosos y potentes que sobresalían y resaltaban su beldad. Era tan parecido a él.
Jimin acarició sus rizos azabache y antes de que tuviera la oportunidad de hablar, Jungkook se adelantó.
—¿Algún día será todo como antes: cuando jugábamos sin que él se retirara por su trabajo? —murmuró.
—Querido, tú y yo sabemos mejor que nadie de qué trata el trabajo de tu padre. Él vela por el bienestar del pueblo, es el rey, al igual que tú también lo serás después. Debes comprenderlo...
—Lo hago —interrumpió inhalando vehemente por la nariz, el castaño notó la inmensa fuerza de voluntad que utilizaba Kook para no deshacerse en lágrimas—. Pero, al parecer, no se da cuenta que no vela por el bienestar de su propia familia.
—No pienses así...
—¿Entonces cómo? Si la mayor parte del tiempo pasa metido en su oficina o viajando, siquiera nos llama; y con suerte nos da las buenas noches..., si es que está en el palacio —suspiró abatido.
De pronto, ambos oyeron los exaltados chillidos de los infantes, exclamaciones de alegría y efímeros aplausos. Observaron al individuo que produjo tal emoción y asombrados se quedaron en sus puestos, no transcurrieron más de diez segundos cuando Jimin miró alegremente a su hijo, esperando que en él regresara la esperanza perdida.
Yoongi estaba de cuclillas abrazando a sus preciosos pequeños, farfullando reiteradas veces el amor que sentía por ellos y la intensa magnitud con la que los extrañaba cada día, la falta que le hacían en su vida y besándolos como si no hubiera un mañana. Reía fascinado sintiéndose completo nuevamente, percibiendo la frescura de su hogar rodeándolo, viendo la notable hiperactividad de sus hijos por su inesperada llegada.
El príncipe Jungkook no se movió de su lugar, estaba aterrado imaginando que su padre solo era una ilusión.
—¿De verdad crees que no se irá urgentemente como la última vez? —inquirió temeroso.
Jimin sonrió y dijo—: Estoy seguro que se quedará con nosotros por un largo tiempo.
Esta vez no sintió aquella culpa que siempre le carcomía cuando decía una mentira piadosa, ahora no dudó de sus palabras y podría jurar fervientemente que se iba a cumplir. La conexión que permanecía entre Jimin y Yoongi aún perduraba tan firme como la primera vez y solo bastó una mirada para asegurar su permanencia en el palacio, junto a sus angelitos, junto a él.
El pequeño rizado empezó a caminar lentamente con las manos tras la espalda mientras que miraba de reojo hacia el rey, Yoongi había apartado sutilmente a los otros prometiéndoles que ya se divertirían tan solo faltaba una persona a quien saludar. Cuando Kook estuvo frente a él, le fue inevitable no desmoronarse y abrazarlo fuertemente, como si se hubiera ido a la guerra y no lo veía después de muchos años.
—Mi muchacho... —susurró el rey afectuoso, resbalándole una lágrima por su mejilla.
—N-No vuelvas a irte, ¿e-está bien?
—No lo haré.
El príncipe sonrió abiertamente y obedeció a su padre yéndose con sus hermanos para incluirse en sus efusivos juegos. Jimin se acercó a su marido y al segundo sintió los recios brazos atrayéndole con ímpetu, necesitado de renovar aquel calor que le abrigaba a través de recuerdos en sus lejanas travesías o escondidos parajes, ese perfume que estaba siendo reemplazado por el olor de papeles manchados de imprenta o sitios que no emanaban una pizca de hogar, ese cuerpo que todavía conservaba las curvas de hace ocho años y no podía abrazar cada noche o hacerle el amor.
Besó delicadamente sus labios, algo en su fuero interno coloreó cada sentimiento, era posible decir que se transformó en un arcoíris lleno de vida.
—No quise mostrarme receloso frente a los niños, pero... ¿de verdad ya no te irás? —cuestionó melancólico—. Echo de menos que me abraces en las noches, que me digas cosas lindas, que pueda amanecer sin decepcionarme el que no estés a mi lado. Aún así, sigo esperándote, sigo esperando que podamos dormir los seis juntos en una misma cama...
—Ya no te mortifiques con eso, mi amor, estoy aquí y aquí me quedaré. Es una promesa —selló aquellas palabras con un corto beso que reafirmó mucho más el amor de Jimin—. Ahora, vamos a hacer felices a nuestros hijos.
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