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Había transcurrido exactamente un mes desde que Min Yoongi le propuso matrimonio en la entrada del palacio y tan solo cuatro días de su cumpleaños. El príncipe Jimin ya era completamente un hombre con la edad suficiente para marcar un gran y memorable hito en su vida, no quería aplazar el anhelado momento, aumentar las horas o la excitación que sentía, su prometido tampoco deseaba aquello. Ambos estaban de acuerdo en opacar la espera y hacer refulgir, mucho más que la luna y el sol, sus manos entrelazadas demostrando a todo Seúl y a los demás reinos los deslumbrantes anillos.

Estaba a unas horas de casarse.

Y definitivamente la compostura y seriedad le dejaron a la merced de los indomables nervios en una circunstancia tan relevante como esta. Jamás el nerviosismo atacó sin escrúpulos su interior, nunca derribó las gruesas paredes de defensa que construyó el mismo día de las inscripciones, ni siquiera la potente preocupación de cuando Dahyun fue castigada llegó a escarbar profundo como aquella emoción que se expandía con cada minuto si era posible. Estaba al borde del colapso, de arruinar el bello peinado que le prepararon ardua y esmeradamente las doncellas o de arrugar el perfecto estirado de su traje blanco, las palabras de Dara ya no provocaban el mismo efecto que hace cuatro horas, ¡siquiera el exquisito té!

El castaño sabía que solo se calmaría en el instante que cerrara sus ojos y la mano cálida del príncipe le envolviera la suya, acariciándola, así la imponencia de Yoongi intimidaría cualquier inseguridad habitando en el frágil y pequeño cuerpo del Siete. Esos especiales y relajantes segundos se le concederían en el altar, él solo quería subir el par de escalones y situarse junto a su amado, a pesar de que la espera tomaba un gigantesco protagonismo donde difícilmente sus deseos antagonistas podían arrebatarle el papel principal.

La vestimenta enteramente de blanco resaltaba mucho más su piel tersa, el cabello con débiles hondas y sus bellísimos ojos azules —que siempre brillaban natamente— esta vez el fulgor relucía de manera inocente y genuina como si fuera a quedarse hasta que su vida pereciera. Podría jurar que la única y verdadera compañía real era la alegría y amor que le rodeaba como un halo, impidiéndole absorber las malas vibras y aconsejándole cómo aguantar hasta la iglesia. Estaba solo, de manera que sintió poco a poco sus emociones acrecentando con doble fuerza y máximo descontrol.

Se puso de pie delante del largo espejo, observó minuciosamente su avance e imaginó en lo que se convertiría luego de besar a Yoongi pactando su amor.

—Estoy bien, tú estás bien —apuntó el reflejo—. Todos estamos bien. No hay porqué ponerse de esta forma, no estoy nervioso, ¡no, claro que no! Nada malo va a pasar. Solo me voy a casar, no es tan relevante... O, bueno, sí, porque justamente mi prometido es el príncipe de Seúl y, por lo tanto, todo el reino estará atento y yo como idiota me puse aún más nervioso. ¡Fantástico! —aplaudió.

En el momento que suspiró hondamente alguien abrió la puerta de la habitación ingresando sin el consentimiento de Jimin, transgrediendo la privacidad que había pedido, intentó disimular la sorpresa debido a la osadía de esa persona, sin embargo alzó las cejas impresionado por la inesperada presencia. Aquella escena le causó escalofríos y rememoró varios detestables recuerdos que, a pesar de la estabilidad del reino, no dudó en trasladarlo al acantilado de las dudas y atrapar la idea de que su boda sería un completo fiasco.

El sujeto, con la confianza plantada en sus facciones y recalcándola en su sonrisa, se aproximó dando a entender la cercanía que deseaba para su pequeña charla. El castaño tan solo por temor dio un paso atrás, el muchacho no demostraba algún indicio que fuera violento, no obstante quiso ser precavido en caso de serias discrepancias. Él se comportaba de la misma manera que la primera vez cuando entró al cuarto donde era rehén, como si verdaderamente fuera la personificación de la paz en medio del desasosiego y su misión era ayudar al inseguro Siete en su desconcierto.

—¿Cómo entraste aquí? —inquirió el príncipe Park.

—Aún recuerdo los atajos de este palacio, es lo mismo que escabullirme por la habitación de Yoongi —contestó produciendo una incógnita que velozmente fue despejada.

—Tú eras el amigo de Yoongi cuando él tenía trece años —dedujo y apreció el asentimiento del rebelde—. ¡El mundo es un pañuelo! Primero, conoces a mi padre, eres hermano de Jennie y antiguo amigo de mi prometido, qué increíble... Una más y me vuelvo loco.

—¿De casualidad conoces a una chica que se llame Jisoo? —preguntó en tono bajo, avergonzado y preocupado, ignorando la importante enumeración del novio y los vínculos que raramente les unían.

—Tienes que estar bromeando... —unió el último cabo suelto del pasado. Meneó su cabeza incrédulo e impresionado, la desconocida cercanía de ambos por un momento le hizo olvidar los nervios que danzaban erráticos en su cuerpo, sin embargo el propósito del muchacho aterrizó en ese instante que ni siquiera respondió la anhelada y esperanzadora duda—. ¿Qué haces aquí? No es el preciso momento como para poder entablar una amena conversación —pronunció tajante con la firme decisión de echar al hombre que le ofreció ayuda.

El príncipe nuevamente se aproximó al espejo arreglando lo imposible de sus ropas, verificaba los botones de la camisa y las mangas del traje.

—Solo quiero informarte: tu padre no volverá con ustedes.

Jimin dejó la distracción y alzó la vista, miraba a través del espejo el reflejo de Namjoon, el cual representaba la pena e incomodidad por el mensaje. Tal vez conocía la trágica historia de JungMin, todo aquel esfuerzo que cosechó en la organización para un bien mucho mayor en el futuro, quizás presenció noches donde aquel hombre lloró por largas horas extrañando a su familia, vio la amarga vida que sobrellevaba solo para regresar con sus seres queridos, pero, sin embargo, algo había cambiado en ese último mes que le indujo a escoger la dura alternativa —tal vez siempre fue la única— de renunciar a todo.

El aire del castaño abandonó su pecho dejando como rastro un mísero pedazo de decepción, aquel sentimiento lo había gastado tanto que ya no quedaba más para sentirlo, menos por la misma persona. ¿Qué ocurrió o qué fue lo que convenció a JungMin para desistir de su más preciado anhelo? ¿Cómo era posible rechazar la oportunidad de regresar a su antigua vida? Obviamente nada sería igual, el cariño, el amor, no obstante aquello podía recuperarse con el tiempo, se entendería el porqué de todos los motivos, las cosas volverían a su cauce con la felicidad y unión que existió anteriormente.

«¿Por qué justamente tenía que ser este día?», se quejó en su fuero interno. Había confiado en JungMin, creyó en sus palabras igual que un iluso en busca de nuevos engaños; además, el entusiasmo con el cual habló tan soñador le había prometido su regreso.

—¿Le sucedió algo? ¿Ha enfermado? —intentó pensar en otros hechos que eran totalmente opuestos al verídico—. Puedo ayudarlo si tiene algún...

—Él está bien —interrumpió antes de que el príncipe creara dolorosas ilusiones—. JungMin iba a volver, tenía sus pertenencias preparadas, pero en el último instante comenzó a sopesar su decisión. Me pidió que le disculparas, no quería defraudarte de nuevo, le fue algo muy difícil de tomar y espera que le comprendas, a pesar de las falsas promesas que hizo.

—¿Comprender qué? —soltó con rabia.

—Que está loco. ¿De verdad piensas que alguien puede estar cuerdo durante ocho años en medio de la locura? Puede ser que tu padre haya sobrevivido a toda esa porquería, pero eso no quiere decir que no se le hayan zafado varios tornillos. ¿Comprendes ahora? Él no será el mismo, quizás, en algún momento, tenga alucinaciones y dañe a su propia familia. Es tu padre, sí, pero de todas formas es un peligro.

Namjoon zanjó el tema dando como conclusión la inestabilidad mental de JungMin. Aquello impactó de lleno a los afectos que Jimin reconstruyó hacia él, estaba confundido y una sigilosa tristeza quería fundirse entre sus emociones. Sin inmutar las facciones de su rostro, el príncipe Park Jimin dijo:

— Jisoo es mi doncella, si quieres puedes convertirte en soldado para que puedas estar con ella. Ahora vete.

Namjoon sonrió levemente, agradecido por la pequeña chance de vivir junto a su amada en un lugar tan privilegiado, hizo una reverencia y se retiró de la habitación con un inmenso dilema sobre qué le diría a JungMin cuando lo viera por última vez, porque él, como un muchacho firme y decidido, había aceptado la oferta del castaño.

Mientras que Jimin se hartaba de arreglar su perfecto traje, se sentó en la cama esperando el momento de partir a la iglesia y a la vez sopesando en su familia. HyoJoo ya no necesitaba a su esposo, solo a sus felices hijos junto a ella recordándole el porqué era una mujer con suerte y una madre querida; y sus hermanas no necesitaban a aquella figura paterna, ahora tendrían un bello lugar donde vivir por lo que las penas jamás serían recordadas, más bien, serían reemplazadas por los muchos momentos divertidos que tendrían.

En ese minuto, el hecho de que su padre nunca se presentaría ante él una vez más no alteraba nada de lo que el futuro ya tenía en concreto.

Golpearon la puerta un par de veces y de esta ingresó un especial conocido, nada más y nada menos que Jung Hoseok. El príncipe abrió los ojos de la sorpresa y corrió a abrazarlo, importándole poco la brusquedad con la que trataba su esmerada vestimenta y cabello. El joven le correspondió y en el segundo que ambos se separaron, Jimin pudo apreciar el antiguo traje del soldado Jung. Al parecer se le había perdonado y, también, dado el permiso de nuevamente servir al palacio; aunque no estaba seguro, quizás solo era por la ocasión muy importante de hoy siendo uno más de los invitados.

Apenas tuvo la oportunidad de intercambiar algunas palabras cuando él le jaló de la muñeca y abandonaron la habitación. El castaño deseó ver algún reloj para determinar las horas que faltaban, pero con tan solo observar la rapidez del soldado, pudo calcular que quedaban aterradores minutos. En la entrada del palacio se hallaba estacionado el auto que lo transportaría a la iglesia, adornado con rosas azules y blancas, Jimin sonrió ostentosamente ante el detalle dictado por el príncipe Min, inmediatamente había recordado la primera vez que hablaron a solas y Yoongi le obsequió la bella rosa.

El auto evacuó el gran palacio a través de las gigantescas puertas, en seguida oyó los fuertes vítores de las personas y pudo observar las caras de alegría por la boda real.

— Taehyung y yo siempre pensamos que usted iba a terminar casándose con el príncipe —Hoseok quebrantó el silencio de ambos.

El castaño rió encantado.

—Creo que absolutamente todos lo pensaron menos yo. —Carraspeó—. ¿Y cómo estás con Taehyung? No he tenido noticias de ustedes desde que ocurrió el incidente —comentó curioso.

—Tenemos una casa, de algún modo Taehyung consiguió dinero con su familia y pudimos comprarla —sonrió—. Estamos empezando de a poco, luego podremos estabilizarnos e ir pensando en tener una familia.

—Espero que me inviten a su boda, sería muy lindo verlos comprometidos.

El soldado asintió animado, de seguro entusiasmado con la idea de ese día especial, sin embargo aquella imaginación provocó la torpeza del pelinegro al no percatarse de la espectacular llegada al lugar. Rápidamente bajo del auto y abrió la puerta del príncipe. De esta descendió el bello joven por el cual todos esperaban expectantes y ansiosos, con su traje blanco deslumbró a cada súbdito del reino y mucho más cuando sonrió, nuevamente oía los aplausos y alabanzas de las personas, los niños saltaban alegres y los adultos le adoraban como si fuera un Dios.

De pronto, observó a su madre al pie de las escaleras, el vestido que usaba era de un imperceptible color crema, ella le miró enternecida y le apresuró haciendo un errático ademán con la mano; al parecer se había retrasado, estaba avergonzado, pensó que todavía le aguardaban unas horas.

—No puedo creer que mi pequeño se vaya a casar ¡y menos que luego se vaya a convertir en rey! ¡Diablos! —abrió los ojos sorprendida ante la mala palabra dicha en medio de la iglesia y casi frente a la familia real—. Jamás repitas las groserías que dice tu madre, hijo mío.

La señora Park había sido la encargada de entregarlo en el altar donde Min Yoongi admiraba su magnífica belleza.

El castaño dio una mirada fugaz a sus hermanas sonriéndoles emocionado, alzó su vista siendo hipnotizado enteramente por aquel intenso color gris que en cada circunstancia se sentía protegido y al mismo tiempo desnudo, pues esos ojos eran tan penetrantes que siempre mantenían un dulce fuego de pasión en su interior. Yoongi sostuvo fuertemente su mano, como si no creyera que ese momento de verdad estaba pasando, que ellos estaban a punto de unirse para siempre, que... comenzaría una nueva etapa en su vida y nuevos integrantes rondarían en el palacio.

El sacerdote había empezado a hablar hace algunos minutos, tanta palabrería para consagrar su amor ya daba pereza, se veía bastante lejos el preciso instante en el cual tenían el permiso de besarse, sin embargo cuando la pregunta cayó en el príncipe Min Yoongi no dudo en lanzarse inmediatamente a los labios de su —ahora— marido; ya no aguantaba que el tiempo transcurriera sin nada como recompensa, aparte el "sí" que ambos dirían estaba más que claro.

Yoongi besaba con amor y necesidad a su amado, estaba enamorado de aquel pequeño ser humano capaz de robarle suspiros con solo un pestañeo, primera vez en toda su vida que se sentía tan satisfecho y completo.

—Lamento interrumpir su afectuosa demostración de amor, pero me gustaría felicitarlos —mencionó una voz ronca frente a ellos.

Jimin giró su cabeza una vez que los insaciables labios de su marido se alejaron de mala gana, al ver de quién se trataba, su rostro enrojeció de vergüenza ocultándose en el pecho del Uno por los recuerdos —casi— íntimos que hubieron.

—Te ves muy hermoso, Jimin, espero que tu beldad siempre resalte y jamás se vaya de ti —elogió el heredero de Incheon; aunque para Yoongi aquello fue el nivel máximo de coqueteo.

—Es mi hombre, mi príncipe, mi marido, SeokJin —enfatizó cada palabra recalcando tácitamente el único propietario del castaño, lo arrimó más a su cuerpo demostrando la irremediable posesividad que ejercía sobre él, segundos después, en vez de bajar la guardia ante la breve risa de su primo, continuó con el dominante semblante.

—Tranquilo. Solo les doy mis mejores deseos para ustedes —dijo guiñándole un ojo al príncipe Jimin, nuevamente liberando una risa por la tremenda cara de disgusto al heredero de Seúl.

Yoongi rodó los ojos, pero se podía apreciar el cambio de humor en sus gestos al mirar a su esposo.

—Ahora podremos formar una familia, ¿lo puedes creer, amor? —inquirió entusiasmado—. Podremos adoptar y tener a nuestros propios niños corriendo por todo el palacio, rayarán y pintarán las paredes de muchos colores y nos llamarán para que veamos su obra de arte, y de seguro recibiremos demasiados dibujos de ellos para que los enmarquemos y los dejemos en nuestra habitación. Te juro por Dios, cariño, que lloraré de orgullo cuando llegue ese momento. Nuestros pequeños jugarán a las escondidas y nos pedirán que juguemos con ellos, se reirán cuando los pillemos o se enojarán porque pensarán que fue injusto, y nosotros solo nos miraremos a los ojos sonriendo porque sabremos que todo lo que pasamos valió la pena... Ellos tendrán sus primeras caídas , ¿y sabes lo que harán, amor?, vendrán llorando hacia nosotros para que les curemos sus heridas y luego volverán a jugar como si nada hubiera pasado. Desde ahora te digo que quiero una niña, ¿no te gustaría?, poder verla pintarse o vestirse, y que de repente decida experimentar sus dotes de estilista con mi cabello o a ti te quiera pintar las uñas. ¿Puedes creer que todo aquello se hará realidad? ¿Que habrán noches donde no dormiremos porque ellos nos llamarán asustados diciéndonos que hay un monstruo debajo de su cama o que les da miedo los truenos y querrán dormir con nosotros? ¿Estás consciente de eso, mi amor? Vamos a tener mucho que aprender y no lo digo como el serio heredero de Seúl, sino como Yoongi, tu marido y como aquel padre que ya ansío ser... Tú y yo estaremos encantados y orgullosos por ver a nuestros hijos crecer poco a poco y sentir juntos la vejez sobre nosotros, a pesar del peso que cargaremos, estoy seguro que será algo maravilloso.

—Y el primer peso de todo ese lindo alboroto será el de nuestro primer hijo entre tus brazos.

—Será... Será un alboroto al que llamaremos "hogar", ¿no crees?

1...

Y este mis queridos lectores es el final, les agradezco de corazón por el apoyo que le dieron a esta historia, son unos rayitos de sol, les agradezco a las primeras personas que leyeron esto y también a las que llegaron, ayer, u inclusive hoy. Espero que hayan disfrutado de esta historia, tanto como yo lo hice, los amo un montón ❤️

Pero no se me espojen, que falta el epílogo, el cual subiré en la noche o mañana xd.

Muchas gracias nuevamente 🤧❤️

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