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Dedicado a: morocha_enana ; ocasocuadros ; NamNam20kim ; chicsao2 ; Dimolini ; lapatroncitadelbardo ; yoongiloverruwu ; Yoonmin499 ; angiemfg107

Y listo, son todos ksndndnd, ahora sí, a leer...

Ambos, padre e hijo, habían salido lentamente de la sala, hechizados por el silencio y algunos sollozos, el pasillo estaba vacío, ni un rebelde merodeaba el sitio como chismoso, inclusive los ebrios cambiaron su estadía del suelo por otro lugar más incómodo. Solo los terribles pensamientos del pobre castaño fastidiaban en derredor y arruinaban el sosiego y seguridad que tenía la intención de hacerle olvidar el morboso incidente. Necesitaba tanto un beso del príncipe Min Yoongi para que causara el mismo efecto de olvido, quería que él estuviera a su lado abrazándolo en vez de JungMin.

No obstante, la intensa protección y el cariño que ejercían los brazos de su padre rodeándole como si fuera a desaparecer para siempre era lo único que domaba el infame terror, cualquier mínimo ruido que no fuera el de ellos para el Siete era un nuevo peligro que enfrentar y perder, su conciencia y crueles ilusiones iluminaban el futuro que tendría: hombres al acecho en busca de su bien conservada pureza, arrebatándosela sin piedad y destruyendo la magnífica beldad que poseía.

Descansaba en el mismo cuarto que despertó esa tarde, los tormentos no se detenían, acrecentaban minuto a minuto, ya no sabía con precisión cómo iba a actuar de ahora en adelante, aquel infernal trauma parecía hospedarse con firmeza en su interior queriendo convertir los siguientes días en verdaderos caos y una inevitable soledad. JungMin le defendía de aquellos monstruos como cuando era un crío de cuatro años y temía a la tétrica oscuridad, donde le calmaba acariciando su pelo y mecía lentamente en un acompasado vaivén, desintegrando las saladas lágrimas, respirando un aire más puro y profundo; estaba mucho más sereno.

Mientras que él se escondía en el pecho de su padre, escudriñando en el guardado cariño, tierno y simpático, que le daba hace ocho años, este le contaba los especiales momentos que ambos pasaron y que tan entretenidos fueron, recuerdos abarcados por la despampanante y engañosa alegría que tiempo después se volvió una desgracia, aunque esa dichosa parte la omitieron.

Además, Jimin percibía el rechazo que el rebelde concentraba en el tema, cómo evadía la inevitable conversación, los esmerados intentos por zafarse olímpicamente de la situación e incluir al castaño en otro banal episodio. Pero, Park JungMin, a pesar de ser astuto, no podría desviar la atención de su propio hijo, él lo sabía; al igual que su esposa, HyoJoo, también lo conocía como la palma de su mano.

El castaño se acomodó en la cama, sentándose como indio, y miró directamente al hombre, azul cielo, vivo, contra un azul deteriorado por los años.

-¿Por qué fingiste tu muerte? ¿Por qué nos dejaste? ¿Sabes todo lo que sufrimos por ti, todos los sacrificios que debimos hacer, los problemas que cayeron en nuestra familia?

-Lo siento mucho, de verdad... -murmuró avergonzado-. Pensé que uniéndome a esta organización el propósito por el cual luchamos estaría a tan solo unos pasos. Sin embargo..., no preví que esos pasos podría llevarnos muchos años. Iba a volver con ustedes cuando esto acabara y de nuevo ser una familia, pero...

-¿Ibas a volver? -interrumpió el Siete, sorpresivo ante la desfachatez de su padre. Este último alzó su mano para calmarlo debido al inminente alto tono de voz.

Jimin al ver una mano acercándose cuidadosamente a él sintió como las horribles pesadillas revivían con la intención de continuar atormentándolo, inculcando más miedo y repulsión al sentido del tacto. Se alejó de JungMin como si una peste hubiera embargado al hombre y fuera un virus cruel y peligroso, se arrinconó en la pared, lejos de él, verificando las distancias y la imposibilidad de darle una caricia. Ahora estaba a salvo.

-Yo... Sí, claro -dijo dubitativo.

-¡Han pasado ocho años, ocho! -exclamó Lord Park perdiendo los estribos-. ¿Piensas que te recibirán con los brazos abiertos teniendo en cuenta que estás muerto? ¿Crees que volveremos a ser aquella familia feliz de antes? Teníamos poco, sí, pero juntos éramos todo. Desde que te fuiste aprendimos a vivir sin ti, nos acostumbramos y estamos bien, que regreses sería derrumbar el muro que construimos para aislar el dolor que tú provocaste.

JungMin guardó silencio, sumergido en sus reflexiones y en cada error que cometió en el pasado, ahora todo el peso de aquellos tropiezos los estaba estudiando a fondo y, sí, su hijo tenía razón, las cosas habían cambiado, él mismo alteró el sosiego de los Park, sembró el vacío en sus débiles corazones. Era un estúpido, un inconsecuente, al imaginar que después de lograr el objetivo de una igualdad en el reino de Corea del Sur, la oportunidad de regresar sin problemas al pueblo sería fácil.

En ese instante, Jimin se dio cuenta de lo directas y despectivas que fueron sus palabras, tan frías y sin esperanza que de seguro aniquilaron los deseos de su padre. Se sintió mal, pero era la verdad; sin embargo, la actitud de JungMin le decía que el sufrimiento de su madre tenía la posibilidad de perecer y renacer el antiguo amor que ambos crearon. Pensó en las segundas oportunidades que cada persona merecía en la vida y en su padre, el rebelde, él se veía triste y arrepentido, tal vez con serios remordimientos por haberlos abandonado por una descoordinada organización.

-Si vuelves, ¿harás felices a mi mamá y mis hermanas? -inquirió el castaño atento al comportamiento de su padre.

Él le miró cálido, era una mirada hecha únicamente de anhelos y promesas que jamás iba a romper y aquello para el Siete le confirmó que el hombre que le enseñó todas las virtudes cuando era pequeño seguía estando presente. Ya no le importó nada más.

-¡Por supuesto! -exclamó encantado, aunque luego captó algo importante en la interrogación-. ¿Por qué no te incluiste? Voy a hacerlos felices a todos ustedes, ¿acaso aún me tienes rencor?

-Al parecer no estás muy al tanto de la Selección.

-¡Oh, esa competencia! De hecho, estoy más preocupado por mantener la poca cordura que le queda a HyungJun, el líder -especificó-, que cuchichear sobre eso. Pero, ¿qué tiene que ver en este asunto?

-Papá... -Jimin murmuró tímido, por primera vez le llamaba así, despacio se arrastró a su lado, temiendo algún grito, aunque no fuera posible-, yo seré príncipe.

-Ya lo eres, hijo. Siempre lo has sido -sonrió enternecido.

Lord Park suspiró, el rebelde no estaba entendiendo el verdadero significado e importancia de las palabras; aquel apodo que le denominó juguetonamente ahora cargaba con muchas responsabilidades y el cual debía llevar con más orgullo y honor de lo que antes era.

-No... Yo participé en la Selección y gané, papá. Me enamoré de Yoongi y él de mí. Seré rey de Seúl -aclaró observando sus manos, nervioso por lo que JungMin comentaría; también tenía miedo, ya sea a cómo reaccionaría ante la estupefacta escena o si, de alguna manera, su padre se tornaría violento.

Nuevamente el silencio se unió sin permiso de ambos hombres en la habitación, estaban embobados por sus propios pensamientos, discutiendo con la conciencia, sacando conclusiones de situaciones que no lograban entender. JungMin estaba impasible, su semblante reflejaba la misma nada, tal vez procesaba la reciente información, pero ¿era tan difícil creer que sería uno de los reyes de Corea del Sur? ¿O, para un padre, le era imposible imaginar a su hijo casándose, mas con Min Yoongi?

Lord Jimin mordió su labio, temeroso de que el rebelde se enfadara, si bien, nunca había presenciado ni un indicio de ira en los pocos años que vivió con él, pero, de cierta manera, el rostro del hombre le era más temible cuando no demostraba emoción alguna. Oyó a su padre farfullar sílabas a duras penas como si estuviera conversando y debatiendo consigo mismo acerca del castaño y lo que maravillosamente había cumplido en su adolescencia.

Miró hacia la ventana y admiró el anochecer olvidando completamente el fresco momento, se preguntó hasta cuándo estaría aprisionado por aquellos locos en el mugriento cuarto, cuánto se tardaría el príncipe en rescatarlo, cuándo sería el día en que olvidaría esas asquerosas manos rodeándole el cuerpo. ¡Su cabeza era un lío de preguntas e imaginaciones, debía detenerse, pero le era simplemente irresistible no responderse para satisfacer su preocupación!

Los dos Park fueron interrumpidos por el muchacho que antes se encargó de Jimin al llevarlo a la sala, portaba la respiración desequilibrada y una cara que informaba las malas noticias, muy terribles, del día. No obstante, el Siete malinterpretó el comportamiento del joven rebelde, pensando que sería el nuevo protagonista en acabar la inescrupulosa escena anterior; se ocultó en sí mismo, abrazándose, se negaba a entregar lo que atesoraba para su príncipe.

-Hijo, tranquilo, no te hará nada -dijo al notar la actitud del castaño-. Él es Namjoon, es un buen muchacho. No temas.

-Hazle caso -habló Namjoon con voz serena, de algún modo practicado pudo regularizar el oxígeno faltante en su sistema, a pesar de la tierna mirada que poseía, los tatuajes en sus musculosos brazos le transformaban en alguien más rudo y mucho más poderoso, igual que un sujeto de alto rango-. Porque deberás salir de aquí. Hace algunas horas llamé al príncipe y vendrá por ti. De algún modo, todos ahora se enteraron y vienen a matarte, no permitiré que eso suceda.

-¿Por qué quieres ayudarme? -preguntó Lord Jimin.

-Sé que serás un buen rey y arreglarás esta porquería de reino. Vamos, muévete.

Aún con la orden dada, el Siete no movió un pelo, no sabía qué hacer, cuál era su parte del inminente plan, siquiera cómo iban a escapar si la única vía de salida era la puerta de la habitación, la cual era más peligrosa; y aún más cuando escuchó varios gritos de enojo en el primer piso, anhelantes de matar al hermoso joven y estropear para siempre la felicidad del heredero del trono, acabar de una vez por todas el abuso en Corea del Sur. Se estremeció al imaginar el pequeño grupo de locos rebeldes yendo hacia a ellos con sus armas cargadas y alto para acabar con cualquiera.

De reojo, vio los últimos ajustes que le otorgaba el muchacho a la gruesa cuerda, el nudo había quedado perfecto en la pata de la cama y lanzó lo que restaba a la ventana; rápidamente Namjoon lo atrajo e indicó que bajara antes de que los otros arribaran en el sitio, el tiempo se terminaba y quizás, junto con ello, sus vidas. Tenía demasiado miedo, la oscura emoción era tan negativa que le hizo temblar en ciertos momentos cuando ambos corrían por entre el frondoso y melancólico bosque.

Las ramas se escabullían en la tierra desnivelándola y regalando las chances para que fueran atrapados y asesinados a sangre fría en medio de la noche. Sació sus deseos de libertad inhalando el aire puro del ambiente, aunque otros se instalaron en su pecho, recriminándole: no pudo despedirse de JungMin, ni conocer los siguiente y nuevos movimientos de los rebeldes, menos determinar con certeza lo que ocurrió luego de que se oyó un disparo en el cuarto del que huía.

¿Su padre había sido herido? ¿Estaba grave o muerto? ¿Habrá tenido la oportunidad de zafarse del problema y continuar vivo? ¿La promesa de volver con su familia podría cumplirla, esta vez sin mentiras ni dolor? ¿Park JungMin sería un hombre de palabra a pesar de los obstáculos que nacieron recientemente?

Ambos pararon en un sitio donde velozmente emergió una figura desde las sombras, el castaño reconoció de inmediato la alta y recia anatomía del príncipe Min Yoongi y sin más corrió a sus brazos que le recibieron con un amor tan indestructible y fuerte como si hubiera sido resguardada por bastantes siglos, la necesidad de besarlo la sintió corroer por todo su cuerpo, capturando las débiles fuerzas y trasladándolas a sus delgados y secos labios.

El Uno fue quien optó por apresurar la enamorada acción y acariciarse, era una circunstancia inocente e ingenua, poblada de sentimientos sinceros y deseosos, ambos pensaban que todo había finalizado y el problema no persistiría causando más horrorosos estragos, sin embargo, una inhóspita presencia juraba la infelicidad en Seúl.

-Vaya, vaya, vaya - HyungJun, el líder de la organización, resopló disgustado, también abandonando la oscuridad brindada por los árboles junto con otros camaradas relucientemente acorazados-. Nunca imaginé que la realeza fuera maleducada, ¿acaso se iban a ir sin decir adiós?

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