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Y creo que son todos xd, si me faltó alguien me avisan c:

Por más que se removía de los fuertes brazos del muchacho él no conseguía acercarse un centímetro a su padre, siquiera sus cuerdas vocales le autorizaban decir "papá"; le veía fijamente, sin importar qué pensarían aquellos desquiciados o cuál era el inútil propósito de su notable esfuerzo, a pesar de la suplicante y dolorida mirada a esa persona ausente por años, esta no demostró el menor indicio de socorrerle e interrumpir la escena, de salvarle, abrazarle para que no temiera.

El semblante de JungMin era impasible, nada podía escudriñar en su apariencia y saber lo que sentía o tenía en mente, sus ojos azules grisáceos eran duros, gélidos por la carencia de cariño o amor de familia, estaban vacíos y solo aquel día regresó un particular
brillo; Jimin no sabía si significaba sorpresa, anhelo o enojo, era incierto, mucho más cuando se asomaban otras emociones.

De alguna manera, una parte de sí arrendaba en la incredulidad y, tal vez, imaginaba la presencia de su padre en medio del tumulto desorbitado, se engañaría a sí mismo si creyera eso que era más factible e inocente, pero la imagen de Park JungMin era tan pura, real, potente, como para dudar de ella. Los rebeldes le observaban con admiración y respeto como si tuviera un alto cargo dentro de la organización, las personas se movían de su lugar para cederle espacio, otros le saludaban ignorando la tensa y amenazante situación.

El Siete no captaba los hechos recientes, necesitaba tiempo para entender qué sucedía o qué sucedió hace ocho años atrás cuando su padre "falleció". ¿Acaso JungMin planeó su horrorosa muerte para unirse a ellos? ¿Abandonó a su amada familia para vivir con desconocidos locos y asesinos? ¿Él también había matado a gente inocente? ¿Por qué?

Solo aquellas preguntas navegaban en su cabeza, mareándolo con más palabras, confundiéndolo sin cesar inventando excusas para el mayor Park por el desolador fallecimiento. Todavía no apartaba su mirada azul cielo del rebelde, se sentía tan engañado por llorar en vano, por honrar la honestidad y justicia del legado que dejó su padre antes de partir. ¡Todo había sido un vil fraude! Su madre, SoDam, JeongHwa y las gemelas sufrieron tanto por un hombre que no merecía ninguna lágrima de amor y melancolía, recordaban esos tiempos donde jugaban alegremente, la tristeza que desfiguró el bonito rostro de sus hermanas y progenitora jamás quiso volver a verlo y juró hacerlas felices de una manera u otra.

Y lo logró, más aún cuando él ingresó a la Selección.

Apartó su mirada justo cuando recibía un golpe en la corva y caía rendido sobre sus rodillas, no produjo sonido o quejido, solo silencio, bajó la cabeza mientras sus manos eran atadas. De reojo vio que dos jóvenes se acercaban y, de la misma forma, a uno de ellos le dejaban junto al débil castaño; también era un rehén y nada menos que Kang MinHyuk.

Él sollozaba miedoso del entorno, observaba con pena de vez en cuando al Siete, al parecer avergonzado de lo que cometió.

—¿Estás bien? —murmuró Jimin, precavido.

MinHyuk negó errático.

—Dije tu nombre —susurró segundos después—. Dije que tú eras el Elegido para que me dejaran ir, l-lo siento, aún así yo no... —Se trababa con la lengua, nervioso por los gritos y las deslumbrantes armas de los sujetos.

—No te preocupes —le sonrió leve—. Yo haría lo mismo si fuera al revés el caso.

El joven Lord ocultó la pena de sus ojos cafés agachando la cabeza y se centró en la mismísima nada. El Siete le imitó tratando de construir una estable amistad con la tranquilidad e imponer una gran muralla de valentía en derredor para ahuyentar el acosador miedo. No obstante, un disparo del supremo líder se oyó en la sala, sembrando el silencio, obediencia y la calma, aunque esto último para el castaño no conquistó en su cuerpo, mas una nueva sensación adrenalínica arremetió contra él.

La respiración de Lord Jimin empezó a fallar poco a poco debido a la voz grave del rebelde que ordenaba a sus colegas a abandonar la sala y dejarle en privado con los dos lindos jóvenes. El tumulto acató el pedido y tan solo quedó JungMin parado junto al líder, al parecer ambos eran amigos, socios, ya que conversaban amistosamente, casi parecían hermanos.

El rebelde sacó un celular de su bolsillo, marcó un número y puso el aparato en altavoz, lo dejó en la mesa riéndose de la expresión aterrada de los rehenes.

—¿Diga? —contestó roncamente un hombre, se oía derrumbado y vacío, incluso se percibía la retención de un vergonzoso llanto. Jimin levantó la mirada esperanzado: era el príncipe de Seúl.

—¿Hiciste lo que te pedimos? —gruñó el líder de inmediato.

—Ya te expliqué que eso lleva tiempo, son muchos papeles para cambiar el sistema —respondió duro, había recuperado la trabajada compostura y la firmeza de un Uno.

—Mi paciencia se agota, alteza —decía burlón—. Podría explotar sobre MinHyuk o Jimin ahora mismo, cualquiera de los dos acabaría muy mal, por no decir muertos.

—No les hagas nada. Estoy trabajando en lo que has pedido, solo falta un poco.

—¿"Un poco"? ¿Acaso eso significa un año, dos, tres?

El castaño observaba el celular como si viera a través de él al incomparable Min Yoongi, extrañaba su robusta cercanía, los abrazos y besos tan enamorados que compartían y las caricias que solo ellos sabían lo que provocaba: amor, pasión, deseo; sentimientos que ninguna persona tendría el poder de causar o sentir con la misma magnitud en su corazón. Ambos estaban flechados, y si era necesario sentir el dolor del otro para saber que su amor era real, lo soportarían y acogerían como un tesoro.

De pronto, Jennie apareció con un arma y golpeó en la nuca de Lord Kang dejándolo a la merced de la inconsciencia. Mientras, el Siete miraba asustado, ¿él también sería maltratado de esa manera? El cuerpo del muchacho fue arrastrado fuera de la sala por la que era su doncella y en ese instante ya no pudo crear más posibilidades en su mente sobre lo que pasaría en los siguientes minutos. Era una incertidumbre total que cada segundo se hacía más irresistible y letal.

JungMin le dirigía una mirada preocupada a su querido hijo, sabía que algo malvado maquinaba el líder y, al igual que el castaño, habitaba en la incertidumbre y para él era un mal presagio, quizás peligroso o quizás solo una advertencia.

—Escucha, príncipe, si no fue suficiente con la muerte de DoJin, debería serlo con el amor de su vida —amenazó el hombre, se sobó la frente cansado de las excusas, hasta el sudor de la locura avisaba el cambio que habría en el ambiente.

—¡No te atrevas a tocarlo! —bramó Yoongi, su voz infestada de odio y repulsión, y sobre todo demostraba la inutilidad que sentía en ese momento, no podía hacer absolutamente nada. Nada por su amado.

—Yo no..., pero otros sí —declaró malicioso.

La puerta rasguñada de la sala se abrió de par en par revelando a cinco hombres, todos ellos portaban en sus ojos el deseo de tan solo echar una mirada en la perfecta anatomía de Jimin, aquellos sujetos estaban impacientes, nunca habían estado tan entusiasmados por acatar una orden de su esplendoroso líder, además, el beneficio que les brindaría aquel cuerpo sería inigualable, una gran paga por el servicio de varios años en la organización.

Avanzaron hacia el Siete, cuidadosos, le pusieron de pie examinando más a fondo las curvas y facciones de su rostro: labios, mejillas, nariz, ojos. El color azul era tan embelesador que el autocontrol era difícil de mantener bajo el límite.

Lord Park les veía temeroso, conocía sus intenciones, la lujuria que los hombres destilaban era detestable y asquerosa, aún así, con la amenaza de robarle su más adorada pureza, él no mostró oposición alguna, tal vez solo querían asustarlo. Le tenían rodeado, sin escapatoria, y aquello era escalofriante para alguien que anhelaba huir.

Vio a su padre tratando de acercársele, protegerlo de la maldad en la que él mismo participaba, pero el brazo del líder le imposibilitó ahuyentar a los rebeldes.

—¿Qué quieres decir? —inquirió el príncipe confundido.

Y Jimin sintió el primer manoseo en su cuerpo. Se apartó velozmente repudiando la caricia dada, quiso vomitar para alejarlos, pero no guardaba nada en su estómago.

—¡No me toquen! —vociferó despectivo.

—¿Jimin? —mencionó desesperado el príncipe Min Yoongi.

Sin embargo, el castaño ya no oía esa voz que le tranquilizaba y le hacía olvidar los males que le perseguían, ahora se concentraba en evadir los descarados toqueteos de los hombres; aunque, todo se tornó imposible cuando los cinco se pusieron de acuerdo en acariciarle sin pudor al mismo tiempo mientras que sus manos continuaban atadas. ¡No podía impedirlo!

—¡Dije que no me toquen! —gritó al sentir un largo manoseo en su trasero. Nunca había imaginado ser tocado por alguien que no era el príncipe—. ¡Suéltenme! ¡No hagan esto! ¡No me toquen, por favor! ¡No! ¡Suéltenme! —Se estaba desesperando, mucho más cuando desabrocharon los botones de la camisa y tocaron sus partes íntimas—. ¡No, no, no! ¡Yoongi, ayúdame, por favor, ayúdame! ¡Aléjense! ¡Suéltenme, se los pido! —lloraba igual que un niño de cinco años, aterrado y desconsolado.

Los gritos del Siete eran desgarradores y provocaban ser socorridos, se removía con la poca fuerza que poseía, intentaba apartarlos, pero todo era en vano, los músculos y el deseo de ellos le obligaban a obedecer lo que se les placía. Lamían su cuello, apretujaban el trasero, manos ásperas recorrían su torso, solo faltaba que consumaran el acto sexual y Jimin se convertiría en basura luego de que le utilizaran.

No tenía la capacidad de defenderse, se sentía tan sucio, una asquerosidad a la cual despreciarían por más hermoso que fuera. ¿Min Yoongi podría seguir amándolo luego de esas marcas y huellas de otros hombres?

—¡Ya, está bien! ¡Está bien! ¡Los papeles estarán listos hoy! ¡Lo prometo! ¡Pero déjalo en paz! N-No le hagas más daño, por favor —sollozó el Uno abatido por los gritos del castaño.

—¿Ves que no era tan difícil hacer el papeleo? —dijo el rebelde con aire ganador—. Ahora por tu culpa Jimin quedó traumado —cortó la llamada y ordenó a los cinco rebeldes retirarse a la vez que él hacía la misma acción.

Lord Park lloraba en el piso, solo, mezclándose con la mugre, trataba de ocultar ese cuerpo maltratado y usado entre su arrugada ropa mientras que las caras babosas de los hombres se repetía incesantemente en su cabeza, la escena no contaba con un final convirtiéndola en una horrible pesadilla real; inclusive todavía sentía manos tocándole, invadiendo su privacidad con el intento de arrebatarle su virginidad. Las lágrimas caían igual que inmensas cascadas, cada una negaba lo ocurrido y extrañaban al príncipe.

De pronto, Park JungMin apareció como un salvador frente al Siete, se arrodilló y desató sus manos con suma delicadeza y rapidez.

—Lo siento, hijo mío. Lo siento mucho —se disculpó su padre sollozando levemente y le abrazó cariñoso.

Aunque Jimin estuviera destrozado y rememorara la cruel mentira del hombre, se acurrucó junto a él.

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