40
El príncipe no le respondía, estaba tardando mucho en abrir la boca y explicarle el por qué del retazo habitando en su dormitorio, algo tan indefenso, pero que tenía grabado el símbolo del temible grupo que amenazaba al reino de Seúl y, quién sabía, de toda Corea del Sur. Era alarmante y peligrosa la situación, el Uno, el impecable heredero del trono, un sucesor intachable, podía estar relacionado con esas horribles personas de sangre fría, violentas y desquiciadas.
¿Min Yoongi era capaz, atesoraba la valentía y osadía, de traicionar a su pueblo?
El Siete, el muchacho que poseía la misma nada, pero para el pelinegro portaba todo lo que necesitaba, anhelaba y amaba, le miraba inquisidor, con el intento de que sus ojos azules, curiosos y aterrados, tuvieran el poder suficiente para indagar en los preciosos ojos de su enamorado; sin embargo, nada penetraba los inquebrantables muros impuestos por Yoongi, creando así un ambiente más misterioso y abarcado de desconfianza.
Ya no soportaba el silencio del príncipe, le crispaba los nervios cada segundo que transcurría de manera uniforme, los condenados minutos trabajaban arduamente para confirmarle la participación del ser que amaba. No obstante, el Uno se empeñaba, con esmero y gracia, en asustar al castaño, empujándole a resbalar en las negras aguas del terror, ahogándose en el suspenso.
Cuando, finalmente, el príncipe tomó las riendas del asunto, el corazón desbocado de Lord Jimin salió disparado de su pecho, temeroso de la brusquedad que utilizó el mayor al arrebatarle el libro con el pañuelo, las fosas nasales del pelinegro se contraían y la respiración cambiaba a acelerada. Pero el siguiente movimiento, tan desprevenido, era absolutamente todo lo contrario a su reacción.
El Uno velozmente había encerrado al joven Park entre sus brazos, aferrándose a él con delicadeza y sin la presencia de descarriladas acciones ante su pequeño cuerpo; no existía la furia por entrometerse en cosas privadas, siquiera un drástico cambio de actitud por lo descubierto, solo predominaba el arrepentimiento en su ceño arrugado y ojos cerrados. Juntó ambas frentes en la espera de hallar tranquilidad y provocar que el Siete olvide lo visto, pero la sensación de culpabilidad abordó su mente. ¡No podía mentir o engañarle a Lord Park, es más, nunca podría!
Aún, el castaño, con su semblante asustadizo, se permitió acariciar el cabello del príncipe, quería tranquilizarlo, enviarle el sosiego que requería con urgencia, quizás con su poderoso tacto la tensión de Min Yoongi desaparecería sin dejar rastro y la posibilidad de acallar la situación con el amor de ellos devolvería lo que la amenaza se robó.
—Por favor, cálmate, no temas —le decía el Uno—. Puedo escuchar los latidos de tu corazón asustado, estás temblando. No te haré daño, nunca lo haría, amor, tan solo confía en mí... Ámame como yo te amo y verás que todo esto no tiene importancia.
—¿Cómo no la va a tener? Son los rebeldes, ellos m-matan a inocentes, atacaron sin piedad el palacio, ¿cómo pretendes que olvide a esas horrorosas personas? —preguntó Jimin cerrando los ojos—. Tú mismo me advertiste que te informara si alguien portaba el símbolo dentro del palacio, p-pero lo tienes tú —recordó, nuevamente la acechadora sensación de desprotección se presentaba aun con la presencia del príncipe, a pesar de que sus brazos le rodeaban brindándole seguridad, que su palabras le prohibieran sentirse desamparado.
—No estoy con ellos, eso te lo puedo asegurar —murmuró alejándose un poco del castaño y arreglando sutilmente el flequillo de este—. Pero sí estoy de acuerdo en lo que ellos quieren. —Delineó su mejilla.
—¿Y qué quieren?
—Derrocar las castas. Un sistema igualitario.
El castaño exhaló fuertemente ante el nerviosismo acontecido de repente, él también deseaba lo pedido por esas salvajes personas, lo había dejado bien en claro el día del castigo, lo gritó directamente a los cuatro vientos, comandado por la ira. Ahora que conocía el propósito de aquel grupo, ya no se sentía tan solo con su pensamiento que, a la vista de todos, lucía descabellado e imposible, y, sorprendentemente, el príncipe de Seúl también estaba del lado de la justicia.
¿El reino cambiaría después que Yoongi, el sucesor, se le otorgara la mayor responsabilidad de su vida?
—Por eso te he elegido a ti... Eres el Elegido, Park Jimin. Y sé que contigo podré cumplir lo que quiero para Seúl, porque estarás de acuerdo conmigo, me apoyarás y lo mejor de todo, cuando estemos en esos tiempos, es que serás mi marido —sonrió al imaginarlo.
El Siete le miró enternecido, las miles de sensaciones que sentía día a día sabiendo los sentimientos del príncipe, en aquel instante se intensificaron en demasía, percibió cómo la debilidad que poseía frente a este hombre corroía por todo su interior alimentando los sueños y esperanzas de vivir junto a él. Luego, Lord Park se dio cuenta de la estrategia que estaba ejecutando Yoongi en la situación: le decía palabras bonitas, hablaba del futuro que ambos compartirían en el palacio.
¡El príncipe quería zafarse del tema y por poco lo lograba!
—¿Por qué tienes el pañuelo con el símbolo? Si no estás aliado con ellos, entonces, ¿cómo? —preguntó el castaño viéndole bufar ya sea al fallo de su intento evasivo.
Yoongi agarró su mano y le llevó hasta la gran cama donde los dos se recostaron, Jimin esperaba que de una vez por todas le contara la historia de cómo fue que obtuvo el retazo, la paciencia tenía un límite y ya notaba el filo en el cual se encontraba. Apoyó su cabeza en el hombro del Uno mientras que este último acariciaba su brazo e inhalaba el perfume cautivador que usaba.
—Cuando tenía trece años conocí a un muchacho, él era un rebelde, de alguna forma él había podido burlar toda la seguridad del palacio, porque cada tarde entraba a mi habitación y conversábamos —narraba sin apuros, como si reviviera el recuerdo con todo detalle—. Él me habló sobre una organización que poco a poco iba ganando hombres que estaban en contra de este sistema político: los rebeldes. La principal idea de su líder era destruir las castas, ayudar a los más pobres, quería negociar con el rey y hacer un trato de igualdad, pero al parecer nada de eso se llevó acabo, como ya ves: los atentados y amenazas contra el palacio, nosotros, los Unos más que nada —suspiró—. A él le prometí que cuando el cargo de rey pasara a mí, les daría una solución, las injusticias iban a terminar y empezarían tiempos mejores, él me sonrió y me dijo que esperaría ansioso. Un día, él me obsequió ese pañuelo, me dijo que lo guardara, porque cuando él regresara iba a verificar si aún lo conservaba; después, nunca más apareció. A pesar de eso, no lo he desechado, porque yo todavía confío en él — rió sin una pizca de gracia—. Puedo sonar como un completo estúpido, ya que han transcurrido muchos años y no volverá con las mismas intenciones de amistad, pero fue mi amigo, me supo escuchar y yo a él, estuvo presente en los momentos que lo necesité... Fue alguien muy importante para mí.
Jimin oyó atento la corta historia, ese "él" mencionado con aprecio le agradó en gran parte por abrirle los ojos a Yoongi antes de que fuera influenciado enteramente por el rey, pero las últimas palabras removieron algo indescriptible en su fuero interno, tal vez era pena, compasión o los increíbles celos.
—¿Te gustaba? —inquirió el castaño en voz baja, aun cuando hablaban sobre un tema que involucraba a los más peligrosos de Seúl, le fue imposible retener la cuestión.
—Solo era un amigo, mi amor —aclaró riendo y besó su frente. Primera vez que apreciaba los celos de Park con todo esplendor.
El Siete se puso de pie provocando que el príncipe le imitara, ahora él tomaría la iniciativa de comenzar un beso, el segundo de Jimin y el de su relación. Se acercó al rostro de Min Yoongi posando sus manos en los hombros del nombrado al mismo tiempo que él lo aproximaba con su posesivo agarre en la cintura, el castaño rozaba lentamente los labios de su enamorado hasta que esas tersas caricias se convirtieron en cortos besos sonoros.
De pronto, en medio de sus muestras de afecto, el castaño percibió la enorgullecida sonrisa del Uno.
—¿Por qué sonríes?
—Eres tan pequeñito, siquiera de puntillas alcanzas mi estatura —se irguió completamente rebasando por una cabeza y un poco más a Lord Jimin—. Espera, eso lo arreglamos en un segundo —dijo dirigiéndose al estante.
Park dio media vuelta intentando saber qué haría para "solucionar" algo que ya no tenía remedio. Su altura era baja, claro está, pero disfrutaba la ventaja de verse adorable. Observó al príncipe extraer dos libros gordos de tapa dura, al menos tendrían unas novecientas o mil páginas, de solo dar una aproximación de la cantidad de hojas, adquirió un fugaz mareo. ¿Había leído ambos libros?
El pelinegro los posicionó en el suelo e invitó cordialmente para que se subiera. Jimin rodó los ojos ante la inteligente y jocosa ocurrencia, subió y sonrió al ver los ojos de Yoongi aguantando la carcajada. Se cruzó de brazos enarcando una ceja al efectuar el propósito dado, también le era gracioso, pero, ya que tenía la estatura perfecta y no haría esfuerzos, quería saborear mucho más a fondo la rosada boca de su príncipe.
—Ven aquí y bésame, tonto —lo atrajo de la camisa y estrecharon sus labios como bien estaban acostumbrándose a sentir del otro.
Ambos creaban sensaciones, siempre una mejor que la anterior, mucho más potente y pasional, más coqueta e insolente, más sensual y maestra.
El labio inferior de Lord Jimin era estirado castamente por los dientes del príncipe, mientras que él obtenía la lengua del castaño delineando su labio superior; era excitante para los dos aquel guerrero juego, no lo desmentían, no obstante, era la situación máxima a la cual se les concedía llegar. El Uno y el Lord frenaron los profundos movimientos, deseosos de seguir, pero consientes del error que podían cometer antes del matrimonio.
No aún, debían ser pacientes.
—¿Quieres dar un paseo? —preguntó el príncipe de Seúl, al cabo de regular su sistema respiratorio.
Sin replicar nada, Park entrelazó su mano con la de él y se encaminó a abandonar la inmensa habitación. Quería aire fresco, de alguna manera la escena de los genuinos besos le causó un leve sonrojo, quizás recién se percató de su actitud tan decidida y directa. Bajaban las escaleras con miradas cómplices, de vez en cuando Yoongi le robaba fugaces besos sorpresivamente.
La burbuja de los tórtolos enamorados se vio interrumpida por la distracción de una doncella, Jennie para ser precisos, la cual saltó del susto y comenzó a pedir disculpas reiteradas veces. Lord Jimin le hizo callar, ofuscado por un accidente sin importancia y del que nadie había salido herido gravemente; ella se retiró cabizbaja susurrando por última vez "perdón", aunque fue mencionado con burla, quizás para ver uno de los tiernos gestos que hacía el castaño cuando se enfadaba falsamente, él sonrió amigable. Observó a Yoongi que le miraba extrañado, aún así, se encogió de hombros y prosiguieron su salida.
Nada les arruinaría el perfecto día construido por labios curiosos de conocer el más allá del límite y del amor que acrecentaba a cada hora si era posible.
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