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Sus doncellas arreglaban con sumo esmero los últimos detalles de su traje, estas portaban un ceño fruncido por la concentración de tener éxito en el máximo embellecimiento de su Lord. Si bien, ellas sabían lo que pronto se realizaría en el Gran Salón y la importancia que tendría la presentación personal de cada joven atractivo partícipe de la Élite, los últimos diez candidatos en la Selección de Seúl. Estaban segurísimas que la despampanante figura del castaño refulgiría más que un diamante recién pulido, se robaría todas las miradas de cada invitado y existiría bastante envidia por su natural beldad.

Sería una obra de arte, impecable y delicada, compartiendo entre las familias reales.

Su cuerpo había sufrido nuevamente el proceso de cremas y perfumes, pero esta vez se incrementó mucho más, tanto que le era posible dejar a su paso una estela de un exquisito aroma a floral. Era increíble la intensidad del olor y la embriaguez instantánea que producía al respirarlo. Cualquier individuo que le mirara tan solo una vez, era segura su vista en él por el resto de la noche.

Las doncellas le otorgaron el visto bueno a su magnífico aspecto, por lo que había llegado el momento de salir de su habitación y enfrentar a todos en el Gran Salón; no dudaba que el espacio estuviera infestado de personas desconocidas, alzando las copas, admirando la preciosidad de los vestidos, conversando de temas triviales o la competencia que se desataba por el príncipe Min Yoongi. Pensó que esto último sería lo más hablado por las personas, pues había comenzado la dichosa y esperada Élite de Seúl.

El nuevo objetivo de Lord Jimin era descender elegantemente las escaleras e ingresar en el sitio donde la riqueza prevalecía sobre los Unos, bañados de material costoso y piedras preciosas. Y no estaba equivocado. Al detenerse en el umbral del Gran Salón pudo apreciar con libertad la gran cantidad de gente en aquellos atuendos tan impactantes, bellos y hechos a la medida. Delante de él estaban las respetadas familias de Busan e Incheon, los cuales muchos de ellos le miraban con descaro de arriba a abajo por su notable belleza, estilo y atractivo físico.

¡Semejante obra maestra veían sus ojos!

De pronto, por toda el área del lugar, resonó un vaso quebrándose en cientos de pedazos debido a la inmensa impresión que se llevó por el guapo muchacho detenido en la entrada, aquel que vestía un pantalón blanco con tirantes del mismo color y camisa negra; las prendas estaban, más o menos, adheridas a su cuerpo causando un infarto por donde se le viera; y ese peinado que demostraba la más pura inocencia: un remolino castaño terminaba por adornar su cabeza.

El autor del vaso roto se acercó rápidamente hacia el Siete, incapaz de hacer esperar su curiosidad por el joven, quería saber de él, conocerlo y, quién sabía, tener una oportunidad con la belleza a pesar de los peligrosos riesgos que podía conllevar el intento.

—Buenas noches —saludó el sorpresivo muchacho—. Me presento, soy Kim SeokJin, primo de Yoongi y príncipe del reino de Incheon. —Tomó la mano del castaño y besó suavemente.

—Park Jimin, alteza —respondió ido, de un momento a otro había quedado embelesado por la presencia del Uno con solo una mirada y cruce de palabras. ¿Aquello significaba un buen indicio para olvidar al pelinegro o solo se estaba engañando por el deseo de olvidarlo?

—Eres muy hermoso —halagó SeokJin sin pensárselo dos veces. Observó el adorable sonrojo del Seleccionado y se dio cuenta que sus dotes de conquista todavía causaban efecto; hace algunos años debió cambiar su amorosa actitud para concentrarse en aprender a ser un excelente rey, ya que era muy coqueto, un adolescente descontrolado. Yoongi y él eran iguales, ambos eran réplicas exactas del otro.

—Oh, gracias. Usted también lo es, demasiado diría yo —coqueteó Lord Park; si no hubo posibilidades con el príncipe de Seúl, no debería echarse a morir por él, más bien, aprovechar el hecho de quedar libre para otro hombre. Además, era un gran partido: el cabello castaño oscuro con algunos rulos entremedio, mandíbula cuadrada, labios rosados y ojos verdes grisáceos.

SeokJin impactado por sus palabras y la indiferencia del Seleccionado ante la mirada escudriñadora del príncipe posada en ellos, le pareció valiente y, a la vez, sinvergüenza su osadía; sonrió y miró con adoración la joya. Por otro lado, Jimin estaba bastante satisfecho con el reciente temperamento adoptado, poco le importaba aquellos ojos grises inquisidores de saber lo que sucedía y por qué las sonrisitas atontadas. En un momento, llegó a imaginar la inexistencia de Yoongi y que solo se hallaba SeokJin para él.

Quizás la presencia del príncipe de Incheon estaba causando estragos en su interior, podía ser buena esa sensación tan acogedora para dejar atrás los malos ratos del amor, pero también predominaba la sensación de desgracia si nuevamente caía en el pozo de los desdichados; no soportaría por segunda vez un sentimiento no correspondido. ¡Sería el colmo! ¿Tanta mala suerte podía camuflarse en su vida?

El Uno le invitó a presentarles a sus padres y a las demás familias, todos estaban encantados con su persona tan humilde y simpática; hubo muchos comentarios que le incomodaron, por ejemplo, que el príncipe Min Yoongi debería estar embobado por él o que era el prototipo exacto de un príncipe. A Jimin le daban ganas de rodar los ojos y exclamarles con la mayor sutileza que ni en sueños podía serlo, porque se iba a ir mañana, feliz, despreocupado y armonioso.

Cuando acabaron los saludos, ambos se sonrieron como si ya hubieran sido desalojados del martirio y empezara su momento.

—¿Quieres bailar? —preguntó SeokJin.

—Claro, ¡cómo negarme a una invitación suya!

Fueron al centro del salón e interpretaron un coordinado vals que despertó curiosidad en los presentes, miraban atentos sin perderse detalle de los delicados movimientos y giros. ¡Qué pareja!

—Y, dime, si estás aquí por Yoongi, ¿por qué me dejas tratarte de esta manera? —Le dio una vuelta acercándolo más a sí mismo.

—Porque me iré de esta competencia. Ya no soy un candidato para la corona; pero creo que soy un candidato para alguien más —insinuó mirando fijamente los ojos de SeokJin, verde grisáceo.

—Crees bien, hermoso. Serías un magnífico príncipe para mí —susurró en su oído y Lord Jimin solo pudo carcajear fuertemente por la cercanía, ya que no iba a permitir otro sonrojo extendiéndose por su rostro—. ¿Quieres salir a tomar aire? Quiero mostrarte un paso de baile que he aprendido hace poco.

El Siete asintió entusiasmado y respiró hondo. Jamás pensó que ser coqueto implicaría poseer un comportamiento altamente descarado y carente de límites, los cuales impedían que sobrepasara lo establecido. Antes de abandonar completamente el Gran Salón, oyó el agudo, pero estruendoso ruido de un vaso quebrarse con fuerza.

—¡Pero, Yoongi, cariño, ¿qué haces?! —exclamaron.

Jimin y SeokJin ignoraron aquel inminente hecho y prosiguieron a ir al segundo piso. Al balcón, un lugar mucho más tranquilo y silencioso, que en esos momentos la noche portaba estrellas y la refulgente luna. Arribaron lentamente en el extenso espacio, almacenado de bellas flores y plantas verdes. Para el príncipe de Incheon se le dio la oportunidad que quería y no desperdició otro segundo más.

—Mira, este es el paso. Ven, acércate —indicó—. Tus brazos van acá —dijo agarrando las extremidades del castaño y poniéndolas en sus hombros—. Y mis manos van aquí —las posicionó en la cintura del Seleccionado. De repente, su respiración comenzaba a fallar.

—¿Y cuál es el ritmo? —inquirió Park en tono bajo, nervios habían empezado a corroerle por su cuerpo.

—Este. —Se acercó a su rostro intentando alcanzar aquellos labios gruesos que no demostraban resistencia, sino aceptación por la amable caballerosidad vista anteriormente.

—¡Jimin! —gritó Min Yoongi, enfurecido de casi presenciar el principio de la horrible acción amorosa.

Ambos protagonistas del inexistente beso se separaron de un salto y observaron al príncipe de Seúl. Este llevaba una venda mal puesta en su mano derecha con rastro de sangre fresca debido a un filoso corte.

—¿No te enseñaron a respetar a los pretendientes de un príncipe, SeokJin? —preguntó el pelinegro con mirada dura.

—Yo ya no lo soy. Te recuerdo que mañana me largo de aquí —interrumpió el Siete, enojado por su aparición. Desde siempre arruinando los maravillosos momentos.

—Ten cuidado, Jimin, ahora y para todos, aún estás dentro de la Selección. Aún puede caer la condena sobre ti —recordó aproximándose a la pareja.

—Aunque él rompiera una regla, yo no permitiría que le pusieran una mano o látigo encima y arruinaran su excepcional belleza. No dejaría que destrozaran a una joya tan hermosa como Jimin —se opuso SeokJin imponiéndose ante su primo.

—Te recuerdo, querido, que esta preciosura aún es propiedad de Seúl y no de Incheon. Si no te molesta —agarró el brazo del castaño y lo arrastró fuera del balcón dejando perplejo a su familiar—. Ni siquiera mires atrás. Solo adelante. A mí —le advirtió.

Lograron caminar hasta el inicio de las escaleras cuando Lord Jimin detuvo el apresurado paso.

—¡Ya, detente! —exclamó alejando su brazo del posesivo agarre.

El príncipe se giró con cara de pocos amigos.

—¿Sabes lo que habría pasado si un soldado hubiera rondado por ese lugar, eh? ¿O si mi mismísimo padre hubiera ido a buscar a SeokJin? ¿Sabes lo que te hubiera pasado? —preguntó Yoongi con el intento de ocultar su preocupación. El castaño bajó la cabeza—. Te hubieran castigado, habrían existido cargos sobre ti por traición. Te... Te hubieran condenado a muerte y...

—Entonces, gracias por salvarme —interrumpió rápido, de tan solo imaginar su fin se le erizaba la piel. Besó fugazmente la mejilla del príncipe y regresó al Gran Salón.

Uhhhh, SeokJin llegó a hacerle competencia a Yoongi 👀, díganme...

#TeamSeokjin

O

#TeamYoongi

Los leo👀

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