30

El rey había despertado, hace algunas horas que abandonó a la inconsciencia en su sueño; después de aquella semana de incertidumbre por la salud del hombre, por fin era posible celebrar un acontecimiento en el palacio. Y para festejar tal alegría y milagro, se organizaría una fiesta para la familia real y los Seleccionados.

Pero, antes de que cayera la tarde y comenzara un ambiente juguetón, el rey de Seúl, Min DoJin, pidió la presencia de todos en el comedor para el desayuno. Nadie pudo negarse, tampoco tenían la posibilidad de hacerlo, era la persona más suprema del reino, ¿quién lo rechazaría?

Su asiento estaba perfectamente ubicado junto al de su mejor amigo, Jungkook, este le comentaba, acerca de las miradas que para pocas personas pasó inadvertida mientras transcurría el Report; él le sonreía con complicidad, sus misteriosos ojos avellanos no denotaban odio ni envidia, solo felicidad. A veces Jimin se preguntaba si su amigo fingía, otras veces pensaba que la amistad sí podía existir dentro de una competencia donde todos son enemigos.

La reina Eunhye con un delicado gesto de cabeza dio el permiso para comer. Los Seleccionados escogían especialmente sus alimentos, aunque para el castaño algo andaba mal, miraba su taza humeante por el caliente té. De repente, no tenía apetito, siquiera tomaba el líquido para desaparecer la irritante sensación en su pecho, era extraño y escalofriante. Su alrededor desprendía buenas vibras, Taehyung sonreía, pero él las bloqueaba.

Incluso, había de ser preocupante su semblante porque Jungkook y el príncipe preguntaron cómo se encontraba, qué le ocurría, ya que no agarraba un bocado luego de varios minutos de impasibilidad. El único rasgo que tranquilizó a las dos personas fue el ceño fruncido del Siete, sin embargo, segundos después ellos también tornaron su rostro a confusión, mejor dicho, todos los que estaban en la mesa.

Se oían suplicas y gritos desesperados.  Park reconoció la voz: era su doncella HyeRi.

—¡Por favor, déjenme pasar, es urgente! —chillaba, al parecer se enfrentaba con los fuertes brazos de los soldados—. ¡Es la verdad, por favor! ¡Milord, milord!

Jimin miró a la familia real en plan de saber cuál sería su orden al respecto. El príncipe hizo una asentimiento al soldado más cercano —que se hallaba de pie en uno de los rincones del comedor—, aquel uniformado abrió la puerta y, como si fuera perseguida por un feroz monstruo, corrió hasta su Lord. Cuando apreció su rostro, ella era la personificación del nerviosismo, tiritaba sin saber por qué.

—¿Qué pasa, HyeRi? —pronunció cada letra con preocupación.

—H-Hay una llamada esperándolo, él me dijo que es urgente, que es el único que le puede ayudar. Él está nervioso, creo que por eso estoy de la misma manera. Perdón, milord —informó rápidamente.

—¿"Él"? ¿Quién? —se puso de pie tomándole las manos para calmarla; estaba demasiado alterada.

—Dijo que se llamaba Yugyeom.

—Oh, no —exclamó el castaño.

La sensación en su pecho acrecentó al ratificar el presentimiento anterior, sabía que algo sucedía; estaba intranquilo y daba por hecho que iba a sentirse así por el resto del día, inclusive en los tormentosos días siguientes. La llamada era sumamente importante, no cabía duda, y podía poner sus manos al fuego a que era por Dahyun. Debía estar enferma o delicada de salud, a veces ella sufría graves resfriados que llegaban a ser peligrosos, quizás este último fue la vencida.

Lord Jimin rogó a la familia que le dejaran ir, el rey y la reina muy desasosegados aceptaron y el príncipe con desconfianza dio el sí; solo era un simple llamada de un chico. El Siete salió del comedor y en un santiamén estuvo en su cuarto con el aparato en su oreja. ¡La sensación ya no la soportaba, era desgarradora!

—¿Yugyeom? ¿Qué pasa? ¿Por qué llamas? —intentó hablar sereno. Fracasó totalmente.

—¡Es Dahyun! ¡Dahyun fue azotada en el Centro, Jimin!

Sus pulmones despojaron automáticamente, desechando, todo el aire que lo iba a calmar para respirar bien, su cuerpo se debilitó ante la bruta noticia y cayó al suelo, acurrucándose en aquel dolor que estaba listo para salir de su cueva, abarcó la pena y felicidad; solo de dolor estaba hecho. La acechadora sensación se fue, huyó, pero a cambio dejó un vacío, profundo, incapaz de arrancárselo y sentirse desamparado.

—No, no, no —negaba moviendo su cabeza y estrujaba su pelo, impotente.

—¿¡Crees que jugaría con algo como esto!? ¡Es mi hermana, por Dios! —le gritaba Yugyeom queriendo sollozar—. ¡Ella está mal, muy mal! ¡No puedo ayudarla!

—¿P-Pero cómo fue? ¡Cuéntame desde el principio, Yugyeom! —decía apenas, había como una cuerda en su cuello asfixiándolo, le arrebataba las palabras y raspaba su garganta.

—¡No lo sé! ¡No sé en qué momento la arrestaron, no sé en qué momento fueron los latigazos! ¡La gente solo murmuraba: "Otra vez esa familia"! ¿¡A qué se referían!? ¡No lo entiendo, Jimin!

—Yo... N-No lo sé... —suspiraba, quería llorar, se arrepentía tanto de no tomar la debidas precauciones. Diablos, sentía el dolor de su amiga, dentro, carcomiéndolo, también sufría. Perderla significaba un mundo sin sentido—. Yo veré qué hago... Quizás pueda traerla al palacio, al fin y al cabo ella ahora es una... Ocho, podría trabajar aquí.

—Por favor, ayúdala, por favor —suplicaba entristecido, estaba solo, se había transformado en hijo único—. Aunque jamás hayamos hablado, sé que eres una buena persona, sé que la ayudarás. Eres parte de la nobleza, tienes privilegios, te dejarán acercarte a ella. Pero, por favor, apúrate, ella está desangrándose, no... n-no quiero que muera.

—Yo iré. Tranquilo, no te preocupes —colgó.

En el instante de dejar caer el teléfono, lloró. Lloró como nunca antes, se ahogaba en las lágrimas y no le importaba demostrarse débil en su máximo esplendor; eliminaba los errores cometidos, se retaba por no ser más inteligente, por qué no pudo evitar esto. Se echaba la culpa por cada latigazo que recibió Dahyun en su delicado cuerpo, por el miedo que le hizo sentir, por prometerle que no irían hasta ella, que no la castigarían, por protegerla de la peor manera: ¡mintiéndole!

Sus doncellas le miraban, apenadas; nunca pensaron ver a su Lord tan acabado. Cada sollozo era más fuerte que el otro, incapaces de parar, aunque sea con palabras bonitas y tranquilizantes. Jimin convertía en puño sus manos, no aguantaba la culpabilidad, pero, a lo menos, debía soportarla. Consideraba que era su castigo.

Se oyeron pasos deteniéndose en el umbral de su puerta que velozmente se aproximaron a él, percibió la presencia a su lado, consolándolo a pesar de no saber por qué.

—¿Qué te ocurre, cariño? —preguntó el príncipe, atrayéndolo a sus brazos.

El castaño levantó la mirada, el color azul estaba tan apagado por el dolor que conmovió a Yoongi. Este último besó su frente, como si con aquel sutil gesto fuera a repararlo y salvarlo de donde estaba hundido.

—¿Puedes llevarme al Centro, por favor? —susurró.

—Cariño, no puedes salir del palacio...

—¡Por favor, solo llévame allí, te lo pido! ¿¡Puedes!?

El príncipe tomó su mano, obligándole a pararse y seguirlo; ordenó a uno de los soldados preparar un auto lo más rápido posible. Tenía en cuenta que estaba infringiendo una norma y que él mismo participaba como cómplice, pero si aquel rostro triste de Jimin volvía al de antes, bonito y alegre, con tal de llevarlo hasta el pueblo... Pues no habían discusiones ni réplicas.

Se adentraron en el vehículo y el aire fresco del interior socorrió a Jimin en su dificultada respiración. Ahora solo debía tragarse cuatro horas de viaje o tres si van a una velocidad mayor de la establecida. Cerró los ojos con la intención de que todo pasara más rápido, menos doloroso, más en la inconsciencia. Y los brazos de Yoongi fueron perfectos al rodearlo, cariñosos y mentirosos, porque le decían que estaba todo bien, cuando, en realidad, no era así.

Los labios del príncipe cada ciertos intervalos de tiempo se posaban en la frente del Siete o caricias circundaban en el cabello o cadera. Había dejado de llorar, pero tal acción regresó vengativa al bajar del auto.

El Centro se hallaba desierto, nadie caminaba por ese espacio, siquiera el correteo de los niños jugando. Lord Jimin sintió miradas viniendo de las casas, escudriñando sus presencias, impresionándose por quién le acompañaba. Hasta que esas ruinas que tenía por sentimientos se convirtieron en un mísero polvo.

Corrió hacia ella, abandonando completamente al confundido príncipe. Se arrodilló y vio las horribles marcas, sangrientas y carnosas, más de diez latigazos invadían su espalda; la cara magullada y con lágrimas secas contra el suelo. No quería tocarla, pensaba que desaparecería con un solo toque, él solo lloraba.

—Está muerta —le dijeron. Alzó su cabeza, observando al uniformado, un Guardia, que venía a retirar el cuerpo, por lo visto, inerte.

—¿Qué? No, no, no, no, ¡no! ¡Ella está viva! —Sintió las manos del Uno cargarse en sus hombros, como si tuviera que desertar de su seguridad—. ¡No está muerta, no!

— Jimin, vamos, no puedes hacer nada —murmuró el príncipe—. Ven, regresemos al palacio.

—¡No! No pude llegar tan tarde, no pude...

Acercó dos de sus dedos al cuello de Dahyun intentando captar el pulso. Y ahí estaba. Imperceptible. Débil. Pausado. Pulsaciones que eran limitadas si no era atendida a tiempo. Ahí estaba la esperanza, esperando ser detectada.

—¡Está viva! —gritó—. Por favor —miró al pelinegro—, déjame llevarla al palacio, por favor. Ella aún puede vivir. Por favor, Yoongi.

El príncipe indeciso, aceptó, tal vez al llegar a su hogar sería severamente reprendido, pero, en ese momento, no le importó ni quería tomarlo en cuenta. Le ayudó a cargarla con cuidado, se ocupó de cubrirle las heridas con la ropa y caminó el corto tramo hasta el auto. El castaño se encargó de acunarla entre sus brazos durante las cuatro horas siguientes, mentalizado en protegerla de la muerte. Esta vez no le fallaría, tampoco a Yugyeom. A nadie más.

Lord Jimin divisó la gran estructura, ya casi. Estaba entusiasmado, anhelaba ver aquella sonrisa y oír el optimismo tan irritante que tenía su amiga, sabía que era fuerte y, por más que los latigazos le recriminaran el mal hecho, ella no le dejaría solo. Entraron y fueron a su habitación, las doncellas quedaron de piedra al ver a la muchacha en el maltratado estado.

—¿HyeRi, conoces a alguien de confianza que cure estas heridas? —inquirió mostrado un poco la espalda de Dahyun, ya situada en la cama. La doncella soltó un grito ahogado, pero asintió y fue a buscar a la persona.

—Tú —mencionó Yoongi dirigiéndose a Jennie—, ve con la otra doncella y ayúdala a traer lo necesario.

Solo quedó Jihyo que estaba paralizada, sin saber que hacer ni saber cómo reaccionar.

—L-Lord Jimin, no puedo e-estar aquí, me da pánico la sangre, no creo... N-No creo que... —tartamudeaba inmersa en la fobia.

El castaño le indicó que se fuera y descansara, quizás la necesitaría para otra cosa. Nuevamente, se sometió en el cuidado de Dahyun, sostenía su mano como si fuera a recibir un apretón de calma o si fuera a despertar por sus caricias. Aún así, nada, la respiración apenas se percibía, ¿cuándo llegarían sus doncellas?

—Yo... Hum... Yo me debo ir, no creo que pueda aportar más ayuda —avisó el pelinegro, se acercó a Jimin para besarle la frente, pero él alzó su mirada dejando a la vista sus labios. Casi lo besaba, cómo le hubiera encantado no poseer reflejos y haber continuado.

Lord Park besó su mejilla y agachó su mirada, por último susurrando—: Gracias.

Salió de la habitación con una leve sonrisa... Al menos, fue recompensado por aquellos tímidos labios.

Creo que es el capítulo más triste hasta ahora:(

Ahora sí, hasta mañana bsjdndbb

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