26

Él había dejado a las pequeñas gemelas en el descolorido sillón marrón y comenzó a mirar a las dos preciosas niñas jugando con sus muñecas, a pesar de vivir siempre en la inmundicia, la felicidad de sus hijos cautivaba los alrededores y hacía pensar que tenían una casa, un hogar, como el de cualquier persona digna.

Sabía que su casta era cercana a la peor de todas, que debía preocuparse a cada segundo por sobrevivir y no terminar en la calle como los Ochos —más con una familia numerosa y mayoritariamente de infantes—, que esas ganancias que recibía de su solidario jefe no alcanzaba a cubrir todo el gasto que consumían; sabía que necesitaba idear algo para alejarse del agujero en el que iban a caer.

A regañadientes el pequeño Jimin había aceptado la ida de su padre, era trabajo y se sacrificaba por ellos, lo entendía; sin embargo, era la primera vez que él se alejaría por tanto tiempo, la figura paterna no estaría cada tarde para abrazarles ni haciéndoles reír para que dejaran de lloriquear, pero a lo menos el castaño se reconfortaba con la rapidez que transcurrirían las dos tediosas semanas y luego, en un día radiante, estaría de vuelta su increíble padre.

—¿Ya te vas, papá? ¿N-No que era más tarde? —inquirió Jimin con su voz chillona queriendo llorar—. Apenas son las doce.

—El viaje es largo, hijo, muy largo —le contestó JungMin apenado.

—Oh... Está bien.

Estaba triste, no había manera de retener aquel sentimiento hasta que el hombre se fuera, siquiera las manos de su madre apoyándose en sus delgados hombros ahuyentaron el vacío y la decepción que se instalaba cómodamente en su corazón. Observó la lejanía construida con cada paso dado y sin retorno, las palmadas de apoyo que le daba su colega, también integrado en el viaje, la última sonrisa dirigida a sus pequeñas, a su gran orgullo y a su mujer.

JungMin miró hacia adelante, una negrura acechó la escena y Lord Jimin abrió los ojos.

Aún con su rostro somnoliento y decaído saludó a sus doncellas que le dieron un feliz buenos días y un sabroso desayuno en su cama. No quería recordar los fragmentos del sueño que todavía perduraban en su cabeza, de manera que empezó una divertida conversación con las jóvenes, divertida hasta que se convirtió en una dura interrogación donde estaba involucrado, principalmente, Min Yoongi.

Sus respuestas deliberadas le hicieron pensar en él más de lo que le hubiera gustado, pero necesario para entender la contradictoria relación que mantenían. Jimin detestaba el hecho de que fuera el príncipe de Seúl, ya que poseía poder y, por ende, hacer lo que se le diera la gana en cualquier momento y con quien quisiera; pensaba que el pelinegro no tenía exclusividad debido al sinfín de salivas compartidas con YoungJae y BaRom, y quién sabe con otros chicos más; pero debería comprender el modus operandi con el que practicaba cada día para conocer y ser conocido, tal vez en sus planes no estaba incluido el besar, más bien, sino por parte de los Seleccionados que querían conquistarlo mediante muestras de afecto demasiado comprometedoras.

Hasta aquel punto ya comprendía, en todo su esplendor, lo dicho por la reina Eunhye. Sin embargo, su miedo e inseguridad declaraba la guerra a las palabras de suplica de Su Majestad; también debía pensar en sus sentimientos, en el futuro, en intentar adquirir el riesgo de enamorarse y no ser correspondido, solo que ¡el maldito pesimismo tenía más posesión de su mente que su propia valentía! ¡Se comportaba igual que el mayor de los cobardes!

¿Y qué si terminaba con un corazón roto? ¿Cómo volvería a enamorarse si amaría al rey de ese entonces?

Necesitaba a alguien optimista a su lado. ¿Qué diría Dahyun? ¿Su hermana SoDam? ¿O su madre? ¿Qué consejos de amor, apoyo o frases para subirle el ego le inculcarían?

¿Lord Jimin podría intentarlo si aislaba de su vida el temor y rechazo, y se transformaba en un muchacho coqueto? De seguro tendría cien oportunidades de cien.

Las reflexiones profundas en las que se sumergía cada vez más, se vio salvado —u obligado— a salir a flote y darle una sonrisa compresiva de asentimiento a Jennie, ya que le pedía permiso para atender una llamada de sus padres. Justamente en el instante que acababa de desayunar, el teléfono sonó, lo cual, de cierta manera, le alegró, porque sabía que era su queridísima amiga.

—¿Hola? —dijo y abrió los ojos a más no poder cuando oyó la voz cargada de emoción y felicidad, sosiego y amor—. ¡Mamá! ¡Mamá, te extraño tanto! ¡No sabes la falta que me haces a mi lado, cuántas noches queriendo que me digas que todo estará bien!

—¡Ay, mi niño! ¿Qué ha pasado? No me gusta ese tono —reprendió con ese volumen delicado tan característico de ella.

—¡No quiero estar aquí! —chilló como un crío—. El príncipe es un tonto.

—Estoy segura que siquiera le has dado la oportunidad de conocerle y, también, lo suficiente como para decir que han discutido. —El castaño quedó de piedra y miró el teléfono extrañado. ¿Cómo? Escuchó la risa de su madre—. Cariño, te conozco como la palma de mi mano, conozco a todos mis hijos, sé lo qué les sucede sin siquiera decírmelo; son parte de mí.

—¿Entonces? —sonrió Jimin—. ¿Qué debo hacer?

—No tengas miedo, hijo mío, no te aferres a eso en plan de protegerte, eres consciente de que no va a funcionar. ¿Te imaginas que por tus temores pierdas la chance de ser príncipe y luego te arrepientas?

¡Cuánta razón tenía esta mujer!

—Una de las razones por las que te extraño.

—Cariño, debo irme —avisó apenada; se notó el dolor con el que expulsó las últimas palabras—. He venido a casa de Dahyun un momento solo para hablar contigo, ella es encantadora y muy preocupada, y su familia igual de amables. Ojalá hubieran más personas como ellos —suspiró cansada—. Muy bien, cariño, adiós, te quiero. Y hazme caso. Ah, y por cierto, muy bonita la foto con el príncipe.

—¡Mamá! —exclamó riendo y bufó fingiendo estar disgustado—. Te quiero, mamá.

La línea quedó en un desolador silencio que quiso expandirse dejando pasos manchados de nostalgia, pero la voz feliz de Dahyun reemplazando el ambiente tenebroso cambió rotundamente la tristeza del adiós de su madre. Lord Park se sintió animado, su amiga hablaba y respiraba como siempre lo había hecho: con delicadeza. Eso le hizo pensar que los rumores ya se habían disipado, esfumados para nunca volver a ser hablados, y solo se concentraban en las parejas favoritas de la Selección, comentando y juzgando.

—¿Sabes? Tus hermanas me hacen recordar a mi hermana mayor —habló de repente.

—¿Hermana? ¿No que tú eres la mayor y luego te sigue tu hermano menor Yugyeom? —preguntó el muchacho confundido.

—¿Nunca te conté sobre ella? —Recibió un "no" muy acusador como respuesta—. Se llama Jisoo, hace ocho años se fue a vivir al reino de Busan cuando tenía dieciséis. Mis padres me dijeron que fue por motivos de estudio..., como un traslado, no recuerdo ya.

—¿Cómo tus padres pudieron dejarla ir tan joven?

—¡Ah! —chasqueó la lengua—. Vive con mis abuelos, ellos estaban encantados de recibirla, no hubo problemas con eso.

—¿Ya no hablas con ella?

—No, desde que se fue. Antes llamaba a mis abuelos para poder hablar con ella, pero siempre me decían que estaba estudiando o había salido con sus nuevas amigas. Eso me hizo pensar que ya no nos quería, que solamente quiso separarse de nosotros —se oía dolida—. Jisoo era llevada a sus ideas, era muy rebelde, básicamente no le importaba nada, pero este cambio de reino y los estudios la convirtieron en alguien responsable... —suspiró pesadamente—. Me alegro por ella.

—Espera, supongo que ahora ella debe estudiar en una universidad, ¿no? —Escuchó un asentimiento dubitativo—. ¿Has intentado llamar a la universidad? Si tanto estudia deberías encontrarla allí. ¿No me digas que no lo habías pensado?

—¡Oh, diablos! —maldijo por ser tan torpe, pero el castaño sabía que no iba a aceptar ese defecto—. ¿Jimin? ¿Jimin, estás ahí? No te oigo —imitó un ruido como si se perdiera la señal—. Creo que mi teléf... —otra vez el ruido—... malo.

Y cortó.

El Lord despojó una carcajada de satisfacción y exhaló agotado. Sintió como si todo el cacareo que compartió con su amiga fueron minutos, pero en realidad había pasado todo la mañana y tarde sentado o recostado en su cama como tal ocioso experimentado lo haría y, más encima, comiendo; primera vez que disfrutaba con ganas los privilegios concedidos por el palacio. Siquiera se preocupó cuando el reloj marcó las seis en punto, tampoco cuando vio su libreta de caligrafía descansar en el mueble. Nada le arruinaba el relajado semblante.

—Se han ido siete Seleccionados, ¿lo escucharon? Yo no lo sabía hasta hoy —comentó Jennie cuando entró al cuarto.

Las doncellas se encogieron de hombros.

—Lord Jimin —llamó Jihyo—, ¿ya no irá a la Biblioteca? Todas las semanas ha ido sin falta.

—Perdóneme si parezco una entrometida, pero ¿a qué va? —inquirió HyeRi, curiosa.

Algo en la mente del castaño brilló y no de una increíble idea, sino de una peligrosa alarma. Vistió pantalones de color beige claro con una camisa gris arremangada hasta el codo, los tirantes negros y, solo por ese día, optó por colocarse las zapatillas que le regaló Dahyun. Tomó apuradamente su libreta y el libro, y se dispuso a ir rápido tanto como sus piernas le permitieran la velocidad que él esperaba alcanzar.

—Yo solo voy a leer, me gustan los libros y... la Biblioteca es un buen lugar para pasar el resto de la tarde —contestó cuando abrió la puerta, sonrió y corrió.

La Biblioteca estaba sumergida en el silencio y, a pesar de que se había acostumbrado, le provocó escalofríos, quizás porque ya oía el reproche de Dara o porque no oía el repiqueteo del tacón en el suelo dándole a saber que aún estaba a tiempo de llegar. Miró a la mujer que lo observaba enojada, estiró su mano sin decirle palabra y él le entregó la libreta. Revisó la caligrafía que iba mejorando con cada clase y le ordenó a Jimin que leyera de pie, en parte por castigo y, también, para que reconociera la sensación cuando expusiera un discurso.

El castaño leía complicado, se trababa y el nerviosismo le recorría cuando Dara le corregía la infernal palabra en voz alta. Hasta que una voz profunda le salvó de seguir leyendo, aunque le hubiera fascinado que la lectura lo tragara de un bocado, pero esta solo se llevó sus palabras de defensa, estaba mudo. Dejó caer el libro por la impresión.

—¿No sabe leer, Lord Jimin? —Caminó hasta Jimin y observó la letra parecida a la de un niño de primaria. Frunció el ceño—. ¿Por qué no me dijo?

Esos ojos grises, atormentados de preguntas, demostraban los primeros indicios de furia.

Uhhhh, ¿Por qué creen que se enojó Yoongi? 

PD: Pásense por una nueva historia que subí 😔✊, se llama Un novio para papá, les aseguro que les gustará ❤️🥺

Adiosito

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