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El atentado había culminado al anochecer, los rebeldes se retiraron cuando vieron a su alrededor que el desastre que habían causado era mucho más de lo que tenían en mente, se sintieron satisfechos con su objetivo ejecutado y abandonaron el caótico palacio riendo a carcajadas por la defensa insuficiente de los soldados y festejando el pacto hecho entre el príncipe Min Yoongi y el líder de los desquiciados rebeldes.
En el refugio aún se mantenía el ambiente tenso y algunos leves sollozos inundaban el silencio que trataban adaptarse los Seleccionados y no volver a derrochar lágrimas de terror. Era cierto lo que les recriminaba el Siete, ¿qué lograban con llorar? Estaban rodeados de impenetrables muros de piedra, estaban a salvo, los soldados los defendían con sus propias vidas, no podían dañarlos; todos aceptaban que reaccionaron de manera cobarde y estúpida, y a regañadientes le daban la razón a Jimin y admiraban su valentía. Ninguno se permitió pensar en que sería un excelente rey.
Lord Park velaba por el bienestar de Hoseok, cada ciertas horas limpiaba la desagradable y carnosa herida; no sabía cuán grande podía ser el grado de infección que contraería si no era revisado por un médico, estaba indispuesto a arriesgarse. La reina Eunhye le ayudaba a cambiar el vendaje con el propósito de intercambiar más palabras con el castaño, lentamente iba entendiendo a lo que se refería su hijo; y sí, estaba de acuerdo con él, incluso le faltaban adjetivos que, quizás, no lo dijo en voz alta pensando que lo trataría de un chico quinceañero.
Y recordando a su hijo en medio de la juventud, ¿dónde se encontraba; estaba bien? ¿Estaría en otro refugio? ¿Y su marido?
La mujer sintió miedo, un miedo aterrador que le carcomía la estabilidad y a su paso sembraba la desesperación junto con la preocupación, haciéndole querer comportarse como los demás: un manojo de nervios sumergida en las cristalinas lágrimas. No se lo permitió y respiró hondo. Recordó la Selección en que participó y salió victoriosa hace dos décadas, la mujer que les enseñó los modales y protocolo, aquella que siempre le decía, hasta el día de su boda: "Mantenga la compostura, princesa Eunhye". Miró a Jimin anhelando que el muchacho tuviera conocimiento de la localización de su hijo en el palacio.
—Lord Jimin, ¿sabes dónde está el príncipe?
El castaño compartió una mirada con el soldado Jung y vio la misma incertidumbre que sentía él, ambos no estaban seguros si Yoongi había alcanzado llegar hasta su padre y salvarlo de las garras enfermas de los rebeldes. Jimin se negaba a tener entre sus pensamientos la probabilidad de que le haya ocurrido algo grave o terrible a Yoongi, pero tampoco la aislaba del todo.
—Él... —intentaba decir el muchacho—. Él fue a socorrer al rey, los rebeldes lo tenían de rehén —dijo, esperó los sollozos desgarradores que daría una madre al borde de la angustia y el colapso, pero la mujer le regaló una sonrisa, casi una mueca, en forma de dar las gracias.
Con la culpa acampando en su interior, el Lord cerró sus cansados ojos y recostó su cabeza en la fría y oscura muralla. Durmió más incómodo que nunca, la sensación de estar postrado con plenitud en el suelo acogedor de su hogar se presentó y aquello le sirvió para soportar e imaginar que se hallaba allá. Sonrió cuando estaba entrando en el sueño: estaba muy cerca de su madre y hermanas.
Cayó en la merecida negrura, relajó sus músculos tensos y ahí empezaron los desgraciados recuerdos.
Estaba en la cocina observando atentamente a la gran y sonriente mujer que cocinaba un exquisito y especial almuerzo para su marido. De vez en cuando esta desviaba su atención al pequeño castaño mirándola con adoración, a sus preciosas hijas que jugaban con sus muñecas en la sala de estar y al hombre que la hacía feliz cargando en sus brazos a las risueñas gemelas.
—Cada día nuestras princesas se van poniendo más hermosas —dijo JungMin, chocó delicadamente su nariz con las pequeñas de Somi y Naeun; SoDam y JeongHwa oyeron a su padre y se sonrojaron—; y tú, mi pequeño príncipe, cada día estás más guapo —le guiñó un ojo a Jimin.
El castaño mostró su sonrisa ampliamente agradecido por los cumplidos dados. De repente, una felicidad otorgada de lugares desconocidos se apoderó de su ser y abrazó fuertemente a su padre, no tenía la más mínima intención de separarse, estaba complacido con el hombre que lo criaba cada día, le enseñaba cómo comportarse, cómo ser un hombre valiente, los valores importantes que debía adoptar para ser una buena persona, el cuidar a sus hermanas pequeñas del peligro y a su madre, el querer y el amar. Todo eso lo trataba de resguardar en su cabecita inocente.
Quería ser un gran hombre igual que su padre y un valeroso príncipe para sus hermanas. Y para cumplir aquella imagen necesitaba a JungMin a su lado.
El pequeño Jimin de nueve años iba a dedicarle dos palabras significativas a su padre cuando sintió que lo mecían cuidadosamente, despertándolo de su, por el momento, feliz y agradable sueño.
Pasó las manos por sus ojos somnolientos, alzó su vista encontrándose con el autor de las acciones y le sonrió leve. El soldado Jung se la regresó con un poco más de energía y le informó cortamente sobre la rapidez con la que se levantaba el palacio: los sirvientes ya habían recogido los vidrios rotos, la mayoría de los objetos hechos pedazos fueron reemplazados, las paredes estaban siendo pintadas secándose la instante. De a poco la estructura estaba volviendo a renacer desde las ruinas.
Lord Jimin observó a su alrededor y vio la poca cantidad de Seleccionados que permanecían en el refugio, se alarmó. Se puso de pie quejándose y haciendo muecas por la molestosa sensación de sus huesos al ser estirados en su totalidad, a pesar de su cuerpo adolorido, preguntó:
—¿Dónde están los demás? ¿Están bien? ¿Ocurrió algo malo?
—Lord, tranquilo, el príncipe ha dado el permiso para abandonar los refugios —tranquilizó el soldado—. Algunos jóvenes se han retirado a sus habitaciones y otros han ido a curar sus heridas superficiales.
Jimin abruptamente rememoró la bala caída en el brazo musculoso de su amigo y podía jurar que este había puesto su seguridad y protección primero que su salud. El castaño negó. ¡Si no lo revisaban inmediatamente la infección acrecentaría más de lo que ya estaba y, quizás, sufriría la amputación de su brazo! Jimin no dejaría que sucediera eso, Hoseok era un magnífico soldado, sería terrible que quedara inválido.
El participante arrastró a su amigo a la zona de Hospital. Recordaba increíblemente el camino, ya que aquel día que conoció a Jungkook y pasearon por todo el palacio, ambos aprendieron a qué sector correspondía cada lugar de la laberíntica estructura. No tenía problemas con orientarse, es más, el soldado siempre estaba a punto de indicarle cuando el castaño ya había tomado la decisión de ir por allí.
En el preciso momento que se adentraron en el sitio, se impresionaron por la gran cantidad de personas designadas en cada camilla adoloridas o sollozando por la grandísima aflicción que se introducían en ellos mediante sus profundas heridas, causadas por balas o cuchillas filosas; estos eran atendidos por las decenas de doctores corriendo de aquí para allá intentando —y fracasando— tener todo bajo control. Jimin al ver el gigantesco lío deseó saber medicina para tratar por cuenta suya a su amigo, lastimosamente solo aprendió los primeros auxilios.
De todas maneras, ambos entraron y por azares de la suerte había una silla vacía en el rincón del Hospital. Y aún con la suerte persiguiéndoles, una enfermera amablemente se les acercó y atendió al soldado, luego de que observara la carnosa herida en su brazo. La joven se retiró por un momento para ir en busca de los implementos necesarios para curar. Mientras que Jimin seguía el recorrido que daba la muchacha se topó más allá, entre los cuerpos vendados y agonizando, la ancha y tensa espalda de Yoongi.
Se alegró al instante, tan grande era la preocupación por su amigo que olvidó al príncipe casi por todo un día. El castaño se sintió fatal por no recordarlo, pero no fue mucho tiempo que esa sensación la contuvo en su interior, incluso hubiera querido mantenerlo olvidado hasta que regresase a su habitación y solo recordara al valiente pelinegro en esa perfecta imagen grabada en su mente de cuando estuvieron juntos en la Biblioteca.
El Lord se le quedó mirando por unos minutos: Yoongi estaba cansado y derrotado, su camisa con pequeñas manchas de sangre y por lo que alcanzaba a ver, su mano izquierda vendada. Y frente a él estaba Yu BaRom, exagerando en demasía su preocupación, actuaba tan mal que si hubiera sido YoungJae lo habría creído un poco, pero el príncipe siquiera notaba la falsa actitud del muchacho.
Jimin desvió rápidamente su mirada cuando BaRom miró directo a su posición. El castaño sonrió para sí, malévolo, teniendo un plan en mente.
Después de un minuto, el ojiazul se atrevió a mirar y no le agradó para nada lo que vio. BaRom había levantado el mentón de Yoongi y lo besaba lentamente, saboreando la exquisitez en los labios del príncipe, disfrutándolo y aún más con la mirada de Jimin en ambos. Este último observó cómo la tensión en los músculos de Yoongi se deshacía y se acurrucaba más en los labios del joven.
Jimin no se tragaba aquella imagen, tampoco quería mantenerla en su memoria, pero difícilmente la borraría. Hace un día el príncipe estaba a punto de darle su primer beso, el castaño estaba a punto de caer enamorado de él, ambos a punto de olvidarlo todo. ¿Sería siempre así: el pelinegro besando a los Seleccionados, compartiendo cariñosamente con un muchacho mientras los demás veían? ¡Qué desfachatado era Min Yoongi!
Se dio la vuelta para dejar de presenciar tal amargura, pero justo en ese momento chocó estruendosamente con una enfermera que llevaba una bandeja con los implementos para otro herido. El castaño se disculpó e intentó ayudarla a recoger los brillantes utensilios, pero esta negó al instante, sonriéndole.
Lord Park furioso con la desagradable imagen que se repetía constantemente en su cabeza y aún más furioso con las acciones descuidadas del príncipe, se fue a su habitación.
Se retira lentamente...
Adiosito jajsjsjs
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