Capítulo 15
Meliodas se había ido para cuando Jaqueline había regresado, su habitación estaba vacía, y eso, de cierta forma la molestó.
Se lanzó sobre aquella colmada y grande cama, intentaba cerrar los ojos, conciliar el sueño, pero de repente todo aquel cansancio había desaparecido y eventualmente había llegado el momento de pensar.
Meliodas entró por la fuerza, eso es cierto, pero también era verdad que ella se había dejado guiar, había caído en la exquisita sensación de la injuria. ¿Pero por que con él? Llevaba viendo a Zeldris un tiempo, y en todo ese tiempo nunca se había dejado guiar así.
La castaña llevo un mano a su cabeza para poner su antebrazo sobre sus ojos. Unos segundos y luego observó al lado de su cama. En un jarrón bastante bonito, estaba aquella flor que el rubio le había obsequiado, y otra vez, sin darse cuenta, estaba sonriendo.
La lejana figura de su prometido desapareció en la distancia. Jaqueline se encontraba observando desde sus aposentos, como el partía a la guerra.
Suspiró antes de bajar a desayunar, hoy definitivamente tendría de que hablar con Celeste. Quería contarle todo, ella era lo más cercano a una hermana que tenía, pero se apenada de sus propias acciones, tal vez en el fondo ella fuera lo que su madre le dijo: una zorra.
- Dejarse guiar por el amor no está mal Jaqueline- La tranquilizante voz de Celeste la sacó de sus pensamientos- Deja de comerte la cabeza.
- ¿Qué amor?- Ella corrió los ojos.
- Bah no me lo niegues, he visto como ilustres se miran- Dice orgullosa mientras da una mordida a su pan.
- ¿Cómo?- Pregunta curiosa, al parecer Celeste podría ver algo que ella no.
- Sus ojos...... brillan- La de cabellos rosados se vio perdida en sus pensamientos- Es difícil de explicar, pero Jaqueline, el te mira como si fueras un tesoro, como si fueras frágil, pero a la vez fuerte.
-Tienes razón, es difícil de explicar- Ella había decidido conectarse y contarle absolutamente todo, en esos momentos necesitaba consejos.
- Sólo debes...... cerrar tus ojos, llevar una mano a tu pecho, y si tu corazón se acelera, él es el correcto.
- Que fácil es decirlo.
Ella no sabía cómo entrar ahí, tenía las manos sudorosas, los pies le temblaban, seguramente tendría la cara pálida.
Todavía no estaba preparada para mirarlo a los ojos, pero aún así, se armó de coraje para salir de su habitación.
En algún momento tendrían que hablar del tema, y no podía evitarlo por siempre, así que sin más preámbulos camino hasta el comedor.
Meliodas se encontraba sentado en donde siempre, hoy estaba tan guapo, más que nunca, se encontraba jugando con la cuchara y el caldo de la sopa, parecía bastante entretenido, tal ves era la impaciencia por verla . El levantó su vista al verla llegar y ella sólo camino hasta sentarse.
- Hola- Soltó al sentir esa penetrante mirada sobre sí.
- Hola- Y mientras Jaqueline trataba de comer, Meliodas sólo la observaba, cada una de sus acciones, cada uno de sus gestos.
La castaña sólo quería desaparecer, todo era increíblemente incómodo, sólo reinaba un abrumador silencio, que sinceramente la estaba molestado.
No habían hablado en todo el día, ella quería aclarar las cosas pero él no parecía tener ganas de lo mismo.
- ¿Cómo te fue hoy?- Un sirviente depositó un pequeño pastelito delante de ambos.
- De maravilla- Seco, cortante, aparecía el Meliodas de siempre.
Ni una palabra, ni una palabra más hablaron en toda la comida, era como si lo de ayer no hubiera pasado. Eso la enfurecía cada segundo más. Cada vez que miraba a el rubio ser indiferente crecía su enfado.
- No tengo por que aguantar esto- Se levantó de golpe, el silencio la estaba matando, si bien habían miradas cruzadas en algunos momentos nunca pasó a más que eso.
- ¿El que?- Jaqueline ignora por completo su pregunta para comenzar a caminar.
Tomó los extremos de su ancho vestido y se alejó a paso lento de ahí. No estaba dispuesta a pasar por eso, dolía más de lo que se hubiera imaginado.
Meliodas se quedó en silencio, sentado en el mismo lugar, en algún momento el sonido de los tacones chocando contra el suelo desapareció, dejándolo sólo.
Miro la gran cena, el festín que tenía delante, pero sabía que el él solo no lo disfrutaría, ¿Pero que podía hacer? Perseguirla, eso quería ¿Pero qué le diría? Si ni el comprendía el impulso y el sentimiento que comenzaba a crecer de manera sobrehumana.
La chica se encontraba sentada sobre el barandal del balcón de la habitación de Meliodas. Miraba atenta la luna llena, y Meliodas la miraba atentamente a ella.
El rubio estaba justo al frente de aquella chica que portaba un blanco vestido.
- Si de verdad quieres algo- Extendió su mano y pretendió agarrar la luna- Persiguielo, persiguelo sin cansancio.
- ¿Y si ese algo es algo que no puedo tener?- El por fin se sentó a su lado, ella sonrió para mirar su mano vacía.
- Siempre podrás tenerlo, la cuestión es cuanto lo anheles, no existen sueños posibles sino malos soñadores- Lo miro con una sonrisa sincera, característica de ella.
- Hablas con mucha sabiduría e inocencia, el mundo real es más cruel de lo que te imaginas.
- Lo sé, pero si no tenemos algo a lo que aferrarnos cualquier viento nos llevará lejos. Tengo mis propios ideales y creo en ellos. Se que puedo volar si monto el viento, se que puedo soñar si tengo fe.
- ¿Tus sueños te salvaron de tener que casarte conmigo?- Justo en blanco, definitivamente el ganaría esta vez.
- Tal vez tener que casarte contigo es lo que salvo mis sueños- Ella se bajo de su lugar para comenzar a caminar a la puerta, dejándolo mudo. ¿Por qué aquella chica conocía las palabras exactas para cerrar su boca? ¿Cuál era su poder?
- Los sueños no se hicieron sólo para ser soñados, deberías ser perseguidos aún en medio de la tristeza y el dolor- Ella le estaba enviando un mensaje, que luchara por Elizabeth, porque el la amaba.
Pero lo que aquella chica no sabía, es que Meliodas ya no pensaba en Elizabeth.
Cuando aquel recuerdo de desvaneció Meliodas se levantó, debía alcanzarla. Debía perseguirla, no podía dejarla ir, no así.
Corrió por todo el castillo, Edward se sorprendió bastante al verlo, pero no dijo nada, tan sólo sonrió en aprobación.
El rubio la vio desde lejos, la chica limpiaba bruscamente su rostro, como si hubiera llorado. La tomo del brazo, haciéndola girarse.
- Meliodas- Murmuró al verlo agitado.
- Jaqueline, te alcancé- Ella se giro para estar frente a él completamente, rostro contra rostro.
- No es a mi a quien deberías alcanzar- Corrió la mirada, evitando mostrar lo que la dañaba decir tales palabras.
- Escucha, yo.....lo de anoche, me disculpo pero no lo siento.
- Esta bien- Ella se soltó- No tienes que disculparte, no es como si yo me hubiera negado.
- Jaqueline....- Trato de hablar pero ella lo interrumpió.
- ¿Puedes irte?.
- ¿Que?- Cuestiona incrédulo.
La chica no contestó tan sólo se apartó y con decisión se metió en su habitación.
- ¡Que te vayas!- Guito mientras se recostada a la puerta- Me he cansado de este juego, me he cansado de ser un objeto, no quiero seguir así. No quiero ser el reemplazo de Elizabeth, no quiero que sólo me mires porque no tengas a donde ver.
Meliodas se quedó mirando la puerta para tocar en ella.
- Abreme- Dijo paciente, no podía reclamarle nada, por que la había visto así todo ese tiempo, pero ahora era distinto y tenía que comunicárselo.
- No- Se dejó caer- Ya no más, me duele.
El rubio entendió sus palabras, pero era un demonio, y uno muy egoísta, no la iba a perder, no después de todo lo que ella le había dado.
El también callo al suelo contra la puerta, en silencio ambos, respetando al otro.
Jaqueline escondió su cabeza en sus rodillas y aquel vestido no era para nada cómodo, cuando sentía que sus ojos le ardían alzó la vista y justo en aquella mesita se encontraba la flor de fuego.
- Trate de odiarte- Se sincero la chica- Por todos los medios trate de odiarte, quería aborrecerte, un demonio asesino, traidor, que abandonó a su familia, me convencí a mi misma que debía odiarte, pero desde el primer momento en que te vi, super sufrías, que tenías sentimientos, que eras más humano que nadie. Así que no pude. Entonces......maldita sea.....porque tenías que ser así. Cada ves que nuestros ojos se encontraban me mostraban el mundo. Cuando rozabas mi piel sentía que estaba en una nube.
Ella se giro y puso una mano sobre la fría madera, por el otro lado Meliodas hacia lo mismo, aunque no lo supieran, sus manos estaban juntas.
- Te odio por haber hecho que me enamore de ti- Suelta y una lágrima cae de su mejilla.
Aquellas palabras hicieron que el rubio tomará la iniciativa, se levantó con tranquilidad y tras unos segundos abrió la puerta. Para encontrarla tirada en el suelo, con su vestido regado por todo el lugar, sus manos estaban sobre su regazo y su mirada oculta bajo su cabello.
El se agachó y la abrazó, la trajo hasta si mismo, sus manos rodearon la fina cintura de la chica y la cabeza de la castaña quedó sobre el hombro del demonio, ella se encontraba entre sus piernas.
- Yo tampoco te pude odiar nunca- Confiesa tras unos minutos de silencio- Prometo que a partir de ahora no será un juego, iré en serio.
Ella apartó su rostro para observalo, Meliodas puso sus manos sobre la cara de la chica, acarició su piel sueve.
- ¿Entonces me escoges a mi?
- No hay otra opción, sólo eres tú- Sin más que decir unieron sus labios.
Este era el beso más sincero jamás dado, cargado de un sentimiento que al fin tenía nombre: amor.
Palabras del autor.
Mil disculpas a todas por tardar tanto, hubieron cientos problemas con mi cuenta y sinceramente pensé que la perdería, para más información miren mi tablero de notificación.
Todo se complicó un poco y me deprimí estos dias, pero gracias a mis amadas Senpais estoy bien y energética.
Lean comiendo palomitas que se acerca el final.
Comenta que tal te ha parecido y perdón si han habido más errores de lo normal, ni siquiera lo he leído.
Pensé que no volvería a utilizar este nombre pero lo voy a hacer.
Con amor:
~Sora~
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