Capítulo 54: Determinación y dolor
El Conde Kernovich volvió a visitar algunos burdeles, pero nunca pidió a alguien. Veía quienes estaban disponibles, que tipo de personas eran, su físico, su rostro... y al verlos a la cara, supo que algunos tenían expresiones tristes. Seguramente no deseaban trabajar en ese lugar.
"Es escasa la gente que en verdad desea trabajar en estos tipos de lugares..."
Pensó con tristeza.
Pasó el tiempo, y faltaban poco para el aniversario de la muerte de su familia. Sus ánimos estaban por los suelos. Pero los nobles insistían que esos lugares siempre te levantaban el ánimo.
Realmente él iba porque ellos lo llevaban. De todas formas, le daba igual dónde estuviera, siempre se sentía triste.
Fue a "Melocotones con miel" y habló de nuevo con Corwin. Le dijo que habían algunos trabajadores nuevos, y que podía escoger uno, si era de su agrado. La expresión de Corwin denotaba preocupación al hablar con él, pero la escondía muy bien.
Kernovich lo miró sin decir nada, y sintió la frívola mirada de la persona que estaba parada detrás de él. Malcom no escondió para nada su desagrado hacia él, y lo observaba con seriedad.
—Me voy...
Dijo suspirando, se levantó y salió sin decir más.
Decidió ir a su habitación y no volver a salir, hasta que fuera realmente necesario. Pero en el camino, vio a un niño rubio y tímido pasar a su lado. Cuando notó que se había caído algo de su bolsillo.
Rápidamente lo tomó y se lo dio.
Tuvo una pequeña conversación y luego siguió su camino.
Ese niño le dejó una extraña impresión. Y sentía que se parecía a alguien que conocía, pero no sabía a quién.
—Toma otro trago—dijo un hombre con una gran sonrisa.
Llenó el vaso de Kernovich y lo incitó a seguir.
Miró el líquido con seriedad y lo tragó de un sólo. Su rostro se mantenía sereno, su expresión era triste y no parecía estar ebrio en absoluto, a pesar de haber bebido mucho, y todavía podría considerar sobrio. Se sentía un mareado, y su corazón se hundía con cada trago.
Escuchaba las charlas de todos en ese bar privado, hablando de cosas banales y sin sentido. Las luces eran cálidas y el olor a tabaco y licor flotaba en el aire. Y justo cuando pensó en irse alguien a su lado dijo:
—¿No te gustó ir a esos famosos burdeles? —su cara demostraba incredulidad, y una fea mueca se dibujó en sus labios.
—...No—respondió Kernovich a secas.
—Creo que necesitas algo más extremo—opinó alguien no muy lejos de ellos.
—Si...—añadió otro.
Decían cosas en voz baja, y reían con malicia.
—A mí me gustan que sean muy jóvenes, casi como...niños—volvió a hablar el hombre a su lado—En algunos burdeles hacen que peleadores de nivel cuatro se transformen, y cambien su apariencia. Viéndose como niños o adolescentes—su tono era lujurioso y repugnante.
—Si querido Conde, deberías intentarlo. Confía en mí, será divertido.
—Ver su joven rostro sollozar.
—Sí, lo mejor es cuando los sometes.
—Su frágil cuerpo.
—Entre más te temen, mejor es el sexo.
—Su suave piel mientras suplican...
—Creme, te sentirás en como en el paraíso.
—Si...es mejor cuando ellos tienes miedo...se siente muy bien...
Todos hablan de eso, y Kernovich sólo los escuchaba. En silencio.
—Toma—dijo la persona a su lado, abrió su saco y metió algo que no pudo ver—Esta droga es muy potente, la puedes tomar tú, o también podrías dársela a tu compañero—sus ojos brillaban con perversión, y su voz era suave—Quien la tome se sentirá muy bien, definitivamente lo disfrutará. Lo digo por experiencia.
—Sí, vamos...
—Anímate, inténtalo.
—Ya no te sentirás mal...
Aún había un poco de luz cuando Kernovich dejó el bar, y fue llevado a la zona roja por los demás nobles.
Le dejaron su carruaje y se fueron a hacer lo suyo.
Kernovich guardó silencio y meditó:
"Ellos... definitivamente quieren que sea como ellos. Personas de esa clase disfrutan manchando a otros..."
Pero a pesar de ese pensamiento, decidió hacer lo que le dijeron.
Ya nada le importaba.
Su mente estaba revuelta, y su juicio estaba nublado. Pero también sentía que estaba completamente cuerdo...
Se dirigió hacia "Melocotones con miel" y planeó hacer su cometido.
Pero en el camino se encontró con alguien inesperado.
—Hola—dijo Kernovich con una suave sonrisa.
—Tenga un buen día mi Lord—respondió Ethan inclinándose.
—¿...Cómo te llamas? —preguntó.
—G-Grinsel—respondió con nerviosismo.
—Un gusto Grinsel, yo soy el Conde Kernovich.
Ethan sintió una horrible sensación fría recorrer toda su piel.
Este era el hombre que había matado a alguien en "serpiente roja", y quién le hizo cosas horribles a Verónica.
Había escuchado tantas atrocidades de él...
—Así que sabes quién soy—dijo riendo con una reluciente expresión.
«Lo mejor es cuando ellos te temen...»
—...Entra ahí—dijo Kernovich aún con una sonrisa, pero que ahora se miraba retorcida y siniestra ante los ojos de Ethan—No quiero recurrir a la violencia tan rápido—añadió y señaló una habitación.
Ethan no sabía que decir, y lo único que pudo hacer era obedecer y entrar en la habitación.
"¿Es mejor si tiene miedo...?"
—Me gusta que estés aterrado—comentó cerrando la puerta—jamás había visto un rostro que se viera así de exquisito...y sabía que lo sería aún más con una expresión de terror—pero al decir estas palabras, en verdad no sintió nada.
—Yo, no doy este tipo de servicios, sólo soy un sirviente...que limpia las habitaciones que...—dijo con toda la calma del mundo mientras observaba como el apuesto hombre de cabello negro se acercaba a él.
—Lo sé muy bien, te he estado observando—dijo tomando un mechón de su cabello entre sus dedos—he visto que le temes a lo nobles, me preguntó por qué será.
Pero en cuanto tomó ese mechón de cabello quiso soltarlo.
—Yo no les temo—respondió con una expresión seria.
Al escuchar esto Kernovich lo tomó de las mejillas con una mano y dijo con una mirada penetrante:
—Oh... ¿en verdad? —y sacando algo del bolsillo de su chaqueta continúo—Veamos si es cierto.
Metió su pulgar en su boca y la abrió. Seguido de eso introdujo lo que había sacado e hizo que se lo tragara.
—Además de los rostros aterrados me encanta ver los que demuestran excitación y miedo al mismo tiempo—y acercándose más a Ethan dijo—
Muéstrame uno que me complazca y tal vez no haga nada contigo.
"Veamos si es verdad lo que ellos dicen..."
Kernovich estaba decidido a intentarlo.
El miedo. Torturar a alguien así, tal vez llene ese doloroso vacío, que crece cada día...
Observó el rostro de Ethan y supo que la droga estaba haciendo efecto.
Su respiración se volvió pesada y exhalaba cada vez más rápido. Kernovich lo aprisionó contra la pared y deslizó su mano por su cuello.
Pero tampoco le gustó tocarlo.
—También te vi una vez entrando por una ventana—y con el dedo dibujo su mandíbula—del segundo piso...Por eso use una extra fuerte, que doblegaría incluso a un nivel cuatro...
Las mejillas de Ethan se volvieron rojas y su cuerpo se sentía caliente.
Ethan estaba perdiendo cada vez más la calma y comenzaba a desesperar. No quería hacer lo que esté noble le decía, pero si lo hacía tenía la esperanza de que él lo dejara ir.
—Te resistes a mostrar tu verdadera belleza—y diciendo esto deslizó su mano por su cuello hasta su pecho, aún por encima de la ropa.
Y Kernovich sintió un repentino mareo, las náuseas lo invadieron y su corazón se volvió intranquilo.
Un leve aliento se escapó de los labios de Ethan y aflojó la tensión de su rostro, haciendo que su expresión se suavizara.
—Así está mejor—dijo con una sonrisa y se apartó. Ya no soportaba estar tan cerca de él—Y deja de contener el aliento, también quiero oírlo.
—Conde Kernovich—llamó Ethan con la poca lucidez que le quedaba—Si hago lo que dice... ¿me dejará ir...?
—Sí, también prometo no tocarte—dijo alejándose aún más de él y se sentó en la cama—pero tienes que hacer todo...sin excepción, y si no puedes hacerlo lo lamentarás.
Harrison nunca pensó en tocarlo. Sólo quería saber cómo sentía intimidar a otros, ver el miedo en sus ojos. Su sufrimiento...Ver si eso lo hacía sentir mejor. Aunque de momento, no había ningún sentimiento parecido.
Ethan notó que en sus ojos no había el más mínimo deseo de querer tocarlo. Sólo quería observarlo...al menos eso era un alivio.
—No puedes sentarte en el piso, permanece de pie y aleja tus manos de tu cuerpo—indicó cruzando una pierna—Ponlas a los lados.
Ethan obedeció y miró el suelo tratando de no pensar en su situación.
—Mírame—dijo con voz profunda y firme.
Resignado, Ethan levantó la cabeza y lo miró a los ojos. Su pecho subía y bajaba con rapidez y desesperación mientras su piel se tornaba cada vez más rosada.
Y ahí se quedó, observando, y siendo observado, sus piernas se debilitaban y no podía soportarlo más.
—Ahora quítate la ropa—dijo tocando su propia barbilla.
Pero en cuanto dijo esas palabras algo picó en su corazón, y en el fondo se arrepintió de haberlo dicho.
Ethan creyó que podría soportar hacer todo lo que se le ocurriera al Conde, pero ahora que era el momento no pudo soportarlo. La idea de que Kernovich viera su cuerpo...sus horribles cicatrices.
No podía soportarlo.
—¿Qué pasa? ¿no puedes hacerlo? —preguntó con un tono plano.
"Por favor, di que no puedes"
Pensó en su interior.
—No....no quiero que nadie me vea así...—respondió con voz cansada.
El Conde guardó silencio mientras miraba su rostro lleno de pánico. Se sintió aliviado por sus palabras, y exhaló. Puso su mano en su rodilla y dijo:
—Sería muy aburrido si esto acabara aquí. Tenía planeado hacer que te quitarás la ropa, te tocaras un poco y luego te iba a dejar atado para que no pudieras seguir tocándote—dio un largo suspiro y sonrió—pero si no puedes, adelante, ahí está la puerta.
—...
Ethan lo observó, y se dio cuenta que no tenía intenciones de ir tras él si escapaba.
—Sin embargo, cómo dije anteriormente, lo lamentarás—ni él mismo sabía porque había dicho esas palabras. Definitivamente no tendría el valor de hacerle algo. Pero trató de ignorar ese sentimiento de inseguridad, y siguió.
Ethan se sintió asustado y casi cae sentado en el suelo, pero se sujetó de la pared y dijo en voz baja:
—¿Qué me hará si me voy? —preguntó temeroso.
—Mm.... depende. Podría atarte y hacer todo lo que quisiera contigo, también podría llevarte a mi mansión y hacerte mi sirviente—sonrió y se puso de pie—aunque el dolor no sólo es físico, también puedo hacerte sufrir de otras maneras...
Caminó despacio y paró a pocos centímetros de Ethan. Vio el miedo en sus ojos, pero seguía sin disfrutarlo.
—El sufrimiento psicológico puedo ser igual de efectivo...—dijo con lentitud y acercó su mano a su mejilla sin tocarlo.
Ethan no lo soportaba más, su cuerpo estaba demasiado caliente y era cada vez más doloroso.
—Vamos, escoge de una vez. Si te vas tendrás que atenerte a las consecuencias, pero si te quedas no la pasarás tan mal—se giró y volvió a sentarse en la cama—incluso podrías llegar a rogarme que te toque...
Ya no podía seguir hablando.
Kernovich ya no podía soportarlo. No sé sentía bien en absoluto. Intimidarlo, hacer que tuviera miedo...fue horrible. Y en ese momento se arrepintió tanto de haber dicho todo eso, su mente era un desastre. Ni siquiera entendía el porqué de sus propias acciones, e incluso se sentía peor que antes... pero no había vuelta atrás. Y ahora sólo rogaba para que Ethan se fuera.
Sentía que se había vuelto loco, y que acababa de tener un momento de lucidez. Dejándolo ver la horrenda realidad.
Por suerte Ethan ya estaba asustado, así que lo más probable era que se fuera. Si lo hacía, mañana le diría que en verdad no le haría nada. Pero si se quedaba y aceptaba el trato lo rechazaría.
Entonces vio como Ethan cerró los ojos, y cómo pudo se acercó a la puerta.
—Entonces esa es tu decisión—dijo con un suspiro de alivio, que también parecía de decepción—Es una lástima. Justo hoy estaba de tan buen humor que incluso te ofrecí un buen trato...en fin. Adiós Grinsel, nos vemos luego. Pequeño girasol...
Ethan abrió la puerta y se fue.
En cuanto dejó la habitación Kernovich se sintió mareado. Sus manos temblaban y una extraña presión cayó en su pecho. Un nudo se formó en su garganta y se sintió la peor escoria del mundo.
—¿En verdad acabo de hacer esto? —se regañó a sí mismo.
¿Cómo pudo dejarse influenciar por todos esos vulgares y enfermos nobles?
Su corazón agitado no lo dejaba ver con claridad, y en cada vez que recordaba el rostro de Ethan su pecho dolía...
Una persona con mucho dolor, que lo ha perdido todo, es propenso a caer en el mal y la locura. Si su corazón es débil. Pero por suerte Kernovich logró entrar en razón, y se dio cuenta del mal que había hecho. En quién se estaba convirtiendo.
"No volveré a salir de mi casa jamás..."
Esta vez lo cumpliría, y sin importar cuánto esos nobles insistieran, no les haría caso.
Estaba pensando tan profundamente, que cuando escuchó el sonido de la puerta abriendo, se exaltó y levantó la mirada.
—Tu...—fue lo único que dijo el Conde al ver a Lowis entrar en la habitación.
"¿Quién es este niño?"
—No dejaré que lastime a Grinsel—dijo con determinación—Si quiere hacer algo hágalo conmigo. Tomaré su lugar.
El Conde se sorprendió ante sus palabras y lo observó, Kernovich no sabía lo que estaba pensando, así que sólo se levantó y caminó hacia él.
—¿Tanto te importa? —su rostro se miraba frío y sin emociones. Trató de ocultar su expresión tan lamentable de hace un momento. Pero aun así en el fondo se miraba cansado y triste.
—Si—dijo sin apartar la mirada.
Kernovich dejó de lado todos sus pensamientos, y se enfocó en Lowis.
Su ropa se miraba sucia y vieja, su cabello y rostro también estaban un poco sucios, era delgado y su piel era ligeramente pálida.
Le dio lástima ver a un niño como él, viviendo en un lugar así. Y al mirarlo a los ojos, no pudo evitar pensar en su esposa. Ambos tenían esa mirada, llena de determinación y coraje.
—Bien—abrió la puerta y dijo sin mirarlo—Sígueme.
—¿Cómo te llamas? —preguntó Kernovich, mientras caminaban hacia la oficina de Corwin.
—L-Lowis—contestó, mirando su espalda.
—¿Tienes familia? —si quería llevárselo también tendría que tomar a su familia. No podría alejarlo de ella, sería demasiado cruel de su parte.
—No.
El Conde se sintió aún más triste, y dejó de hablar...
Y sin importarle la opinión de Corwin, dijo con voz firme:
—Lowis se irá conmigo, prometió hacer lo que yo le diga y debe cumplir con su palabra, y no hay nada que pueda hacer para impedirlo.
Corwin intentó detenerlo, pero fue inútil.
Lowis empacó sus cosas lo más rápido que pudo y siguió al Conde.
En el camino hacia el carruaje Kernovich dijo:
—¿...Quieres explicarle a tu amigo sobre esto? —su voz era baja, y su tono suave.
—Ya le escribí una carta—respondió con cautela.
—...Bien—Kernovich se sorprendió al escuchar que podía escribir. Y supuso que su amigo le había enseñado.
Ambos se subieron al carruaje, y sin decir una palabra este comenzó a andar.
Lowis esperaba lo peor, pero el Conde ni siquiera lo miró, y sólo observaba la ventana, con una expresión cansada.
—No estés tan tenso, no planeo hacer algo contigo...—fue lo único que dijo luego de unos minutos.
Si cuidaba de Lowis y le daba una buena vida, se sentiría mejor. Aliviaría su sombrío corazón y serviría para expiar un poco sus malas acciones.
—E-Está bien—dijo casi de inmediato y bajó la mirada. Quería creer en su palabra, pero no bajaría la guardia...
Llegaron ante una enorme mansión, alejada de la ciudad, atravesaron el jardín y bajaron del carruaje.
—Adelante—dijo el Conde, y la puerta se abrió.
Los dos caminaron y una extensa sala los recibió. Jamás había visto una casa tan hermosa y elegante.
—Bienvenido sea—saludó un hombre vestido con ropa negra, junto a tres sirvientes.
—...Hola—dijo Kernovich en voz baja, miró a Lowis de reojo y añadió—Consigan una habitación para él...
Y luego de decir eso se fue, desapareciendo en un largo pasillo.
Kernovich dio órdenes para que se le diera el mejor trato, la mejor comida, la más fina ropa y la mejor habitación.
Y como se prometió a si mismo se encerró en su cuarto.
El tiempo transcurrió con normalidad, y los días se volvieron semanas, y las semanas en meses. Lowis vivía cómodamente y tenía todas las atenciones, pero desde que el Conde lo trajo a su mansión no lo había vuelto a ver. Ni una vez.
Cuando de repente Lowis trató de volverse más cercano a Kernovich. Pero él se reusó a verlo, no creía ser digno de volver a hablar con las personas. Era mejor estar solo. Pero luego de tanto insistir, lo dejó pasar.
—¿Qué quieres? —dijo el Conde con un tono molesto.
—Yo...—Lowis bajó su mirada y entrelazó sus dedos—Quería agradecerle por todos sus cuidados.
—...No es nada—dijo en voz baja luego de un largo silencio. No creía merecer la gratitud de Lowis, en absoluto.
—Y también, quería saber si quería tomar el té conmigo.
—No estoy de humor, estoy ocupado—dijo rápidamente, desviando su mirada.
Estaba sentado en su escritorio, las luces eran tenues, y las cortinas oscuras cubrían todas las ventanas. Sus ojos apenas eran visibles con su cabeza gacha, y su rostro era indiferente, sin una pizca de emoción.
—Está bien...—dijo Lowis en voz baja y lo dejó solo.
Pero extrañamente no se rindió, y siguió insistiendo. Iba cada vez que podía, y como siempre, Harrison lo rechazaba, le decía que estaba ocupado y lo echaba de su habitación.
Hasta que un día, harto de todo eso Lowis lo enfrentó.
—Necesito hablar con usted—exclamó Lowis decidido.
—Estoy ocupa...
—No me importa—interrumpió molesto.
Harrison dejó lo que estaba haciendo y lo miró con enojo, sus ojos cafés se tornaron fríos, y su rostro estaba más pálido de lo usual. No entendía porque este niño insistía tanto.
—¿Qué es tan importante como para que tú...?
—¿Por qué insiste en seguir así?
Kernovich sólo lo observó, y su expresión se volvió más sombría.
Él tampoco quería seguir así. Pero no sabía cómo cambiar. No creía que fuera posible volver a cómo era antes.
—¿Qué es lo que está haciendo con su vida ahora? Ya basta, deje de comportarse así.
—Alguien como tú...—dijo con voz helada y levantándose de su silla caminó hacia él—no debería hablarme de esa manera.
Lo tomó de cuello de su camisa y dijo:
—¿Cómo te atreves? tú no sabes nada.
Todo esa culpa y triste se tornó en ira. Pero no hacia Lowis, si no hacia él mismo.
—Tal vez, pero de lo poco que sé puedo decirle que usted ha cambiado, ha dejado de ser esa persona que sus sirvientes tanto admiran.
Harrison entendió, y supo que ellos le habían dicho algo. Su corazón se sintió conmovido y sus ojos ardieron.
—¿Qué te importa eso? no es de tu incumbencia. Tú...
—Ellos insisten en qué usted es alguien amable y justo, pero yo no veo a nadie así.
El Conde lo sujetaba con su mano temblorosa, y sintió la intensa mirada de Lowis, que lo observaba sin temor.
—La persona que es ahora es frívola y patética, disfruta de la humillación ajena y hace lo que quiere, abusando de su estatus—Lowis tocó la mano que sostenía sus ropas y añadió—Adelante, demuéstrelo, no se contenga, haga lo que quiera conmigo, eso es lo que planeaba al traerme aquí ¿no es así? No podré detenerlo, y haré lo que sea que me diga...porque no tendré otra opción.
Sus ojos desprendían una sensación helada, y observaba al Conde con firmeza.
Harrison agravió su expresión, y se sintió peor al escuchar sus palabras. Sin pensarlo levantó su otra mano. No sabía que hacer exactamente, pero le fue inútil seguir, y lo dejó ir.
Su mirada de tornó angustiosa y lo miró con tristeza.
—Soy una mala persona... sólo vete y déjame solo—dijo Harrison en voz baja.
Ya no había vuelta atrás. Lowis creía que era una mala persona, que era como los demás nobles. Sabía que, aunque explicara su situación, él no le creería.
Y tenía razón, él era una mala persona.
Pero Lowis negó con la cabeza, suavizó su expresión y dijo:
—No es del todo malo. Incluso creo que todos esos rumores que andan por ahí son mentiras. No se ve como alguien que hiciera todas esas cosas, así que, por favor, sea sincero conmigo.
Kernovich sintió un nudo en su garganta y sus ojos se humedecieron.
"¿E-En verdad piensa eso?"
Estaba totalmente desconcertado, y justo en ese momento, quería que alguien lo consolara. Quería que alguien creyera en él...
—Yo...yo no hice esas cosas que dicen, nunca lastimé a nadie. Pero tú amigo...eso fue...horrendo, jamás le...no sé porque yo...—su voz temblaba y sostenía su frente con cansancio. Las lágrimas colgaban de sus ojos, necias a caer.
—Sus sirvientes aún creen en usted—dijo con una sonrisa.
—No merezco seguir en este mundo, ya no puedo. Le fallé a mi familia, lastimé a tu amigo sin razón, y quién sabe que más haré en el futuro—con su voz quebrantada y sus lágrimas al borde, decía cada palabra con sumo pesar—Ya no quiero...
"Quiero que alguien me salve...pero no lo merezco"
—¿Por qué sigue vivo? ¿qué lo mantiene en este mundo? —interrogó Lowis con firmeza.
Harrison levantó la mirada y dudó antes de decir:
—Por mis sirvientes. Si muero ellos tendrán que conseguir un trabajo, y tal vez sufran en ellos o se queden en la calle. También lo hago por mis tierras. Otro tomará mi lugar y temo que sea como pasó con los Dayholt. No quiero ver a mi pueblo sufrir. Pero...ya no quiero seguir con esto, incluso he estado pensando en dejar toda mi fortuna a mis sirvientes y empleados cuando...
—Yo tampoco tengo a nadie—dijo Lowis con seriedad—No tuve padre y mi madre murió cuando era más pequeño, trabajé en el burdel y en la calle, haciendo piruetas y música, por unas cuantas monedas...pero nunca me rendí, aunque no tenía alguna razón para vivir.
—¿...Por qué?
—No quería darle gusto al mundo y rendirme, quería demostrar que se puede ser feliz, que si buscas la felicidad, puedes encontrarla. Así que no te desanimes, todo estará bien.
El Conde bajó la mirada y se limpió la nariz. Su corazón dolía, ya no soportaba las ganas de llorar.
—Que vergonzoso...que un niño le dé consejos de vida a un adulto como yo.
—No hay edad para el dolor y la tristeza, y usted es más sabio que yo en muchas cosas. Además, no creo haberle dado un gran consejo—dijo sonriendo.
Kernovich lo miró a los ojos, y se rindió.
Las lágrimas se deslizaron por sus mejillas y sus ojos se volvieron tristes.
Con vergüenza se cubrió los ojos con la mano y contuvo sus sollozos.
Lowis en verdad se sorprendió al verlo así, nunca esperó este final cuando vino a hablar con él. Pero al verlo tan destrozado, y como lloraba desconsolado, no pudo evitar sentir pena por él.
Se acercó con calma y lo abrazó.
Al sentir eso Kernovich se alteró ligeramente, pero se quedó ahí, sin hacer nada.
Su tristeza empeoró y se desahogó por largo rato...
Cuando ya se calmó Lowis le pidió una explicación. Ya que anteriormente había dicho que en realidad no había hecho nada.
Kernovich le contó todo, sin omitir algún detalle, y miró a Lowis con cautela, observando su reacción.
Su expresión demostraba asombro, y pesar.
"Esos malditos nobles hijos de perra"
Lowis estaba aturdido y furioso.
—No puedo culparte, lo admito. Hubieron muchos malentendidos y te dejaste influenciar por malas personas—lo miró a los ojos con suavidad y le sonrió. Se dio cuenta de la sinceridad de Harrison y sintió lastima—Pero no todo está perdido, aún eres bueno y sabes tus errores. Todavía hay una oportunidad, tienes toda una vida por delante, aún puedes cambiar.
Kernovich se sintió aliviado y reconfortado al escuchar sus palabras. Estaba agradecido por creerle...
—Yo no tengo nada que perdonarte, a quién debes pedir disculpas es a Grinsel. Habla con él, es algún amable y alegre, si sabe la verdad estoy seguro de que entenderá. No sé si te perdonará, pero debes hacerlo.
—Mm....pero justo ahora no puedo hacerlo. No creo poder verlo a la cara, aún no soy alguien digno de su perdón...Tengo miedo—dijo en voz baja.
—Está bien, puedes ir cuando estés listo—contestó con un tono suave—Por ahora trata de volver a ser como eras antes, yo te ayudaré.
—... Gracias.
—Deberías tomarte un poco de tiempo para pensar—dijo levantándose del sofá—Nos vemos luego.
—Si... adiós—contestó con un suspiro. Lowis le sonrió y salió de su oficina.
Kernovich pensó en todo lo que le dijo Lowis, y decidió intentar ser feliz otra vez.
Y en un abrir y cerrar de ojos ya había pasado una semana.
Estaba en su oficina mirando por la ventana, cuando le dio hambre. No habían sirvientes cerca, ya que pidió no ser molestado.
Salió y caminó hacia la cocina, pero le resultó extraño no ver a ningún sirviente en el camino.
Todo estaba silencioso, y en cuanto se acercó escuchó las voces de todos.
Reían y hablaban alegremente. Puso atención a su conversación y se pegó a la puerta.
—Eres tan lindo y divertido—exclamó una señora con encanto—Me recuerdas a mi hijo.
—Gracias—dijo Lowis—También puedo tocar algunos instrumentos.
—Nos encantaría oírte algún día—comentó otro.
Luego todos rieron de nuevo, al parecer Lowis los estaba haciendo reír con algo. Y lleno de curiosidad se asomó por la puerta.
Lowis estaba haciendo malabares con tres tomates, y había otro a su lado, con la intención de arrojarle otro. Todos los sirvientes estaban en la enorme cocina, amontonados y conversando alegremente. Pero en cuanto escucharon el sonido de la puerta abriéndose se paralizaron.
Sus rostros palidecieron, y guardaron absoluto silencio.
Lowis apenas se dio cuenta dejó de hacer malabares y atrapó los tomates. También mirando a Kernovich con sorpresa.
Harrison los observó sin ninguna emoción en sus ojos, y entró a la cocina.
—¿... Dónde aprendiste a hacer eso? —preguntó curioso.
—L-Lo aprendí yo solo—contestó enseguida.
—Tienes talento—comentó con un tono tranquilo. Y jalando un pequeño banco se sentó, estiró el brazo y agarró una manzana que había sobre la mesa—¿Con cuentas cosas podrías hacer malabares?
—Con cinco, es lo máximo que he hecho.
—¿Me permites verlo? —interrogó con una suave sonrisa. Miró a los demás y dijo—Sería interesante verlo ¿no creen?
Todos aún estaban en shock, pero respondieron con amabilidad.
Kernovich se comió la manzana, y observó a Lowis mientras hacía su demostración...
Los sirvientes se sintieron felices al ver a su amo salir de su habitación. Y aunque fue una débil y pequeña sonrisa, supieron que estaba volviendo a ser el mismo de antes.
[...]
Kernovich y Lowis se volvieron más cercanos después de eso.
Le enseñó a cabalgar, paseaban por el jardín, le otorgó maestros para que le enseñaran de todo. Aprendió a tocar el piano y la flauta con más habilidad. Conoció la etiqueta de la nobleza y sobre modales.
Y luego de pasar tanto tiempo con él Kernovich lo quiso como a un hijo.
—Lowis—dijo sonriendo. Ambos estaban almorzando, sentado en una enorme y hermosa mesa.
—¿Si? —se llevó un bocado a la boca y le prestó atención.
—Yo...quisiera que tú... fueras mi hijo.
Lowis dejó de masticar y lo miró sorprendido. Tragó su bocado y se limpió la boca con la servilleta que había en su regazo.
—No habría mayor honor, que el ser nombrado tu hijo—hizo una pausa y dijo en voz baja—Pero...yo soy un niño de la calle. No merezco ser tratado como un noble, nadie me aceptará como tú sucesor. Se reirán de mí...y posiblemente de ti también.
—No me importa—dijo con voz fuerte—No dejaré que nadie te ofenda o te vea de menos. Serás mi hijo y te tratarán como es debido. Y si habían de mí, que lo hagan. No me sentiré ofendido ni les tomaré atención. Son más que simples palabras vacías.
Kernovich lo miró a los ojos, y una sensación cálida y dolorosa brotó en su corazón.
—Tú me salvaste, creíste en mí a pesar de todo. No me rechazaste, aun sabiendo todo el mal que hice ...No sabes cuánto es el amor que he llegado a tenerte, y sé que...eres un buen hijo Lowis, y quiero darte todo lo que un buen padre puede dar. Por favor.... déjame ser un padre para ti.
Lowis sintió un nudo en su pecho, y con una melancólica sonrisa asintió:
—Gracias por cuidar de mí, y por tus palabras...Sería un honor poder ser tu hijo.
Kernovich se sintió tan feliz al escuchar su respuesta, que sus ojos se humedecieron. Y su sonrisa fue tan genuina, y también brillante, que Lowis jamás lo había visto así antes.
[...]
A los pocos días Lowis fue su hijo legalmente, y se sintió muy feliz por eso. Tanto que lo llevaba a todas partes, para que los demás supieran de él. A sus viajes, negocios, e incluso al castillo.
Se hizo amigo del príncipe y comenzó a invertir en sus negocios personales. Se esforzó para ser un noble respetable y creció para ser un heredero digno....
Kernovich ya no se sentía triste, y con el amor de su hijo, volvió a sentir la felicidad.
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