Capítulo 52.5: Su perdición

—Hijo, quédate aquí un momento, necesito hacer algo—dijo Harrison con un tono suave.

Lowis asintió obediente y se quedó sentado donde estaba. Vio a su padre irse junto con unos hombres, y desaparecer gradualmente.

—Mira, ese es el hijo adoptivo del Conde Kernovich—exclamó una mujer muy arreglada y con un vestido celeste, con un peinado extravagante y un escote muy revelador.

—Sí, dicen que antes era un niño pobre—comentó su pareja.

—¿Cuántos años tiene? ¿quince?

—Seguramente andaba entre la basura.

—El conde es una deshonra ¿cómo pudo hacer semejante cosa?

—Hasta aquí puedo olerlo...

Todos en el salón hablaban de Lowis sin disimulo, y él, al oírlos decir todo eso, sólo bajó la cabeza avergonzado.

—Hijos de puta—exclamó una voz desde sus espaldas. Diciendo cada palabra con asco.

Todos se giraron indignados para ver de quién era esa voz.

—¿Acaso no han sentido su propio olor? Todos ustedes huelen a culo, mejor vayan a hablar sus mierdas a otro lado, montón de imbéciles—continuó Tristan con una actitud intimidante y despectiva.

Nadie dijo nada y con horribles muecas en sus rostros se fueron llenos de ira.

Tristan caminó hacia Lowis y se quedó a una distancia prudente antes de decir:

—¿Por qué no te defendiste? —su voz demostraba molestia.

—Yo... ¿cómo podría? —objetó Lowis con timidez.

—Justo como lo acabo de hacer, así lo harías—lo miró de pies a cabeza y dijo—Eres el hijo del Conde Kernovich ¿no es así? entonces date tu lugar. Todos ellos no son más que ratas inferiores si se comparan contigo, no tienes nada que temer.

—E-Está bien—levantó más su mirada, y extrañamente se sentía con más valor.

Miró al hermoso niño que parecía de su misma edad, rubio, alto y elegante, de piel blanca y ojos de un tono dorado oscuro.

—¿Cómo te llamas? Yo soy Lowis Kernovich—dijo levantándose de su silla y se inclinó en señal de respeto.

—Un gusto, Tristan Slorrance—respondió sin demostrar importancia alguna.

—¿S-Slorrance? —tartamudeó y palideció enseguida.

—Sí, pero ¿qué más da quien sea yo? —se quedó pensativo unos momentos y dijo—¿quieres acompañarme un rato? Le diré a tu padre que estás conmigo, no te preocupes.

—Sería un placer alteza.

Tristan hizo una mueca de disgusto y dijo con severidad:

—No me llames así—y añadió en voz baja para sí mismo—no soy digno de ese título.

—Está bien...

—Sólo llámame Tristan.

Lowis asintió y lo acompañó hasta llegar a un cuarto privado, ahí Tristan pasaba el rato leyendo o jugando, era su lugar favorito.

Pero con sólo unos minutos de charla Lowis notó algo raro en Tristan.

Él evitaba a toda costa ser tocado, incluso acercarse a él lo hacía ver incómodo.

—Si no te gusta estar conmigo dímelo y me iré—dijo Lowis preocupado.

—No es eso—respondió un poco exaltado— es que...

Su respiración se agitó, sus manos se volvieron frías y las náuseas lo invadieron.

—Odio que me toquen o se acerquen, es...un problema personal.

Lowis lo vio tan nervioso y ansioso que no pudo evitar pensar en algo malo, tal vez algún tipo de trauma.

—Combate fuego con fuego—dijo luego de pensarlo.

—¿Qué? —preguntó Tristan.

—Si no te gusta que se acerquen a ti debes acercarte antes de que lo hagan, si tú das el primer paso no sentirás que invaden tu espacio personal.

Tristan lo meditó y encontró lógica en lo que decía.

Y desde ese día Tristan lo intentó, se acercaba primero a las personas y poco a poco dejó de sentirse tan nervioso. Incluso algunos se sentían intimidados al percibir ese gesto, y eso le gustó a Tristan.

Pero con Lowis era diferente, con él se sentía cómodo, y estar cerca de él le traía una extraña y reconfortante paz.

—Sabes Tristan, me recuerdas a alguien que trabajaba conmigo.

—¿En el burdel? —su tono era indiferente y natural. Ambos confiaban uno en el otro y se volvieron muy buenos amigos, incluso se contaban muchas cosas que sólo entre ellos podían confiarse. Aunque Tristan aún le guardaba algunos secretos.

—Sí, su nombre era Grinsel, tenía tu misma edad, su cabello era rubio y sus ojos dorados. También se parecen mucho, incluso no le gustaba que lo tocar...—pero mientras hablaba Tristan lo tomó de los hombros y lo interrumpió.

—¿Se parece a mí? ¿estás seguro? —Tristan tenía un mal presentimiento, y una voz en su interior le gritaba que esa persona era la que tanto buscaban los reyes.

—S-Si—Lowis sintió su intensa mirada, que lo interrogaba con pánico.

—¿Y tenía los ojos dorados? —luego recordó algo y añadió—¿tenía hoyuelos?

—Sí, ¿cómo lo sab....?

—Escúchame Lowis, no le cuentes a nadie sobre esto, a nadie ¿me oíste? —su voz era ahogada y los nervios se reflejaban con claridad en sus ojos—Nunca vuelvas a mencionar su existencia, jamás.

"Entonces mi hermano en verdad está con vida..."

—Está bien, pero ¿por qué?

—¿Confías en mí?

—Si.

—Entonces créeme cuando te digo, que por ahora es mejor no saber. La ignorancia a veces puede salvarte la vida—hizo una pausa y lo miró con seriedad—Te lo contaré cuando sea el momento.

Lowis asintió y nunca más volvió a mencionar el asunto...

[...]

Tristan caminaba tranquilamente por un ancho pasillo, hasta que una melosa y horrible voz lo sorprendió:

—Hijo, ¿por qué no me habías contado?

Su cuero cabelludo se erizó y su sangre se heló.

—¿Sobre qué, madre?

La reina caminó hacia él y acarició su cabello.

—Sobre tu nuevo amigo, Lowis Kernovich, hace meses que son amigos ¿por qué no me lo habías contado?

—Madre, pasas tan ocupada que no quería molestarte por unos asuntos tan insignificantes como la amistad.

La reina lo tomó de la camisa y la jaló con brusquedad.

—Esto te traerá la ruina Tristan—su dulce sonrisa ahora parecía deforme gracias a la locura y maldad que se reflejaba en sus ojos—¿acaso olvidaste lo que le pasó a tu amigo de la cocina? ¿o a ese sirviente? ¿y ese pobre y viejo jardinero...? Cada vez que nos desobedeces uno de tus queridos amigos lo pagaba caro, y así fue hasta que te quedaste sin amigos, incluso sin familia.

Tristan tragó saliva y su tez palideció.

—Si no haces lo que se te ordena le haremos a tu nuevo amigo todo lo que te hicimos a ti. Todo, delante de ti.

El corazón de Tristan se hundió y sus ojos ardieron, se sentía débil e impotente.

—Si. Como digas, madre.

—Así me gusta—lo soltó y se dio la vuelta para irse—Por cierto, aquel Vizconde gordo de nariz horrible quiere que lo "visites" esta noche en "esa" habitación, ¿lo recuerdas?

—...Si.

—Bien—sus pasos resonaron en el pasillo y reía mientras se alejaba—Aunque ya no tengas el mismo encanto de antes, los nobles siguen queriéndote, eso es bueno...en fin. Luego me cuentas que tal estuvo.

Tristan ya no pudo mantenerse en pie y cayó al suelo, su cuerpo temblaba y sus lágrimas casi se escapaban de sus ojos.

Pero mordió su mano y dejó que la tristeza se tornara en ira.

No lloraría, juró no demostrar debilidad ante nadie. Incluso si era golpeado, torturado o...

"Sólo esperen un poco más, y los haré pedazos a todos. Lamentarán tanto haber nacido, lamentarán haberme hecho todo esto, se retorcerán en sus tumbas para siempre, y no les dejaré morir tan fácilmente...Han despertado mi ira, y con ello crearon a su peor pesadilla...su perdición."

Levantó la vista, y en sus ojos se observaba claramente, como el fuego de la ira y venganza, se derramaba de ellos. Con deseos de quemar todo a su paso...con deseos de volver a todos aquellos que lo lastimaron, en cenizas...

[...]

El día terminó y Tristan caminó en medio de la noche, entre los altos y silenciosos pasillos del castillo. Llegó ante una puerta y tocó.

—Adelante—dijo una voz desde el interior, llena de felicidad que trataba de ocultar.

Tristan entró, pero nunca vio a la persona a los ojos.

Esa persona hablaba, pero sus oídos no escuchaban.

Esa persona se acercó, pero su nariz no sintió su aroma.

Esa persona...lo tocó, pero su cuerpo no sintió su tacto ni su calor.

"No soy Tristan, ahora soy... nadie"

Y entonces "nadie" tuvo que vivir un infierno esa noche.

Pero por suerte él no era nadie.

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