Capítulo Uno
La realidad es que tener pesadillas al planear tu boda debería haber sido el primer signo de que las cosas no iban bien. Holanes, encajes y la seda me desencadenaban ansiedad ahora. Parte de mí quería cancelar la boda, pero, Sam, mi prometido, era lo que toda mujer esperaba encontrar en su futuro esposo. Guapo. Exitoso. Encantador, y divertido. Uno de los ortodoncistas más jóvenes y exitosos en todo el condado de Los Ángeles. Tomar el siguiente paso hacia el matrimonio, era la evolución natural en una relación de casi dos años. Pero, a pesar de todo, no estaba segura de que fuera el amor de mi vida.
Desde el momento en que me pidió que fuera su esposa comencé a tener pesadillas y ataques de ansiedad en los momentos más simples, como elegir la papelería para las invitaciones de boda. Sam no parecía compartir los mismos problemas que yo, y después del segundo ataque de ansiedad, decidió dejarme todos los planes a mí, porque no quería presionarme. Pensaba que eso me iba a tranquilizar, pero la verdad es que sucedió todo lo contrario...
Al terminar mi café, exhalé exasperada. ¿Hasta qué hora tendría que esperar a Sonia? Tenía más de una hora esperando a mi hermanastra. La única razón por la que seguía aquí es porque Tina, su madre, tenía metido entre ojos "educarme" en estilo y moda, al punto que había programado una cita con un diseñador italiano para ayudarme a solucionar mi problema del vestido de novia. Tanto Tina como Sonia eran como gurús de la moda, seguían a todos los influentes correctos, diseñadores de moda, etc., y ahora, Tina se jactaba de que yo estaba aprendiendo de ella, no queriendo perder mi tiempo en vestidos "de aparador". Obviamente, nadie tenía idea de lo que me estaba ocurriendo de verdad, y no estaba segura por cuánto tiempo podría seguir viviendo esta farsa de la boda.
En ese momento, la campana de la puerta de la entrada sonó, anunciando la llegada de Sonia. Vestía completamente de negro, sus curvas se acentuaban gracias al ajuste perfecto del vestido, y sus zapatos rojos de Tori eran el contraste perfecto, resaltando sus largas piernas. Se quitó los lentes de sol, y haciendo a un lado su larga cabellera lacia, se contoneó hacia mí, exudando confianza y seguridad, algo que a mí me hacía falta cada vez más.
—Has llegado tarde, Sonia —dije, sin mayor preámbulo.
—Ups —encogió los hombros como si no pasara a más—, es que Marco se tardó un poco terminando el diseño de mis uñas.
Levantó las manos y me enseñó su manicure tipo francés con líneas plateadas. Traté de no voltear los ojos.
«Piensa en algo positivo, Emily».
La realidad es que no quería ver al diseñador, ni a Tina, y que ir con Sonia suponía que no tendría que hablar mucho. Ellas lo harían por mí.
Sonia tomó otra revista del librero, y comenzó a hojearla. Lo único que saltó a la vista fue la bandera de Gran Bretaña y mi corazón se aceleró. Mierda. No le había mandado la invitación a mi madre aún. La tenía que haber mandado hace dos semanas, pero por una cosa u otra, no lo había hecho.
—Vámonos ya. Tendremos que pasar al correo porque tengo que mandar la invitación de mi madre.
—¿Aún no la mandas? —Como si no hubiera dicho nada, Sonia se quedó en su lugar, pasando varias páginas. Hizo un ruido con la boca mientras negaba con la cabeza—. Mi madre sería la primera en recibir la invitación a mi boda. De hecho, me hubiera ayudado a elegirla.
Apreté la quijada, pero me quedé callada. No tenía con qué refutar a Sonia. Ella sabía que mi madre era un tema que me dolía. Teníamos la peor relación. Es decir, si es que hablar cada seis meses podría ser considerado una relación. Nunca supe bien qué pasó, pero un día ella decidió que no quería seguir casada con mi padre, hizo una maleta y se fue de regreso a su país de origen sin decir una sola palabra a nadie. Sin decirme adiós o nos vemos pronto, o te amo. Solo se fue.
La mirada de mi hermanastra dejó la revista por un segundo, y sus ojos se agudizaron por segundos, antes de regresar a la portada.
—¿Has visto? El príncipe de Inglaterra rompió con su novia.
«Por el amor de Dios», pensé.
—¿Y eso por qué es importante?
—Porque es el príncipe de Inglaterra, está chulísimo y nadie en su sano juicio quisiera no tener algo con él. Inclusive tú. —Sonia volteó los ojos antes de sonreír—. Deberíamos visitar a tu madre, le puedes dar la invitación en persona y, ¡yo puedo encantar al príncipe!
No pude evitar mirarla como si fuera alguien de otro mundo. Sonia y yo no teníamos nada en común. Podía ser bella y segura de sí, pero eso no quería decir que fuera empática, gentil, o demasiado inteligente.
—Sonia, no creo que el príncipe sea una persona accesible.
Mi hermanastra bufó.
—O sea, si fuera pesimista como tú, no haría nada en esta vida. De verdad que últimamente eres un rayo de sol.
En cierto modo, tenía razón. Era muy pesimista. Probablemente, mis miedos y actitud en general eran parte del problema. Aun así, Sonia no tenía que hacerme sentir peor al respecto. Pero sentó que no era el momento ni el lugar para decirle algo. Ya íbamos tarde, de por sí.
—Bueno, no importa. Necesitamos irnos. Tu madre nos está esperando desde hace 20 minutos.
Sonia regresó la revista de chismes de celebridades al estante.
—No puedo ir hoy. Tengo algo que hacer. Un plan que se acordó en el último minuto, y no lo puedo cancelar.
Junté mis cejas. Definitivamente, era algo importante porque hace un par de días, cuando Tina mencionó al diseñador, Sonia estaba bastante emocionada. Al parecer el tipo era alguien conocido entre su círculo de amistades.
—Guau. No has dejado de hablar de la cita desde que tu madre la hizo.
—Lo es—dijo, pasando una mano sobre su vestido—. Pero estaré feliz de invitarlas a cenar esta noche. Podemos salir solo nosotras, sin papá.
Mi padre se había casado con Tina desde hace un par de años, pero Sonia, desde el momento en que la conocí, se refería a él como si fuera su padre, algo que siempre me causó un poco de celos, porque no era su padre. Y yo no llamaba a Tina madre, aunque fuera lo más cercano a una madre que actualmente tuviera. Solo que siempre me había parecido extraño lo rápido que Sonia se había familiarizado con su nueva familia. Ella tenía 26 años, era un año más grande que yo, pero tenía la actitud de una chica malcriada y como de veinte. Y tal cual, me había hecho esperar por nada, sin siquiera dignarse a mandarme un mensaje para que no la esperara, ni para avisarle a su madre.
Estaba a punto de quejarme cuando me di cuenta de que esta era la salida fácil que había estado esperando. No tenía ganas de ver a Tina, y mucho menos al diseñador. No sabía quién era, pero me daba algo de miedo tener otro ataque de pánico hablando de vestidos de novia.
—Vale, está bien. La próxima vez por favor mándame un mensaje para que no te espere y pierda el tiempo. Y por favor avísale a tu madre que no podremos ir. —Hice para atrás mi silla, lista para levantarme, cuando recordé la cena que tenía con Sam—. Y perdón, pero no voy a poder ir a cenar. Tengo un compromiso con Sam y sus amigos.
Sonia se tensó por un momento. Posó su mano en su estómago.
—Oh. No lo sabía. Está bien, hablaré con mi madre.
Me sorprendió un poco lo rápido que aceptó, pero al final me estaba haciendo un favor cancelando con Tina, así que me quedé callada. Decidí no levantarme de la silla, y aprovechar el momento de "generosidad" de Sonia. No tenía muchos.
—Sonia, ¿te puedo preguntar algo?
—¿Supongo?
«Es ahora o nunca», pensé.
—¿Es normal que te dé miedo casarte?
Se quedó callada por un segundo, pero sus labios se curvaron en una sonrisa.
—¿Te estás arrepintiendo de casarte?
Exhalé. Claro que intentar hablar con ella era una mala idea.
—Olvídalo. No debí haber dicho nada —dije, entre dientes.
Tosió un poco, intentando ocultar su risa.
—No, Emily. Soy tu hermana. Me puedes contar lo que sea.
«Ajá». Me mordí el labio para no decir más. Sonia pensaba en ella y solo en ella. Así había sido siempre, y no iba a cambiar. Para muestra un botón, me había dejado esperando y ni siquiera pensaba ir a la cita con su madre.
—De verdad, no es nada. Son solo los nervios de la boda. Cada vez está más cerca y aún hay demasiadas cosas que planear. Gracias por ser tan buena hermana, y preocuparte por mí. Pero más que nada, gracias por avisarle a Tina que no vamos a poder ir. —Me levanté de la mesa y tomé mi bolsa en una mano y el envase de café vacío en la otra—. De todas maneras, tengo que ir a la oficina a terminar el proyecto en el que he estado trabajando.
Sonia movió la cabeza.
—Eres la hija del CEO de la empresa. Deberías no tener que trabajar tanto.
Me mordí la lengua. A diferencia de Sonia, yo no vivía a costa de mi padre. Si trabajaba con él, pero es que de verdad amaba mi trabajo. Papá me trataba como a cualquier otra empleada, de hecho, era aún más exigente conmigo. Y eso me encantaba.
—Sabes que entregamos un proyecto la próxima semana, y aún no termino el diseño de los muebles.
Sonia hizo una cara de asco antes de mirar sus uñas.
—No suena divertido.
—Para mí lo es.
Su pésima actitud siempre me hacía perder la paciencia en algún momento. Como ahora. Tenía que salir de aquí ya.
—Gracias por avisarle a Tina —dije, antes de esbozar la sonrisa más falsa de mi vida. Le mandé un beso y salí huyendo de la cafetería.
No planeaba ir a la oficina, en realidad. Ya había terminado el proyecto, pero Sonia no tenía que saberlo. Además, en cuanto algo tuviera que ver con mi padre, Sonia dejaba de insistir. Parecía tener un gran respeto por él, o por su cartera, no estaba segura.
Manejé a una tienda departamental para comprar algunas cosas para mi nuevo departamento. Si la boda me daba ansiedad, decorar el departamento que mi padre nos había dado como regalo de bodas, era todo lo contrario. Era apasionada en mi trabajo como decoradora de interiores, y lo reflejaba decorando mi próxima casa. Sam había comprado una cama king size hace un par de días, y me había dicho que ya había llegado al apartamento, así que compré algunas sábanas, un par de almohadas y cojines y un edredón que hacían juego. Como aún tenía tiempo para la cena, decidí pasar al departamento para dejar todo.
Cuando llegué al edificio vi el coche de Sam, lo cual no era raro. Los dos pasábamos a dejar compras en cualquier momento. Lo que sí era raro era la hora, normalmente Sam estaba trabajando en estos momentos.
Mis tenis rechinaron sobre el suelo de mármol al llegar al lobby del edificio. Como aún era demasiado nuevo, no teníamos seguridad más allá de las llaves que mi padre nos había entregado. Tomé el elevador al quinto piso, y abrí la puerta de nuestra nueva casa, esperando encontrarme con Sam en cualquier momento. Por un momento pensé que igual la cena con sus amigos era una mentira blanca para preparar una cena sorpresa, y yo, llegando así de la nada, podría estropear todo. Sonreí. Sam no era la persona más romántica del mundo, pero tenía sus momentos. Salí del elevador, aun pensando si quería arruinar la sorpresa o no, pero al ver el peso de las bolsas que llevaba en cada mano, disipó mi duda. No las iba a llevar de regreso al auto si ya estaba allí.
Con cuidado, abrí la puerta de la entrada. Esperaba ver a Sam poniendo la mesa o cocinando, pero el departamento estaba completamente oscuro, y no había señales de Sam. Moví algunas cajas antes de dejar caer las bolsas que traía en las manos y prender la luz del cuarto.
«¿Dónde está Sam?», me pregunté. Y fue en ese momento cuando escuché los ruidos.
Me quedé congelada en el mismo lugar. Podía escuchar dos voces provenientes del cuarto principal, y me tomó un momento darme cuenta del tipo de ruidos que eran. Gemidos. Sam estaba teniendo sexo con alguien en nuestro apartamento. ¿Qué diablos?
Los gemidos comenzaron a aumentar de volumen, y de repente sentí como si alguien vertía lava dentro de mi estómago. Pensé en nuestra relación, buscando signos de que Sam me fuera infiel, pero no encontré nada. ¡Y nuestra boda sería en unas semanas, por Dios!
Quería salir corriendo, pero no lo hice. Tenía que confrontarlo. Mi pulso, tamborileando en mis oídos, se aceleró antes de que tomara una bocanada de aire, buscando energía de donde fuera para mover los pies e ir al cuarto. Tenía que verlo por mí misma.
Caminé hacia la puerta del cuarto, convencida de que enfrentarme a lo que fuera en ese momento, era lo mejor, pero alguien habló antes de que llegara. Era la voz de una mujer, una que conocía muy bien. Mierda. Mi hermanastra se estaba acostando con mi prometido.
Con manos temblorosas, tomé la chapa de la puerta y la abrí. Cerré los ojos por un segundo e inhalé profundamente. «Solo abre la maldita puerta, Emily». Cuando finalmente lo logré, encontré a Sonia con el vestido negro arriba de la cintura, doblada en la cama, mientras Sam la penetraba por detrás. Presioné mis manos hacia mi estómago, sintiéndome enferma. No me podía mover. Sam dejó de moverse en cuanto su mirada cruzó con la mía. Sonia gemía, aún sin darse cuenta de que estaba yo ahí.
Me quemaba la garganta. Quería gritarle, hacerle saber que estaba ahí, pero no podía emitir un solo sonido. Sam se alejó de ella, subiendo sus pantalones. Su respiración era entrecortada. Alzó las manos y caminó hacia mí, pero negué con la cabeza, dando un paso hacia atrás.
—No te atrevas a acercarte a mí.
—Emily, puedo explicarlo todo —dijo Sam, pasando una mano por su cabello.
—¿Explicar qué? ¿Qué te estás acostando con mi hermanastra?
Mi mirada se movió hacia Sonia, quien ya estaba levantada, acomodándose el vestido.
—No seas inmadura, Emily. Es solo sexo —dijo ella, no disimulando la sonrisa de satisfacción que tenía en sus labios.
Todo mi cuerpo temblaba. Parte de mí quería acercarme a ella y quitarle la estúpida sonrisa de la cara con una cachetada. Pero, era como si mi mente y mi cuerpo pensaban dos cosas diferentes, porque no me moví.
—¿Solo sexo?
—No se han casado aún —dijo, como si fuera lo más normal del mundo, como si acostarse con Sam, mi prometido, no tuviera importancia.
Mi visión se empañó gracias a las lágrimas que se formaron en mis ojos. Gracias a Dios que me había dado cuenta ahora. Casarme con Sam iba a ser el peor error de mi vida.
Sam se acercó a mí, y yo levanté las dos manos a la defensiva.
—Lárgate, Sam.
—Pero, Emily...
—¡Lárgate! —le grité.
Me quité el anillo de compromiso y se lo empujé en el pecho. El anillo se resbaló de entre sus dedos, y se cayó al piso. El sonido del metal contra el mármol del piso resonó en el cuarto.
—No te quiero volver a ver en mi vida. Nunca jamás.
Volteando a ver a Sonia, levanté la cara. Aunque fuera la mujer más pesada del mundo, yo confiaba en ella. O por lo menos confiaba en que ella no se estuviera acostando con mi prometido.
—¿Cómo has podido hacer esto, Sonia?
Ella soltó una risa que sonó algo forzada.
—No fue muy difícil hacer que tu novio se acostara conmigo, Emily. Pero si lo piensas bien, te estoy haciendo un favor.
No quería seguir con esto. Solo quería que se fueran. Caminé hacia atrás, abriendo el paso para que salieran.
—Váyanse, ya.
Sam trató de acercarse a mí de nuevo, pero esta vez grité con todas mis fuerzas.
—¡Que se larguen ya, carajo!
Con manos temblorosas, Sam tomó el anillo y su camisa del suelo antes de caminar hacia fuera. Sonia le siguió, pero seguía sonriendo. Yo estaba al borde del precipicio, tratando de aguantarme las lágrimas hasta que salieran del apartamento. En cuanto escuché que la puerta se cerraba, dejé salir las lágrimas, dejándome caer sobre mis rodillas.
No podía creer lo que acababa de ver.
El cuarto se sentía demasiado caliente, y de un momento a otro, me comenzó a faltar aire. Los latidos de mi corazón iban al mil por hora. Cada uno era más doloroso que el otro, y cada vez me costaba más respirar. Estaba teniendo un ataque de pánico. El encaje blanco, seda y lazo, se transformó en cabello negro y lacio que Sam tomaba con sus manos, listo para embestir de nuevo. Cerré los ojos y traté de respirar hondo, hasta que el nudo en mi garganta dejó de doler. Mi corazón no estaba físicamente lastimado, pero sentirme traicionada era peor.
Siempre supe que tenía que tomar una decisión acerca de la boda, pero jamás pensé que esa decisión sería tomada por mí.
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