Jane Porter

Jane había comenzado a seguir a Tarzán cuando apenas había ingresado al colegio.

Había algo en él que le llamaba la atención. Al principio quería creer que era por sus movimientos, siempre torpes y exagerados, que eran una buena referencia para sus dibujos. Antes de que se hubiera dado cuenta, había llenado tres cuadernos solo de él. Ni siquiera habían cruzado una palabra y ella ya conocía cada tic, cada gesto inconsciente, cada sonrisa.

Pero no. Había algo más que simple curiosidad. Tarzán tenía algo magnético que no te dejaba apartar la mirada. "Salvaje" se decidió Jane luego de pensarlo mucho. "Tarzán tiene algo salvaje en él".

Un día, luego de que el equipo de fútbol terminara sus entrenamientos, Tarzán se acercó a Jane, quien estaba sentada en las gradas leyendo un libro. Parecía un sitio raro para estar estudiando, pero lo prefería a estar encerrada en la biblioteca, donde sentía que le faltaba el aire y las paredes se le caían encima. Aquel asiento ya se había convertido en su lugar y ni a los chicos ni al profesor le molestaba su presencia; es más, se había hecho una con el ambiente, a tal punto que ya nadie se percataba de su presencia o se sentía incómodo. Tal vez era por esa invisibilidad que Jane se sorprendió cuando Tarzán se acercó para hablarle:

—Hola —le dijo con el rostro impasible. Tenía el cabello castaño atado en una coleta alta y la camiseta del equipo se le pegaba al cuerpo por el sudor. Señaló con la barbilla el cuaderno de dibujo que estaba junto a ella—. ¿Puedo verlo?

Jane parpadeó varias veces, incrédula.

—Sé que está lleno de mí. Lo mínimo que puedes hacer es mostrármelo, como pago por estar espiándome todo el día.

Tarzán le dio una sonrisa socarrona. Jane se puso roja como un tomate. Sabía que debería haber tenido más cuidado. Él no era tonto, como la mayoría de la gente creía. Era más avispado que todo el instituto junto.

Jane le alcanzó el cuaderno sin decir una palabra y él se sentó junto a ella. Sus dedos toscos y casi sin uñas pasaban las hojas con una delicadeza poco creíble. Jane se agradeció a sí misma por no usar su rostro para practicar desnudos y anatomía.

—Son increíbles —dijo Tarzán cuando ya casi terminaba el cuaderno—. No sabía que podía llegar a ser tan guapo.

Jane rió, el único sonido que había emitido desde que Tarzán había llegado. Cuando terminó, él cerró el libro y jugueteó con la cinta que colgaba de una de las tapas y usaba como marcador.

—En realidad yo venía a... —Tarzán dudó y bajó la mirada a sus manos—. Quería saber si tú... me.... me podrías ayudar a estudiar. —Él suspiró y frunció la nariz—. Estoy algo jodido con Matemáticas y Literatura. Me cuesta mucho leer los libros. —Retorció la cinta en dos dedos—. Y Quería que me ayudes, si no es mucha molestia para ti.

Jane abrió y cerró la boca varias veces, sin estar muy segura qué decir. Finalmente murmuró:

—Sí, claro. —Se aclaró la garganta—. ¿Quieres venir a mi casa mañana después de clases?

Tarzán asintió y se alejó hacia los vestuarios sin decir nada más.

——x——

Al día siguiente, Tarzán tocó la puerta de su casa vestido con las ropas más decentes que alguna vez lo había visto usar. Cuando Jane lo dejó pasar, él no pudo mantener la boca cerrada a verlos lujos dentro de la vivienda. Jane no sabía si sentirse halagada o avergonzada de los gustos extravagantes de su padre: los muebles de caoba del siglo pasado, la chimenea de de ladrillo y los sillones de cuero con remaches de metal bañados en oro.

A ella realmente le gustaba esa casa. Era una lástima en unos pocos meses volvieran a irse. Estaba cansada de marcharse cuando se acostumbraba a un lugar.

Tarzán, contra todo pronóstico, logró ser un buen alumno, aún mejor de lo que era en clase. Sabía casi todas las preguntas que Jane le había sobre el tema y aún más, sobretodo en el área de Ciencias Naturales. Sin embargo, cuando le pidió que leyera un párrafo, él se trabó y confundía palabras con otras, por lo que ella pasó el resto de la tarde leyéndole. Tarzán la miraba fijamente con la cabeza apoyada en los brazos cruzados sobre la mesa,pero no se sentía intimidada. A pesar del salvajismo que ella había identificado, así, solos, Tarzán no transmitía nerviosismo, sino confort.

Como pago, Tarzán la invitó a conocer a sus perros. Era una sugerencia un tanto extraña, pero Jane aceptó gustosa. Él le dio una gran sonrisa y, sin perder el tiempo, la tomó de la muñeca y la arrastró fuera de la casa hasta la parada de autobús más cercana.

Resultó que los perros de Tarzán no estaban en su casa, sino distribuidos en un radio de tres calles alrededor de donde vivía. Dos perros callejeros movieron la cola cuando ambos se acercaron. Tarzán sacó algo de alimento que guardaba en la mochila y les acarició el pelo mientras se lo ofrecía. Jane, algo temerosa, se quedó unos pasos atrás.

—Ven, no tengas miedo. Son buenos. —Le tomó la muñeca de la misma manera que lo había hecho antes y dejó algo de comida en su palma abierta.

Jane, dudosa, acercó la mano al perro más pequeño y este devoró la comida con avidez pero sin siquiera rozarle la piel con los dientes. Jane rió y le acarició la cabeza al animal, que la miraba jadeante a la espera de más. Tarzán, a su lado, también rió. Tenía los ojos brillantes, jamás lo había visto tan feliz.

——x——

Puede que Jane le enseñara saberes institucionales, pero Tarzán le mostró más de lo que podía pedir: le enseñó sobre la vida.

Luego de diecisiete años viajando por el mundo, Jane podía creer que sabía más sobre las personas que cualquier otro. Estaba más equivocada de lo que le gustaba creer.

Tarzán le enseñó los barrios bajos donde él vivía y ella jamás se había aventurado en ninguna parte del mundo. Le mostró la bondad verdadera en los comedores comunitarios y la cantidad de cosas que podías hacer con un alambre y unos cuantos cacharros. Donde cualquier otro veía basura, Tarzán veía potencial. Juntos, treparon edificios abandonados y escalaron los árboles más altos del parque hasta que los dedos inexpertos de Jane sangraron. Ella sentía que solo podía ser ella misma cuando estaba con él, en su casa dibujándolo o acompañándolo en sus rondas con sus perros. Había algo en su pecho que se liberaba y se quedaba vacío de felicidad, un sentimiento primitivo que le inyectaba adrenalina en las venas. Ninguno de los dos jamás había reído tan fuerte como cuando estaban ellos dos solos.

Tarzán le contó sobre su lugar de origen, Sudáfrica y como cuando sus padres murieron, Kala, su madre actual, lo había adoptado y había viajado hasta Inglaterra para quedarse. Le enseñó palabras en afrikááns y zulu y le contó sobre lo poco que recordaba de la selva y el desierto, que, en su opinión, no era muy diferente al instituto. Por su parte, Jane le contó de todas las maravillas que había visto y las particulares personas que había conocido, le enseñó palabras en inglés, en alemán y en francés y le narró aquella vez que había dormido en una casa del árbol en Kenia.

Jane se iría pronto. Lo mínimo que podía hacer era disfrutar y exprimir el tiempo que les quedaba.



N/A: Holi, tanto tiempo jsjsjsj. No se acostumbren, esto no es algo que volverá a pasar sino en muuuucho tiempo. Espero que les haya gustado la actualización después de dos años. También quiero darle las gracias a la cantidad de gente que comenzó a leer la historia en estos últimos meses; el número de lecturas aumentó más del doble en este tiempo de lo que lo ha hecho desde el 2015.

Por otra parte, si tienen ganas de leer cosas mías más actuales, los invito a pasarse por "Todas las estrellas que no podemos ver", una novela de romance juvenil a la que le tengo mucho mucho cariño y me haría mucha ilusión que más personas la leyeran.

Otra vez, mil millones de gracias por leer y releer esta historia.

"Algunas personas nacen con tornados en sus vidas pero con constelaciones en los ojos. Otros nacen con las estrellas a sus pies, pero sus almas están perdidas en el mar." Nikita Gill.

Melanie Johnson acaba de mudarse con su madre y su hermana menor a Manchester By The Sea, un pequeño pueblo al este de Massachusetts. Después de casi nueve años viajando de un lado a otro por todo el país, es la primera vez que está feliz de huir lejos de todo aquello que le es conocido. Ahora, empezando una vida desde cero, mantiene la esperanza de que los recuerdos de su pasado no la perturben.

Andrew Grace acaba de regresar a Manchester luego de pasar un mes en la casa de un amigo. Daría lo que fuera por dejar atrás su pasado y empezar una vida de cero. Su único salvavidas es la esperanza de ingresar a una universidad e irse lo más lejos posible.

Mientras tanto, ambos descubren que no están solos en los continuos insomnios y que el hecho de que las ventanas de sus habitaciones estén enfrentadas hará posible la construcción de una profunda amistad.

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