"Leila: El corazón de una Reina" I
¿Recuerdan a los chicos de las cuevas? Los que secuestraron a Habiba para que les cocinara. Los que buscó Azima cuando quedó varada en el desierto. Bueno, todos son de Islamabad, nación vecina a Durban y de la cual se sabía muy poco debido a su regimen dictatorial. La autentica familia real del lugar huyó para salvar la vida durante el derrocamiento que tuvo lugar hace mchos años. Todos esos chicos aparentemente rebeldes sin causa son de las familias nobles que pudieron salvar la vida volvieron para intentar recuperar el país y sacarlo del abandono extremo. Liderados por el hijo del rey quien sobrevivió y que ha sido coronado recientemente al haber logrado recuperar el país. Y esta es su historia, pero más la de ella. Leila es de la nobleza del país pero se crio prácticamente lejos de su pais de origen. De cuna impecable fue la elegida para ser la futura reina. Y sí, aparece Nahel pero nuestro rebelde guerrero no es el protagonista... aún.
Espero les guste este adelanto y como ya dije, aun no hay fecha de que la publique (será aquí en Wattpad, que no me voy de la plataforma y ya tiene su sitio en mis obras/Historias) ¿Cuándo la publicaré? Eso mis queridas amiguetas es: UN MISTERIO.
***********************************************************************************************
No era una boda como cualquier otra. Se casaba una de las sobrinas favoritas del rey de Durban con un importante Jeque del país, uno con una supuesta fama de playboy, había sido informada por su hermana de todos los detalles al respecto de esta historia de amor, porque eso era de acuerdo a su entusiasmada hermana menor. El caso es que aquí estaban y la majestuosidad del evento podía compararse a una celebración sacada de una fantasía estilo cuento de hadas árabe. El novio lo había querido. Al parecer la novia habría preferido algo más discreto y menos llamativo, pero el enamorado Jeque quería que todos supieran que su ahora esposa era solo suya y lo anunciaba de la manera más elocuente posible.
Ahora se encontraba sola absorta en las luces que decoraban el salón principal con capacidad suficiente para la gran cantidad de invitados. Parecían estar bajo una noche estrellada aunque estaban bajo techo. El manejo de las luces distribuidas en candelabros, lámparas y hasta en las columnas en elegantes y sencillos dispositivos, así como en las mesas la hizo evocar la sensación de estar bajo el manto de la noche y sus titilantes estrellas. Aparte, había tulipanes, rosas y orquídeas en los colores favoritos de la novia por todos lados.
Ella acababa de felicitar a los novios. Eran una pareja que parecía armonizar en todas las formas y maneras posibles. Si había duda sobre si era un tradicional matrimonio arreglado, esta se despejaba al verlos tan enamorados el uno del otro. Lucían demasiado bellos para ser reales pensó al verlos por primera vez, pero le dolió un poco el corazón al ser capaz de percibir su amor sin problema. La belleza de la decoración la había sacado por breves momentos de esa sensación implacable de desesperanza y anhelo que le había provocado el amor de la pareja en esta boda. Pero ver a Nahel caminando hacia ella con preocupación en los ojos la devolvió a su realidad.
- ¿Estás bien? - preguntó solo al verla. Ella le arrugó el ceño.
- Por supuesto.
- Te veías no sé, decaída.
- A veces odio que hayamos crecido juntos, ves cosas que los demás no. –lo miró con ojos acusadores aunque no tenía porqué, Nahel era como el hermano que nunca tuvo.
- No sólo es eso, te esfuerzas tanto por aparentar que no te pasa nunca nada y que estas suprema y divinamente bien y te sale tan perfecto que lo has convertido en un arte. - acusó. -¿Sabe Kayden que no es sensato ni considerado dejarte sola mucho tiempo?
- ¿Nahel? –le llamó con una sonrisa sin responder a su pregunta.
- ¿Sí?
- ¿Ya te dije lo guapo que estás esta noche? – ensanchó su sonrisa haciéndola perversa al verlo incómodo.
- También odio como sabes exactamente qué decir para callarme y de paso incomodarme. –se cruzó de brazos fastidiado.
- Pero si pareces todo un valiente y apuesto príncipe del desierto. - emitió una risita al verle poner cara de querer callarla directamente con sus manos, cosa que hacía mucho de pequeños y que si nadie los veía, aún lo repetía sin importarle el estatus y posición de cada uno. - ¿Quieres callarme verdad? - él sólo le entrecerró los ojos como respuesta. - Que lástima que aquí a vista de todos soy tu Reina. - se burló.
- Ya tendré oportunidad. - se encogió de hombros.
La familiaridad con la que le hablaba le aligeró el humor. Era Nahel siendo él, eso nunca había cambiado.
- ¿Es cierto que peleaste con el Jeque por la que es ahora su radiante y bella esposa? -Si algo podía hacer bien era desviar las conversaciones de su persona y trasladarlas lejos de ella.
- Estaba aburrido. - le contestó con sinceridad.
- ¿Y para quitarte el aburrimiento dejaste que te moliera a golpes? - lo vio fingiendo asombro.
- Sé que tratas de provocarme para así olvidar lo que sea que te esté martirizando. Y yo lo molí a golpes a él. No él a mi- terminó diciendo con la mandíbula apretada. Ella se mordió los labios para no seguirle provocando pero no pudo evitar indagar más.
- Dime que pasó.
- ¿Quién rayos te dijo?
- Yair le contó a mi hermana.
- Voy a matarlo.
- Ya no puedes. Afortunadamente se acabó la dictadura. Y ya no está bajo tus órdenes.
- ¿Ah no? - Su expresión aseguraba que seguía manteniendo el control. –Seguimos teniendo un ejército.
- Deja al pequeño en paz.
- De pequeño nada, bien que babea cuando está cerca de tu hermana.
- Al menos alguien babea de amor en Islamabad. – Susurró para ella misma. A lo lejos se oyó la risa profunda y feliz del novio quien reía de algo dicho por su esposa. Ella tragó saliva ante la escena.
- Es bella sí. –Continuó Nahel sin haberla escuchado o visto su reacción pues también había mirado hacia los novios. - Pero estaba aburrido y tenía mucho tiempo que quería probar a Azzam. No es como si realmente iba a retenerla. Todo se prestó esa noche. Teníamos días sin acción y eso siempre era malo, indicaba que el patrullaje en nuestra contra se estaba re armando y preparando. Necesitaba sacar la frustración.
- Y claro, nada como provocar a una de las dos personas de Durban que apoyaba la causa.
- Todo está bien. Estoy aquí ¿no? Por cierto insisto, ¿Dónde está tu esposo? Kayden, el flamante rey de Islamabad. –no lo decía con sarcasmo. Era molestia porque a su parecer ella solía enfrentarse sola a demasiadas cosas.
- Haciendo negocios supongo. –encogió con elegancia un hombro y puso cara serena. -Se reencontró con antiguos amigos de colegio y Universidad, le están brindando mucha ayuda para reactivar la economía del país.
- Siempre tan ocupado...
- El país estaba en ruinas y aún queda mucho por hacer.
- Siempre tan comprensiva...
Ella rodó los ojos para luego verle seria.
- No me meteré en ese espinoso tema... hoy. Iré a buscar a Yair.
- Ya te dije que dejes al chico en paz.
- No quiero. - respondió simplemente y se alejó.
Ella muy a su pesar sonrió y movió la cabeza mientras observaba como efectivamente lo estaba buscando. Otra voz a sus espaldas surgió entonces.
- Leila... – dijo el hombre despacio.
Ella se giró lentamente para verle. El recién llegado hizo una reverencia, una que Nahel debería haber hecho pero ninguno de los dos se había acordado. - Oh, lo siento. Su Alteza Real. Lamento haber usado su nombre.
- Está bien Gilad. - contestó al elegante hombre frente a ella. Alto, de facciones suaves que se mostraban aun más cuando sonreía. Una sonrisa que ella por lo general había encontrado encantadora como todo el resto de su ser. Miembro del equipo legal de Palacio en Islamabad, no había ido a batalla pero había logrado victorias legales que le habían procurado al país dinero, reformas y la recuperación de muchos bienes. Si bien, no lo había logrado solo.
- No lo está, su esposo estaría en desacuerdo. - parecía una sincera disculpa, pero también su mirada parecía real. La mezcla de añoranza con deseo jugaba en sus ojos y ella vio hacia otro lado. - Los jardines son de lo más bello que he visto. – Le dijo entonces.
- Lo sé. Caminé por ellos esta mañana. – comentó observando todo menos a él.
- Pero ahora mismo lucen mejor. Las luces, las flores, invitan a trasladarse a otra época ¿verdad? Una antigua, una llena de poesía. ¿Le gustaría acompañarme a un paseo?
Leila abrió los ojos sorprendida por la invitación. A Gilad parecía que no le importaba el peligro. Su invitación estaba fuera de lugar ¿a que venía eso?
- ¿Realmente me estás pidiendo eso? - no tuvo más que enfocar su atención en él y sus palabras.
- Pediría mucho más si supiera que puedes dármelo. – Le susurró con intensidad.
Leila vio discretamente a su alrededor pidiendo a los cielos que no hubiese sido escuchado.
- ¿A qué estás jugando? - siseó y buscó a Nahel mirando hacia los invitados, por supuesto entre tanta gente no pudo localizarle.
- Ven conmigo.
- No. - Alzó la cabeza con expresión severa y acorde a su posición le dio una orden. - Vete. Ahora.
Lo vio asentir con rigidez y se fue, pero no sin antes dedicarle su ya frecuente e intensa mirada mezclada. Ella suspiró de alivio al verlo marchar, le dio la espalda enseguida. Un sudor frío recorrió su piel, las sienes le latían anunciando una probable migraña y se obligó a no alzar una mano para un rápido masaje ¿Por qué hacía esas cosas Gilad? Lo suyo nunca había llegado a buen puerto debido a su indecisión y posteriormente su mano había sido dada en matrimonio a la casa real de Islamabad. Ahora ella pertenecía a otro hombre. Uno que acumulaba posesiones, autoridad y poder con cada día que pasaba, que restauraba economía, ciudades... Unos dedos masculinos recorrieron su espalda baja y ella dio un respingo.
- ¡Vete! - exclamó en voz baja, helada al comprobar el atrevimiento de Gilad.
- ¿Disculpa?
Era él, su esposo. El Rey de Islamabad. Rara vez la tocaba en público, jamás había esperado que fuese él. Comprobar quién era la calmó pero enseguida se preocupó.
- Pensé que...- empezó. Iba a decir que había pensado que era Nahel pero eso implicaba un toque demasiado íntimo por muy amigos que fuesen. Y aunque Nahel era amigo de ambos, su esposo no lo pasaría por alto. Su matrimonio había sido una alianza estratégica pero ella de una u otra forma era suya. Aunque la palabra y lo que implicaba le parecía demasiado para una unión donde no figuraba amor en la ecuación. Pero el caso era que a él no le agradaba que fuera tocada por otra mano masculina que no fuera la suya. Admitía sin problemas su amistad con Nahel pero no se le había escapado su expresión ligeramente irritada cuando los encontraba riendo a carcajadas por alguna tontería, expresión que desaparecía enseguida. Sin embargo, ella había decidido no dar pie a malos entendidos.
- ¿Pensaste qué? - preguntó con interés poniéndose frente a ella sin retirar su toque, extendió los dedos y tomando su cintura con ambas manos hizo que quedaran frente a frente muy juntos. Ella parpadeó confusa porque él actuara así delante de tantas personas.
- ¿Kayden qué haces? - preguntó extrañada.
- ¿No puedo tocar a mi esposa?
Tenerlo así, tan cerca hizo que su corazón latiera desbocado. Pese al tiempo que ya llevaban juntos lograba esas sensaciones en ella. Era patético. Quiso retirarse pero se lo impidió.
- Nos miran. - explicó ella.
- ¿Quien pensaste que te tocaba hace un momento? - inquirió serio escudriñando sus ojos.
- Un invitado. - vio su expresión seria volverse furiosa. - Uno de cinco años. –sonrió con ligera diversión. - Ya le he dado muchos dulces de la mesa de postres pero insiste en que le alcance más. - no inventaba la historia, en realidad había pasado y jamás pensó que le serviría para estos momentos. - Mira, es él. Él giró su rostro para ver. - Señaló a un pecoso pelirrojo, el pequeño era hijo de un embajador invitado. Le saludó con la mano y el niño corrió hacia ella. - Gregory, el es mi esposo. - lo presentó, el pequeño lo evaluó con la mirada.
- Pero tú eres una princesa. Y él se ve... normal.
Leila ahogó la risa. El rey de Islamabad estaba lejos de verse normal. En una noche llena de hombres y mujeres elegantes muchos muy guapos, él destacaba, siempre lo hacía, no importaba donde. Fuese el desierto, Europa o una isla casi desierta, un palacio como este, él destacaba. Pero a los ojos de un niño, la que destacaba al parecer era ella. Su esposo la soltó y se puso a la altura del pequeño.
- En realidad es una reina. No una princesa.
- Parece una princesa. –El chiquillo parecía considerar que era mucho mejor ser una princesa. Leila sonrió ante la inocencia del niño y pensó que preferiría no ser una cosa ni la otra.
- Es muy bella ¿verdad? - el pequeño asintió enérgicamente. Su esposo la miró desde donde estaba y luego enfocó la atención en Gregory de nuevo.
Lo vio sonreír encantado con el pequeño y su alma se estrujó. En todo este tiempo ella no había podido darle un heredero. E independientemente de que era algo urgente para el Reino, a él le fascinaban los niños.
- ¿Quieres más dulces? - oyó que le preguntaba. El niño dijo que sí enseguida, feliz.
- Ya fueron muchos. - protestó Leila. El niño hizo un puchero. - Oh vamos, sabes que es verdad.
- Solo unos poquitos. - pidió el pelirrojo. - poquitos.- insistió y ella le sonrió ante la angelical mirada que puso.
- Solo tres. - respondió.
- Vamos a ser demasiado consentidores con los nuestros por lo que veo. - dijo su esposo levantándose y poniéndose a su lado haciendo que a ella se le borrara la sonrisa. Los vio ir de la mano a la mesa de postres.
No pudo con la imagen y aterrada sintió lágrimas formarse. Buscó desesperada una salida y fue enseguida al baño. Estaba solo y lo agradeció. Respiró profundamente para calmarse. La puerta se abrió y le sorprendió ver a la única nuera del rey y prima de la novia entrar. Los baños eran suntuosos como todo en palacio pero no creía que fueran utilizados más que por los invitados en esta ocasión. Sabía de ella desde hacía un tiempo, había traído atención a Durban y frescura a la monarquía. Era hermosa y hoy resplandecía, bajó la vista y vio su vientre ya bastante redondo por el ser que crecía allí. Su embarazo seguramente se había hecho público mucho antes de esta boda pero ella recién se enteraba. Esta vez no pudo más y llevándose una mano a la boca ahogó un sollozo para después romper a llorar y ella nunca, nunca lloraba así frente a nadie.
La princesa Gabriela la vio espantada y fue hacia ella.
- Siéntate, por favor. –le pidió y la guió a donde podía hacerlo. Ella se dejó llevar sintiendo como empezaba a faltarle la respiración y a latirle desenfrenadamente el corazón. –Mírame. –escuchó que le decía firme. –Mírame. Concéntrate en mi cara. – con ambas manos tomó su rostro para hacer lo que le pedía al ver que ella esquivaba su mirada. –Respira. Por la nariz. Inhala. Por favor.
Obedeció como pudo, la falta de aire había empezado a asustarla. Gabriela le decía palabras tranquilizadoras que apenas entendía, le limpió las lágrimas con cuidado con un pañuelo bordado y luego se lo puso en la nariz.
- Huele. –le ordenó. Leila frunció el ceño confundida. –Anda, hazlo. Necesitamos distraerte y sacarte de tu ataque de ansiedad. –Leila frunció el ceño aun más.
- Yo no... tengo un ataque de... eso.
- Oh si cariño, sí lo tienes. Huele, inhala fuerte.
Leila obedeció y las notas suaves de vainilla y otras más que no pudo identificar le llenaron las fosas nasales. Pero la vainilla se imponía, lo que le recordó a las galletas que su abuela horneaba y gruesos lagrimones volvieron a caer pero sintió que el aire empezaba a llenar de nuevo sus pulmones. Su respiración empezó a normalizarse y vio el alivio en el bello rostro de la princesa. Enseguida sintió una vergüenza suprema. Había perdido los papeles, el decoro, la dignidad...
- No hagas eso. –dijo la princesa entonces. –No sé por lo que estás pasando pero no te avergüences. No diré una palabra te lo juro ¿quieres que le hable a alguien? –hizo amago de levantarse.
- No, por favor no. –le imploró sujetando su mano y sentándola a su lado de nuevo.
- ¿Nadie? ¿tu hermana, tu madre, una amiga? ¿tu esposo?
- ¡No! Nadie, nadie.-negó con la cabeza. Su hermana se preocuparía, su madre diría que había fallado a su deber por mostrarse vulnerable y amigas, en realidad no tenía. Solo su hermana. Y su esposo, ni hablar.
- ¿Puedo ayudarte Leila? Solo dime en qué. Y disculpa que no use tu título pero creo que dadas las circunstancias no lo precisamos aquí.
- ¿Sabes quién soy?
- Sí. –la vio sonreír y comprendió porque aparte de bella era llamada la joya de la corona de Durban. –Eres Reina de nuestro país vecino. –Déjame traerte agua por lo menos o quizás algo más fuerte. Sí, eso. Algo más fuerte. –salió sin que pudiera detenerla y en menos de un minuto regresó con una copa en la mano y se la tendió. –Bebe.
- No bebo alcohol. Nunca lo he hecho.
- Bueno, que yo sepa no es por cuestión de religión ¿no? Así que tendrá que ser tu primera vez. Te ayudará a volver.
- Pero...
- ¿Quieres volver a la fiesta tranquila? Esto servirá. Unos cuantos sorbos.
La mención de la boda y que ella ya llevaba sus buenos minutos allí logró que hiciera lo que Gabriela decía. El frescor y las burbujas de lo que bebía le gustaron. Su corazón poco a poco empezó a ralentizarse y volver a sus latidos normales. Si bien, aun sentía algo de aprensión. Pero era por haber sido vista en tal situación.
- Sé que no nos conocemos de nada, pero puedo ayudarte si así lo quieres. Lo que has tenido es un ataque de ansiedad, pánico ¿algo aquí te lo provocó? Si así ha sido déjalo en mis manos y lo arreglaré sin siquiera mencionarte. –la vio con ternura y eso la ablandó, por lo que lo que salió de su boca no lo pudo detener.
- Un niño.
- ¿Perdón?
- Un niño provocó esto. –al ver la confusión de Gabriela explicó en voz baja no sin antes asegurarse que nadie entraba. – No puedo tener uno. Mi esposo hizo mención hace unos momentos de que ambos seríamos consentidores con los hijos que tuviéramos pero, simplemente no he podido quedar embarazada. Entré aquí sintiéndome abrumada y bueno, te vi. –miro hacia su vientre.
- Oh, por Dios ¡Yo soy la culpable! –Gabriela puso ambas manos sobre su vientre.
Leila sonrió por primera vez desde el incidente.
- No princesa. En absoluto. Al contrario agradezco tu ayuda, paciencia y discreción. No es tu culpa, es mía. No logro concebir. –unos cuantos sorbos de alcohol y no podía detener su lengua.
- Bueno, pero ¿Qué dicen los médicos?
- Antes de casarme me aseguraron que era fértil. Me hicieron todos los exámenes pertinentes ya que me casaría con un hombre que precisaría un heredero. – explicó con voz triste ignorando que quizás se arrepentiría de todo su vomito verbal, pero eran demasiados años callando lo que sentía, lo que realmente quería. Tenía frente a ella alguien dulce y amable que percibía la entendería. –Pero ya han pasado casi dos años y nada. No he querido ver médicos en Islamabad porque la noticia se filtraría y ahora mismo cualquier cosa podría hacer tambalear la corona. Aun hay muchos disidentes allá afuera. –Gabriela tomó sus dos manos entre las suyas y las apretó.
- Ve a mi ginecóloga. Karim es absolutamente discreta y confiable. Estarán aquí un poco más, aunque ya ha acabado la semana de celebraciones ¿no?
- Así es.
- En estos días haré que seas su prioridad. Te lo juro. Y saldrás de dudas ¿aceptas mi ayuda?
- ¿Será discreto?
- Totalmente Leila ¿puedo llamarte por tu nombre? Aunque ya lo hice. –emitió una risita.
- Por supuesto. –respondió con una tenue sonrisa. -¿Puedo hacer lo mismo?
- ¡Sí! Gabriela o Gabs, como mejor te parezca.
- Bien, Gabriela gracias. De verdad. Ahora, debo regresar al salón. Tu pañuelo. –se lo extendió.
- Quédatelo por favor. El aroma creo te ayudó. Luego te diré cual es y puedes traerlo contigo por si vuelve a pasar. Saldré primero. León seguro anda buscándome. –le guiñó un ojo. –Mañana desayuna conmigo y hablaremos sobre los detalles ¿está bien?
- Sí. Gra...
- Deja de agradecerme Leila. –le dio un abrazo rápido y salió.
Leila hizo lo mismo poco después de arreglarse y borrar rastros, vio al esposo de Gabriela acercársele preguntando donde había estado con un brillo amoroso en sus ojos. Ajeno a nada y nadie que no fuera ella. Gabriela tomó su brazo diciéndole que simplemente estaba atacando la mesa de postres provocando la risa de su esposo. Suspiró aliviada al comprobar su discreción y pensando en que ambas habían usado la famosa mesa para desviar la atención. Una mano tiró entonces de la falda de su vestido, Gregory estaba engullendo un pastelito y reclamaba su atención. De su esposo ni sus luces.
- ¿Has comido suficiente? –preguntó mirando al pequeño.
- El príncipe se fue. –dijo el niño.
- Es un rey. –aclaró innecesariamente solo para decir algo y no pensar en el hecho de que ni siquiera estaba buscándola.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top