Extra: Alana
CAPITULO UNICO
No hay más preciosas y nunca lo habrá. Quizás pequeños datos o detalles en alguna otra historia relacionada y más nada. Alana es el único capítulo y fin/finish/finito. Confío en que nadie gaste sus huellas digitales (con tanto lavado de manos ya las ando perdiendo, así que cuídenlas) para pedir imposibles. Besossss.
Alana miró con aprensión la pequeña caja de madera de cerezo rojo con su nombre tallado en ella en resplandecientes letras doradas debido al baño de oro. Esta tenía de igual forma grabado el símbolo representativo del país entrelazado con uno que desconocía, supuso que hacía referencia a las dos dinastías que se unían en matrimonio. La Magnifica caja no era otra cosa que una invitación a la boda de una princesa, muy apropiado pensó nerviosa cuando intentó abrirla levantando la tapa, al no poder recordó que debía poner cuatro dígitos en la pantalla imperceptible del costado derecho. Los dígitos le habían sido entregados al momento de confirmar su identidad para que pudiera abrir el contenido de la elegante caja. Cuando hacía unas semanas había recibido la llamada de Baasima princesa de Durban y alguien a quien ella conocía pues le había dado clases de danza árabe, había pensado que bromeaba cuando le decía que estaba invitada a la boda de la princesa Azima.
- ¿Es una broma? –preguntó sorprendida.
- Claro que no. –escuchó la risa de Baasima. –A partir de Nueva York todo cambió para nosotras. Tengo hermosos recuerdos de tus clases y de esa presentación que hicimos.
- Saliste corriendo.
- Mi sombra... es decir mi guardaespaldas me seguía y bueno, debía correr. -recordó con voz risueña. –Menos mal me alcanzó. –añadió soñadora.
La conversación le había parecido irreal. Baasima sabía de su pasado en Durban. Sí que sabía lo suficiente como para considerar que a ella no le gustaría volver.
- Ha pasado mucho tiempo. – Le había dicho la princesa.
- No lo creo...
- Nadie te reconocerá. Puedo casi asegurarlo.
Era ese "casi" el que ahora la tenía en una tensión constante desde esa conversación. El recibir la invitación no había ayudado a disminuirla por supuesto. Con manos temblorosas tecleó los dígitos y la caja se abrió. Dentro había pequeñas cajas del mismo material rodeando un pergamino al centro, lo extendió y leyó que había sido invitada a la boda de la princesa Azima y del Jeque Azzam. Un poema se leía en ella y aunque lo demás iba en inglés, el poema estaba escrito en árabe por lo que lo pudo leer sin problemas. Era corto, pero en tan pocas palabras reflejaba un amor intenso. Le gustó tanto que, pese a su nerviosismo, lo busco en internet para saber del autor, pero no halló información alguna. Bajo el pergamino había un elegante sobre que detallaba lo que las demás cajas contenían.
Un elegante brazalete que parecía ser de oro blanco debía portarlo para acceder a palacio a las celebraciones previas. Estas durarían una semana y serían antes del enlace no posteriores, lo que le llamó la atención pues, por lo general la fiesta continuaba después de la boda. En este caso, todo acabaría al casarse la pareja.
Examinó el brazalete con atención, por lo visto este indicaba que sería de las que se hospedarían en palacio. Gruñó al tiempo que cerraba los ojos pidiendo fuerzas. Un elegante reloj como regalo aparecía en una de las pequeñas cajas. En otra se encontraba un delicado prendedor que podía usarse tanto en el cabello o la ropa, su nombre estaba inscrito en el en letras diminutas, las pequeñas piedras preciosas brillaron a la luz de la lámpara con que lo examinaba. Joya ideal que combinaría con cualquier color pensó. Debía portarlo para acceder a la boda. Tanto este como el brazalete seguro serían escaneados para comprobar su identidad. Y ella había sido ya investigada y aprobada. No le cabía la menor duda.
Solo que ahora era Alana Scott viuda de John Scott. Lo más probable es que la hubieran investigado hasta varios años atrás y aun así no haber encontrado nada extraño.
Pero es que en realidad no lo había. Ella había sido asidua a Palacio sí, pero siendo una niña y después una adolescente. Su historia, aunque algo turbia no había llegado a oídos reales y todo había quedado guardado y enterrado. Su ausencia del país, así como la de su familia inmediata no habían llamado demasiado la atención. Perteneciente a una familia antigua, pero sin ser noble, se le permitía estar en la corte y jugar con los demás miembros de la casa real. Entre ellos, Omar por supuesto.
Recordó a algunas de las chicas, todas adulando a Fátima, porque se creía que se casaría con uno de los hijos del rey y por lo tanto sería una futura princesa o reina. Y efectivamente se había casado con el heredero a la corona. Su triste final Alana nunca lo hubiera anticipado. Siempre la había imaginado siendo reina. Ese era su objetivo. El de ella había sido conocer al chico de los ojos color caramelo y ser su mejor amiga. Lo había logrado y luego lo había pagado caro.
Conocía a los hijos del rey de su país desde que tenía memoria. Como hija de una familia conocida y en la que su padre tenía un puesto en administración de Palacio, solía visitar palacio a cada cierto tiempo. Quedaba en el área de los niños y por lo general con unas pequeñas que apenas balbuceaban. Baasima ni siquiera la recordaba pues era una bebé cuando ella ya era una chiquilla de unos siete años aproximadamente. Pero la Princesa había sido muy cuidadosa para elegirla como maestra de danza y había hecho una investigación más profunda de lo que le hubiera gustado.
- Eres de Durban. –le había dicho Baasima cuando se habían conocido. Alana había quedado muda unos segundos. – Estuviste en la corte cuando eras adolescente. –La Princesa había ladeado su cabeza mirándola con atención.
- Así es Princesa.
- ¿Te vi alguna vez?
- En algún momento pero no creo lo recuerde, además cuando estaba usted en el área de los niños yo ya podía acceder a la corte normal. Sin embargo yo sí la vi de bebé. –Los ojos de Baasima se habían iluminado.
- ¿Me viste de bebé? –resopló recordando- Lo que nos costó salir de allí. Azima sugirió bañar a la niñera con talco, ya sabes, polvos para bebé porque estábamos aburridas y queríamos ver alguna reacción, es que en serio la mujer parecía tallada en piedra. No encontramos el dichoso talco y en su lugar encontramos sal en la cocina. La sal resultó tener pimienta. Nos ganamos otro año en el área de bebés por ello. Ya teníamos diez años quizás.
- Mi familia se fue del país hace muchos años. –aseguró veloz pero Alana no pudo evitar una sonrisa. Había sido la primer gran travesura de las princesas. De allí todo había ido en escalada y no habían parado ni siquiera al ser adultas. Lo sabía gracias a su único contacto en Durban. Una antigua amiga, la única que le había sido leal.
Prueba de su espíritu aventurero tan raro de dejar libre en una mujer árabe era que Baasima quería saber danza y quería que ella le enseñara. La princesa era divertida, amable y no parecía que se le escapara nada. Había bajado la guardia poco a poco con ella. Terminó diciendo cosas que había callado y que ni siquiera su difunto esposo había conocido. Nunca consideró apropiado compartir ese pequeño pasaje en su vida.
- ¿Por qué se fue tu familia de Durban? –había preguntado Baasima un día después de unos de los ensayos y ya todas se habían ido del estudio.
- Nos hicimos personas no gratas en la corte. –contestó con la misma sinceridad y confianza que la princesa le había brindado. Baasima la vio con sorpresa.
- ¿La corte... nuestra corte?
- Por supuesto ¿Cuál otra? –respondió ligeramente divertida.
- ¿Qué pasó? –Baasima seguro había visto sus ojos velarse un poco. –No me digas si no quieres, disculpa. Pero te guardaría el secreto, así como tú has guardado este conmigo. Me dejan hacer muchas cosas pero bailar en público aquí, cuando se supone otra es mi labor y otro mi estatus no me sería permitido. Y te agradezco la discreción.
- Por eso le dices a tu sombra que solo investigas ¿no? Por cierto, es muy guapo.
- Demasiado rubio para mí gusto. –dijo enseguida la princesa pero eso no se lo creyó ni ella.
Alana rio suavemente.
- Soy de la edad de la fallecida esposa de Omar. Así que coincidimos en la corte. Solo que yo entré antes que ella y conocía los hijos del rey mucho antes también. –empezó a decir mirando a la nada y la princesa sabiamente calló. – Desde niños prácticamente. Aunque por edad, traté más a... al príncipe Omar. En los momentos que se le permitía jugar que no eran muchos ya que se le preparaba como lo qué es, un príncipe heredero pues, solíamos jugar mucho juntos.
- Fátima llegó y arruinó todo seguro.
Ella solo asintió.
- Fátima era muy bonita, de familia noble y...
- Una arpía demente.
- En ese entonces alguien despiadado pese a su edad. Aun así no imaginé que llegaría a los extremos que llegó o no quise pensarlo mejor dicho.
- ¿Lo sabes todo?
- Lo sé. Tengo una amiga en Durban aun casada con una persona que labora en Palacio en el área de seguridad. Sé que fue algo que se encubrió pero muchos lo saben Princesa. Sé lo que hizo. Sabía que no lo quería, que deseaba algo más. Pero no llegué tampoco a pensar que ese algo no solo era el trono como reina sino que, además a León a su lado.
Había llorado amargamente cuando había sabido todo ¿Para eso había logrado echarla de su país? ¿Lejos de lo que conocía? ¿Lejos de lo que amaba? Ni siquiera había amado a Omar, nunca lo había hecho.
- Omar y yo fuimos inseparables hasta que Fátima apareció. Lo enloqueció completamente y me vio como una rival debido a la amistad de años con él. Su familia amenazó a la mía y dijeron que se asegurarían de que se aprobara mi matrimonio con alguien de Islamabad. Un país poco conocido y cerrado, quien entraba por matrimonio allí no se le veía nunca más. Mi padre quiso llevar el asunto al rey pero le bloquearon todos sus intentos. Así que nos fuimos a Londres. Allí de pronto me hicieron análisis y exámenes médicos. Mi familia también me consideraba una candidata fuerte para matrimonio pero con Omar. Creían que nuestra amistad era la mejor base. No contaban con que Fátima usó todos los medios a su alcance y lo había enamorado en tiempo record. Yo ya no tenía posibilidades en realidad. Mi familia desistió cuando para asombro de todos incluida yo, les dijeron que era estéril. –recordó el dolor en el rostro de su madre. Y la decepción en la cara de su padre. –Así que no regresamos a Durban. La familia de Fátima había sabido nuestros movimientos y quedamos desterrados prácticamente. Si volvíamos nos enfrentaríamos a una Fátima mucho más poderosa y así nos lo hizo saber además ya era prometida oficial.
- ¿Qué edad tenías?
- Dieciséis años más o menos.
- ¿Te despediste de Omar al menos?
- Oh no, claro que no. Pensé que volvería y después fue imposible y arriesgado. Incluso nos fuimos de Londres al descubrir que me seguían. Por eso es que terminamos aquí en Nueva York. Mis padres siempre añoraron volver y yo, bueno, me acostumbré. Me casé, hice mi vida.
- Lamento que no puedas tener bebés. –dijo Baasima apenada.
- Yo lo lamenté en su momento. Ahora estoy en paz con ello. -John lo había sabido y no le había importado. El dulce John, la muerte se lo había llevado demasiado pronto.
- Ahora puedes volver a Durban. –Baasima rebotó en su asiento feliz ante la idea. –La innombrable no está y su familia no ha ido al destierro solo por el parentesco con las niñas de Omar pero no tienen buena reputación ni poder alguno.
- Mis padres llevan unos meses allá. –informó contenta por eso. Había pasado tiempo y no eran recordados. Pero ella no había querido acompañarles. –Pero mi vida ahora es aquí.
- ¿Lo amaste verdad? –preguntó Baasima entonces y ella solo suspiró.
- Como lo puede hacer una niña de dieciséis. Es el pasado. Ahora mírame. Enseño a una princesa a bailar mientras burla a su sombra de paso.
Había dicho casi todo. Excepto que lo vivido esos años no era fácil olvidarlo. La risa profunda y siempre ruidosa de Omar cuando le ganaba en algo. Su amabilidad y cuidado ante cualquier cosa que a ella le pasara, desde quemarse con el té a rasparse las rodillas. Su cara ilusionada cuando iban a ver películas a escondidas. Él era un alma buena, no quería ni pensar que tanto la había oscurecido Fátima. No era el joven que había conocido. Eso seguro. Y quizás por la pérdida de ese primer amor, la huida a otro mundo desconocido, el odio de esa mujer y su familia, todo eso le había dejado una huella imborrable si bien ya no igual de dolorosa.
Había iniciado después de esa conversación con Baasima terapia y se sentía mucho mejor pero aun así la tensión en ella se arremolinaba oprimiéndole el corazón. Era bueno volver le había dicho su terapeuta cuando ella le había contado. Superar el pasado de una vez por todas. Además ella era otra. No era la chica intimidada por Fátima y sus amigas. Era Alana Scott maestra de danza profesional. Radicada en Nueva York, con un acento impecable y pocos rastros de su pasado. En un arranque hizo maletas y reservó su vuelo. No durmió una noche antes pero iba decidida a ver a sus padres, disfrutar la boda, pasarlo bien y volver a casa. En ese orden.
Alana había declinado estancia en Palacio, era mucho para ella. Había llegado a la antigua casa familiar, sus padres reaccionaron tranquilos y felices al verla y le contaron su felicidad por vivir en Durban. Eso le había ayudado mucho a estar más tranquila. Incluso ellos consideraban que no sería reconocida y le desearon disfrutara de la boda. Había elegido un elegante vestido en azul noche. Adecuado para la ocasión. Tocó su dije de plata con su inicial al verse en el espejo. Solía hacerlo cuando necesitaba estar tranquila. Lo vería esta noche. No buscaría saludarle, no estaba loca. No tenía porqué, lo más probable es que ni la recordara. Practicó ejercicios de relajación y salió decidida a poner punto final a ese pasado triste.
Los novios entraron a la recepción y fueron recibidos con aplausos. Vagamente sabía que Azima había sido considerada para ser la nueva esposa de Omar. Muchos así lo creían sin embargo, al parecer las conjeturas eran erróneas y ahora se casaba con un Jeque del país. La felicidad de ambos era tan palpable que sintió como el lugar se llenaba de ella. Alana no había estado en la ceremonia privada. Ella había esperado en la zona del banquete. Había sido lo mejor, la sensación al entrar a Palacio la había transportado a otra época, una donde había sido inocente y feliz. Había querido regresarse, de verdad que lo contempló. Pero se obligó a avanzar, si se volvía indicaría que no podía dejar todo esto atrás. Nada más entrar al salón olvidó todo por momentos. La espectacular decoración la calmó pues solo tuvo pensamientos para quien había hecho eso, era sencillamente genial. La llevaron a su mesa y charló brevemente con la esposa de un embajador. No dejaba de ser curioso que ella estuviera allí en medio de gente tan importante. Se había limitado a decir que había dado clases a una de las princesas sin especificar qué.
Después de los novios entró la familia inmediata, vio a Baasima con su esposo el cual no era otro que su sombra. Había sabido de su boda y Baasima de hecho le había extendido la invitación para ir a Londres, pero por motivos laborales y un tanto cobardes se había excusado. Por eso, esta segunda invitación había sido más difícil de ignorar. Era una familia bella pensó al ver a la mayoría. De pronto lo vio. Omar apareció muy feliz cerca de su padre. Al entrar el rey todos le presentaron sus respetos levantándose y dedicándole una reverencia desde su sitio.
- Sabe el protocolo. –le dijo la mujer a su lado con la que había charlado.
- Se me informó de él. –era cierto, pero ella ya lo sabía y nunca lo había olvidado. Agradeció la pequeña distracción. Verlo había sido un tanto intenso. Había empezado a sudar frío y tontamente había buscado con la mirada a Fátima. Se recordó que ya no existía. Se sentó y se permitió verlo más tranquila.
- Es el heredero. –le susurró la misma persona refiriéndose a Omar.
- ¿Quién? –preguntó fingiendo ignorancia.
- El que está a la derecha del rey. –Omar estaba charlando amenamente con su padre y sonreía. A ella se le apretó un poquito el pecho. No era el adolescente de entonces pero tampoco el rostro abatido y triste que decían solía tener después de quedar viudo. Parecía ser la mejor versión de un Omar adulto. Estaba más delgado. Hacía un tiempo por pura curiosidad y algo de masoquismo había buscado fotos de él y Fátima. Lucía pasado de peso y con cara de fastidio. Ahora ciertamente no. Quizás había estado haciendo ejercicio pero se veía en plena forma y su rostro denotaba tranquilidad y alegría. –Es guapo ¿no? No tanto como su hermano pero siendo honestas no cualquiera es tan guapo como el príncipe León. Aunque el novio vaya...
-
A Alana no podía importarle menos la guapura de León o del novio. Siguió contemplando a Omar.
- Nunca pensé que aquí una vería hombres así y la verdad debo de decir que las princesas se han asegurado de conseguirse cada una un espécimen más que deseable. –siguió diciendo la mujer. –Una un conde y las otras Jeques. Afortunadas.
- Afortunados ellos. –contestó entonces Alana cortando la cháchara de la mujer.
- ¿Cómo dice?
- Ellas tienen una enorme belleza física, pero puedo asegurarle y sin caer en el cliché que son más hermosas aun por dentro. –Conocía más a Baasima pero los breves encuentros con las otras dos le aseguraban que eran igual.
- Como sea. –refunfuñó. – Es un gran incentivo también la fortuna que ellas poseen.
- Ninguno aceptó dotes querida. –le dijo su esposo que se había unido momentos antes. –Eso es de conocimiento público.
- No dejan de ser las favoritas del rey. –Insistió. –Eso da un estatus y privilegios que...
- Que ninguno de sus esposos necesita. Lamento contradecirte pero sé más de esto que tú. Ian es de la nobleza británica, con privilegios y fortuna propia. Sin mencionar la que heredará. Y los Jeques bueno, son prácticamente autónomos en cuanto a tierra y fortuna. Erbal y Andora parecen sacadas de otro mundo. Combinan modernidad con estilo árabe antiguo. Sobre todo Andora. Créeme he estado en ambos sitios. No necesitan nada de ellas más que, supongo amor de parte de ellas ¿No es así señorita...? –el amable hombre la vio con una sonrisa.
Alana le sonrió encantada.
- Scott. Alana Scott. –se saludaron.
Quizás su esposa estaba pecando de envidia pero había sabido ponerla en su sitio. La oyó suspirar cansada.
- Tienes razón querido, por supuesto. –admitió y Alana la vio un tanto sorprendida. –No es fácil ver todo esto y no envidiarlo un poco.
- Todo es impresionante ¿verdad? –concedió Alana.
- Lo es ¿vamos a felicitar? –preguntó a su esposo y se levantaron. -¿viene con nosotros Alana?
- Iré después. –contestó enseguida. Volteó a ver a Omar pero él ya no estaba.
Se las arregló para aparentar haber ido a felicitar a los novios, no es que no quisiera hacerlo pero toda la familia estaba cerca de ellos y aun no se sentía tan valiente de tenerlo cerca. No cabía duda de que el viaje le demostraba que aun tenía camino por recorrer. Uno que ni siquiera se había planteado. Después de esta noche estaba segura de poder dejar todo atrás finalmente. Se levantó para ir a los baños y cuando quiso entrar en uno oyó sollozos seguidos de palabras tranquilizadoras de parte de una mujer, así que mejor buscó otro no queriendo interrumpir e incomodar, no tenía idea qué pasaba, pero esperaba se resolviera. Antes de llegar a otro baño se topó con Baasima total y absolutamente regia y bella.
- ¡Maestra mía! –extendió los brazos y la rodeó con ellos. Ella riendo le devolvió el abrazo. –Supe que venías, disculpa que no te haya atendido. Pero esta boda ha sido una locura en muchos aspectos ¡Tantas cosas por hacer, tantas emociones!
- Oh, no te preocupes ¿una princesa atendiéndome? Por favor, la invitación por sí sola ha sido un privilegio.
- Que linda. La boda ha quedado hermosa ¿A que sí?
- Divina. Azima se ve radiante y feliz.
- Oh, ambos lo están y se nota tanto. Pero no sigamos por allí que me dan ganas de llorar. –le confió risueña. La llevó al baño y poco después no pudo impedir por lo visto preguntarle. -¿Lo has visto?
- ¿A tu primo?
- Ajá.
- Lo he visto.
- Se ha puesto más guapo eh. –alzó ambas cejas cómicamente.
Alana solo movió la cabeza esbozando una mueca de diversión. Agradeció fuera así, teniendo cerca a Baasima los nervios parecían controlarse.
- Mira que antes no lo podía tener cerca. Nos llevábamos fatal, pero ciertos asuntos y una estancia conjunta en calabozo hizo maravillas en nuestra relación.
- ¿Estancia conjunta en calabozo? –preguntó Alana curiosa.
- Sí, cosas de Palacio. –descartó Baasima el asunto con un gesto de la mano.
- Ya veo... -no tenía idea de que hablaba pero conociendo la energía impetuosa de la princesa podía haber sido cualquier cosa.
- ¿Le hablarás?
- No, claro que no.
- Sería interesante que se vieran.
Baasima la vio con ojos llenos de deseo por hacer algo al respecto.
- Ha sido duro para mí estar aquí. –vio los ojos de la Princesa mudar a preocupación.
- Lo sé, lo siento. De veras.
- No, no. Ha sido bueno. Pero acercarme y hablar con él no lo creo.
- Entiendo. No te preocupes haré lo posible para que no se crucen.
- Mejor no hagas nada. –pidió. –me quedaré en mi lugar y allí estaré bien.
- Oh, al menos sal a bailar si alguien te lo pide.
- ¿Bailar? ¿Habrá baile? –preguntó confundida. – Me refiero aparte de las danzas tradicionales...
- En esta boda hemos salido de protocolo ya en demasiadas ocasiones. Lo más probable es que una vez se retire el rey y los novios haya baile pero para diversión de nuestros invitados extranjeros. Hay una orquesta muy cerca lista para entrar. O sea nada tradicional. –le guiñó un ojo. –Ian se encargó de eso. –la guió al salón de nuevo. – Así que si quieres bailar después, hazlo.
Vio a Baasima agitar su mano a alguien y momentos después se acercó su esposo.
- Cariño, ella es mi maestra de danza Alana.
- Por breve tiempo.
- Encantado. –Ian le dio un beso en la mejilla. –Y mil gracias.
- ¿Por qué?
- Le encanta que le baile. –intervino Baasima e Ian carraspeó. –sobre todo esa última danza que hice contigo. –Miró a Alana. - Creo le trae recuerdos cuando era el fruto prohibido así que lo pone...
- Amor, creo ya entendió. –la interrumpió Ian rápidamente pero Alana ya había empezado a reírse.
- No se preocupe. Conozco la personalidad de la princesa.
- Menos mal.
- No te sonrojes cariño. –Baasima puso sus manos en la mejilla de su esposo y él las retiró pero no la soltó y así la acercó a él abrazándola y besando la parte superior de su cabeza.
- Uno creería que una princesa árabe sería menos parlanchina Baasi.
- Sabes que no es así querida profesora.
- Dime mi nombre por favor.
- Me gusta más decirte maestra o profe. Tengo que irme pero prométeme que no te irás mañana mismo. Habi y yo quedaremos muy tristes y necesitamos distraernos. –Ian le dijo algo al oído. –Sí, pero no podemos pasarnos ahí todo el día lamentablemente. –delató a su esposo y él miró al cielo. Alana volvió a reír.
- Es un trato. Podemos vernos mañana. Y tiene que ser mañana por favor, nos vamos de luna de miel al fin. Si no fue una cosa fue otra y jamás encontramos el tiempo. Así que tienes un trato conmigo profe.
- Un placer. –se despidió Ian de la misma manera como le había saludado inicialmente y Habi le dio otro abrazo antes de ir a saludar a otras personas. Quedó sonriendo por las cosas que Baasima soltaba sin más. Caminó a su mesa un tanto distraída y tropezó con alguien, alzó la vista para disculparse y un par de ojos ambarinos la observaron. Parpadeó con sorpresa al darse cuenta quien era.
- ¿Lana?
¿Sería posible que la hubiera reconocido? Ella abrió la boca para decir algo.
- Sí, eres tú. Oh, vamos ¿en serio no me recuerdas?
- Por supuesto que sí. –pudo decir al fin.
León tomó sus manos y las apretó cálidamente. La soltó para gesticular con las manos sorprendido de verla.
- ¿Cómo es que...?
- ¿Estoy aquí? La princesa Baasima, le di algunas clases en Nueva York y...
- ¿Dónde estuviste?
- Bueno, yo...
- Desapareciste Lana. Ni siquiera le dijiste adiós a Omar. –No lo decía en tono acusador pero Alana se encogió un poco. –No, no. No me mal interpretes por favor. –pidió enseguida. –Solo quería saber. Eras su mejor amiga ¿sabes?
- Asuntos familiares urgentes. –dijo ella y no mentía. Vio a León entrecerrar los ojos.
- Hay más ¿cierto?
Ella negó con la cabeza pero no dijo nada porque sinceramente no sabía que más decir.
- Omar te extrañó mucho. –aseguró León y ella no le creyó nada.
- No lo creo. –dijo sin poderse detener y León abrió los ojos con sorpresa.
- Eras su mejor amiga. –repitió. –Por supuesto que te echó de menos.
- ¿Cómo es que me reconociste? –preguntó cambiando de tema. León no pudo menos que seguirle la corriente pero casi pudo ver su mente a toda velocidad, si algo tenía además de belleza era inteligencia.
- Te conozco desde niño, no fue difícil ¿dónde estará Omar? –miró a la multitud y ella empezó a sudar de nuevo. –Debe verte.
- Yo lo buscaré. –mintió tensa.
- ¿En serio? –la vio con duda.
- Sí, lo haré.
- Tienes hasta la media noche para hacerlo.
- ¿Qué?
- Si no lo haces, le diré que estás aquí. Y no, no dejaré que te vayas antes.
- ¿Van a retenerme aquí en contra de mi voluntad? –preguntó perpleja. León se encogió de hombros.
- Sabes que podemos hacerlo. Árabes barbaros ya sabes. –le dijo tratando de ocultar su diversión. –Omar merece reencontrarse con la que fue su mejor amiga. No me niegues darle ese gusto a mi hermano. –pidió mirándola apaciguador. Pero si algo sabía ella es que tenía el don de conseguir lo que se proponía, esta vez ella fue la que entrecerró los ojos.
- No has cambiado León. Tan obstinado como siempre.
- Así he conseguido lo mejor de mi vida. –lo vio mirar hacia otro lado donde estaba su esposa con un embarazado ya avanzado. Pocas mujeres podrían lucir así de bien pensó ella. –Tienes hasta media noche mi querida Lana. –La miró como si quisiera decir más pero no lo hizo. Aunque antes de darse vuelta dijo una única frase. –Sabremos porque te fuiste, no lo dudes.
Alana volvió sin saber cómo a su mesa.
- ¿Conoce a la familia? –preguntó Martha impresionada. Ahora ya sabía el nombre de la mujer.
- Un poco. –dijo como pudo.
- ¡Oh por Dios! Eso es genial.
- De niña viví aquí y visité palacio en alguna ocasión. –vio hacia la salida buscando como escapar. Quería ir paso a paso. El primero era volver a Durban. Poder verlo de lejos y no había pensado en nada más. Verlo y hablarle no lo consideraba necesario para nada.
- ¿Un poco? Pero si he visto al Príncipe León hablar con usted.
- Tiene excelente memoria, me reconoció. –se llevó una copa a los labios. Martha parecía lista para hacer más preguntas así que se excusó y fue hacia la salida. Quizás León solo estaba bromeando. La escanearon y le negaron la salida los de seguridad. Ella los vio completamente incrédula. Ni siquiera se mostraron incomodos. – árabes barbaros. –susurró por lo bajo.
Bien. Era una mujer hecha y derecha ¿no? Iría y le saludaría. Lo más probable es que ni se acordara de ella. A lo lejos oyó el bullicio de gente saliendo por lo que les alcanzó y siguió. Estaban en terrenos de palacio aun y poco después globos empezaron a surcar los cielos. El espectáculo era magnifico. Cerró los ojos brevemente para darse valor.
- ¡Mira papá! –dijo una voz infantil. - ¡Que hermoso! –una cabecita morena miraba al cielo sonriente. Omar estaba a su lado rodeado de cuatro pequeñas. Una por entrar en la adolescencia y las demás menores de doce años seguramente. Se quedó estática observándoles sin poder moverse. La más pequeña no tendría más de seis. La imagen era en realidad encantadora, todos ocupados mandando sus globos. No sabía que eran cuatro. Tenía entendido que Fátima había intentado dar el varón pese a que, en realidad, quien daba nenas era él. Poco podía hacer ella.
- Tío Azzam contrató a la mejor. –dijo la mayor emocionada mientras todos miraban al cielo.
- Ah, pero si ya es tío Azzam. –la bromeó su padre.
- Lo siento padre si no quieres no lo menciono.
- Claro que no, solo bromeo contigo. Tu tía Azima es feliz y eso es lo único que me importa. –Haló a la niña y la abrazó manteniéndola así mientras seguían mirando al cielo.
- ¿La querías mucho papá? –preguntó la más chiquita.
- ¿A quién?
- A tía Azima.
- Sigo queriéndola, eso no va cambiar. Pero no la quería para casarme con ella. La quiero como se quiere a una hermana. Son afortunadas chicas, se tienen las unas a las otras. Entre más mejor. León y yo siempre quisimos hermanas y por eso en primer lugar su abuelo el rey dejó a sus tías cerca. Por eso nunca nos abandonó el caos y la destrucción. –dijo lo último quedo, pero Alana lo oyó perfecto y rio bajito. –Así que su tía es una hermana para mí.
- Ya no iremos con los abuelos ¿verdad papá? –preguntó de nuevo la más pequeña y él la alzó en brazos.
- Si no quieren no. –diciendo eso los fuegos artificiales empezaron a estallar. Y las chicas gritaron emocionadas.
- Ya lo has dicho papá. Es una promesa. –dijo la mayor corriendo más adelante. Las demás la siguieron. Menos la pequeña quien le miró feliz aun en sus brazos.
- Prefiero estar aquí. Los abuelos solo dicen que todos aquí son malos y no es cierto. Gracias papá. –se bajó no sin antes abrazar brevemente la pierna de su padre para luego correr al lado de sus hermanas.
Alana lo vio pasarse una mano por la cara ligeramente contrariado. Y a ella se le hizo un nudo en la garganta. Seguía sin poder moverse ni decir nada. Se había vuelto una estatua. Ni siquiera miraba el espectáculo en el cielo. En eso él miró hacia donde ella estaba y sus ojos brillaron con sorpresa. Se acercó lentamente como si ella fuera a desaparecer de un momento a otro.
- ¿Lani? –dijo como si no pudiera creerlo.
Ella esbozó una sonrisa nerviosa. Así que si la había reconocido y recordaba como la llamaba. Él le decía Lani mientras que León solo quitaba la A de su nombre. Ella asintió aun sin poder decir mucho.
- León me dijo que me tenía una sorpresa, pero... jamás pensé ¿tú eres mi sorpresa?
- No lo sé en realidad. –dijo al fin.
- ¿Cómo es que estás aquí? No, más bien ¿dónde estuviste todos estos años?
Alana se obligó a despegar la lengua de donde sea que se le hubiera quedado pegada.
- Le di clases a Baasima en Nueva York de danza y sabiendo que soy de aquí me invitó a esta boda ¿cómo estás Omar?
- O sea que ni siquiera estás aquí para verme. A mí, tu amigo de la infancia. A quien dejaste abandonado de un día para otro. –reclamó acercándose más.
- No fue mi intención. –lo vio arrugar el ceño.
- ¿Entonces qué pasó?
- Tuvimos que irnos. –contestó sincera.
- ¿Pero por qué? No entiendo.
- ¿Has estado bien? –insistió ella en saber aun teniendo su corazón palpitando como loco.
- Sí, sí. Hoy mejor que nunca. Recuperé a mis hijas.
- ¿Las recuperaste? ¿Qué no estaban contigo?
- No desde hace un tiempo y sus abuelos no me dejaban verlas alegando mil pretextos, pero el tema es ¿Por qué te fuiste así sin más?
- Son preciosas. Me alegra estén contigo de nuevo.
- León lo hizo posible. Fue en persona por ellas ¿no vas a contestarme?
- ¿Por qué no fuiste tú? –obvió la pregunta, pero en realidad quería saber.
- Porque no he sido el mejor de los padres y no creo merecerlas. Por un tiempo creí que estarían mejor con sus abuelos maternos.
- ¡Dios, no! –exclamó ella enseguida. –No, no. Estarán bien al lado de su padre. A tu lado. –lo vio sonreír.
- Eso espero. Lani ¿Por qué te fuiste?
- No quiero sonar dramática ni nada, pero pensé que ni siquiera te habías dado cuenta. –su respiración la sintió pesada, realmente estaba muy nerviosa por tenerlo así de cerca.
- ¿Bromeas? –la vio con mezcla de molestia y sorpresa.
- Estabas en una nueva etapa en tu vida y...
- ¿Lo dices por ella? –ni siquiera mencionó su nombre. –Sé que la quise más de lo que debí y me obnubiló, pero no tanto como para no percatarme de tu ausencia Lani.
Ella lo vio sin poder ocultar un velo de tristeza.
- Por ella nos tuvimos que ir. Me vio como una amenaza y mis padres tontamente creyeron que podían enfrentarlos. No fue así.
Omar la vio con horror.
- ¿Ella hizo que tú y toda tu familia se fueran, pero...? –su rostro se tiñó de furia.
- No. No lo hagas. –se acercó a él y tocó su brazo. –es cosa del pasado ¿dejarás que te arruine la noche?
- ¿Me odias verdad? –preguntó con preocupación escrita en toda la cara.
- ¿Qué? ¡Por supuesto que no! No estaría aquí si así fuera.
- Te extrañé mucho Lani. Creo que el día que no se supe de ti fue el día que empecé a amargarme. Te busqué, aunque por lo que veo no lo suficiente.
Quizás Fátima misma había bloqueado con toda dicha búsqueda pensó Alana.
- Dime que en algún momento de estos años has sido feliz Omar.
- Lo fui al principio de mi matrimonio, pero porque estaba felizmente en ignorancia. No duró mucho. Pero ahora es cuando creo que verdaderamente lo soy.
- ¿De verdad?
- Totalmente.
- Bien. siempre pedí por ello. –miró al cielo donde el espectáculo iba casi concluyendo. –Puedo irme tranquila.
- No. No lo hagas. No así de rápido. Me lo debes. Lo sabes. Todos estos años... tenemos mucho que hablar.
- ¿Qué sugieres?
- De entrada, un baile.
- ¿Con qué música? –sonrió sintiéndose más ligera y libre. A lo lejos los acordes de una melodía empezaron a sonar. Volteó al sonido extrañada de la coincidencia. La orquesta sobre una explanada cercana afinaba con la melodía. Lo vio pedirle la mano y ella se la dio. La acercó y la abrazó con fuerza haciendo que se le fuera un poco el aliento.
- ¿Quién es papá? –dijo una vocecilla.
- Una amiga, nos conocemos desde niños. Hoy nos hemos encontrado de nuevo. –dijo Omar a la niña sin soltarla aun a ella.
- ¿Por qué la abrazas?
- Porque vamos a bailar.
Alana vio a la pequeña que la observaba con curiosidad. Asintió y regresó con sus hermanas quienes voltearon a verlos y se acercaron.
- Hola. –les dijo tímidamente a las presentes.
- Hola. –respondieron a coro.
- Papá. Tía Baasima nos ha prometido helado por montones. –los fuegos artificiales estaban terminando. Oyó resoplar a Omar. - ¿Podemos ir?
- Bien, pero no coman demasiado. –No había terminado de decirlo y todas corrieron dejándolos solos.
Alana esperaba más preguntas o cuestionamientos, pero no los había. Su madre no había sido nunca maternal decían y ver a otra mujer en brazos de su padre al parecer no era algo que les preocupara. Le dio una vuelta justo en medio de sus pensamientos haciéndola girar ella rio por el movimiento. Omar la atrajo a sus brazos de nuevo y se movieron lentamente al son de la música.
- ¿Ya dije que te extrañé Lani?
- Sí.
- ¿Y tú? ¿me extrañaste?
- Sí.
- ¿Te irás de nuevo?
- Bueno, ya no vivo aquí.
- Podrías hacerlo.
Ella rio por la idea.
- Vivo en Nueva York.
- ¿Y eso qué?
- Mi vida está allá.
- Tu vida estaba aquí. –le dio otra vuelta.
- ¿Desde cuándo bailas así de bien? eras un desastre.
- He practicado con las chicas.
- ¿Tus niñas?
- No. Con mis primas. Aprendieron viendo videos en YouTube ¿sabías? Se les da muy bien. Podré enseñarles a las niñas o podrías enseñarles tú.
- ¿Yo?
- Sí, su maestra de danza ¿eso dices que enseñas no?
- Ajá.
- No creo aprendan mucho en estos pocos días que estaré aquí.
- Quédate.
- ¿Perdón?
- Podrías hacerlo.
- No lo creo.
- ¿Unas semanas? Vacaciones ¿Qué opinas? –la miró a la cara concentrado. Sonrió triunfante cuando la vio duda.
- Quizás...
- Hecho. Manda por tus maletas y estarás aquí en palacio.
- ¡Claro que no!
- Anda, Lani. No seas necia. No me sigas negando tu compañía. –la pegó de nuevo a él. La música había finalizado.
- La canción acabó.
- Déjame un breve rato más. Realmente me hiciste falta.
- Y tú a mí Omar. –admitió ella. Él se retiró de nuevo para verla.
- ¿De verdad? –ella asintió. - ¿En qué momento te pusiste tan guapa? –preguntó y ella sintió arder sus mejillas. – sigues siendo el tomatito eh. –se burló.
- ¿Sigues gritando como loco cuando pierdes en cualquier juego o carrera en la que estés? –Alana contraatacó.
- Oh sí.
- Sigues haciendo trampa ¿verdad?
- Por supuesto. –le dedicó una amplia sonrisa. Ella parpadeó porque lo encontró no solo guapo sino adorable. – Aun tienes el dije. - comentó mirándolo. él se lo había regalado.
-Así es.
- Alana...
- ¿Sí?
- Gracias.
- ¿Por qué?
- Por volver. –la abrazó y se movió al ritmo de una melodía inexistente, ella no dijo nada más y se dejó llevar. Su corazón parecía estar en paz con eso y cerró los ojos dichosa y absurdamente feliz.
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