Capítulo 7 "Un bicho"

- Nada como una romántica llamada en la madrugada. –Azzam salió de entre las sombras y Azima juraría que podía verle los ojos brillar.

Ella dio un brinco levantándose.

- Vas a matarme. –puso la mano en su pecho que palpitaba por el susto.

- ¿No podías dormir? –se acercó a ella con toda la tranquilidad del mundo y ella empezó a sentir como si de un momento a otro él fuera a saltar sobre ella. –Es obvio que no.

- ¿Qué haces aquí?

- No, ¿Qué haces tú aquí?

Azima vio que vestía una especie de camisa larga y ligera sin abrochar y unos pantalones sueltos de lino en color negro ¿o sería algodón? En una especie de pijama sensual que la hizo tragar saliva. Más aun al advertir unos abdominales definidos y un estomago plano y firme, empezó a sudar de nuevo.

- Y vestida así. –continuó Azzam pero esta vez en voz baja y contenida. – O más bien desvestida así.

Azima se vio a sí misma. Casi toda su vida había usado lo que encontraba más cómodo por lo general, esa noche llevaba dos piezas de satén en color turquesa compuestas por una ligerísima camisola de tirantes que le llegaba a la cadera y unos shorts que si bien eran cortos le cubrían perfectamente el trasero. El patrón de la tela tenía hilos dorados que lanzaban destellos de luz cuando se movía, lo que a ella le había parecido precioso cuando habían destapado los montones de regalos consistentes en lencería, pijamas y trajes de baño que les habían enviado Jaqui y Allyson por las bodas de las chicas, el que a ella le hubieran mandado las mismas cantidades de obsequios le había enternecido. Todas habían estado de lo mas contentas y encantadas, a esas prendas específicamente no le solían poner mucha atención en su mundo, pero ahora las tres eran asiduas a comprarlas. Habían despertado el monstruo de las compras en ellas. El caso es que no se había detenido a pensar en nada en su intento de llamar a Ayham. El sueño, la llamada, el oír a su hermano y luego el susto de ver a Azzam a esa hora le había hecho olvidarse por completo de que iba en pijamas. Jamás ningún hombre la había visto con tan poca ropa. La claridad de la situación le llegó como un rayo.

- ¡Date la vuelta! –gritó.

- Ni muerto. –se acercó más.

- ¿Dónde rayos está mi sombra? –miró a todos lados.

- Descasando. Ian sabe lo bien cuidada que estarías aquí y autorizó horarios normales al pobre hombre.

Lo peor del caso es que apenas se daba cuenta, ya llevaba días allí y apenas se enteraba.

- ¿Bien cuidada? ¡Ya lo creo! Voltéate, maldito seas. –Azima intentó usar el sillón donde había estado para ocultarse. Con asombro vio como él lo hacía a un lado sin menor esfuerzo. -¿Quieres problemas? –le espetó ya furiosa.

- ¿Las princesas usan eso para dormir? –la miró una vez más de arriba abajo. Esta vez tomándose su tiempo y deslizando su mirada con toda la tranquilidad del mundo, Azima empezó a hiperventilar de furia y de una tensión que se arremolinaba por todo su cuerpo, que lamentablemente parecía ser bienvenida y de un anhelo que sabía estaba allí por mucho que lo negara.

- ¿Los Jeques suelen ser así de irrespetuosos? – se dio una bofetada mental. Los Jeques podían decir, hacer y tomar lo que les pareciera. Lo vio sonreír perezosamente. –Me voy a mi habitación. –anunció mas para ella misma.

- Nadie te detiene, pero... ¿podrás encontrarla?

- Lo intentaré.

- Necesitabas tanto hablar con tu... novio que no te importó salir así y deambular en un lugar desconocido. No te importó nada por lo que veo, ni siquiera toparte conmigo en la oscuridad de la noche. –acusó empezando con voz dura para luego bajarla a un susurro sensual que le puso la piel de gallina.

- Eres mi anfitrión, ¿debería cuidarme de no toparme contigo? –lo vio incrédula, registrando con fugaz diversión que pensaba que había hablado con Omar.

- Sí, cuando apareces con eso encima. Sí, por ser simplemente tú en la oscuridad de la noche. Y por lucir tremendamente hermosa e inalcanzable. Y sí cuando tienes el poder de encender la sangre de cualquiera. –finalizó ligeramente ronco.

- Por mucho que esa sangre se encienda sabemos que no harás nada al respecto. –rebatió ella segura sin intención de lanzarle un reto. Respondió de inmediato para no detenerse a sentir lo que sus palabras le habían provocado. – así que sí, me siento a salvo aquí. Aun luciendo de este modo y no fue a propósito, simplemente buscaba señal y...

- ¿Qué te hace pensar que no haré nada al respecto? –la miró con ojos ardientes. Azima no era tonta, sabía que al menos en ese momento la deseaba a juzgar por su mirada y aunque no creía que diera un paso más al respecto por preservar su adorada soltería, la situación sí que podía comprometerlos y ella de eso no quería nada.

- Ponme un dedo encima y significará problemas graves. Los dos lo tenemos claro. Además estoy prácticamente comprometida con...

- Un idiota.

- ¿Podrías dejar de interrumpirme y llamarlo de ese modo? –el viento empezó a correr con más fuerza colándose en el sitio donde estaban que permitía la entrada tanto de luz como de viento si no se cerraban los ventanales los cuales estaban abiertos por lo que agitó su cabello, ella se lo quitó del rostro con un movimiento de cabeza.

Ni bien lo había hecho sintió dos manos en la cintura que la pegaron a su cuerpo duro. Ella emitió un sonido de sorpresa por tener a Azzam prácticamente encima, bajó su cabeza tan rápido que lo siguiente que percibió fue su boca invadiendo la suya. Puso sus manos en su pecho para detenerlo y se encontró con fuertes músculos que se le antojaron tocar a conciencia, pero se impuso la cordura y trató de empujarlo lo que logró que él la apretara contra sí con un brazo rodeándole la cintura y con la otra la tomara de la nuca para impedir su huida. Gimió en protesta y él sin soltarla suavizó su agarre y la besó más delicadamente como si no estuviera besando a la futura nuera de su rey, a la futura esposa del heredero al trono y tuviera todo el tiempo el mundo y el derecho para seducirla. Azima no salía de su asombro ¿Qué rayos le pasaba? Los estaba comprometiendo a ambos. Cuando la lengua de Azzam acarició la suya los pensamientos coherentes empezaron la retirada, sus dedos acariciaban su cintura y la curva de su cadera, y la mano en su nuca empezó a jugar con su cabello. Lo sintió mordisquear sus labios dándole besos cortos al ver que ya no ponía tanta resistencia, la besaba como si la saboreara y no pudiera estar sin su probarla, dejó su boca para ir depositando besos por su mandíbula y bajar a su cuello donde la mordió suavemente una vez y luego otra para luego regar mas besos en la zona. El viento la salvó. Ella se estaba rindiendo con una facilidad pasmosa que luego se reprochó duramente a salvo en su cuarto después. Un enorme ventanal fue azotado y ella dio un respingo retirándose de él. Azzam la dejó ir. Ambos con la respiración acelerada y la sangre caliente.

- Debes pagar por esto. –le dijo ella. –Pon la mejilla. –exigió.

- ¿Qué? –la vio confundido.

- ¿Creías que iba a clamar reparo a mi honor y exigir que te casaras conmigo? –bufó burlona. –solo fue un maldito beso.

- Fueron varios. –la corrigió ¿pero qué rayos decía? Ella no le pedía compensación alguna ¿y él rectificaba eso?

- No pediré nada a cambio más que pongas la mejilla.

- ¿Por qué siento que ya has pasado por esto antes? –preguntó frunciendo el ceño.

- No eres el primero que me besa sin mi consentimiento.

- ¿Quién fue? –exigió saber.

- Deja que Omar se preocupe por eso. –Azima lo vio endurecer la mirada. Sin tiempo que perder se acercó y le soltó una bofetada.

Fuiste tú, tonto. El que ya me besó sin mi consentimiento.

- Estamos a mano.

- Ya veo. –dijo llevándose una mano a la mejilla ardiente. –Así que si te beso, el castigo es una bofetada.

- Si.

- Bien.

Sin darle tiempo a nada más extendió una mano para tomar la suya, la apretó a su cuerpo con rapidez tal que Azima volvió a exclamar audiblemente su sorpresa, que fue silenciada enseguida por un Azzam besándola sin tregua. La soltó momentos después y se inclinó sobre ella ofreciéndole la otra mejilla. Ni tarda ni perezosa se la abofeteó con fuerza y salió hecha una furia de allí, solo para oírlo detrás de ella riendo.

- Te vas a perder. –le advirtió.

- Aléjate de mí.

- No puedo, vamos en la misma dirección.

Ella se detuvo de golpe y le señaló el pasillo.

- Ve por delante y lárgate.

- No vas a dejar que te guie ¿verdad?

- Bingo. –respondió mordaz.

- Pides a gritos que...

- ¿Qué?

Lo vio agitar la cabeza y avanzar hacia ella con decisión, Azima tomó un jarrón que decoraba una estantería de madera en la pared. Ni bien lo alzó para estampárselo, él se agachó y de pronto se encontró colgando sobre su hombro.

- ¿De qué maldito siglo eres? –le gritó sin quedarle más remedio que soltar el jarrón lo más lentamente posible al suelo, el cual no se estrelló afortunadamente.

- Del pasado en realidad ¿Y tú?

- Bájame, puedo caminar.

- No, eres demasiado terca.

- ¿Cómo pudiste atreverte? ¿nunca mides las consecuencias? – se removió intentando bajarse, él no la dejó y se la ajustó mejor al hombro.

- De qué hablamos exactamente ¿atreverme a besarte o a llevarte en el hombro?-preguntó mientras caminaba con ligereza y como si llevara una almohada en lugar de a ella.

- ¡A todo! –explotó Azima sintiendo que se mareaba.

- Se me va lo racional enfrente de mujeres hermosas con escasa ropa.

- Bájame. –su respuesta solo la había enfurecido más.

- Que no.

- Me estoy mareando. –dijo con voz entrecortada.

El la bajó enseguida y ella parpadeó acostumbrándose a estar en pie de nuevo.

- No tiene nada de bonito ser llevada como un costal de papas. –le gruñó ella.

- ¿Estás bien? –la miró a los ojos evaluándola preocupado.

- Voy a vomitar. –gimió ella.

- Madre mía. –Azzam la sentó en el pretil que daba a los patios exteriores y alarmado empezó a buscar algo en donde ella pudiera vomitar. Cuando encontró un cuenco antiguo y seguramente de valor incalculable unos segundos después se fijó que Azima había desaparecido como por arte de magia ¡Lo había engañado como a un niño! Estuvo a punto de estrellar el cuenco y se contuvo al recordar su valor. Echó a correr para alcanzarla, temía se perdiera en los pasillos o en algún recoveco que aun estuviera teniendo reparaciones. Dada la antigüedad del lugar y que él solo autorizaba reparaciones, restauración y mantenimiento cuando él se encontraba en Andora, avanzaban a paso lento. Si bien, era lo mejor pues el lugar nunca parecía estar en obras.

- ¡Azima! –llamó. Al no obtener respuesta. Solicitó gente.

Media hora de infructuosa búsqueda después, la sombra de Azima apareció para informar que la princesa estaba en sus habitaciones. Azzam quiso ir directo allí y castigarla a nalgadas y besos, más de lo segundo si era posible.

- La princesa atendió una llamada y salió buscando señal. Se perdió pero ¿usted como sabía? –preguntó la sombra.

- Me pareció verla. También deambulo por la madrugada como alma en pena. –respondió con sarcasmo. Seguro a Azima le había tomado exactamente esa media hora para hallar su habitación. Todos volvieron a sus habitaciones y Azzam echó mano de toda su fuerza de voluntad para no ir a ver a esa ardiente y esquiva princesa. No creía que hubieran sido descubiertos, Azzam solía desplegar seguridad en las afueras y en ciertas habitaciones o pasillos. No le gustaba la idea de toparse con gente de pie aguantando el sueño por tener que resguardarlo, no era tonto, por ello había implementado un excelente dispositivo de seguridad tecnológica. Si las cámaras los habían captado él se aseguraría de que todo fuera borrado.

Azzam no había podido dormir, en sus sueños aparecía Azima tentándolo hasta volverlo loco. Se había despertado en más de una ocasión hasta que había ido a tomar una ducha lo suficientemente fría para calmarlo.

Besarla había sido una mala idea, pero que se lo llevara el diablo si se arrepentía de ello.

Esa noche había terminado tarde de trabajar y sin querer molestar a nadie se había dirigido a las cocinas por algo para comer. Ya que había rechazado la cena y no había pedido nada después, tampoco era de la idea de servidumbre las 24 horas del día. Fue cuando oyó la suave risa de Azima, esa que le producía placer y él nunca había encontrado placer en la risa de nadie. Se acercó intrigado, eran más de las dos de la mañana ¿estaba acaso soñando despierto? No, era ella, sentada cómodamente diciéndole al imbécil de Omar que le extrañaba y concluía con un "yo también". Ella también ¿Qué? ¿También quería verlo? ¿También lo deseaba? ¿También lo quería? Se instaló en su estomago el peso del desagrado y la molestia.

Se hizo presente en cuanto ella colgó, quería verla, que cara ponía cuando hablaba con ese bueno para absolutamente nada. Quiso avergonzarla, incomodarla. Pero no contaba verla con eso puesto, ni siquiera era algo indecente. Era sumamente corto sí, pero tapaba lo necesario, sus piernas eran largas, bonitas y sumamente tentadoras, pero él por supuesto no necesitaba de muchos alicientes para desearla, lo hacía aun cuando ella estaba tapada de pies a cabeza.

Al hablar y moverse, su ropa lanzaba destellos que parecían clamar por más atención a su cuerpo, ni siquiera se veía mucho del nacimiento de sus senos, pero tenía las curvas en los lugares adecuados en justas proporciones como siempre lo había intuido, su cabellera ondulada y oscura como la noche abrazaba sus hombros, espalda y cuello y sin gota de maquillaje era incandescentemente bella, sus ojos lo veían con cautela pero no dejaban ese fulgor cándido e inteligente y él consideró seriamente que ella era de otro mundo. Uno donde él no tenía cabida.

Consideró con rapidez varias opciones, en todas ellas él se largaba. Pero Azima parecía tener un imán sobre él que le ponía la cabeza a volar y echaba al viento cualquier impedimento. Tenerla en sus brazos y besarla le había sabido a gloria. Había disfrutado hasta las cachetadas por todos los cielos. Y a él nadie le había puesto la mano encima de esa forma, nunca. Pero ansiaba como un drogadicto su dosis, el tener el placer de que ella le tocara. Así fuera con un golpe. Se había vuelto loco, tremenda y completamente loco.

- ¡Voy a matarlo! –gritó Azima horas después por la mañana mientras se miraba en el espejo del baño. Su cuello lucía una pequeña mordida que se veía un tanto morada, lucía como un maldito chupete. Se la tocó con cuidado y los recuerdos de la noche pasada la acaloraron al extremo de sonrojarla. Vio su imagen en el espejo de nuevo, era una Azima que no estaba acostumbrada a ver.

Furiosa por la particular marca en su cuello, por su cara de desvelo y sus ojeras rebuscó en sus cosas para ponerse algo en el cuello.

- Con este calor no pensé que quisiera llevar un pañuelo en el cuello. –le dijo Mirna quien afortunadamente no había alcanzado a verle.

- Combina con mi ropa. –respondió escueta pensando en la mejor manera de devolverle la afrenta. Pero lo que más le molestaba era que si bien recordaba había sido mordido dos veces en el mismo sitio, no recordaba haberle puesto un alto. Cual vampiro la había mordido y ella cual virgen de historia de terror le había dado más acceso a su cuello. Gruñó y zapateó en el suelo de la habitación en un arranque.

- ¿Princesa? –la vio Mirna con perplejidad.

- Un bicho. –dijo esforzándose por sonar sincera. Mirna salió corriendo a pedir que limpiaran la habitación.

Caminó con paso decidido al comedor, agradecía el coraje interno pues le permitiría enfrentarlo ese día. Ni siquiera dejó que le abrieran las puertas las empujó con fuerza sobresaltando hasta a Azzam.

- Pide que nos dejen solos unos momentos por favor. –exigió atravesándolo con la mirada, él la vio con curiosidad y dio la orden. Era un pecado que se viera fresco como una lechuga, mientras ella había dormitado a duras penas. Seguro se miraba marchita a su lado.

- Tus deseos se han cumplido princesa ¿ahora no te preocupa que esto nos comprometa?

- No duraré ni dos minutos. –le dijo seria.

- ¿Vienes a abofetearme? –la pregunta la hizo con un dejo burlón que la enervó a niveles mucho más altos de coraje.

- No. Aunque me quedas a deber muchas.

- ¿Entonces?

- Vengo a morderte.

- ¿Perdón? –parpadeó total y absolutamente confundido.

- Has oído bien.

- A... morderme. Tú a mí....

- Me lo debes.

- ¿Te lo debo? No es que me oponga particularmente pero, ¿podrías explicarte? –Azzam tragó saliva sintiendo como la sangre le corría presurosa a lugares inadecuados. Ella se le acercó y con un movimiento rápido se retiró el pañuelo del cuello mostrando los estragos de la noche pasada. Ver ese cuello estirado hacia él le hizo que se le antojara hacerlo de nuevo pero solo pudo decir:

- Muerde lo que quieras.-susurró. 

Dos capitulitos que salieron y aquí recién hechos para ustedes. 

Cuidense mucho por favor.

Abrazos virtuales.

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