Capítulo 20 "Tenemos un problema"
En su segundo día en el desierto Azima tuvo que detenerse después de conducir unas seis horas. El sol estaba en su punto máximo y al ver unos matorrales lo suficientemente altos para darle algo de sombra se dirigió a ellos pues ya se sentía cansada. Colocó el jeep de tal forma que le diera la máxima sombra posible y se bajó a estirar las piernas. Sacó la brújula para orientarse por milésima vez en el día pese a que el GPS le ayudaba a ello, no podía evitar usarla para añadir un poco de tranquilidad extra a su viaje obligado. El norte seguía estando allí y avanzaba directa a el. Sacó la garrafa de agua y bebió lentamente. Recordó que su hermano decía que traer una piedra pequeña en la boca ayudaba a no tener sed en demasía, sí era cierto o no, ella no perdía nada con intentarlo. Buscó con la mirada y al no encontrar nada se sentó usando los matorrales y el mismo auto como sombra. Se sentía adormilada por el calor así que se obligó a levantarse y comerse unas barritas pese a que no tenía hambre. Pero debía recuperar fuerzas. Una hora después se sentía mejor y su deseo de un baño se incrementó haciéndola maldecir con todas las malas palabras que conocía, que en realidad no eran muchas. Le tuvo que dar tregua a su auto una hora más. No quería sobre calentarlo, lo peor que le podía pasar era que se quedara varada en medio de la nada. No sabía si le pasaría eso al Jeep quizás no, pero solo de pensarlo se agitaba nerviosa no queriendo pensar en todas las consecuencias. Puso más gasolina y comprobó el suministro viendo que parecía tener más de lo que le habían dicho. La culpa debía corroerlas a esas dos. Ya se encargaría de que así fuera. Enfiló hacia el norte nuevamente, le quedaban varias horas de luz antes de detenerse de nuevo y si todo iba bien de acuerdo a lo que el GPS decía, llegaría en dos días y medio quizás. Solo esperaba encontrar a los mismos amables jóvenes que conocía y que pudiera bañarse al fin.
Un nuevo atardecer seguido de otro anochecer llegó. No había nada de viento y ella deseando descansar mejor que la noche anterior que lo hizo media encogida, puso la tienda y antes de meterse vio hacia las estrellas. Vagamente recordó cuando ella y Ayham eran unos niños y él todo inteligente pese a su corta edad le explicaba como orientarse con ellas. No se acordaba ya como hacerlo, pero menos mal que tenía el GPS. Lo que sí recordaba eran los agradables momentos al lado de su hermano mayor. Era una lástima que se la pasara viajando tanto aunque así fuera por las relaciones diplomáticas de Durban. Antes de meterse a la tienda usó un poco del agua para beber y gel anti bacterial que encontró para limpiarse un poco, menos mal le habían dejado un cepillo de dientes. Se metió al saco de dormir y no pasó demasiado tiempo para que cayera en un sueño alterado por distintas pesadillas que la hicieron despertar aun en la oscuridad de la noche. Vio el reloj y marcaba las cinco de la mañana. Se levantó refunfuñando pues sabía que no podría dormir de nuevo ¿se atrevería a conducir en la oscuridad? Tenía el GPS después de todo. Decidió que lo haría y así ganaría tiempo.
Base de operaciones en el desierto de Durban
- Ayham dice claramente que no tiene pista de ella aún. –Omar lucía cada vez más desesperado. Estaban ahora en la base que habían asentado en el desierto mientras todos se dispersaban en distintas direcciones durante el día. Durante la noche volvían allí para descansar y reiniciar operaciones al día siguiente.
- Lo está haciendo con precisión y minuciosamente, algo sabremos de ella muy pronto hermano.
- Ninguno de nosotros ha encontrado pista alguna.
- El desierto es enorme no te olvides.
- Aún así...
- Al menos sabemos que no fue Azzam. –León había sido informado parcamente por Omar del extraño comportamiento del Jeque de Andora. Había estado de acuerdo en la vigilancia a la que era sometido.
- ¿Entonces quien León? ¿Quién? –preguntó Omar alterado.
- Lo sabremos y pagará no importa quién o quienes sean.
- No sé cuánto tiempo más se lo podremos ocultar a Padre. Ya pasaron tres días.
- Gabriela le aseguró que estaría con su familia por varios días, no te preocupes por eso ahora.
- No sé qué haré si le pasa algo.
- ¿La quieres verdad? –León lo miró atentamente.
- Sí, pero no de esa forma. –Omar miró hacia el desierto desde la tienda como si de pronto pudiera verla.
- Acaba con la locura de ese matrimonio entonces Omar.
- Lo haré en cuanto sepa que ella está bien, a salvo y en casa. –dijo sin dejar de ver al horizonte.
- Ella estará bien. –León miró de igual forma a la lejanía.
- Pido por ello a cada momento.
Bien. Había llegado al oasis. Azima sabía que los Al Khaled en esa parte del año preferían su ciudad Erbal y la zona estaba despejada. Miró con ansias el agua y corrió hacia ella, sabiéndose sola se fue despojando de la ropa en su loca carrera y en ropa interior se zambulló en el agua, dio un suspiro de alivio extendiendo los brazos al cielo por el baño, nadó y nadó hasta que se dio cuenta que el ocaso estaba cerca, así que salió toda mojada para tomar jabón, champú y una toalla que sí, había en el Jeep y regresó para lavarse con propiedad. Minutos después recién bañada se secaba el pelo al calor de la hoguera y abrigada pues había empezado a sentir algo de frío. El baño la había relajado lo suficiente y se sentía más segura ahora que sabía gracias al GPS que estaba más cerca de las cuevas. El oasis de hecho era el punto intermedio entre Erbal y su destino.
¿Qué haría al llegar? Pedir refugio esperando los chicos se lo dieran. Desde allí intentaría contactar a Omar, no tenía idea como lo lograría pero era su meta. Que él llegara por ella y se acabara este loco secuestro y posterior aventura en el desierto. La duda sobre la identidad de todos sus secuestradores seguía persistiendo en su cabeza. Dos de ellos ya sabía quiénes eran, pero si no se equivocaba sus primas contaban como un solo cliente ¿los otros dos quiénes serían? Sus sospechas iban hacia su hermano ¿pero el otro? Cada vez se convencía que pese al arrebato cavernícola de Azzam, no era él. Siempre había sido ferviente amante pero de su soltería. Así que no tenía ningún sentido, además después de lo que había pasado en la fiesta ni siquiera lo había visto. Una ráfaga de viento agitó las llamas, otra más amenazó con apagarla. Comió de prisa lo que quedaba de su cena. Esto sería una tormenta de arena en toda regla. Apagó la hoguera y se metió al Jeep acomodando su cama y tapando todo posible lugar donde se colara el viento y la arena. Minutos después era imposible ver nada. La tormenta rugía con fuerza. Nunca había vivido una de esa manera, sola, acurrucada en un vehículo y a merced de las fuerzas de la naturaleza. Se tapó la cabeza con las mantas maldiciendo a más de uno.
Al día siguiente al abrir la puerta una cortina de arena se desplazó adentro del vehículo haciéndola toser. Limpió como pudo y tomó otro baño justo cuando el alba despuntaba. Llenó los recipientes que pudo de agua para poder permitirse otro baño antes de llegar, porque cada vez estaba más segura de lograrlo y cuando lo hiciera y estuviera a salvo ardería troya. De su cuenta corría. Eso sí encontraba a los chicos pensó horas después sabiendo que su destino estaba muy cerca. Detuvo el auto cuando le pareció que estaba justo entre la ubicación de Andora y las cuevas.
La tarde caería pronto. Si ella quisiera podría desviarse y llegar a Andora en unas seis horas y dormir en una mullida cama. Azzam ni siquiera estaba allí, en Londres solía pasar largas temporadas y en Londres se había quedado ¿no? ¡Qué tontería! Se recriminó enseguida. El inclemente sol y lo vivido en esta aventura que no había buscado la estaba haciendo desvariar. Condujo hasta que la oscuridad amenazó con devorarla. Esa noche tampoco durmió muy bien.
Llevaba manejando al lado de la formación rocosa desde hacía una hora y no vislumbraba nada. Azima detuvo el auto, bajó y se estiró tratando de inspirarse confianza. Había levantado su exiguo campamento muy temprano en su afán por llegar. Había gritado de emoción al ver las rocas pero esa emoción se había desvanecido al no ver entrada alguna o a alguna vida humana deambulando cerca. Si seguía manejando así llegaría al mar. Suspiró aguantando las ganas de gritar como loca. El nerviosismo empezó a invadirle el cuerpo y se paseó desesperada buscando señales de vida.
- Piensa Azima, piensa. Es lógico que no anden por aquí. Quizás solo vienen al campamento en la tarde o en la noche. O quizás solo debo avanzar un poco más para encontrar señales de que por aquí acampan los chicos. –decidida y aferrándose a esa última opción subió de nuevo y avanzó. Otra hora pasó y se tuvo que detener al borde de una crisis nerviosa. Así que hizo lo que quería hacer desde hacía días: gritó.
Simplemente gritó, con fuerza, con rabia y pasados unos cinco minutos se desplomó algo más liberada.
- No quiero volver a Andora. –parpadeó ahuyentando las lágrimas sentada en la arena caliente. Sería un fracaso su escape por el desierto y era lo que menos quería. Pero estaba por aceptar la derrota y volver a la ciudad más cercana era lo más lógico aunque fuera Andora.
- Suelen haber escorpiones escondidos en la arena. –le dijo una joven voz y ella se levantó de un salto sacudiéndose. Después de cinco segundos se percató de que alguien le había hablado y rogó que no fuera un espejismo o una alucinación. Miró hacia la voz y una figura delgada y algo baja le devolvió la mirada. Ella solo podía ver sus ojos pues iba totalmente cubierto de pies a cabeza.
- ¿Quién eres? ¿eres real?
- ¿Qué si soy real?
- Creo que no lo eres.
- Llevas muchos días en el desierto ¿verdad? –le dijo el chico, porque eso es lo que parecía ser, un chico. Al ver que solo lo quedaba mirando se descubrió la cabeza y el rostro. Un jovencito de unos catorce años la miró con creciente curiosidad. - ¿Eres una de ellas?
- ¿De quiénes?
- De las princesas que tanto hablan los chicos.
A Azima se le iluminó el rostro.
- Oh por Dios, los encontré. Quiero... ¿me llevas con ellos? –habló atropelladamente emocionada.
- Llevar a un desconocido a las cuevas implicaría mi muerte o destierro.
- No soy una desconocida.
- Para mí sí.
- Yair... busca a Yair, por favor. –pidió desesperada de que el pilluelo desapareciera dejándola igual que antes. -Dile que Azima, la princesa Azima está aquí y quiero hablar con él.
Conocía a varios, Yair era de los más pequeños y con el que había hablado más que con los otros.
- Yair no está. Vendrán al atardecer.
- ¿Dónde están? –mínimo serían unas cuatro horas esperando y aunque no era mucho tiempo, ella ya estaba al borde de un ataque de nervios por toda la situación.
- No puedo decirle. –le frunció el ceño.
- Bien, esperaré. Puedo hacer eso ¿no? Pero por favor, dales mi recado.
- Lo haré. – el chico le señaló unos matorrales. –vaya por allí, es lo más fresco que encontrará. Volveré con uno de los mayores cuando regresen.
- Promételo. Eres un hombre del desierto y no debes fallar a tu palabra.
- Lo prometo princesa. -Y dicho eso se alejó. Ella trató de seguirlo pero el chico se esfumó de la nada. La entrada entonces tenía que estar cerca y estratégicamente oculta. Fue hacia los matorrales y se dispuso a tranquilizarse y a comer un poco. Faltaba muy poco para estar a salvo o eso es lo que esperaba.
**********
Buscarla al tiempo que libraba los equipos de búsqueda era un juego endemoniado pensó Azzam mirando hacia el cielo donde el sol brillaba en todo su esplendor. Había por lo menos tres distintos equipos que había librado por muy poco y por lo que sabía estaban igual que él, no la habían hallado. Jamás en su vida había tenido pesadillas como las que ahora le acechaban. Imágenes de Azima tirada en la arena, inerte se le colaban en todos los sueños. Él corría para darle la vuelta y descubría con horror que ya no respiraba. Se echó agua en el cuello para alejar los recuerdos de tan horrendas pesadillas. No, eso no iba a pasar. Ella era lista, demasiado. Con toda probabilidad o se escondía de todos ellos o ya estaba justo donde quería estar. Se subió al todoterreno de nuevo y enfiló hacia el norte, era el único sitio que no había explorado aun y se hallaba en el rango de recorrido que ella podría haber tomado.
*********
Londres
La rubia vio con creciente nerviosismo la pantalla de su laptop. Se levantó del asiento y se paseó sin dejar de verla. Decidió hacer una llamada.
- Tenemos un problema Ken.
- Dime.
- No se mueve, el Jeep no se mueve desde hace horas.
- Si es de noche no lo hará Bri.
- No lo entiendes, el problema precisamente es que apenas pasa de medio día.
- Me pierdo con el horario ¿Cuántas horas lleva así?
- Unas tres.
- Ya lo ha hecho antes.
- Sí, pero nunca más de dos horas.
- Procede con lo que acordamos.
- ¿Será lo mejor?
- Lo mejor para ella es que esté a salvo. Esto no se nos puede ir de las manos.
- Bien.
El Jeep según el radar estaba en una zona de dunas, no había nada que explicara por qué había parado tanto tiempo. Quizás una tormenta, pero hasta eso habían detectado si bien, no con claridad pero habían podido detectar una en la travesía de la princesa. Brisia monitoreó a las partidas de búsqueda. Sus dedos volaban en el teclado, mientras seguía coordenadas y aumentaba el volumen para oír lo último que se sabía del avance de los equipos. Había tenido cuidado en no interferir en el equipo de Ian. El hombre era experto en seguridad y tecnología. Las hubiera descubierto en un instante. Sin embargo dada la situación, Ian no estaba al pendiente como siempre de todo lo que le rodeaba, más que de su gente.
Si habían logrado enterarse de muchas cosas es porque Ayham se comunicaba en ingles con Máximo y con Stefano y a veces hasta con León. El problema era cuando solo captaban conversaciones en árabe. Ella sabía varios idiomas pero ese era uno que definitivamente no había estudiado ninguna de las tres. Por fin localizó lo que quería y sonrió.
Azima estaba corriendo por la arena mirando hacia las rocas y gritando sin parar. Estaba anocheciendo y una feroz tormenta se veía cerca, una que acarreaba incluso rayos. Podía ver los relámpagos en la distancia. El miedo le recorrió el cuerpo. Decidió retroceder e ir hacia el Jeep pero no lo vio, ya no estaba ¿Cuánto había caminado? No tenía sentido, ella solo lo había hecho en línea recta siguiendo la zona rocosa. El viento le azotó en la cara y un trueno resonó cerca, demasiado cerca. Le siguió otro y vio con pánico como la tormenta la rodeó, ella solo gritó.
- Tranquila. –a lo lejos escuchó esa única palabra. Unas manos tomaron sus hombros sacudiéndola levemente.
Azima forcejeó luchando por liberarse y correr.
- Despierta por favor, princesa. –la suave voz se le hizo conocida al fin. Sintió gotas de agua de pronto ser dispersadas por su cara. Se sentó de golpe llevándose una mano al pecho donde su corazón galopaba sin control. Enfocó la vista y solo vio oscuridad. Poco a poco se adaptó y vio a un sonriente Yair mirándola.
- Yair...
- Se acuerda de mi nombre.
- Por supuesto ¿Dónde estamos?
- En las cuevas.-le pasó un vaso de agua. –La encontramos dormida bajo los matorrales, aunque la verdad creo que se desmayó.
Azima ni siquiera lo recordaba. Era irónico que se hubiera cuidado tan bien esos días y justo llegando a su objetivo se descuidara pescando seguramente insolación y deshidratación.
- Los demás están dialogando que hacer con usted. Bueno, la verdad casi todos piden que no sea echada al desierto de nuevo. Pero nuestro líder acaba de enterarse como la conocemos y dice que hemos puesto en peligro nuestro refugio y nuestras vidas. No le contamos nunca del secuestro y demás.
- Oh no, lo siento. Lo siento mucho. –nunca se había parado a pensar en las consecuencias de buscarles. Pero poco sabía de ese llamado líder. Ellos nunca le habían contado de que el conocerlas había sido a escondidas de él. –Puedo irme, de inmediato. –Tendría que ir a Andora, la gasolina no le duraría para regresar ni siquiera al oasis. Intentó pararse pero se mareó.
- No puede irse así. Su piel está muy roja. Seguro se deshidrató, debe reponerse.
- No quiero causarles problemas.
- Lo arreglaremos. Se lo aseguro.
Azima quiso creerle pero vio inseguro a Yair. Saldría de allí en cuanto pudiera, no sin antes aclarar lo que pudiera con el líder de los chicos y quitar responsabilidades.
**********************
Azzam paró buscando donde acampar. Su teléfono satelital empezó a sonar y él frunciendo el ceño miró el desconocido número. Nadie sabía dónde estaba y solo su secretario personal sabía de ese teléfono. Quizás Ian ya le había descubierto. Dudó en contestar pero quizás la llamada no tenía nada que ver con Azima.
- ¿Quién es? –gruñó.
- ¿Azzam? –la suave voz femenina llegó clara pero luego se entrecortó. –solo tú....
- ¿Qué dices? ¿Quién eres? –la voz era familiar pero dada la señal no atinaba a descubrir quién era ella.
- Eso no importa... Azima está en el norte.
- ¿Cómo sabes? –aguzó el oído y empezó a buscar algo que le diera más claridad a la llamada, se trepó al techo del auto.
- Adivina como sé... -resopló impaciente. –Ha estado monitoreada siempre.
Azzam no podía creer el giro de los acontecimientos. Al parecer las mujeres que había contratado ahora le daban la ubicación de Azima ¿Pero por qué? ¿A que estaban jugando?
- Tiene horas que su auto no se mueve. –le dijo seria y él comprendió todo. –Eres el más cercano. Solo por eso te llamé a ti.
- Dame las coordenadas. –ella lo hizo y él las memorizó.
- Encuéntrala. –le dijo la voz y colgó.
Azzam bajó de un salto y se metió enseguida al auto introduciendo las coordenadas. Casi anochecía pero no importaba. Ella estaba en peligro con toda seguridad, agitó la cabeza tratando de despejar los malos pensamientos. Él la encontraría y esta vez, jamás la perdería de vista.
Casi un mes sin publicar, pero se fue la inspiración y las ganas. Sé que @Natamarsol odia que diga esto pero ella es la que continuaría mis historias en dado caso yo nunca más pudiera. Sí, suena alarmista y dramático pero en los tiempos en los que vivimos nunca se sabe. Sis, lo siento, tengo que dejar constancia de que te pedí esto. Y volviendo a lo que nos atañe... Azima ya está por acabar, creo. Abrazos y super mega cuidense.
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