Capítulo 13 "Cuenta con eso"

No dejaba de ser una suprema tontería el no haberle quitado 30 días por su carrera en camello pensaba Zaím mientras la tienda era azotada por la furia de la tormenta. Pero lo que si había sido una estupidez enorme era el haberla mandado al otro asentamiento, porque si, había ganado 15 días menos del estúpido trato pero no la había tenido cerca. Aunque a veces era físicamente doloroso, lo cierto es que prefería mil veces tenerla a la vista, ver esos ojos encenderse ofendidos, su risa alegre y sin tapujos una que nunca le había dado, claro. Observar como fruncía el ceño cuando algo no le parecía, o su mirada abiertamente retadora y esos labios carnosos que le lanzaban maldiciones. Y eso era solo hablar de unas cuantas cosas que le habían hecho pensar lo estúpido de mandarla lejos. Le había hecho sentirse complacido el solo tener cerca su cuerpo suave y lleno de curvas, oler su dulce aroma esa noche, la única que pudo tenerla en sus manos.

Su tío lo miraba con reproche y su tía no había tardado en darle un trato silencioso. Incluso sus primas, excepto la mayor. Todos sabían que era un castigo por haber montado sin su permiso. No dudaba que lo tacharan de idiota por no aplicar otra clase de reprimenda, una que no implicara tenerla lejos de su cama. Claro que no sabían que aun no la tenía en el sentido estricto de la palabra. Ahora tenía fama de dictador y tirano.

Azzam no había dudado en decirle idiota cuando habían hablado por teléfono y en maldecirlo al saber que la dulce Azima había compartido el castigo. Eso no lo había planeado él por supuesto.

- Serás idiota. –había dicho Azzam primero con suprema gracia. Con risa impresa en su profunda voz.

- Tú que sabes.

- Oh, pero si de mujeres yo sé mucho.

- No lo dudo.

- ¿Qué no se supone que era tu luna de miel?

- Se supone.

- ¿A quien se le ocurre mandar a su bella esposa con un montón de ancianos? –Zaím gruñó en respuesta y su amigo se echó a reír. Eran muy cercanos pero ni a él le había dicho del famoso trato maldito. Quedaría como algo más que un tarado. Y no se libraría de las burlas de Azzam jamás.

- Si sabes la fama que tienen ¿verdad?

- Un poco sí, he platicado mucho últimamente con Ian sobre las locas aventuras de las princesas. –dijo Azzam aun con diversión. –Contrataré una de sus empresas para la seguridad de Andora.-la ciudad de Azzam era una fortaleza, no dejaba de ser extraño que pidiera asesoría en esa área, pero Zaím no quiso indagar más. – ¿Por eso decidiste pasar una luna de miel en el desierto salvaje e indómito? Así era más difícil se te escapara ¿verdad? –lo provocó.

- Exacto.- Le confirmó arrastrando la palabra ¿para que negarlo? Le había parecido en parte buena idea tener el oasis cerca para que así crearan buenos recuerdos a partir de donde se habían conocido y también porque así era mucho menos probable la novia se le desapareciera. Porque aunque el rey aseguraba que eso no pasaría, él también había tenido sus buenas charlas con Ian su ahora primo político sobre las habilidades para el caos y el desastre de Habiba y compañía, Ian cada vez le caía mejor y no dudaría en usar su reciente amistad para saber como manejar a su rebelde princesa. Ian después de todo tenía su propia princesa problemática.

- Jamás haría eso pero claro, no pienso casarme en mucho tiempo ¿Sabes lo que le hicieron a toda una comitiva coreana hace años?

- Sí. –suspiró.

- ¿Y si sabes que lo hicieron aunque pensaron que eran de la Corea del Norte y no les importó?

- ¿¡Qué!?

- Menos mal eran de Corea del Sur y lo que hicieron no generó un problema diplomático a gran escala. Pobre de ti e Ian.

- Y pobre del que se quede con Azima. –le dijo con toda intención.

- Omar lidiará con eso. –respondió su amigo con tranquilidad. –Pero la tendrá fácil, el trío está más fragmentado y Azima según dicen es la tranquila y sensata de las tres.

- Eso es cierto. Por eso dejé que fuera con Habiba al norte.

- ¿Que tú qué?-saltó Azzam de inmediato y Zaím rio perverso. Su amigo no era tan inmune a Azima como quería dejar ver.

- Lo has oído.

- Se suponía estaría aquí en breve.

- Pues va ser que no, está con Habiba.

- Maldito seas.

- Gracias. –respondió sintiéndose mucho mejor.

- Si le pasa algo a esa piel de durazno o a esos cabellos de...

- Habiba estará bien. –cortó Zaím sabiendo que no se refería a Habiba y esta vez le tocó oír gruñir a su amigo, sí, se sentía mucho mejor. Pero esa sensación había durado poco.

A los dos días el mal humor había empezado a ganarle a pulso el mote de dictador. A los cinco días se había detenido muchas veces de ir él mismo por su esposa. A los ocho se había rendido y mandado por ella, no iba hacerlo él en persona definitivamente no. Pero la mujer se había negado en redondo aludiendo que cumpliría con los 15 días. No hay que añadir que muchos le quedaron viendo realmente mal aunque con disimulo cuando la noticia se extendió. Creían que ella no volvía por miedo. Miedo, sí claro. Pero ahora se habían cumplido los 15 días y ella proclamaba volver hasta que el mes se cumpliera.

Quería tenerla cerca y ahorcarla y luego besarla y así sucesivamente.

Había tomado su caballo cuando la tormenta había apenas pasado, dos de sus hombres de confianza le siguieron sin esperar orden alguna. Cabalgaron a todo galope hasta el mar, a buscar a su esquiva y conflictiva princesa.

El sol se veía alto aun cuando llegaron, pero no le quedaba mucho tiempo para ocultarse, desmontó enseguida y se acercaron de inmediato los que estaban cerca haciéndole reverencias, aunque él prefería que no dado de que por su edad el respeto debía darlo él por muy Jeque que fuera. Pidió como muchas veces antes no lo hicieran y buscó a Habiba con la mirada ansiosamente.

- Has venido por ella ¿verdad Jeque Zaím? –le dijo el más anciano de todos.

- Tío. –le dijo por respeto porque no había lazos sanguíneos.

- Ella no está aquí.

- ¿¡Cómo!? Acaso... -su corazón se saltó un latido estaba seguro.

- Está en la playa con las mujeres. –aclaró el hombre no sin sonreír bajo su espesa barba.

- Bien. –carraspeó incomodo. –Estábamos contentos de que aun no volvieran. Ella y su hermana trajeron alegría a estos viejos.

- Me alegra oír eso ¿Se adaptaron bien?

- Perfectamente, aunque no se lo hicimos fácil. Concluimos que estaban siendo castigadas.

- Azima en realidad no. –Su prima ya no estaría de su lado seguramente después de esto. Y el castigado había resultado ser él.

- Pero no cejaron en su empeño de adaptarse y han sido días muy agradables. Has escogido bien Zaím. –le dijo el hombre y no dejó de asombrarse. Habiba no había sido una elección hablada con todos los ancianos y eso les había causado cierto resentimiento. Pero, él no iba a elegir en base a lo que le dijeran. Por eso ninguno de ellos le había acompañado a pedir a Habiba. Y por eso no habían estado para recibirla en el campamento principal. –Volveremos todos ahora. –dijo el anciano y Zaím solo acertó a asentir con la cabeza. Era un problema que había aplazado y en honor a la verdad olvidado, Habiba le ocupaba la mayor parte de sus pensamientos, podía haber sido un asunto bastante feo si su esposa no hubiera sido aceptada, ahora se daba cuenta con claridad. Sin querer, el asunto había quedado resuelto. –Ve por ella. –apremió el hombre y él sin dudarlo se dirigió a la playa.

Habían montado una especie de tienda abierta no tan cerca de donde rompían las olas pero aun así estas llegaban sin problema. Al acercarse vio que habían cavado y hecho una especie de piscina de arena donde varias mujeres estaban cómodamente sentadas, cada que una ola llegaba las llenaba de agua y se veían lo más relajadas posibles aunque estaban vestidas al completo, pero no vio a Habiba. Azima en cambio leía fuera de la improvisada piscina, solo tenía los pies en ella. De pronto alzó la vista demostrando tener un agudo instinto pues nadie mas se había percatado de su presencia. Lo miró con curiosidad y se levantó, al hacerlo soltó los amarres laterales de la tienda y esta quedó cubierta, la escuchó hablar con las mujeres, estaba resguardando su privacidad, la cual era sumamente valorada por las mujeres árabes por supuesto.

- Zaím. –le saludó tranquila y no pudo menos que evitar observar si esa piel de durazno como le llamaba su amigo había sufrido daño, sospechaba que él terminaría pagando si eso había ocurrido. Pero Azima solo tenía un leve bronceado.

- Prima.

- ¿Has venido a levantar el castigo? –preguntó seria.

- No era mi intención lo compartieras.

- No iba a dejarla sola.

- Y ahora no quiere volver. –la vio encogerse de hombros. –Ya veo, ¿no pudiste convencerla de que volviera verdad?

- Nos la hemos pasado bien. –dijo Azima simplemente. En realidad a ella le había tocado convencerla pero para quedarse, si la habían pasado bien pero Habiba había descubierto que extrañaba "pelear" con Zaím. Excusa patética claro, pero aun no era el momento, esos dos debían extrañarse más, mucho más. –Está por allí. –señaló más allá de la tienda, esta ocultaba el sitio exacto donde Habiba estaba. Dentro del mar como si nada, vestida aunque sin manto en la cabeza, recibiendo las olas y sumergiéndose al impacto de ellas, no estaba tan adentro pero a Zaím no le gustó nada la idea de que su esposa fuera arrastrada mar adentro. Apretó el paso luchando por no correr hacia ella.

Solo el mar tenía el poder de absorberla y cansarla para no pensar demasiado. Los días eran más fáciles que las noches, pensaba en mil maneras de enfrentar a Zaím y luego soñaba... puros sueños sensuales donde su esposo se cobraba todos esos días de abstinencia. Se despertaba espantada y sudorosa y a su pesar excitada. Ni el duro trabajo del principio le habían apartado esos pensamientos y sueños, una vez que tanto ella como Azima se habían ganado a los ancianos, todo había ido como la seda y les habían brindado el trato que se esperaba recibieran dos princesas, pero no lo habían permitido y se habían comportado igual, trabajando en lo que podían, cocinando y charlando, aprendiendo... habían sido días geniales en realidad. Pero aun así le había costado mucho escribir esa nota. Otra ola venia y se preparó para sumergirse cuando unos brazos la tomaron por la espalda y ella gritó.

- Soy yo. –le dijo esa voz que le venía hasta en sueños. La ola los cubrió pero él los sacó a ambos a lo seco. Ella tragó agua en el proceso.

- ¿Qué haces aquí? –le dijo aun tosiendo y liberándose de su agarre.

- ¿Qué crees que hago aquí? –por fin lo miró y lamentó haberlo hecho, estaba todo mojado y enojado. No podía verse más ardientemente guapo. Tragó saliva y fingió toser de nuevo.

- Dándote un baño ¿quizás? –lo picó.

- Muy graciosa.

- ¿Hiciste esto todo este tiempo? –indagó aun molesto y deslizó la mirada por su cuerpo.

- Si.

- ¿A vista de todos? –entrecerró los ojos y paseó la vista por la túnica apretada a sus sinuosas curvas. No mostrar era peor, se insinuaba un cuerpo sensual y hecho para perderse en el. Le recordó ese día en el oasis.

- Claro que no. Solo nosotras bajamos aquí. Azima y yo ideamos que las mujeres se bañaran nunca lo habían hecho.

- Creo que por poco las convencen de usar trajes de baño. –un traje de baño no lo calentaría igual pensó sin poder dejar de verla.

- Deja de verme así.

- Puedo verte como rayos quiera. ¿Usas traje de baño? –preguntó de sopetón cuando la idea se coló en su mente.

- Claro.

- ¿En publico?

- ¿En que mundo crees que vivimos? Vivo en el mundo árabe, donde jamás haría tal cosa. Lo uso con mis primas cuando nadamos en la piscina privada en palacio.

- Sin guardaespaldas ¿no?

- Que va, nos resguardan tanto que tienen que estar allí también. –provocó pero él se lo creyó. –viendo lo que ocultan las túnicas y todos esos kilómetros de ropa.

- Voy a matarlos a todos y quizás obtenga ayuda para hacerlo. –oyó la divertida risa de Habiba.

- Todo un A P A.

- ¿Un qué?

- Nada y no, no nos ve nadie, ni nuestras madres créeme. Solo nosotras. –soltó otro grito cuando él tomando su mano la pegó a su cuerpo.

- No juegues así conmigo Habiba.

- Yo no... -no pudo terminar la frase porque él puso su mano en su cuello y la pegó esta vez a su boca, la besó con ansia, con molestia pero sobre todo con hambre. – ¡Te voy añadir días! –dijo en cuanto él la liberó brevemente.

- Tú no harás nada. –le dijo con voz ronca. –Me cansé de jugar.

- Yo no estaba jugando, eso no lo entiendes. –trató de liberarse pero él no la dejó y puso sus manos en sus caderas reteniéndola. –Solo pedí tres meses.

- Me retracto. –dijo con ojos ardientes.

- ¡Diste tu palabra de Jeque!

- Ambos sabemos que te encargaras perfectamente de reducir tus días. No necesito hacer nada en realidad. Solo te quedaban dos meses y medio. Y por faltar al trato de volver te quito quince más.

- No es malditamente justo.

- Por maldecir diez días menos. –lo miró con evidente furia y él sonrió complacido. –Por querer huir de la boda veinte menos.

- ¡Azzam te lo dijo!

- No, no me lo dijo. Pero uno de mis hombres sí ¿creías que te iba dejar andar sola como si nada en Palacio? Ya tenías aparte de tu sombra alguien asignado por mí para resguardarte.

- Para espiarme querrás decir. –se revolvió en sus brazos y esta vez la apretó contra sí.

- Me guardaba ese as para cuando lo necesitara. –sonrió ladino.

- Aun queda un mes.

- Un mes menos por atreverte a bañarte en el mar, eso no lo hace una mujer, no una mía.

- ¡Nadie me vio!

- ¿Te recuerdo lo que pasó la ultima vez que decidiste darte un baño?

- ¡Acabé condenada de por vida! –le gritó furiosa.

- Y doy gracias por ello todos los días.

- Eres un maldito mentiroso.

- Si sigues maldiciendo me obligare a cobrar mi apuesta ganada en esa tienda que armaron. –ella calló pero lo vio con odio. En la tienda ya no había nadie por supuesto.

- Buena suerte intentándolo.

- Oh, la tendré. Te lo aseguro. Ya no serás una esposa virgen.

- Quizás sea una viuda virgen.

Él solo rio en respuesta.

*****

- Ayúdame a escapar de esto. –pidió a Azima cuando se preparaban para volver. Viajarían de noche, en la comodidad de helicópteros, de los cuales tenía muchos y no había permitido que ella usara ninguno por supuesto. Había ido por ella a caballo para hacerla volver de la misma manera a modo de castigo también. Los caballos si serían llevados por tierra por algunos hombres. –Ha volteado todo a su favor.

- ¿Pediste ayuda para escapar a Azzam? -preguntó aun incrédula.

- Sí, pero no cuenta, no tiene porque contar.

- Ya estaban casados. Y a Azzam ¿Por qué?

- Era el que me quedaba a mano.

- Solo por eso podía haberte quitado los 3 meses de un plumazo. –Azima movió la cabeza irritada. -¿Por qué quieres escapar Habi? –dijo sentándose un momento y mirándola con detenimiento.

- ¿Como que por que? Pues por que... -buscó las palabras y no las halló.

- ¿Por que...?

- ¡Porque no es justo! –explotó.

- Deja de aferrarte a eso. Estas aquí por el resultado de tus locas acciones, las que haces sin pensar y odio ser la voz de la razón, de veras lo odio ¿Tan malo es acostarte con un guapo y ardiente Jeque? Prueba, no creo sea desagradable. Además el hombre parece loco por ti.

- No del buen modo.

- Tampoco del malo.

- ¿No vas ayudarme? ¿en serio?

- Prueba una vez y luego ya veremos, en base a lo que pase esa noche, a lo que sientas decidiremos.

- Pero si lo que no quiero es que pase nada. Significa mi derrota. La derrota de poder elegir, de mis derechos...

- Quizás no. No lo sabes.

- Salimos en cinco minutos. –les anunciaron.

- Vamos, no seas tan cabezota. La vida te dará muchas oportunidades de resarcir esto, no dudo seas un quebradero de cabeza para el resto de los días de Zaím.

- Cuenta con eso...

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