Capítulo veintiséis

El dolor es como un lamento que nunca se va. No importa cuán larga sea la noche ni cuánto intente dormir. No se puede escapar del cuerpo. Cada movimiento lo despierta, cada paso, cada cambio de posición, es como un puñetazo en la rodilla que me hace pensar en cuánto echo de menos el fútbol. El balón, el campo, la velocidad. Ahora me toca detenerme, sufrir.

Pero no puedo detenerme por completo. No es mi estilo. Hoy, como cada día, hay fisioterapia.

Me levanto de la cama y trato de caminar hacia la puerta. La rodilla cruje, y el dolor estalla. Respiro fuerte, agarro el picaporte, salgo. Mi cabeza está más pesada de lo habitual, es como si otro fardo se hubiera sumado al del cuerpo, y no sé si es el dolor o algo más. Es difícil de entender, a veces.

Hoy no quiero pensar demasiado en ello. No quiero pensar en lo que me está pasando. No quiero pensar en mí, en mi rodilla. Quiero concentrarme en otra cosa. En Soledad, por ejemplo.

Soledad es la chica con la que estoy saliendo, pero no sé decir si realmente es una "relación" o solo una manera de distraerme. A veces creo que ella lo entiende, que no está buscando nada serio de mí. Me gusta estar con ella, lo admito. Es bonita, inteligente, siempre ha sido amable, pero... hay algo que no encaja. Algo que falta. Tal vez es precisamente esa falta lo que me une a Nieves, pero lo guardo dentro de mí. No puedo decirlo en voz alta.

Me encuentro con la chica en el bar de siempre, justo fuera de la Ciutat Deportiva, antes de la fisioterapia. Su mirada es cálida, siempre sonriente, y a veces pienso que su sonrisa me hace sentir más tranquilo, que me distrae del dolor. Hablamos de todo, pero nunca hablamos realmente de nosotros. Hoy me hace una pregunta que no esperaba.

<<¿Cómo va la rodilla?>> pregunta, revolviendo el café sin mirarme a los ojos.

<<Me duele. Hoy está más duro de lo habitual>> Soledad asiente, pero no parece sorprendida. Me mira y luego sonríe. Pero es una de esas sonrisas que no llegan a los ojos. Tal vez ha entendido que no estoy completamente presente, que mi mente está en otro lado.

Ella está ahí, a mi lado, pero mi cuerpo y mi mente están en otro lugar. La mente siempre se pierde en la misma dirección: Nieves. La chica que no consigo olvidar. La chica con la que todo parecía tan natural, tan simple, pero que ahora parece tan lejana, como si fuera un recuerdo borroso. La distancia que nos separa es cada vez mayor, pero yo sigo pensando en ella, en cómo habría sido diferente si no se hubiera ido, si las cosas no se hubieran complicado tanto.

Nieves es un pensamiento fijo en mi mente, y me duele. No es justo, lo sé. Pero, ¿cómo hago para no pensar en ello? Ni siquiera sé qué siento por ella. Tal vez me gusta Soledad. Pero lo que siento por Nieves es algo diferente, algo que se me escapa. No sé qué es, pero me siento perdido cuando pienso en ello.

Mientras Soledad y yo terminamos el café, me viene una extraña sensación. Ya no puedo ignorar el dolor que sube de la rodilla. Y eso me hace sentir aún más frustrado. Porque no puedo concentrarme en nada sin que algo me recuerde a mi cuerpo. No puedo escapar de este dolor, de mi condición. La fisioterapia me espera, y con ella, la enésima batalla contra mi propio cuerpo.

Llegamos al estudio de fisioterapia. Soledad se detiene frente a la puerta, me sonríe y dice:

<<Te veo cansado. Trata de no exagerar hoy>>

Le respondo con una sonrisa que no puede esconder el cansancio:

<<Lo intentaré >> le digo. Pero por dentro sé que no lo conseguiré. Tengo que enfrentar el dolor, tengo que superarlo. Cada día es una lucha. La chica me saluda y sale, directa al estudio que comparte con su hermano y, justamente, con Nieves.

Cuando me he acomodado, entra el fisioterapeuta, Pablo Merino. Es un hombre delgado, con un rostro que transmite determinación. Ya me conoce bien. Nos hemos hecho casi amigos durante este tiempo, compartimos cada paso de esta larga rehabilitación. Lo miro a los ojos y enseguida me doy cuenta de que hay algo diferente en su mirada. No lo dice con palabras, pero me parece que está leyendo algo dentro de mí.

<<¿Listo para otro turno?>> me pregunta con un tono casi juguetón, tratando de aligerar el ambiente.

<<Siempre listo>> respondo, aunque por dentro solo quiero detenerme. Ya no puedo seguir haciéndome el de nada. El dolor es cada vez más insoportable, pero sé que no puedo rendirme. No puedo permitírmelo.

Me hace acomodarme en una camilla y empieza con los ejercicios de siempre. Cada movimiento es un calvario. A veces parece que la rodilla ya no quiere colaborar. Me observa, Pablo. Observa mis movimientos, mis expresiones. Inmediatamente se da cuenta de que algo no está bien.

<<Gavi, dime de verdad qué pasa. Te veo tenso>> Sospecho que ha entendido que hay algo más. Tal vez me está leyendo. Pienso en Nieves, en el dolor que siento cuando pienso en ella, y luego me acuerdo de Soledad. Pero las dos cosas no se mezclan. Las emociones no son simples.

No respondo de inmediato. Es difícil encontrar las palabras. Al final, cedo y dejo que las palabras salgan solas.

<<No sé si estoy listo para esto... para la rodilla. Y no sé si estoy listo para lo que siento por dentro. Soledad está aquí, pero... mi cabeza está en otro lugar. Pienso en Nieves. Y no sé qué hacer con estas emociones>>

Merino me observa en silencio durante un momento. No interrumpe. Me mira con atención, como si quisiera entenderlo todo. Finalmente, habla.

<<Gavi, he visto a muchos chicos en este trabajo. Y te digo una cosa: sé que solo hay una persona a la que realmente amas. Y esa persona no es Soledad. No es por falta de respeto hacia ella, pero está claro que tu corazón está en otro lugar. Lo que sientes por Nieves es algo más fuerte, algo que no puedes ignorar. Soledad es solo una distracción. Pero no es justo ni para ti, ni para ella. No te engañes, no te ilusiones>>

Sus palabras me golpean como un puñetazo. No puedo negar que tiene razón. En el fondo lo sé. Lo sé desde hace tiempo. Pero nunca había estado listo para afrontarlo. La verdad es difícil de aceptar. Soledad es una gran persona, es amable y me quiere, pero lo que siento por Nieves es más grande que todo.

Pablo me mira una última vez, luego asiente, como si hubiera hecho un diagnóstico, no solo de mi rodilla, sino también de mi alma.

<<Tienes que enfrentar lo que hay en tu corazón. Solo así podrás sanar de verdad>>

Me siento vacío, pero de alguna manera también más liviano. No sé qué me deparará el futuro, ni si podré arreglar las cosas con Nieves, pero hay algo seguro: ya no puedo ignorar lo que siento. Y no puedo seguir ocultándome detrás de un dolor que no es solo físico.

Me levanto, la rodilla aún dolorida, pero la mente más clara. O tal vez solo es la conciencia de que, al final, el dolor más grande no es el físico.

Es el del corazón.

El atardecer está tiñendo el cielo de un rojo intenso mientras camino lentamente hacia casa, la rodilla aún ardiendo, pero con una sensación diferente, casi como si el dolor físico hubiera pasado a ser un ruido de fondo en comparación con el torbellino de pensamientos que me llenan la cabeza. Las palabras de Pablo Merino siguen resonando en mi mente, atrapadas allí como un disco que no deja de girar: "La verdad siempre es mejor. No siempre es fácil, pero siempre es mejor."

La calle está desierta, solo algunos coches pasan de vez en cuando, y el sonido de mis pasos sobre el pavimento mojado por la lluvia de la tarde me acompaña. Siento que el mundo exterior está lejísimos, amortiguado, como si estuviera cruzando una neblina. Sin embargo, todo parece tan claro, tan vívido en mi mente. El pensamiento de Nieves es como un fuego que nunca se apaga, un fuego que me quema y que me pide ser alimentado. Soledad, en cambio, parece una llama más tenue, un reflejo distante, que me da calor pero no la misma intensidad, la misma pasión. Es como si fuera una alfombra suave sobre la que camino sin hacer mucho ruido, mientras que Nieves es la montaña que me desafía, que me hace correr, que me empuja a sentir.

Llego frente a la puerta de casa y, mientras pongo las llaves en la cerradura, mi teléfono vibra en el bolsillo de los pantalones. Miro la pantalla y veo el nombre de Montesinos que aparece en el display. Un suspiro pesado sube de mi pecho. No me siento listo para hablar con ella, no ahora, no después de lo que acabo de entender sobre mí mismo. Pero no puedo ignorarla. No es justo.

Me hago fuerza, respiro profundo y contesto.

<<Hola, Soledad>> Su voz, siempre amable y acogedora, llega clara al otro lado del teléfono. Hay una calma que me hace sentir su afecto, pero también un atisbo de preocupación que no puede esconder.

<<Hola, Pablo. ¿Cómo va la rodilla? ¿Te están haciendo bien los ejercicios?>>

Las palabras están llenas de una inquietud ligera, como si intentara mantener la normalidad, pero algo en el tono me hace entender que también ella siente que hay algo que no va bien.

<<Eh... más o menos, sigue doliendo. Pero es normal, es solo cuestión de tiempo>> respondo, tratando de no dejar que se note cuánto me siento distante, cuánto mi mente está en otro lugar.

<<Lo siento tanto>> dice, con una dulzura que casi me hace sentir culpable <<Si quieres hablar o distraerte, estoy aquí>>

Su disposición me duele, me hace sentir como un traidor. Sé que Soledad se preocupa por mí, lo sé, pero en este momento no puedo dejar de pensar en lo que me dijo Pablo: no puedo esconderme tras su amabilidad. No puedo seguir fingiendo que todo está bien, cuando dentro de mí hay un grito que quiere ser escuchado.

<<Sole... ¿podemos hablar? Pero no aquí, no ahora>> digo, las palabras salen de mis labios como una confesión no planeada. Siento que necesito espacio para respirar, para entender, pero sé que no puedo hacerlo solo.

Hay un silencio al otro lado del teléfono, y un segundo después, escucho su voz, más cautelosa.

<<Claro, ¿dónde quieres que nos veamos? Quiero decirte algo yo también>>

<<Está bien, nos vemos en la cafetería cerca del parque>> digo, mientras entro en casa. La puerta se cierra detrás de mí con un ruido seco, que me hace pensar en la separación, en un paso hacia un enfrentamiento que no sé si estoy listo para afrontar.

Mientras guardo el teléfono en el bolsillo, la casa me parece más grande, más vacía. No es que no me guste vivir solo, pero en este momento, todo parece pesado, todo parece amplificado. Las luces del salón están encendidas, pero hay una oscuridad que me invade, que va más allá de la simple noche que se desliza hacia la oscuridad. Me miro en el espejo, tratando de entender qué hay detrás de mi mirada. Un chico herido, inseguro, confundido. Ya no estoy seguro de lo que quiero, pero estoy seguro de una cosa: no puedo seguir ocultando lo que siento.

Me siento en el sofá, trato de relajarme, pero mi mente sigue corriendo. La verdad es que nunca he sido bueno gestionando las emociones. En el campo soy seguro de mí, me siento invencible, pero fuera del campo, fuera de ese mundo en el que mi cuerpo es todo, todo parece más complicado. Las emociones nunca son lineales. Se entrelazan, se mezclan, te sorprenden, te confunden. Y yo estoy aquí, frente a la verdad que he intentado evitar por demasiado tiempo: amo a Nieves, pero no puedo negar lo que hay con Soledad. No es amor, pero es algo diferente, algo importante. No quiero herirla, pero no puedo seguir haciendo como si no hubiera otra parte de mí, esa que necesita sentirse vivo, de experimentar la pasión que solo la más pequeña de la familia González López logra despertar.

Salgo de casa y me dirijo al parque. La noche ya ha caído y las luces titilan a lo largo del paseo. Mi corazón late más fuerte de lo habitual, como si cada paso me acercara más a una verdad que tengo miedo de enfrentar. La chica ya está allí cuando llego, sentada en una mesa cerca de la ventana. La veo a través del cristal, el rostro apenas iluminado por la luz de la cafetería. Se levanta en cuanto me ve entrar, la sonrisa se apaga cuando ve mi expresión seria.

<<Hola>> dice, intentando ocultar su ansiedad tras una sonrisa. Pero yo la veo, la percibo. Soledad no es tonta <<Hola>> respondo, sentándome frente a ella.

<<Soledad, hay algo de lo que tenemos que hablar>>

Su mirada se vuelve más atenta. Ella es una chica fuerte, pero también tiene sus fragilidades, y sé que hoy soy yo la causa de esas fragilidades. Pero tengo que decirle la verdad, ya no puedo seguir ocultándomela.

<<Soledad>> continúo <<tú eres una persona increíble. Me haces sentir bien, me haces reír... pero no es suficiente. Nunca lo fue. Y no es justo seguir contigo, si dentro de mí hay otra persona en la que no dejo de pensar>>

El silencio cae entre nosotros. Soledad no dice nada de inmediato, pero su mirada se profundiza, como si intentara leer dentro de mí. Luego, finalmente, suspira, y sus palabras salen lentamente, medidas.

<<¿Sabes por qué, después de la lesión, comencé a pasar tiempo contigo? Porque quería hacerle sufrir. La perfecta Nieves González López, la hermanita de Pedri, amada por todo el Barcelona y muy buena en su trabajo. Cuando la vi por primera vez me parecía invencible. Luego, con el tiempo, descubrí que tenía una debilidad: tú.>>

<<Pensé bien en mezclarme entre la multitud, en la fiesta a la que fuiste con Fati y los demás cuando todo comenzó. Tomé fotos y luego las vendí. Estaba segura de que le pedirías ayuda a ella y, de hecho, no me equivoqué. Ella me considera su amiga desde hace años, sé que se encariña con mucha facilidad con las personas. Y así fue. Nieves, como una tonta, se enamoró de ti y, cuando tú le rompiste el corazón rompiendo el acuerdo, yo intervení.>>

¿Mi princesa ha sufrido por mi culpa?

<<Verla todos los días llegar al trabajo, con la carita triste y decaída, fue una satisfacción sin igual.>> Se levanta, como si nada. <<Bien. Ahora que sabes todo, puedo irme. Ah, se me olvidaba: no te molestes en denunciarme. Sin pruebas concretas no podrás hacer nada. Adiós, Gavi.>>

¿En qué lío me he metido ahora?

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