Capítulo trece

Las vacaciones finalmente han llegado, y no puedo estar más feliz de regresar a casa. Después de meses en Barcelona, entre trabajo y entrenamientos, nada puede igualar la emoción de abrazar a mi familia y regresar al calor de Tegueste.

Es como si cada rincón del pueblo, cada calle y cada rostro familiar me recibieran con ese calor que solo mi pueblo puede ofrecer. Pero esta vez no es una visita breve o una de esas apariciones fugaces que me doy en alguna festividad; no, esta vez me quedaría unas semanas, y tengo todas las intenciones de disfrutar cada momento.

El restaurante de mis padres es un punto de encuentro central, no solo para nuestra familia, sino para toda la comunidad. Apenas llego, antes siquiera de dejar las maletas, ya estoy detrás de la barra con el delantal puesto, lista para ayudar. Mis padres han trabajado mucho, y cada año el local parece atraer más clientes, gracias también a la cocina de mamá, que mejora con cada plato que prepara.

Mi madre Rosy, siempre impecable, y mi padre Fernando, gestionan a los clientes con su sonrisa amable, mientras Fer, mi hermano mayor, ha asumido el rol de brazo derecho de la familia: él es el verdadero alma organizativa.

Y luego está Pedri, que, obviamente, tenía un papel un poco más "espontáneo". Se presenta de sorpresa en el restaurante, ayuda cuando puede, no en la cocina, porque no queremos envenenar a los clientes, y luego desaparece otra vez.

Si no lo encuentras detrás de la barra con nosotros, es probable que lo veas rodeado de un grupo de niños en el campo de fútbol detrás del restaurante, dando algún consejo sobre la posición o enseñando el regate perfecto. Para él, aunque estemos de vacaciones, nunca hay una verdadera pausa del fútbol.

Me doy cuenta de cuánto extrañaba a mi familia, sobre todo en las pequeñas cosas: desayunar juntos, escuchar a papá hablar en voz alta de los nuevos platos, bromear con Fer y cazar a Pedri, que a veces se presenta solo para tomar una bebida y luego escapar de nuevo. En esos días, parecemos vivir en una burbuja de tranquilidad, entre el aroma de la cocina y la brisa que entra por la ventana, trayendo el olor salado del mar.

Un día, mientras llevo un plato a una mesa, mi madre me hace un gesto desde la barra, con esa expresión que me resulta tan familiar: tiene una propuesta en mente, y probablemente ya ha decidido que sería una buena idea.

<<¿Qué tal si invitas a algunos de tus amigos? Después de todo, las vacaciones son más bonitas en compañía>> dijo, y mi padre asintió de inmediato, siempre dispuesto a apoyarla.
Miro a Pedro, y él se encoge de hombros, sonriendo. La verdad es que ambos ya habíamos pensado en invitar a alguien, pero ninguno de los dos había dado el primer paso. Yo, por mi parte, no veía la hora de tener a mis amigas cerca; extrañaba esas risas que solo Mencia y Ester sabían darme, y sabía que, con ellas a mi lado, Tegueste tendría un sabor completamente diferente. Mi hermano, en cambio, propuso inmediatamente a Ferran y Gavi, y no pude evitar reírme, imaginando el bullicio que traerían.

<<Está bien, invito a Mencia y Ester>> dije finalmente, casi como si hablara para mí misma, con una gran sonrisa. No pasó ni una hora, y ya teníamos todo organizado. Entre mensajes y llamadas, teníamos un plan: las chicas llegarían al día siguiente, mientras que los chicos nos alcanzarían directamente en la playa, ya que su vuelo aterrizaba más tarde que el de mis amigas.

Al día siguiente, con el entusiasmo por las nubes, vamos a recogerlas al aeropuerto. Cuando vi a Mencia y Ester salir por la puerta, sus expresiones llenaron mi corazón de alegría. La pelirroja, como siempre, parecía perfecta y desenfadada, mientras que la rubia tenía una expresión que mezclaba curiosidad y sorpresa. Nos abrazamos, riendo como si no nos viéramos desde años, y en pocos minutos parecía que nunca nos habíamos separado.

Ya en el trayecto hacia casa, las chicas no paraban de admirar el paisaje. Tegueste es un lugar pequeño, pero es de esos sitios que conquista con su simplicidad y belleza genuina. Al llegar al restaurante, las llevo a saludar a mis padres. Mencia, siempre tan extrovertida, comenzó a hablar con mi madre sobre cocina, diciendo que le gustaría aprender alguna receta canaria. Ester, por su parte, se quedó al lado de Pedri, que trataba de hacerla sentir cómoda, a pesar de la timidez crónica de mi amiga.
Más tarde, nos dirigimos todos hacia la playa. Pedro y yo habíamos llevado algunos balones y bebidas, y pronto Ferran y Gavi se unieron a nosotros.

El grupo, que ya era numeroso, se animó rápidamente: entre risas y bromas, parecía que nos conocíamos de toda la vida. Después de un rato, mientras estábamos tendidos en la arena tomando el sol, Ferran sugirió jugar al fútbol. Obviamente, no hizo falta convencer a ninguno de los chicos: mi hermano y mi supuesto novio se miraron y, con el balón en mano, corrieron enseguida a decidir dónde estarían las porterías.

Mencia y Ester, en cambio, se miraron indecisas. No es que fuéramos unas expertas en este deporte <<No os preocupéis>> nos animó el valenciano, sonriendo como siempre <<es solo para divertirnos>>

Después de algo de insistencia, las tres nos dejamos convencer, y poco después estábamos todas en el campo. El partido comenzó entre risas y burlas, con los chicos haciendo malabares, regateando a todos como si fuera la final de la Champions. Nosotras, en cambio, hacíamos lo que podíamos para no parecer completamente desorientadas. Sin embargo, después de un rato, noté que Mencia estaba logrando mantener el ritmo con Gavi, moviéndose con agilidad y anticipando sus movimientos.

Ferran también notó su habilidad y le preguntó, curioso <<¿De dónde sale esta técnica?>> Mencia respondió con indiferencia <<Es gracias a Mason>> dijo, sonriendo <<mi novio. Me ha enseñado algunos trucos>> ¡Vaya! No me esperaba que revelara su relación con mi amigo con tanta tranquilidad.

A esa revelación, hubo un coro de silbidos y bromas. Los chicos comenzaron a burlarse, pero Mencia, con su típica calma, logró callarlos con un par de movimientos decididos, demostrando que sabía lo que hacía. Yo tampoco pude evitar admirarla.

Ella y el inglés no llevan mucho tiempo juntos, pero, siendo ambos mis amigos cercanos, noté enseguida el cambio positivo que esta relación había traído en ellos. Están mucho más felices. Se entienden, se apoyan, y, por supuesto, no faltan las bromas, pero eso es lo que hace que una relación sea bonita.

Me gustaría experimentar también todas esas emociones. Instintivamente, ante este pensamiento, mi mirada busca la de Pablo, descubriendo que él ya me está mirando. Avergonzada, giro la cabeza hacia otro lado. Menos mal que puedo disimular el rubor en mi rostro como efecto del calor.

Los partidos se suceden hasta que estamos todos agotados. Nos tiramos en la arena, riendo y hablando sin parar. Las risas resuenan por encima del ruido de las olas, y la sensación de ligereza es casi palpable. Miro a mis amigos, a mi hermano, y siento que este es el verdadero espíritu de las vacaciones: estar juntos, olvidarse de las preocupaciones y vivir el momento.

En un momento, el calor se vuelve tan insoportable que nos obliga a tirarnos al mar. O, al menos, eso hacemos todos, excepto el sevillano, que está quieto en un lugar donde el agua le llega apenas por encima de las rodillas <<Chicos, ¡el agua está helada!>> se queja <<¡Tírate! ¡Si entras lentamente es peor!>> lo anima Pedri.

Viendo cómo Pablo sigue sin querer entrar, se me ocurre una idea: estando atenta a no ser vista por el interesado, me coloco detrás de él y, como suelo hacer con mis hermanos, me agarro a él como un koala.
Como era de esperar, pierde el equilibrio, haciendo que ambos caigamos al agua. Al salir, noto cómo ha puesto el típico morro de Gavi, lo que provoca que todos estallen en carcajadas.

Por la noche, regresamos a casa empapados y necesitados de una ducha. Por turnos, conseguimos ponernos presentables. Afortunadamente, habíamos decidido no salir por el cansancio. Todas esas horas bajo el sol abrasador habrían agotado a cualquiera.

Mamá y papá nos habían preparado una cena espectacular antes de regresar al restaurante. La mesa estaba llena de platos típicos: papas arrugadas, mojo picón, gofio y muchas otras delicias canarias, incluidas las infaltables croquetas de mamá Rosy.

Incluso Ester, que normalmente no es muy expresiva, parecía estar en el séptimo cielo, mientras probaba todo con entusiasmo. Gavi, con la boca llena de papas, seguía preguntando qué había en cada plato, y al final admitió que nunca había comido tan bien.

Decidimos cerrar la noche de manera especial, acomodándonos en el salón para ver una película. Para no discutir, decidimos dejarlo al destino: cada uno propuso un título y escribimos las opciones en uno de esos sitios para la elección aleatoria. La rueda eligió Fast X, para felicidad de Ferran.

Durante la película, me llega un mensaje. Para no molestar al resto, bajo al mínimo la luminosidad de la pantalla del celular y reviso. Me sorprende ver que es de Ester. Y la cosa empeora al leer lo que me ha escrito:

Esti☀️: Agradécelos después😘

Adjunto, una foto que al parecer tomaron en la playa sin que nos diéramos cuenta: somos yo y Pablo, medio tumbados en el agua, uno encima del otro, después de que lo hice caer. Yo estoy riendo, y él me mira, con una chispa extraña en los ojos.

Sonrío inconscientemente, guardando la foto en la galería. No le hago daño a nadie si me la guardo como recuerdo, ¿verdad?

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