Capítulo doce

Mientras el Camp Nou se llena lentamente de aficionados, siento una vibración en los huesos que no depende solo de la emoción. Es algo diferente, una mezcla de ansiedad y tensión que no logro quitarme de encima. Este es un partido decisivo: si ganamos, la Liga es nuestra, y todos saben lo difícil que ha sido esta temporada.

Esa misma tensión la veo en el rostro de todos mis compañeros. Incluso Lewandowski, siempre calmado y controlado, parece más tenso de lo habitual mientras se ata las botas y revisa los últimos detalles antes de salir del túnel.

Miro a mi alrededor, observando los rostros de mis compañeros, y me doy cuenta de que Pedri también está inmerso en sus pensamientos. Tiene la cabeza agachada y fija intensamente en el suelo, como si estuviera intentando visualizar cada pase, cada movimiento que tendrá que hacer en el campo. Al final, este es el partido que todos esperábamos, el en el que no se puede cometer ningún error, donde cada tiro, cada entrada, cada decisión cuenta más que cualquier otra cosa.

Al salir del pasillo unos minutos antes del inicio del partido, no puedo dejar de mirar hacia el lado del campo donde ella se ha colocado. Está ajustando su cámara con esa concentración que me vuelve loco: Nieves González López. No sé exactamente cómo terminamos así, pero sé que cada vez que cruzo su mirada, siento como si estuviera en una montaña rusa de la que no quiero salir.

Y luego está Pedri, que cada vez me lanza miradas de advertencia. Su hermana, nuestra falsa relación... todo es tan absurdo, y sin embargo ahora estoy por jugar uno de los partidos más importantes de la temporada, y parece que mi único pensamiento es que Nieves me está mirando.

El pitido inicial me devuelve a la realidad. Las luces del Camp Nou brillan, iluminando el campo y a todos nosotros como si fuéramos parte de una escena teatral. El Athletic Bilbao comienza agresivo, como siempre. Son duros, decididos a contrarnos en cada zona del campo, y se mueven como una unidad compacta. En pocos minutos, me doy cuenta de que este partido no será nada fácil. Nos movemos con dificultad, incapaces de encontrar nuestro ritmo. Cada pase parece una lucha contra el tiempo, cada intento de ataque es bloqueado, sofocado antes de nacer.

Y entonces pasa: Nico Williams encuentra un hueco, una brecha en nuestra defensa, y aprovecha sin dudarlo. Balde intenta detenerlo, pero él lo dribla con una velocidad increíble. Lo veo avanzar, su movimiento es rápido y decidido, y en pocos segundos el balón está en la red. Es como un golpe seco, un puñetazo inesperado que nos deja sin aliento.

El público del Athletic estalla en un grito de alegría, y el silencio cae pesado sobre el Camp Nou. Siento la frustración crecer, mientras camino de vuelta hacia el centro del campo con la cabeza agachada. Debería pensar en la estrategia, en cómo reaccionar, pero mi mirada sigue buscando a Nieves. Ella está allí, siempre en su lugar, pero ahora su rostro parece un poco más tenso, más preocupado. Su expresión me reconforta, como si ella estuviera compartiendo conmigo esa decepción.

Me hace un pequeño gesto con la mano. Un movimiento simple, pero es todo lo que necesito para volver a correr. De alguna manera, siento que cada acción que hago en el campo es para ella, para intentar demostrarle que yo... ni siquiera sé qué estoy intentando demostrar.

Cuando el árbitro pita para la pausa, la atmósfera es tensa. No hemos jugado mal, pero el marcador nos recuerda que estamos perdiendo. Mientras camino hacia los vestuarios, busco a Nieves de nuevo con la mirada. Ella se acerca a nuestro pasillo para tomar una foto, y por un segundo nos cruzamos. Su mirada parece decirme algo, una mezcla de aliento y... ¿preocupación?

<<No nos vas a decepcionar, ¿verdad?>> parece decir su mirada. Mi cabeza está a punto de estallar. No es un pensamiento que debería tener antes de un partido tan importante, pero ella está allí, en mi campo visual, como una constante que me desestabiliza y me da fuerza al mismo tiempo.
Pedro viene a traerme de vuelta a la tierra <<Vamos, Pablo. No es el momento de dejarse llevar por pensamientos raros>> asiento, de acuerdo. Hacemos un ligero gesto en dirección a la chica, antes de dirigirnos al vestuario, abrazados como de costumbre.

En los vestuarios, el aire está saturado de tensión. Nadie habla, todos están concentrados en sus pensamientos, y el rostro de Xavi es una máscara de frustración. No grita, pero su voz es baja y cargada de una rabia contenida que sentimos todos en los huesos. <<Nos están aplastando>> dice, mirándonos uno por uno <<No podemos permitir que hagan su juego. Es como si estuviéramos congelados.>>

La atmósfera es pesada, casi sofocante, y sé que cada uno de mis compañeros está luchando contra el sentimiento de fracaso. Pedri tiene la mirada perdida en el vacío, como si intentara entender qué salió mal. Es joven, pero ya siente la responsabilidad de llevar al Barça a la victoria, y sé lo duras que son estas situaciones para él.

A mi lado, Lewandowski me pone una mano en el hombro. <<Es solo un gol>> dice bajo, casi en un susurro <<Podemos darle la vuelta. Solo tenemos que mantenernos concentrados>>. Él es el experto, el que ha visto de todo, y su tono me da un poco de esperanza. Si él cree que podemos hacerlo, entonces yo también debo creerlo.

El discurso de Xavi continúa, con estrategias, sugerencias, pequeños detalles tácticos. Cada palabra es como una pieza que encaja en nuestro plan, y está claro que no quiere rendirse, que ve en nosotros una posibilidad, aunque sea delgada. Cuando estamos listos para volver al campo, me giro hacia Pedri y le sonrío. Él me devuelve la sonrisa, y en esa sonrisa hay la misma determinación que siento ardiendo dentro de mí.

En la segunda parte, finalmente conseguimos encontrar nuestro ritmo. El aire parece más ligero, como si hubiéramos sacudido de encima ese peso que nos oprimía. Atacamos, presionamos, nos movemos con mayor soltura. El Athletic sigue defendiendo ferozmente, pero estamos listos para responder.

En el minuto 70, llega el giro que esperábamos. El balón llega a Lewandowski, y en ese instante todo parece ralentizarse. Lo veo hacer un regate, superar a un defensor, y sin dudarlo, dispara a puerta. Cuando la red se mueve, es como si todo el Camp Nou explotara en un rugido. El empate es nuestro, y el grito de alegría de los aficionados es ensordecedor. Me giro para celebrar, y, como siempre, mis ojos buscan a Nieves.

Ella está allí, con el objetivo apuntando hacia mí, y por primera vez esta noche sonríe de verdad. No es la sonrisa de fotógrafa profesional que a menudo muestra en sus fotos, sino una sonrisa espontánea, brillante, que la hace aún más hermosa. Por un momento, olvido todo lo demás. Solo estamos ella y yo, en un momento que parece pertenecernos solo a nosotros.

Pero el partido no ha terminado, y todos sabemos que el empate no es suficiente. Quedan veinte minutos, veinte minutos en los que cada segundo parece una lucha contra el tiempo. Cada entrada es una batalla, cada pase una prueba de resistencia.

En el minuto 88, sucede lo que todos esperábamos: Raphinha recibe el balón, hace un par de regates para desorientar al defensor y, con una precisión increíble, dispara hacia la puerta. El balón entra en la red, y en ese momento el Camp Nou estalla de júbilo. Estamos adelante. La victoria está cerca, a un paso.

Cuando el árbitro pita el final, siento que las piernas me ceden, pero es una sensación maravillosa. La tensión, el cansancio, el miedo, todo se disuelve en una única explosión de emociones. Me giro hacia Pedri y, sin necesidad de hablar, ambos sabemos lo que tenemos que hacer. Corremos hacia Nieves. Ella está incrédula, su rostro es una mezcla de alegría y sorpresa.

<<¡Ven con nosotros!>> le grito. <<¡No, esperen!>> grita sorprendida, cuando yo y su hermano la levantamos en el aire, dejándola pasar por encima de las barreras.
De nuevo con los pies firmemente plantados en el suelo, se pone a reír de pura euforia, mientras la arrastramos hacia el centro del campo. La gente nos mira, algunos sacan fotos, y no puedo dejar de reír. Nieves está entre nosotros, entre yo y su hermano, y por un momento no hay dudas, no hay preguntas ni falsedades. Solo estamos nosotros, unidos, felices.

Estamos en el corazón de la fiesta, con los compañeros abrazándonos y lanzándonos al aire. Nieves está junto a mí, sus ojos brillan de felicidad. La miro, sin palabras.

Corremos juntos, envueltos por los cánticos y la euforia de los aficionados. Nieves ríe, su sonrisa es contagiosa, un poco confundida, un poco incrédula. En ese momento me doy cuenta de lo hermosa que es, y de cómo cada una de sus expresiones parece tener el poder de capturar todo mi mundo. Me doy cuenta de que, en el fondo, desde hace tiempo, lo que empezó como un acuerdo de fachada se ha convertido en algo más.

Cuando finalmente nos detenemos, rodeados de compañeros que nos abrazan, Nieves me mira, aún con una sonrisa desarmante.
<<Somos campeones>> le digo, sin poder contener la emoción. Ella asiente, y en su mirada veo esa misma luz que debe estar en la mía.

<<¡Ves! ¡Deja a Gavi y ven a hacernos la foto!>> la canaria se da la vuelta y fulmina a su hermano Fer con la mirada. <<¡Ya voy, gilipollas!>> responde, antes de ser regañada por Rosy. <<¡Nieves!>> <<¡Perdón, mamá!>> me abraza una última vez, antes de dirigirse hacia su familia, que la espera para fotografiarse junto a la copa.

Después de ellos, decido unirme con mamá, papá y Aurora. Sin embargo, mi mirada siempre termina buscándola. Es como si fuera un imán.

Y en ese caos, entre los cánticos y los colores, entiendo que no es solo por la victoria, no es solo por esa Liga ganada con tanto esfuerzo. Es por ella, es por lo que hemos llegado a ser juntos, que finalmente siento que he llegado a casa.

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