Capítulo diez

Primer partido para asegurar el acceso de la selección española al próximo Campeonato de Europa, y me siento como si estuviera en otro planeta. Es el mismo sentimiento que tuve cuando llegué al primer equipo del Barça y en mi primera convocatoria con La Selección.
Lo peor de todo es que no sé por qué siento todo esto. Normalmente desaparecía en cuanto pisaba el campo, pero el partido está a punto de comenzar y sigo siendo un nervio, bien tenso.
Como es tradición, el primer himno que suena es el de la selección visitante. En nuestro caso, Noruega. En cuyo equipo juega Erling Haaland: el Gigante Bueno, considerado uno de los jugadores más fuertes de esta época.

Mi mirada se pierde repetidamente en las gradas, en los aficionados que han venido a animarnos y apoyarnos en las buenas y en las malas, buscando un apoyo. Un agarre a la realidad que calme las malas sensaciones que siento en mi cuerpo.

Y lo encuentro. O mejor dicho, la encuentro. En el espacio reservado para los familiares de los jugadores, sentada entre Sira y mi hermana, está Nieves. Sorprendentemente, está en conversación con mi familia y, conociendo a mi madre, espero que no me esté bombardeando de preguntas, como suele hacer.

«Gavi, amigo, ¿estás con nosotros o en otro sitio?» La voz de Ferran susurrando estas palabras me hace volver al presente. «Sí, estoy. Solo un poco de nervios pre-partido. Creo que es normal, ¿no?» intento parecer indiferente, y en efecto, mi compañero asiente.
Al terminar el primer himno, la Marcha Real suena en el estadio de Málaga. Tres cuartas partes de la gente dentro lo canta, nosotros jugadores, entrenadores y personal incluido, por supuesto.

Este es uno de los motivos por los que me encanta ser parte de la selección: tengo compañeros maravillosos que conocí como rivales y no; los mayores me tratan como si fuera su hijo, y me está bien porque tengo la oportunidad de aprender de los mejores futbolistas españoles; por último, los aficionados te apoyan sin importar tu club de origen.

O al menos eso es cierto para la mayoría de ellos. Algunos no son tan amables. Ahora bien, no debo pensar en eso. Este deporte es mi vida, y jamás me habría soñado llegar tan lejos a esta edad. Claro, lo esperaba, como cualquier niño que empieza a jugar al fútbol.

Estoy feliz. Sin embargo, ser alguien importante para el resto del mundo también conlleva varios inconvenientes: la gente sabe «todo» sobre ti, y se sienten con derecho a comentar y dar consejos sobre tu vida. Después de todo, por eso acabé con una falsa novia, ¿no? Porque alguien se metió en algo que hice por amabilidad y respeto hacia los demás. Es decir, lo que mis padres me enseñaron desde pequeño. A ojos de los demás, podría parecer violento, arrogante o lo que sea, pero jamás me soñaría desobedecer algo que mamá y papá se esforzaron en enseñarme.

«Amigo, te veo un poco perdido. ¿Te encuentras bien?» No me habría dado cuenta del final del himno si Pedri no me hubiera devuelto a este mundo. «Sí. Estaba pensando en el partido» miento, esperando que me crea. Asiente, mirándome, no muy convencido por mi respuesta. «Tranquilo, todo va a ir bien. Tenemos a nuestro amuleto arriba, ¿no?» El canario me guiña el ojo, señalando la tribuna reservada, donde antes vi a Nieves hablando con mi madre. «Sí. Tienes razón. ¡Vamos a mostrarle a estos vikingos de qué pasta estamos hechos los españoles!» «¡Eso es hablar!» Vamos.

El mister nos da las últimas indicaciones y luego, cada uno en su posición en el campo, esperamos el pitido inicial del árbitro, que no tarda en llegar.

¿Y qué decir del partido? Sin duda, fue largo y agotador: los noruegos tienen una defensa muy buena, difícil de superar, y por eso, al terminar el primer tiempo, todavía estábamos empatados 0-0. Además, cada vez que el balón llegaba a los pies de Haaland cerca de nuestra portería, defendida correctamente por Unai Simón, creo que los aficionados contenían la respiración. Por suerte, Aymeric siempre está listo para pararlo, conociéndolo bien de compañeros en el Manchester City. El segundo tiempo, a diferencia del primero, fue más afortunado para nosotros: seguimos presionando su defensa y, al final, eso nos dio la recompensa esperada, ya que después de algo de confusión en el área, logré meter el balón en la red al minuto 73.

De inmediato miro al mister De La Fuente en la banca, para ver si lo que acaba de pasar se consideró válido, o si había algún jugador en fuera de juego. Pero la banca está celebrando: el entrenador, los chicos que no son titulares, todo el estadio, todos están haciendo ruido por mi gol. Cruzo la mirada con mi madre, mi padre, mi hermana, Nieves de pie en la tribuna. Luego miro a Pedri que me está abrazando desde hace rato y, finalmente, me relajo, gritando feliz junto a mis compañeros.

Los últimos minutos del partido no fueron tan emocionantes y, aunque feliz de haber contribuido a la victoria de La Selección, me alegra que el partido haya terminado: tengo una fatiga que me podría matar. ¡Y aún me quedan fotos, fans e entrevistas!

Pocos minutos después del pitido final del árbitro, el campo de La Rosaleda de Málaga se llena de periodistas, algunos aficionados y los familiares de nosotros, los jugadores españoles. Aurora corre hacia mí, abrazándome de inmediato en cuanto está a mi alcance. «¡Grande, mi hermanito! ¡Qué golazo!» Mamá y papá se acercan caminando tranquilos, mientras noto que Nieves está junto a Pedri, con su familia. Papá se da cuenta de adónde voy con la mirada. «Te has elegido bien, hijo. Esa chica es un tesoro.» «¡Imagínate que ella y Rosy me compartieron unas recetas que no veo la hora de probar!» sonrió, porque es algo tan típico de Nieves González López que me hace calentar el corazón.

Mi momento familiar se interrumpe solo cuando me llaman para hacer algunas entrevistas. Siempre tengo un poco de ansiedad cuando me encuentro frente a las cámaras, asustado de que pueda decir algo mal. ¡Revelar accidentalmente algo que no debía, quizás sin darme cuenta, lo que sería aún peor! Sin embargo, a pesar de toda mi ansiedad, la entrevista va genial: el periodista se limita a hacerme preguntas sobre el partido que acabamos de jugar, sin tratar de insinuar nada fuera de eso. Uno de los mejores periodistas con los que me he encontrado en estos pocos años de carrera con el Barça y la selección.

Volviendo a centrar mi atención en el campo, al terminar mis deberes, me acerco rápidamente a Pedro, quien observa, casi sin parpadear, un punto fijo, no muy lejos de donde estamos nosotros. Siguiendo su mirada, descubro la causa de su mal humor: su hermana está abrazando tranquilamente a Erling Haaland, acompañada por Aymeric Laporte.

«¿Se conocen?» le pregunto a mi mejor amigo, sin saber de este detalle. «Creo que Foden los presentó, en una de las últimas visitas de Nieves a Manchester. No pensaba que estuvieran tan en sintonía.» Miro al canario, luego me concentro nuevamente en la escena frente a nuestros ojos, buscando algo raro en esa interacción, tal vez lo que está alterando a Pedri. Pero yo solo veo a la misma Nieves de siempre. Se comporta igual con los chicos del Barça con los que tiene más sintonía, lo hace así con Mason, con Mencia y con Ester. No veo nada raro.

De todas maneras, mi atención se dirige rápidamente a otro detalle, no exactamente insignificante, que no había notado antes: la camiseta de la selección que lleva mi falsa novia no tiene el número 26 de su hermano en la espalda. ¡Tiene mi número, el 9! ¡Y encima dice Gavi sobre el número! ¿Cómo no me di cuenta antes? ¿Por qué mis padres, mi hermana o los demás no me dijeron nada? Bueno, pensándolo bien, tal vez no lo hicieron porque piensan que Nieves es mi novia, y es normal que las novias de los futbolistas lleven sus camisetas durante los partidos.

Pensando en eso, un sentimiento extraño me calienta el pecho y, al verla reír y hablar sin parar con los dos jugadores del Manchester City, no puedo evitar sonreír.

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