𝒔𝒆𝒗𝒆𝒏
( ☆. 𝐶𝐻𝐴𝑃𝑇𝐸𝑅 𝑆𝐸𝑉𝐸𝑁 )
𝚕𝚘𝚜 𝚛𝚞𝚖𝚘𝚛𝚎𝚜 𝚛𝚘𝚗𝚍𝚊𝚗 𝚙𝚘𝚛 𝚎𝚕 𝚌𝚊𝚜𝚝𝚒𝚕𝚕𝚘.
Escobas, cazadores, quaffles, partidos, campeonatos y volar fueron las palabras que Alaska no dejo de escuchar durante todo el fin de semana, el anuncio de las clases de vuelo de verdad había hecho volar las expectativas de todos los estudiantes de primer año. Durante los días siguientes, sobre todo durante el fin de semana, Quidditch era el único tema del que hablaban y los estudiantes comentaban sus distintas experiencias volando escobas o los partidos improvisados que hacían con sus hermanos, primos o familiares que venían de visita. Alaska normalmente se excluía de aquellas charlas.
No haber crecido en una familia de magos le estaba trayendo más inconvenientes de los que pudo haber imaginado, incluso allí, en el que debía ser su mundo, sentia que no encajaba. Por un momento la idea de pedirle ayuda a Draco para que le enseñara lo básico de volar en una escoba le había cruzado la mente, pero desistió rápidamente de la idea luego de escucharlo alardear de sus destrezas, creyendo que podría burlarse de ella por no saber nada al respecto.
—No estés ansiosa —Le decía Daphne la mañana del martes, mientras se preparaban para ir a desayunar—. Muchos de primer año nunca han montado en una escoba, no serás la única. ¡Ann nunca lo ha hecho! —Le dijo como ejemplo, señalando a la castaña que estaba sentada al borde de su cama leyendo un libro sobre oráculos.
—No lo he hecho porque el Quidditch no es una práctica de mi interes. Atrapar y lanzar una pelota cubierta de sudor no es el mejor pasatiempo, hay mejores. —Se excusó la chica pasando lentamente una de las hojas del libro.
—¡No le hagas caso, estoy segura que lo harás muy bien! —Siguió diciendo Daphne con entusiasmo.
Alaska no creía en sus palabras. El hecho era que no temía hacerlo mal, nadie es bueno en algo que nunca ha practicado con anterioridad y ella lo tenía claro, si le dedicaba tiempo y concentración estaba segura de que podría aprender y ser buena, lo que realmente temía era hacer el ridículo frente a todos los estudiantes de Slytherin, quienes tenían la tendencia de juzgar todo lo que uno hiciera mal y burlarse por ello. Y Alaska no quería ser rechazada.
Aún con preocupaciones e inseguridades invadiendo su mente, Alaska sigue a sus dos amigas por los pasillos del Castillo dirigiéndose al Gran Comedor para desayunar, la rubia estaba tan concentrada en sus propios asuntos que no se dio cuenta del extraño comportamiento que los alumnos estaban teniendo a su alrededor. Desde chicos que detenían sus conversaciones para observarla, hasta otros que al momento de fijarse en su presencia preferían cambiar de pasillo y alejarse de ella.
El punto crítico de la situación llegó al entrar al Gran Comedor. Desde las afueras podían escuchar el eco de cientos de voces charlando antes de comenzar las clases de aquel día, pero cuando Ann empuja una de las pesadas puertas y entraron al lugar se instaló un sepulcral silencio. Alaska levantó la mirada y sintió que todos estaban observandola a ella, con expresiones de molestia e incluso temor.
—¿Qué está pasando? —Le murmuró Daphne a las dos chicas, pues se habían detenido en la entrada ante la extraña situación—. ¿Tengo algo en mi rostro? ¿O tal vez...?
—No te están mirando a ti, la están mirando a ella. —Respondió Ann, también dirigiendo su mirada hacia Alaska.
—Eso es ridículo —Comentó Alaska soltando un bufido—. ¿Acaso no tienen nada mejor que hacer?
Intentando ignorar aquellas insistentes miradas, siguió su camino hacia la mesa de Slytherin, pero aquel pequeño trabajo se le dificultó cuando los estudiantes comenzaron a murmurar entre ellos a medida que pasaba por su lado.
—¿Por qué están haciendo tanto alboroto? —Preguntó Daphne al sentarse junto al resto de sus compañeros—. ¿Hiciste algo sin decirnos? ¿Tal vez fuiste al tercer piso? El director dijo que...
—No he hecho nada —Se defendió Alaska—. Esta semana he estado preparando las clases las cuales me están costando más de lo normal.
—No creo que eso sea del todo cierto. —Les comentó Tracey Davis a su lado, entregándole una copia del diario El Profeta a Daphne y Ann.
Las dos chicas leyeron el títular y su sorpresa fue evidente, continuaron con la lectura del artículo dejando a Alaska impaciente por saber que sucedía.
—¡Denme eso! —Se quejó quitándoles el diario, pues demoraban mucho en terminar su lectura.
Rumores que se vuelven hechos: La heredera de Quién-No-Debe-Ser-Nombrado es más real que nunca.
Luego de la caída del Innombrable, nada volvió a ser como antes, tragedias y muertes que el mundo mágico nunca olvidará marcaron esta oscura época. El temor no abandonó pronto los hogares de magos y brujas, pues los rumores seguían pasando de boca en boca, sin dejar tranquilos a la comunidad mágica.
Uno de los más populares y que persistió en el tiempo, fue la idea de un posible heredero que continuaría con los ideales y propósitos de este mago tenebroso cuando tuviera la edad suficiente. Durante los últimos años múltiples expertos han hablado del tema y tachandolo de imposible, pero se equivocaron.
El hecho ocurrió hace un par de días atrás en el famoso Caldero Chorreante, conocido por ser la única entrada al Callejón Diagon. El dueño de ese visitado lugar, Tom, valientemente a enfrentado una difícil situación y nos ha contactado de inmediato, de esta manera aquí en El Profeta somos los primeros en confirmar la existencia de la Heredera de Quien-No-Debe-Ser-Nombrado, que con once años de edad a comenzado su primer curso en el colegio Hogwarts de Magia y Hechicería y nuestras fuentes nos informan, para sorpresa de pocos, que ha sido seleccionada para la casa de Slytherin.
Gracias a la inmediata acción de Tom, nuestro informante pudo seguir a esta chica y obtener algunas fotos de ella, que han sida adjuntadas en este artículo para que todos nuestros lectores puedan mantenerse alertas ante sus movimientos, pues hasta el momento, sus intenciones en el mundo mágico no son claras.
Alaska terminó de leer el artículo y observó un par de fotos que la mostraban a ella en las afueras del Orfanato, unos días después de visitar el Callejón Diagon, y al pie de las imágenes decía: La heredera de Quién-No-Debe-Ser-Nombrado, Alaska Ryddle. La rubia bufó con molestia, dejando el periódico a un lado.
—¡Esto es absurdo, ni siquiera nombran las razones por las que creen que soy la heredera de Voldemort!
—¡No digas su nombre! —Le advirtió Daphne, mirando a su alrededor de manera alarmada—. Aún así, en la tercera página donde hay una breve entrevista con el dueño del bar, comenta que llamasta a Quién-Tu Sabes cómo... —La chica no se atrevió a decirlo por lo que lo escribió en una esquina del diario.
“Señor Tenebroso”.
—Sigo sin entender porque eso es una razón válida para creer tales rumores.
—Sólo sus seguidores leales lo llamaban de esa forma. —Le explicaba Daphne.
—Yo ni siquiera sabía que sólo sus seguidores lo llamaban de esa manera, no es culpa mía, aún tengo mucho que aprender. —Se defendió.
—¿Y dónde escuchaste ese apodo? —Le preguntó Ann con una ceja enarcada.
Las palabras se atoraron en su garganta y desvío su mirada hacia el profesor Snape, quien estaba desayunando tranquilamente en la mesa de profesores, una mueca apareció en su rostro al formarse una extraña interrogante en su mente, supuso que lo mejor era no decir nada al respecto.
—No tiene importancia —Dijo Alaska—. Ese artículo no es cierto, son sólo estúpidos rumores sin base, no crean en ellos.
—¿Cómo estas tan segura que no estás relacionada con él? —Le preguntó Tracey, entrometiendose en su conversación—. He escuchado que eres huérfana, nunca conociste a tus padres. Por lo que sabemos, si puede ser posible.
—¡No, no lo es! —Insistió Alaska comenzando a molestarse—. No conocí a mis padres pero sé algo de mi familia paterna, eran muggles por completo.
—De todos modos...
Alaska se quejó en voz alta, y sin siquiera desayunar, se colgó el bolso al hombro y se levantó de la mesa de Slytherin, dirigiéndose al aula de su primera clase.
La situación sólo empeoró con los minutos y parecía que al término del desayuno ya todo Hogwarts estaba al tanto del rumor que había sido publicado en El Profeta y todos lo habían creído, como si los medios de comunicación como el periódico fueran fuentes completamente confiables.
Durante su primera clase que era Historia de la Magia, Alaska tuvo que tolerar las miradas de reojo que le dirigían sus compañeros de clases y murmullos que evidentemente hablaban de ella, como si ella no fuera capaz de escucharlos.
—... conducta del hombre lobo fue desarrolladl en 1637, era un conjunto de reglas que describen las responsabilidades de los hombres lobo, pero como era de esperar, fue un fracaso, ya que nadie se presentó a firmarlo porque nadie estaba preparado para entrar en el ministerio y admitir que era un hombre lobo, un gran estigma entre la sociedad mágica...
Un par de golpes interrumpieron el monótono discurso del profesor Binsn, el cuál nadie escuchaba, y el profesor Snape apareció en el umbral de la puerta con su característica expresión neutral.
—Profesor Binns, si me lo permite, necesito que la alumna Alaska Ryddle me acompañe a mi oficina.
Como si no fuera suficiente la atención que ya estaba recibiendo, sin pudor alguno, ahora todos los estudiantes en el aula se voltearon casi al mismo tiempo para observarla. El profesor pasó una mirada desinteresada sobre la chica y dijo:
—Si, por supuesto, señorita Ryder acompañe al profesor Snape... —Y volvió a recitar su discurso sobre los hombres lobos.
—La van a expulsar, esta más que claro.
—¿Eso crees?
—¿Y si decide vengarse con nosotros?
Los estudiantes no tardaron en murmurar nuevas cosas mientras Alaska guardaba sus libros en el bolso y pensaba que tener como apellido Ryder sería una mejor opción, así tal vez nadie sospecharia de ella. O tal vez ser otra persona, si esa era una mejor idea.
En completo silencio la chica siguió al profesor de Pociones hasta las frías mazmorras. Siendo su primera vez en el despacho de Snape, el aspecto no le sorprendió en lo absoluto, era tal y como se lo había imaginado. Se encontraban en una habitación lúgubre y poco iluminada y las paredes oscuras estaban llenas de estantes con grandes jarras de vidrio llenas de cosas viscosas y repugnantes.
El profesor se dirige hacia su escritorio, donde se sienta, y le alarga una copia de la edición de aquella mañana de El Profeta.
—Ya sé sobre el artículo, lo leí esta mañana —Le informo, sentándose en la silla vacía—. Son rumores absurdos, ¿no es así? —Preguntó la rubia, más que nada para afirmar su pensamiento.
Snape sabía cuál era la verdad, examinó los movimientos de Alaska y respondió; sin ningún signo que indicará que estuviera ocultando algo.
—Sólo son rumores sin fundamento, ocasionales en el mundo mágico como una estrategia para que la comunidad no pierda el miedo y la alerta permanente.
—Lo sabía —Murmuró con cierto deje de molestia—. ¿Pero qué haré ahora? Todo la escuela cree que esos rumores son ciertos, y no tengo pruebas para demostrar lo contrario.
—Yo me encargaré de esto, hablaré con el director Dumbledore y veremos que hacer al respecto.
—Es lo mínimo que debes hacer —Le reclamó Alaska—. En un principio, todo esto es culpa suya por llamarlo de aquella forma, Señor Tenebroso... ¿Por qué no cuido de sus palabras? Debe tener más cuidado con lo que dice de ahora en adelante.
Severus observó a Alaska con una ceja enarcada, asombrado por la insolencia que le estaba mostrando.
—De todas formas, Daphne Greengrass me explicó que sólo sus seguidores leales lo llamaban de esa forma —Comentó—. ¿Eso significa que usted era uno de ellos? ¿Uno de sus seguidores?
—Cómo usted dijo, de ahora en adelante tendré cuidado con lo que sale de mi boca —Dijo Snape dando por terminada la conversación—. Ya puede retirarse.
Alaska frunció los labios al no obtener la respuesta que esperaba, dirigiéndole una última mirada al profesor volvió a colgarse el bolso al hombro y dejó el despacho.
El resto del día, y sobre todo el tiempo durante la cena, fue una tortura. Ya era un hecho que todos en Hogwarts habían escuchado sobre los rumores y no había nadie que no estuviera hablando de aquello, murmurando al respecto. Y algunos estudiantes habían tomado la costumbre de alejarse cuando ella se encontraba cerca o dedicarle miradas de odio, como si ella tuviera la culpa de algo. Por supuesto existía una minoría que parecía admirarla, como si fuera un espécimen raro, aunque aquellos sólo eran estudiantes de Slytherin.
Luego de la incomoda cena Alaska se encontraba sentada en uno de los cuantos sofás de la sala común, terminando una redacción para historia de la Magia junto a Ann cuando un chico alto, con cabello castaño claro y ojos cafés se acercó a ella observándola con interés. La rubia suspiro con molestia.
—¿Necesitas algo? —Preguntó luego de quitar la mirada de sus pergaminos.
El chico se sorprendió y retrocedió unos pasos de manera inconsciente, como si no esperara que ella fuera a dirigirle la mirada.
—Tú eres Alaska Ryddle ¿no? —Preguntó apuntandola con su dedo índice.
—Creo que eso ya lo sabes. —Se limitó a responder la chica.
—Yo soy Terence Higgs, tercer año —Se presentó el castaño ofreciéndole su mano, la cual no estrecho.
—Genial. —Dijo Alaska, intentando volver a concentrarse en su deber.
—También soy el buscador del equipo de Quidditch. —Añadió.
Alaska estaba a punto de agregar un comentario sarcástico y decirle al chico que la dejara tranquila, pero luego de pensarlo por unos segundos creyó que él podría servirle de algo.
—¿Eres parte del equipo de Quidditch? Entonces vuelas bien, ¿no? —Interrogó, dejando sus cosas a un lado.
—Pues si, vuelo muy bien a decir verdad. —Dijo Terence viendose orgulloso por poder afirmar aquello.
—Dame consejos para volar bien —Solicitó Alaska—. El jueves tengo mi primera clase de vuelo y nunca me he subido a una escoba.
Terence le sonrío con altanería y sin pensarlo dos veces se sentó a su lado y comenzó a explicarle todo lo básico que debía saber sobre las escobas y cómo mantenerse en ella sin perder el equilibrio. Logrando así que Alaska dejara sus nervios por la clase a un lado y se sintiera mucho más segura al respecto, prometiendo agradecerle si le iba bien en la clase.
Pero a pesar de quitarse ese peso de encima, el nuevo trato que le daban los demás estudiantes no le hacía sentir bien. Alaska sabía muy bien que los rumores eran totalmente falsos, porque era imposible que ella fuera la heredera de un Mago Tenebroso, sin embargo, todos los comentarios que escuchaba la afectaban emocionalmente.
—¿Crees que estén a su lado por temor? Ya sabes... de qué les haga algo si dejan de ser sus amigas...
—No lo creo, son Slytherins después de todo.
—Es increíble, la heredera...
Reprimir sus ganas de lanzarle unos cuantos libros al grupo de alumnos que estaban murmurando en la mesa contigua de la biblioteca se le estaba haciendo dificil para Alaska, y es que no habían dejado de murmurar cosas similares desde que habían llegado al lugar.
—Estoy listo... —Escuchó decir a alguien con una fría voz que le erizo la piel.
—¿Por qué Madame Pince no los hace callar? —Se quejó Alaska en un murmuro.
—Listo para comenzar...
—¿Pueden cerrar la boca? —Espetó la rubia, volteandose hacia el grupo que había estado murmurando—. Ya me tienen harta.
—¡Señorita Ryddle, no levante la voz, estamos en una biblioteca! —La regaño Madame Pince.
—¡Pero si son ellos los que no cierran la boca! —Se quejó mientras el grupo volvía a murmurar entre sí.
—Señorita Ryddle. —Repitió la bibliotecaria, advirtiéndole así que dejara de hablar.
—Ellos no han hablado —Le murmuró Tracey Davis a su lado—. No han dicho nada hasta hace unos cuantos minutos, debiste escuchar mal.
—Pero yo los escuché. —Aseguró la rubia.
Con molestia tuvo que volver la vista al libro de Transformaciones que tenía abierto, probablemente la asignatura que más se le dificultaba.
—¿Sabes cómo te están llamando? —Volvió a murmurarle Tracey.
—No me interesa saber nada de lo que digan.
—Princesa de Slytherin, así es como muchos te están apodado, los estudiantes de Slytherin sobre todo. ¿No te parece genial?
—No, no me parece...
—He esperado tanto tiempo...
Aquella fría voz volvió a hacerse presente y puso de puntas cada cabello en su cuerpo, pero parecía que nadie más la había escuchado.
—Mucho tiempo...
Alaska se percató en que la voz parecía estar alejándose, por lo que se levantó de golpe de su asiento y salió de la biblioteca con prisa, intendando seguir esa extraña voz y encontrar su origen.
Atraviesa pasillos completos, sube y baja tramos de escalera, gira en distintas bifurcaciones hasta llegar al tercer piso, a un corredor vacío y cubierto de un sólido silencio. Nada allí parecía ser el origen de aquella extraña voz.
El corredor está vacío, a excepción de una gran puerta al fondo, a la cual se dirige con paso seguros, decidida a descubrir al portador de esa voz. Cuando se encuentra frente a la puerta e intenta abrirla, descubre que está estaba cerrada con el seguro.
—No tengo otra opción que... —Murmuró Alaska mientras sacaba su varita y apuntaba al pomo—. Alohomora.
Se escucho como una cerradura se abría y luego, al intentar abrir la puerta por segunda vez, se abrió. Sin mirar el interior de la habitación la chica entró a la habitación asegurándose de que nadie la viera entrar allí.
Al voltear se encontró con algo muy distinto a lo que esperaba, se encontraba mirando directamente a los ojos de un perro monstruoso, un perro que llenaba todo el espacio entre el suelo y el techo. Tenía tres cabezas, seis ojos enloquecidos, tres narices que olfateaban en su dirección, tres bocas chorreando saliva entre los amarillentos colmillo y parecía dispuesto a devorarla en el momento.
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