Capítulo 11

Respiro profundamente antes de empujar los portones que me impiden ver qué se cuece en el interior de la sala. No obstante, la algarabía de los que dentro se encuentran se cuela por las rendijas, llegando hasta mis oídos. 

Son distintos los rostros que no deseo encontrarme, cada uno de ellos por sus motivos particulares. Pero, no me queda otra opción. Debo entrar al comedor y aparentar normalidad, la calma que precede a la tormenta. La quietud tremendamente sospechosa de que algo oculto se va a desarrollar. 

Entro al comedor con la vista fija en un punto de la pared. Aunque intente aparentar indiferencia, no puedo rechazar las emociones que bullen en mi interior, al menos, no del todo. Es un arduo trabajo que he entrenado, aprendiendo a apartar aquellos sentimientos que no encajaban dentro de la línea trazada que se supone debía de seguir. Sin embargo, cada vez es más difícil seguir con ello sin que me rebote en mi propio tejado. 

Un frío témpano de hielo que no puede engañarse del todo, intentando congelar el fuego que prende en mi interior, reviviendo lo que parecía que estaba dormido. 

La situación es distinta del día anterior, el murmullo se rebaja pero cuando miro el lugar en el que se supone que debería de estar Isak, veo que no hay nadie. Sus compañeros disimulan haciendo que degustan los platos que han preparado en las cocinas. 

La sangre vuelve a hervir en mi interior al recordar lo sucedido. Sus miradas viéndome como algo maleable, un objeto que se puede poner y quitar, sobre el que opinar solo bajo su mirada masculina. Como si fuera una propiedad de Edén, alguien ajeno que solo pretende utilizarle de una manera superficial. 

Enfrentándose a mí creyendo que no iba a tener escapatoria, que me iba a empequeñecer entre su escrutinio de miradas. 

Entiendo las palabras de Eliana, que soy una desconocida que ha venido a su hogar para quedarse, pero lo único que demostró la actitud de esos guerreros es que tienen miedo de lo que mi presencia pueda suponer y prefieren verme como algo insulso e inmóvil a aceptar que puedo llegar a ser su igual. 

Paso al lado de Eliana y el resto de campesinos que conocí en la fiesta de ayer, les dedico una fría sonrisa y paso de largo cuanto antes. Algo en mi interior se resquebraja. Tener que mostrar indiferencia ante ellos para ocupar el lugar que me corresponde al lado de Edén. Cuando me han dado tanto, calidez y aceptación de mis diferencias en una tierra hostil. Me permitieron quitarme por unas horas la pesada corona de hierro invisible que pesaba sobre mi cabeza. 

Las arenas movedizas son traicioneras y así estoy yo cada vez que se trata de Edén, el castillo y sus habitantes. No conozco a mi compañero lo suficiente como para saber qué le parecería que me sentase a compartir como ayer. Y hoy más que nunca no puedo levantar sospechas. 

Cuando me siento a su lado, la vergüenza que pudiera haber en mi interior por lo sucedido ayer, es opacada por la rabia. Rabia por tener que rechazar a las personas que me abrieron su corazón. 

Edén conversa animadamente con algunos de los guerreros que entrena, se nota por el brillo de sus ojos la admiración que ellos le tienen. Algunos parecen ser más jóvenes, y otros algo mayores que él. Se ven como veteranos que han decidido poner la guía en sus manos. Aún no se ha percatado de mi presencia y su actitud es natural estando en su presencia. Se muestra tranquilo, con los hombros destensados y la expresión del rostro suavizada. 

El ligero tambaleo del banco de madera sobre el que está sentado es lo que le avisa de que me he acomodado a su lado. No quiero mirarle a la cara, pero qué remedio, el destino es malicioso y se divierte poniéndome en estas situaciones. 

Los hombres con los que conversaba se marchan y él se vuelve a girar, rozando su rodilla con la mía por debajo de la mesa. No aparto nuestro contacto, eso le daría a entender que tiene algún tipo de reacción en mí, y debo dejar claro que la única que recibirá es la indiferencia. 

Me mira para comentar. 

—Pensaba que ya no te servía ninguna de tus ropas —me dice, recordándome todo el episodio sucedido anoche para posteriormente meterse una cucharada de sopa a la boca.

—Pensaba que lo que viste no te había calado tan hondo como para estar recordándolo ahora —le respondo cortante.

Pensaba que iba a dejarlo pasar, como si ayer a medianoche nada hubiera sucedido. Pero no, está claro que no me ha perdonado por ello. 

Aunque la vergüenza amenaza con consumirme, decido que no me voy a acobardar por haberle lanzado a la cara el vestido que momentos antes se me estaba pegando al cuerpo como si de una segunda piel se tratara. Tras hacerlo me giré y me tumbé sobre la cama tal y como llegué a este mundo, dando la bienvenida al sueño que no tardó en llevarme con él.

No me gustaba que Edén me hubiera descubierto en ese estado, vulnerable, expuesta a ser descubierta. Había bajado la guardia, algo que nunca se debe hacer cuando convives puerta a puerta con el enemigo.

Y ahora, recordándome lo que hice. Visualizando en su mente a aquella niña caprichosa que dista tan lejos de la imagen real. Imagen que él desconoce me recuerdo, pues me he esforzado en ponerle distorsiones. 

—Y no lo hizo. Aunque —chasquea la lengua—, siento que no fuera igual para ti —dice mientras mira la infusión de hierbas que he pedido—, ese dolor de cabeza te lo debe de estar recordando todo el tiempo.

Resoplo, cansada de que siga echándome en cara lo sucedido.

—Mira, yo no quería hacer daño a nadie, ni poner en peligro a nadie. Eliana y el resto de chicas me invitaron a la fiesta que se iba a celebrar y acudí. Realmente aprecio a todas esas personas y si vas a lanzar tu descontento sobre alguien, prefiero que sea sobre mí porque ellas no tuvieron nada que ver.

Algo en su expresión cambia ligeramente cuando digo que tengo afecto por las personas del lugar. Como si le extrañara que no estuviera únicamente pensando en mí misma.

Decido continuar, acercándome a él para que el resto de los comensales no nos escuchen.

—Sin embargo, igual toda esa rabia debería ir dirigida hacia ti mismo. Ya que, siendo el señor del lugar, ¿No que deberías haberlo previsto y haberte asegurado de que hubiera guardias en la noche? Es más, ¿Qué tanto has hecho para que la medianoche se convierta tan peligrosa para los habitantes del lugar? Me parece que somos igual de culpables, Edén.

Parece que le he dado donde más le duele, en aquello que no puede controlar, que no le puede asegurar que su gente estará a salvo.

—Precisamente porque me gusta enmendar mis errores es que no voy a tolerar que nada ni nadie ponga en peligro a mi gente —me dice, usando el mismo tono que el mío.

¿Qué sucedería si Edén me descubriera? ¿Qué haría conmigo? Que fuera su esposa no era garantía de nada, pues no era nada más que eso, un papel. 

—Pensaba que sabías protegerte —me dice—, y no que ibas a exponerte de esa manera —termina con la decepción en sus ojos.

—Yo a ti no tengo nada que demostrarte. Y no es necesario protegerse cuando te sientes a salvo —le espeto. 

Frunce los labios en una fina línea y la expresión que hasta ahora me dedicaba con una dureza afilada y cortante, se desdibuja ligeramente, suavizándola. Cierta culpabilidad refleja su expresión, no sé si por la reprimenda o porque ha comprendido que ayer por fin encontrar un lugar en el que poder ser, entendiendo que hasta ahora su presencia me ha hecho estar alerta, a la defensiva. 

—Mi deseo—me confiesa, posiblemente influido por el ligero enternecimiento de sus sentimientos—, siempre ha sido que la persona que me acompañe y con la que comparta la vida sea capaz de sostener sobre sus hombros lo que conlleva estar al lado de alguien como yo —entrecierra los ojos mientras me observa—. Pero eso es algo que no puedo pedirte. Así que me conformo con que no expongas a esta gente, porque ellos son los que verdaderamente no tienen culpa de nada. Y no lo estoy pidiendo, te lo estoy exigiendo. 

—No es como si esperara algo diferente viniendo de ti —le respondo entornando mis ojos. 

Voy a seguir hablando cuando siento una punzada en mi costado, justo debajo del pecho, sobre el lugar en el que reposan mis costillas. Me quejo extrañada. Sé que ayer no me di ningún golpe y cuando me levanté no tenía ninguna clase de mancha púrpura sobre mi cuerpo. ¿Qué es lo que sucede entonces? Porque el dolor se está intensificando. 

Noto a Edén removerse incómodo, frunciendo los labios, como si se estuviera aguantando aquello que le hace sufrir. Gruñe y se dispone para continuar comiendo cuando ve cómo yo me he llevado la mano al punto exacto en el que siento el dolor. Abre sus ojos ligeramente en señal de sorpresa, siguiendo la trayectoria de mi extremidad. 

—También lo sientes —afirma, contrariado—. No creía que fuera a funcionar en nuestro caso. No hasta ahora al menos. 

Llevo mi vista a la parte del cuerpo de Edén donde yo siento el dolor, observando como su camisa blanca se encuentra teñida por una pequeña mancha de sangre en el punto exacto de las punzadas de dolor. Queman, arden, como si la herida ahora se hubiera abierto. 

La unión de nuestras energías nunca se había sentido tan real como hasta ahora. Paso la palma de mi mano por la zona de la muñeca en la que debería estar el corte, sé que es una ilusión, pero mediante una fracción de segundo la vuelvo a sentir abierta. 

Siento deseos de desvestirme para comprobar que realmente no tengo nada, que no hay nada, que si paso mis manos sobre mi costado no van a volver cubiertas de sangre. 

—Se siente tan real —digo mediante un quejido— ¿Qué tan hiciste para llevarte tremendo recuerdo? —le pregunto. 

Estoy segura de que ha tenido que ser algo reciente, en caliente el dolor no se siente tanto, pero cuando se enfría... es ahí cuando comienza a notarse más. Un recuerdo viene a mi mente, el sueño que tuve antes de despertarme sobresaltada esta mañana. Alguien me rozaba con el filo de una espada justo en el mismo punto que ahora sangra. Pensé que el sueño fue debido al líquido violáceo que tomé ayer, sin embargo, debe ser que ese fue el momento en el que hirieron a Edén. 

—No acataron las normas y faltaron al respeto a alguien de este lugar. No podía dejar pasar lo sucedido —dice sin extenderse demasiado en el relato—. Sin embargo —entorna ligeramente la cabeza—, parece que buscaron tentar mi paciencia. 

¿Será que lo dice por Isak y la escena que sucedió? ¿Habrá llegado hasta sus oídos? 

—Si lo dices por ese guerrero tuyo, no deberías haberte tomado la molestia. Ya me encargué yo solita, no necesitaba tu condescendencia. Menos tu pena. 

—No lo hacía por ti —me contrarresta—. Lo hacía porque nadie que esté bajo mi mando puede faltarle el respeto a ninguna mujer, menos verla como alguien que va a la sombra de un hombre, alguien que no puede brillar —responde molesto, apretando los puños. 

Me quedó sorprendida por cada una de sus palabras, voy a responderle cuando una mueca de dolor pasa por su rostro. Misma sensación que me recorre a mí. 

Se levanta y se dispone a irse. 

—Iré a limpiarme y curarme la herida, no creo que tarde mucho en dejar de doler —dice, mirando el lugar en mi cuerpo donde sabe que duele. 

Le dejo marchar, terminando mi comida y notando como pasado un rato el dolor ha disminuido hasta casi desaparecer por completo. Me levanto para retirarme y mi mirada se cruza con el chico rubio que observó ayer todo desde la distancia en el comedor. Le había pillado escrutándome en más ocasiones, pero tenía la habilidad de desaparecer siempre que pretendía encararlo. 

Salgo del comedor y él me sigue detrás, acompañando mis pasos. Por lo que me giro y le encaro. 

—¿Hay algo en lo que pueda ayudarle? —le digo, cortando su paso. 

Me mira alzando sus cejas y paseándose mientras no se toma la molestia en disimular su escrutinio sobre mí.

—No, creo que le vendrá mejor dedicarse en ayudarse a usted —dice como si se tratara de un chiste. 

—Ah, pues yo creo que le vendrá mejor no meterse donde no le llaman —le digo, exasperada por su actitud. 

Hace como que está reflexionando. 

—¿No que ese mismo comentario debería aplicárselo? 

¿Quién es este ser? Anteriormente ya había notado que no se trata de un guerrero, pues no se relaciona con ellos y no dota de su complexión física. Es delgado, de tez pálida y ojos verdosos que miran con una pizca de picardía.

—¿Y usted es...? —digo mientras muevo mi mano en círculos, intentando encontrar una explicación a lo que sucede. 

—¿Qué importa quién soy yo? —se acerca lentamente, susurrando en mi oído—. Mientras no sepan quién es usted. 

Me aparto de su lado, exaltada mientras él sonríe y se va por el pasillo contrario. Me recuerdo que es prácticamente imposible que sepa nada y que solo quiere jugar conmigo, sea quien sea. Además, está atardeciendo y dentro de un rato llegará la hora del cambio de turno de los soldados. Necesito estar en todos mis sentidos. 

Llego a mis aposentos y cierro la puerta, recostándome con la espalda pegada contra ella, suspirando mientras lentamente me voy deslizando hacia el suelo. Poniendo la palma de mi mano sobre mi pecho, que sube y baja aceleradamente. Me concentro en eso, en la respiración. En cada inhalación y exhalación que me recuerdan que estoy viva y en peligro.

Me doy unos minutos para calmarme para posteriormente sacar el traje que robé el otro día y que tenía oculto. Me desvisto lo más rápido posible y ajusto las tiras del nuevo traje sobre mi cuerpo. Me acerco al espejo para colocarme la cofia y ocultar mi melena, la trenzo y me la meto por dentro de la camisa, el resto de mi pelo cubierto por la tela blanca. 

Me miro frente al espejo. Mis ojos grises cual luna llena siguen siendo visibles, delatándome. Con suerte, el pasillo estará oscurecido y podré pasar desapercibida. 

Abro el armario y rebusco para encontrar la pequeña daga que tenía guardada en caso de que fuera necesario. La oculto entre la ropa y me doy un último vistazo.

Hace mucho tiempo que dejó de haber vuelta atrás. 

Salgo del cuarto, con la cabeza gacha y las manos unidas de manera simétrica un poco por encima de mis caderas. Camino a lo largo del pasillo, revisando por las ventanas la luz solar para llegar en el momento exacto del cambio de guardia. Voy por el tramo más corto, aquel que he estado practicando estos días. 

El miedo bulle en mi interior pero las ganas por descubrir qué es lo que Edén oculta, son más grandes. 

Voy a girar en la que lleva a los portones, escucho voces, por lo que me detengo y me pego contra la pared. Contengo el aire y los pensamientos que me dicen que voy a ser descubierta. Dos guardias hablan entre ellos y sus voces se detienen cuando me aproximo para escuchar mejor.

—¿Qué fue eso? —dice uno de ellos.

Presiento cómo lentamente se van acercando. Me van a descubrir. Debo actuar rápido. No puedo simplemente quedarme aquí escondida porque así sí que van a sospechar. 

Decido salir de mi escondite y dar la cara. Camino como si nada hubiera pasado y me paro frente a ellos, mi cabeza todavía enfocada hacia el suelo. Opto por no hablar, cuanto menos me exponga mejor. 

Sé que junto con el cambio de guardia hay un grupo de empleadas que entra dentro. Por lo que planeo hacerme pasar por una de ellas, he llegado algo más pronto de lo habitual, para que cuando ellas lleguen los guardias ya se hayan cambiado y no sospechen de que alguien les está suplantando la identidad.

—¿Y tú compañera? —me pregunta el guardia que se encuentra más cerca, haciendo referencia a la otra chica que se supone que me debería de estar acompañando. 

Por un momento me quedo en blanco, pero no estoy dispuesta a quedarme sin opciones. Recuerdo que en una de mis expediciones para observar las maniobras, una de las trabajadoras le dijo a la otra que pronto tendría un día libre. 

—No le tocaba hacer turno hoy.

Hace un ligero asentimiento y le dice al otro que abra la puerta. Se ve que están visiblemente cansados y deseando acabar ya su turno.

Avanzo por los portones, con todas las extremidades de mi cuerpo estremeciéndose y un cosquilleo de expectación que me recorre todo el cuerpo. No es hasta que escucho el golpe de las puertas cerrándose que suelto que aire que llevaba conteniendo.

Recorro el pasillo, todavía con el miedo de que vengan a por mí en el cuerpo. Me cruzo con varios miembros del personal que van de un lado a otro sin prestar especial atención a mi presencia. Por el momento el lugar es como si fuera una copia del resto del castillo, solo que oculta a los ojos de quien se atreva a mirar sin permiso.

Han sido tantos los posibles escenarios que me he imaginado que no sé qué esperarme cuando llegue al final de ese pasillo. Desde que es aquí donde Edén oculta a sus amantes muertas a que tiene una sala de tortura. 

Tanteo entre mis ropas el filo de la daga para estar preparada, no sé contra qué tendré que defenderme. 

Voy a pasar de largo cuando algo me llama la atención. Es más que un presentimiento, es la fiel convicción de que hay un hilo invisible que me está empujando para que abra esa puerta y descubre lo que sea que está ocultando. Miro para ver que no venga nadie y me cuelo lo más rápido que puedo. 

Hay una ligera luz encendida. 

¿Qué hay para que los portones tengan que ser custodiados día y noche?

Saco la daga de mi vestido y la empuño mientras me acerco a la que parece ser una habitación. La luz es muy tenue y prácticamente ha anochecido, por lo que parte del cuarto se encuentra a oscuras. 

Noto a alguien removerse en la cama y agarro la daga con más fuerza, acercándome lentamente. 

Dicen que nunca debes bajar la guardia cuando estás en casa del enemigo.

Me pongo casi al borde de la cama y empuño la daga sobre mí, dispuesta a defenderme en caso de que sea necesario. 

Estoy dispuesta a luchar cuando destapo lo que se encuentra debajo de las mantas. Todo mi cuerpo se estremece de arriba a abajo, una corriente eléctrica me recorre desde las puntas de los pies hasta los dedos de mis manos. 

Estaba preparada para encontrarme de todo, excepto para esto. 

Una pequeña niña de cabello rubio dormita plácidamente arropada por las sábanas. Ajena a la daga que segundos antes apuntaba directa hacia ella, dispuesta a acallar todos sus susurros.

Gracias por cada voto, comentario y mensaje. Son como bocanadas de aire para seguir escribiendo y no desistir aunque en el camino haya obstáculos <3

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