Capítulo 10 "La suma de todo"
La puso en el suelo y cerró las puertas recostándose sobre ellas y cruzando con toda la tranquilidad del mundo los brazos sobre el pecho. Azima dio unos pasos cojeando y viendo a todos lados y percibió el tenue aroma que a él solía envolverlo. Abrió los ojos con sorpresa.
- ¿Por qué me trajiste a tu habitación? ¿¡Qué rayos crees que estás haciendo!? –le gritó. Alcanzó a ver su sonrisa satisfecha y a ella se le fue la respiración.
- Puedes irte si así lo quieres. –su voz sonaba divertida pero con un deje ronco que le decía claramente cuánto disfrutaba por tan solo tenerla allí.
- Deja de bloquear la puerta. –dijo con toda la calma que pudo imprimir a su voz. No le temía, sabía que no le haría nada que ella no quisiera, pero allí estaba el problema, ella quería que le hiciera algo... más bien, de todo. Tenme presente... se coló la frase de Omar a su mente y ella se pasó las manos por su abundante cabellera. Azzam no se perdió del movimiento por supuesto.
- No voy a hacerte daño, no voy a hacerte nada... -suavizó la voz. Se apartó de la puerta y caminó hacia ella con lentitud. –Quería asustarte un poco, es todo.
Y de paso hacer la cosa más idiota que había hecho nunca pensó Azzam. Se consideraba un hombre inteligente, solía andar con pies de plomo en torno a lo que pudiera atarlo de por vida. Jamás había estado con una mujer árabe. Nunca. Eso le habría traído problemas a su establecida y disfrutable vida. No tenía traumas del pasado, había tenido padres que habían muerto demasiado pronto eso era cierto pero había sido cuidado y amado por mucha gente. Simple y sencillamente no anhelaba sentar cabeza, era como si hacerlo le maniatara de pies y manos y destruyera lo que había conseguido: estar bien, a gusto, feliz sin necesidad de nadie más, sin depender demasiado de otra persona para ello. Pero le había llegado la tentación encarnada en un cuerpo y una cara dignos de una diosa de la noche. Si solo hubiera sido hermosa, todo habría sido mucho más fácil pero no, la mujer era divertida, le hacía reír sinceramente, le provocaba, era inteligente, sospechaba que podía hablar con ella de cualquier tema y nunca se aburriría. Demasiado lista, demasiado perspicaz, demasiado temeraria y demasiado de todo y él no estaba preparado para ello. Y no quería estarlo, pero seguía cayendo en una red que Azima ni siquiera sabía que tejía.
- Como broma es sumamente estúpida. –le dijo ella molesta.
- ¿Me acabas de llamar estúpido? –preguntó sopesando el hecho de que nadie le había llamado así en su vida, al menos no en su cara.
- Me gustaría llamarte muchas cosas, pero mi educación me lo prohíbe. Además seguro que te estas imaginando ya todas las palabrotas. Dame paso. –espetó dando un paso adelante pero él no se movió. Y así eran las cosas con ella, cuando sabía que debía alejarse a toda prisa no lo hacía. Cuando sabía que tenía el fuego acabando con su muy ordenada vida no le importaba e iba de lleno directo a las llamas.
- No te estoy deteniendo.
- ¿Tengo que rodearte? –Azima exclamó incrédula.
- Sí, tienes qué. –sonrió complacido con la idea.
- ¿Alguien más sabe lo infantil que eres a veces?
- Creo que no.- A toda velocidad pensó que ni Ian ni Zaím conocían ese lado de él.
- No solo te rodearía, te daría por lo menos una patada al pasar a tu lado pero da la casualidad que aun cojeo. Y me lo sigues complicando todo. Ni siquiera sé dónde estamos y como llegar desde aquí a mi habitación. –lo oyó suspirar.
- Te llevaré.
- ¿Cargándome? No lo creo.
- No pesas ni la mitad de lo que suelo levantar en el gimnasio.
- No me preocupaba por ti, no quiero que me toques.
- Mi querida princesa, eres una mentirosa. Una pequeña gran mentirosa. Puedo ser muchas cosas pero al menos yo no miento. He admitido sin problemas cuanto te deseo. –acusó con vehemencia.
- Y también has admitido sin problemas que no te harás responsable después. –Azima le rebatió empezando a sentirse expuesta.
- No es que quieras que lo haga ¿o sí? –la provocó.
- Rayos, no. –respondió ella contundente y Azzam sintió una pequeña chispa de molestia que sofocó enseguida.
- Niega que tú también me deseas Azima. –retó.
- No estoy aquí para satisfacer tu ego masculino. Realmente eres un alfa, poderoso y arrogante. –musitó más para sí que para él.
- Gracias. –respondió sinceramente. –Ahora, contéstame. Anda, niégalo. –insistió.
- Y si digo que sí, que también te deseo ¿Qué? ¿acaso eso cambia algo? No cambia nada Azzam. Me iré de aquí directo a comprometerme con otro hombre con el que pasaré el resto de mi vida y eso está perfectamente bien para mí.
- Y será sumamente aburrido y tú serás una cobarde.
- Cobarde ¿exactamente por qué? ¿por no tirarme a tus brazos? Es un argumento ridículo, sobre todo porque tenemos muy claro que aquí no hay promesas ni de tu parte ni de la mía. No hay nada que me ate aquí.
- Cierto, no hay promesas...
- No las hay. –confirmó ella mirando hacia la puerta detrás de él. - Y cada minuto que paso aquí me compromete, no solo a mí.
- Nadie dirá nada que yo no quiera que se sepa. –dijo con voz baja como si lo meditara. - Entonces, has admitido que me deseas...-Azima devolvió su vista de la puerta a él de golpe como no creyendo que insistiera con el tema, de hecho él tampoco se lo creía.
- Eres agradable a la vista eso no voy a negarlo. Pero no eres el único hombre atractivo que he visto en mi vida.
- Y ahora me dirás que no has sentido nada cuando te he besado, que no te provoco en lo absoluto, que no has pensado ni una sola vez en la marca que te dejé en el cuello y que no se te aceleró el corazón cuando me mordiste.
No ayudó que su voz sonara baja, oscura y arrastrara las palabras con una mezcla de mordacidad y deseo. Estaba tan absorta en lo que decía que lo tuvo enfrente demasiado pronto, sus manos rodearon sus brazos y tomándola por los codos la pegó contra él con urgencia, Azima jadeó sorprendida cuando él bajo su cabeza y besó el sitio exacto donde la había mordido, las rodillas las sintió débiles enseguida. Azzam pareció deleitarse en cada punto sensible de su cuello que ni ella sabía que existían, sentía sus besos en cada terminación nerviosa, sintió su respiración agitada y sintió como trataba de aspirar su aroma al enterrar su cara entre su cuello y su cabello. Ella misma empezó a agitarse.
- Para. –le pidió con la voz más débil que se había escuchado nunca. Él no solo no le hizo caso si no que con toda la osadía del mundo hincó sus dientes en su carne nuevamente, el sitio en su cuello parecía ser el mismo y al parecer su favorito. Era el momento ideal para detenerlo, pero no pudo. –Azzam... Azzam... por favor. –lo intentó con apenas un dejo de voz.
- ¿Por favor qué? –le susurró al oído y ella se estremeció toda.
- Esto es una estupidez gigantesca.
- Lo sé. –aspiró el aroma de su cabello por enésima vez. Quitó sus manos de sus codos y las puso en su cintura sin despegarla de él en ningún momento. Al contario la pego más a él y a través de la bata ella sintió algo inconfundiblemente duro hacer contacto.
- Si lo sabes ¿Por qué no me sueltas? –preguntó casi sin voz.
- No puedo. No puedo. Di mi nombre otra vez. –pidió y ella empezó a reírse nerviosa y se zafó de sus brazos dando unos pasos atrás. Él la atrapó por el lazo de la bata abriéndola en el proceso y mostrando lo que tan bien ocultaba. –Estoy en el cielo. –dijo con voz entrecortada observándola sin perder detalle.
Azima llevaba un camisón blanco de finos tirantes con una seda delicada sí, pero también muy transparente, se adivinaba todo su cuerpo aun en la penumbra de la habitación, no llevaba nada más que unas diminutas braguitas a juego debajo que se veían casi en su totalidad.
- La tentación personificada. –le dijo extasiado sin permitir que ella se atara el lazo de nuevo, tomó sus manos con una sola de él y las puso sobre la espalda de Azima para evitar que tapara su hermoso cuerpo, pero ella no protestó con el movimiento de hecho parecía estar igual de agitada que él ¡lo sabía, sabía que ella también lo deseaba!
- Azzam, aún podemos, podemos parar...
No pudo decir nada más, Azzam bajó su boca y la devoró, no hubo besos suaves ni dulces. Atacó sus labios sin contemplaciones y ella se encontró devolviéndole el beso con el mismo ardor. No supo en que momento le soltó las manos pero cuando se sintió libre paso sus brazos por su cuello atrayéndolo más hacia ella. Una mano de Azzam levantó una de sus piernas y la pegó aún más si cabe a él, solo que esta vez encajaron de manera muy distinta. Sintió su dureza entre sus piernas y no protestó cuando con ambas manos apretó su trasero y se frotó descaradamente contra ella, al contrario gimió audiblemente y rompió el beso demasiado extasiada como para manejar dos cosas al mismo tiempo. Él la levantó y ella rodeó su cintura con sus piernas. La llevó así sin dejar de besarle el cuello y el hombro que tenía a su alcance y avanzó varios metros hasta que llegaron a otra parte de la habitación con una inmensa cama dominando el lugar, la depositó en medio cerniéndose sobre ella enseguida.
- Sin promesas. –dijo ella de pronto deteniéndole con una mano. Él paró dispuesto a decir algo. –sin palabras. –lo detuvo ella de nuevo. –Lo que pase aquí, aquí se quedará y nunca saldrá. Promételo. –pidió.
- Se supone que soy yo el que debería decir eso. –A ella le pareció oírle molesto.
- Promételo. –le repitió impaciente.
- Lo que pase aquí, aquí se quedará. –respondió entonces.
- Bien, ahora bésame. –exigió.
- ¿Solo besos? –preguntó burlón.
- Si sigues hablando sí. –amenazó ella y él se rio a carcajadas.
- Eres demasiado única y demasiado para mí. –le dijo entonces acunando su mejilla con una mano.
- ¿Te vas a poner romántico? –le dijo intentando sonar burlona y fallando estrepitosamente al escucharse sin aliento.
- Si tú quieres sí. –se levantó arrodillándose dejándola atrapada entre sus piernas para pasarse la camiseta por la cabeza dejando a la vista su torso. La luz era tenue pero podía verlo perfectamente y Azima dio gracias a los cielos por eso. Estiró las manos sin poder contenerse más y las pasó por su pecho bajando poco a poco. – Si sigues haciendo eso, voy a quedar en la total y absoluta vergüenza. –tomó sus manos parándola.
- Déjame contar.
- ¿Contar?
- Los cuadros... creo son ocho.
- Son abdominales. –se rio fuertemente, movió la cabeza como no creyendo la conversación que estaban teniendo justo en ese momento.
La vio entonces, risueña bajo él mirándolo atentamente y jugando con su labio inferior, para ser una virgen, para ser alguien que estaba entregando demasiado lucía demasiado bien, tranquila y dispuesta.
- Si sigo, no habrá marcha atrás. No creo poder detenerme. –estúpidamente le estaba dando aun una salida.
- Soy una chica grande, no te estoy pidiendo nada. Absolutamente nada. –recalcó enfatizando cada palabra. – No habrá consecuencias de ningún tipo.
Parecía estar separando perfectamente bien todo. Sin promesas le había dicho con toda la entereza y la seguridad del mundo.
Y era a la primera mujer que le creía esas palabras. Si se permitía analizarlo más, aunque parecía que ella perdía demasiado, era él quien seguramente terminaría perdiendo más. Y no es que le preocupara Omar, su Rey o incluso la ira de León quien sí era un hombre de armas tomar en toda la extensión de la palabra. Intuía que perdería demasiado, no sabía el qué exactamente pero no iba a detenerse a estudiarlo en ese momento se reprochó.
- ¿Esto era todo? –le preguntó ella con diversión al verlo parar ¿estaba dudando? Así que sí tenía algo de conciencia pensó ella o quizás temor por lo que implicaría sí ella le delataba. –Haberlo sabido antes. –se incorporó quedando sobre sus codos. Él mando al diablo los pensamientos y se lanzó a comerle la boca. Con manos impacientes buscó quitarle el camisón y pese a años de experiencia y habilidades adquiridas no pudo. Escuchó la risa de ella burlándose y no le quedó otra que rasgar la fina tela justo en el nacimiento de sus pechos. La oyó jadear. -¡Era un regalo! –Eso lo paró en seco.
- ¿De quién?
- ¿Eso importa? ¿Justo ahora, en serio?
- Por alguna estúpida razón sí, importa.
- Y si no te lo digo ¿Qué?
- Te regreso a tu habitación.
- ¿Hablas en serio?
- Completamente. –se puso de rodillas en la cama y la levantó para dejarla en la misma posición.
- ¿Por qué? No estás en posición de ponerte celoso.
- No estoy celoso. –gruñó.-Solo que no voy a hacerte mía mientras llevas encima el regalo de otro hombre. –La vio rodar los ojos.
- Me lo dio una de las mejores amigas de Gabriela y por lo tanto amiga mía también. Me largo...
Hizo ademán de bajarse de la cama, menos mal esta era tan grande que la detuvo a tiempo y la tiró de nuevo sobre ella. Terminó de rasgarle el camisón partiéndolo en dos y liberando sus senos, ella llevó una mano automáticamente para cubrirse pero él por supuesto no se lo permitió. Se las apartó y tomó en su boca uno de ellos logrando que Azima jadeara por la sensación de sentirlo en su piel. Cuando él succionó sintió que su cabeza volaba y eso que apenas empezaban. Mordió con suavidad y chupó sin pudor mientras la otra mano se encargaba del otro seno acariciándolo.
Sería la primera vez para ella y era un error monumental, colosal, inaudito. Su mente se lo decía, el corazón también, pero ya estaba en un punto de no retorno. Mucho se temía que nunca se arrepentiría, el recuerdo de esa noche le ayudaría a enfrentar toda una vida con otro hombre.
Los labios de Azzam besaron el valle entre sus senos y sus manos le quitaron las bragas, esta vez sí lo hacía con toda la experiencia que tanto proclamaban en su mundo. Se las deslizó por la piel como si de mantequilla se tratase y ni sintió cuando la liberó de ellas. Su boca viajó por su abdomen y su vientre con lentitud, saboreando con toda la calma del mundo mientras ella se retorcía ante su toque. Debería sentirse avergonzada por responder de esa manera, le dijo un fugaz pensamiento que mandó a pasear. Esa era su noche y la iba a disfrutar.
- Eres puro fuego. –le dijo él con la voz cargada de deseo. Para luego posar su boca entre el vértice de sus piernas haciendo que ella saltara literalmente. Azzam la sujetó por las caderas y sin darle tiempo a nada más enterró su cara donde nadie jamás lo había hecho por supuesto y nadie más lo haría. La probó como quien disfruta su fruta favorita, como quien degusta un vino delicioso, deslizó su lengua con pasión haciéndola gritar. No lo detuvo, nunca pensó en hacerlo por muy extraño que pareciera al principio. Demasiado pronto empezó a sentir remolinos de tensión y llamas en su vientre que impactaron de pronto en su ser llevándola al orgasmo. Él la besó mientras aun ella estaba dejándose llevar, acarició su cabello y enterró una mano en él. Parecía decantarse por su cuello y esta vez ella se lo ofreció sin recato alguno pese a aun estar atontada por lo que acababa de sentir. Le pareció sentir su sonrisa sobre su piel. Sus manos se deslizaron por su trasero apretándolo a conciencia para luego tomar una de sus piernas y ponerla en su cadera abriéndola para él.
- Eres la suma de todo lo hermoso y deseable de este mundo. –le susurró jadeante y ella agradeció escucharlo, no era la única que jadeaba, gemía y sentía. –Ningún hombre podría jamás merecerte. –se colocó entre sus piernas nuevamente. –Aun puedes detenerme. –le dijo con voz tormentosa.
- No pienso hacerlo. –le dijo atrayéndolo hacia ella.
Azzam no pensaba esperar más, no iba a pensar más. Recién descubría cosas en las cuales no se iba a detener por su propia paz mental futura. Cosas como que los suaves jadeos de Azima parecían llenarle el alma, producirle placer y satisfacción por igual. Por supuesto le gustaba complacer a sus compañeras de cama pero todo porque así él terminaría disfrutando más. Y ahora solo le importaba lo que ella sentía, no el efecto colateral. Se fue introduciendo en ella, agradeciendo que estaba totalmente húmeda y resbaladiza, era su primera vez y lo que menos quería era lastimarla de ninguna de las maneras, aunque eso no iba a ser posible en su totalidad. Estaba apretada, mucho, pero avanzó con lentitud conteniendo las ganas de enterrarse profundamente en ella. Si pudiera decirlo, diría que era la cosa más difícil que había hecho en su vida al contenerse. Azima se fue acomodando a él, adaptándose con suspiros, jadeos y exclamaciones de placer. Alentándolo ahora con ambas piernas en sus caderas hasta que él terminó de enterrarse completamente y rompió la última barrera.
- ¿Estás bien? –le preguntó enseguida.
- Eso creo. –Quizás el montar a caballo desde niña le estaba facilitando todo. Había sido incómodo y ligeramente doloroso pero nada que no pudiera manejar.
Azzam salió de ella y entró de nuevo, ella que tontamente no esperaba más descubrió que el hombre apenas empezaba. La sensación de placer empezó a enroscarse en ella de nuevo. Azzam siguió moviéndose con lentitud y ella ansiosa por sentirlo más dentro aun, lo apremió moviéndose, imitándole, urgiéndole con su cuerpo. El suave ritmo dejo de serlo y él aceleró. La habitación se llenó del sonido de los cuerpos al encontrarse, de sus respiraciones aceleradas, de los gemidos compartidos y al final a la culminación que los arrasó a los dos al mismo tiempo.
Minutos después aun no salía él de ella. Besó su frente y habló hasta que pudo hacerlo.
- ¿Estás bien?
- Te repites mucho últimamente. –le contestó con un suspiro. Él salió de su cuerpo entonces. –Estoy bien. –No esperaba nada más, pero él la sorprendió atrayéndola a sus brazos y besando su frente.
- No hay marcha atrás a lo que pasó. –dijo entonces.
- No, no la hay.
- Ya no eres virgen.
- No lo soy. Cierto. -¿A dónde quería llegar? Pensó de pronto. –No pasará nada. Nadie tiene porqué saberlo. –le dijo si es que eso le preocupaba.
- Bien. –fue su escueta respuesta. -¿No te irás enseguida verdad?
- Sería demasiado sospechoso. Pero me quedan solo unos días aquí.
- Quédate.
- Ya dije que no me iré enseguida.
- Esos días, quédate aquí conmigo, a mi lado, en mi cama. Son los únicos que nos quedan. De allí, nada. –su voz era calmada pero parecía estarle pidiendo algo que nunca le había pedido a nadie...
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