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Prim estaba viendo una película de suspenso donde el personaje principal invadía una casa embrujada y ella realmente ya no se aguantaba en ansiedad mientras se mordía las uñas. Estaba tan concentrada que no notó la presencia de Edward en la sala de TV y con diversión, el vampiro se acercó al sofá, inclinándose sobre ella y depositando un beso en su mejilla que hizo saltar a Prim en su lugar, ella jadeó con el susto y luego abrió una sonrisa para él.
Edward siempre pensaría que la sonrisa más hermosa del mundo sería la de Prim. No podia evitar corresponder, aunque hubieran peleado el día anterior. Edward pasó la noche en la cima de un edificio pensando en todos los minutos que tuvo con su chica desde que la tomó en brazos y se dio cuenta que no soportaba la idea de verla en peligro y eso nunca cambiaría. Tenía más de cien años pero Primrose lo hacía sentir como si realmente tuviera diecisiete. Estaba desorientado y confundido con pequeñas cosas y ella siempre lo estaba haciendo revisar conceptos y aprender otros nuevos.
Él jamás en su vida conseguiría enfadarse con ella y cuando llegó allí a la sala y la encontró entretenida con la televisión puede estar seguro que además de la sonrisa más bonita, ella también era la chica más bonita, ninguna chica humana o vampiro le ganaría a su Primrose con sus cabellos rojos, pecas en la punta de la nariz y mejillas regordetas.
Y él la protegería, sin importar lo mucho que Prim confiara en el perro sarnoso Jacob Black.
— Edward! — cantó estando de pie en el sofá y mirando al vampiro. También sonreía cuando Prim le puso los brazos alrededor del cuello. Su cuerpo era tan delicado, y sin embargo Prim tenía plena confianza en él. Por eso la pelirroja era la única humana en el mundo que Edward no se sentía limitado o excesivamente cuidadoso, era tan fácil ser él mismo sin sobrepasar los límites que aprendió a crear. Tuvo dieciséis años para aprender a medir su propia naturaleza en relación con Prim, después de todo. —Yo estaba tan triste! —Suspiró y Edward sonrió.
Era bueno saberlo después de todo.
— Sólo has estado fuera un día— Dijo acariciando su espalda y Prim suspiró. —¿No fue suficiente la compañía del perro sarnoso?
Prim rió y Edward la observó encantado como siempre cuando lo hacia. — ¿Son celos lo que yo escucho?
Edward bufó y Prim siguió riéndose de él. No estaba realmente enojado y Primrose lo sabía, tenían una complicidad muy clara, él no necesitaba leer su mente para saber sus pensamientos y ella no necesitaba escucharlo decir palabras para entenderlo. Prim suspiró, alejándose y mirándolo con pesar. — Lo siento, Ed, de verdad, eres un poco controlador, pero lo entiendo—Prim hizo un gesto diminuto con los dedos y acarició la cara de Edward con cariño. El vampiro sonrió contento poniendo su mano sobre la suya y Prim quedó igualmente satisfecha, amaba la temperatura de Edward, aunque fría, amaba todo el cariño que recibía de él. — Y me gusta, de verdad, Edward! — afirmó con énfasis bajo su mirada incrédula. — Es bueno saber que siempre voy a estar protegida por ti y que tú...
— Nunca dejaré que te pase nada malo, Primrose— Él la miró intensamente con la expresión seria y Prim sintió que su corazón se aceleraba, la expresión congelada de sorpresa y si no estuviera pegada a su cuello, tal vez podría caer con la forma en que sus piernas se volvieron repentinamente débiles.
— ¿Prim? ¿Todo bien? — Preguntó preocupado y Prim se llevó la mano a la frente.
— Creo que me bajo la presión de repente— murmuró sintiendo las mejillas calientes. — Creo que voy a buscar algo de comer. No es nada, ya pasó! —dijo bajo su mirada preocupada. Edward la observó con atención hasta que Prim lo convenció de que estaba bien.
Edward volvió a sonreír, aún preocupado y Prim tragó en seco, dejando una mínima sonrisa tomar su cara otra vez. — Siento haber sido tan controlador— Frunció el ceño— De nuevo.
—Siento haberte gritado— suspiró alejándose. — ¿Sabes que te amo, verdad?
Edward abrió su sonrisa aún más. — Y no me canso de oírlo— Jugó desvencijándose de su abrazo y dando la vuelta al sofá. Prim se acomodó y Edward rápidamente la abrazó. — ¿Qué estás viendo?
— Una película de terror — Respondió animada. —Mira que lindo actor es ese!
Edward bufó dando vuelta los ojos. — No lo creo.
Prim se rió. - ¡Oh, Edward! ¡Menos mal que no lo crees!
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Las semanas siguientes pasaron muy rápido para Prim, incluso porque su familia estaba a todo valor en las preparaciones de su cumpleaños, su tía Alice estaba aún más animada que el año anterior, con la fiesta de quince años de Prim - y todas las otras que vinieron quince años antes.
Según su tía, dieciséis era el año del éxito! Era donde Prim se enamoraría de verdad, tendría su primer amor. Dieciséis años sería el gran año de la vida de Prim, según tía Alice - y era difícil dudar de una vidente. Prim incluso trató de convencerla de que contara las cosas que vio, pero según su tía el futuro sólo se llamaba futuro por una razón: Era incierto y así debía continuar.
— ¡Las opciones pueden cambiarlo todo, querida! — Alice dijo enigmática mientras revolvía el armario de Prim. —Tu gran amor dependerá de su coraje, y de sus elecciones— Ella guiñó el ojo y le dio la espalda a Prim sin soltar ninguna nueva información.
Por eso Prim tenía curiosidad, pero tampoco quería arruinar la sorpresa, después de todo, ¿qué gracia tendría enamorarse perdidamente si ya sabía quién era? ¡Estaba muy bien con la idea de vivir la emoción por completo! Pero quien quiera que fuera, conquistó el corazón de su tía. Nunca la había visto tan feliz, hasta el tío Jasper parecía feliz alrededor del vampiro.
Prim estaba muy contenta de que tía Alice compartiera el secreto sólo con ella, no quería a los hombres de la casa furiosos por algo que aún no había sucedido. Ella sólo esperaba que tal amor arrebatador fuera lo suficientemente valiente para enfrentar a los vampiros celosos que la rodeaban, lo que realmente no dependía de ella.
Prim sonrió rodando en su vestido azul celeste, su madre fue quien se lo habia hecho y Prim no podía negar que el vestido era exactamente lo que ella siempre soñó. Era como un vestido de una princesa de cuento de hadas - la falda era redonda como en el siglo pasado y pequeños cristales bajaban por la tela, como el de la Cenicienta. Ella simplemente se enamoró de todo, el escote en forma de corazón, los bordados delicados y suaves que combinaban con el collar que el abuelo Carlisle le habia regalado.
Prim se sintió la chica más linda del mundo con ese vestido, y el peinado que su abuela insistió en hacer, dejando sus cabellos más pelirrojos de lo que parecían normalmente y manteniéndolos en un moño alto, con cada racimo suelto estratégicamente para parecer natural.
— Parece que soy una princesa de un reino lejano— Ella comentó a Rosalie, que asintió observándola emocionada, las manos apoyadas sobre el regazo hacían que su madre pareciera definitivamente alguien de la realeza, deslumbrante en un vestido negro y sensual. — Mamá, es sólo mi cumpleaños. —Prim se rió agachándose para estar a la altura de Rose.
— Oh, cariño— Rose puso los ojos en blanco, sonriendo. — Estoy muy orgullosa de ti.
Prim sonrió. — Siempre me dices eso, mamá.
— Es porque es verdad, Primrose— Rosalie le tocó la mejilla y Prim sonrió sosteniendo su mano. — Cuando te encontré... He encontrado un nuevo tipo de amor, alegría, felicidad, protección. ¡Me has enseñado tanto! Apenas puedo empezar a describirlo. Sólo quiero la misma felicidad para ti.
—Tú me salvaste, mamá.
Rosalie sacudió la cabeza, levantándose y acomodando el vestido de Prim. — No, cariño. - ella hizo una pausa sosteniendo las manos de Prim. — Tú fuiste la que me salvo.
Dos tonos interrumpieron la conversación de las dos y Emmett atravesó el cuarto, mirando maravillado a Prim.
—Te ves deslumbrante, mi amor— Dijo Emmet — ¡No puedo esperar para asustar a unos chicos!
Prim se rió y Emmett recibió un codazo de Rose.
— ¿Vamos? — Extendió su brazo hacia Prim y otro hacia Rose. — Ah, como voy a ser envidiado esta noche. ¡Las dos mujeres más bellas del mundo a mi lado!
Prim sonrió dándole un beso en la mejilla a Emmett. —¡Y yo con el padre más guapo!
Cuando giró el pasillo, Prim miró los escalones atentamente con miedo de caer. El enorme vestido impedía ver los escalones y el tacón fino elegido por su tía tampoco lo hacía más fácil.
Por eso sólo percibió la mano extendida hacia ella cuando estaba lo suficientemente cerca. Se detuvo a dos escalones de donde Edward la observaba con la expresión seria. Llevaba un esmoquin y una corbata del mismo color que el vestido de Prim, el pelo bien peinado y los ojos dorados la miraban con una intensidad aterradora.
—Estás simplemente... — se detuvo y Prim suspiró poniendo su mano sobre la suya. — No tengo palabras para describirlo.
—¿Eres mi príncipe? —Lo preguntaste en un susurro.
— Lo prometí—Edward dijo mientras se acercaba y la ayudaba a bajar. — ¿No?
Ella asintió con una sonrisa. Edward había prometido una noche, en uno de sus cumpleaños que ella siempre sería su princesa y él siempre sería su príncipe. Parecía muy apropiado en ese momento donde ambos parecían haber salido de un cuento de hadas.
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Maratón 1/2
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