Gemelos capicúa

Cuando mis padres anuncian que mi hermano si podría ir al campamento, pero yo no, le pido que interceda por mí. “Tu hermano es hombre, tú mujer. Es diferente”. Demasiado diferente. Así nos has tratado siempre. A pesar de ser gemelos. Tan parecidos en el físico y yo teniendo que pagar por no llevar mis genitales por fuera. Él salía corriendo del baño desnudo y divertía. Si yo osaba quitarme los shorts en público era un espanto. Él jugaba con su oruga y era lo más normal. Yo intentaba acomodarme las bragas torcidas y ya estaba poseída. Su grupo de amigos es el mismo que el mío, pero a él le dejan salir y a mí no. Mis notas incluso son mejores que las suyas. Eso no basta.
Chema, mi hermano, lo sabe. Es bastante protector, aunque se percata de la diferencia tanto como yo. Sabe cuánto me afecta.
Intercedo con dos condiciones, me dice, no vas a regresar de ahí con novio y antes de ir yo te enseño a nadar.
Trato hecho.
Tenemos 11 años. Nunca he pensado en tener novio. Llevan años preocupándose. A Chema, en cambio, lo alientan a buscarse una chica. Si no habla de querer con niñas, es gay; si yo hablo de querer con niños, soy un horror. A él también le afecta la diferencia.
Si mi hermano fuera gay me daría igual. Él, sin embargo, sí se molesta si yo pienso desde ahora en chicos. Ninguno hemos dado nuestro primer beso. Leímos una vez en Internet que los gemelos suelen dar esos pasos casi al mismo tiempo. Quizás él está esperando estar preparado para que yo haga ese tipo de cosas para permitirse hacerlo.
Esa tarde vamos a la pileta comunitaria y empiezan las lecciones. Es mejor maestro de lo que esperaba. El primer día ya sé flotar, aguanto la respiración alrededor de un minuto, y nado por debajo. No confío en soltarme la nariz y que no entre agua así que solo dispongo de un brazo.
El segundo día me mantengo a flote y nado un poco por arriba.
El tercero soy más veloz por debajo y nado más erguida por arriba.
El cuarto por fin me destapo la nariz y recorro la pileta como si fuera mi habitación.
El quinto me enseña lanzarme al clavado, permanecemos casi todo el tiempo en la parte honda y hacemos largos por encima y por debajo, aunque no consigo ganarle. Eso sería ya demasiado impresionante. Creo que si lo llegara a superar sería como demostrarle que podría ir al campamento sin él.
El sexto día quedamos ahí con todos nuestros amigos. Según Chema, así me desenvuelvo en un ambiente donde la gente tiene confianza para lanzarme al agua, o intentar ahogarme de broma, o jugar de vente mil maneras en las que no solo somos el agua y yo.
No alcanza el tiempo entre una práctica y la siguiente para que se me desarruguen los dedos, todo el tiempo me parece estar respirando cloro y mi cabello es un auténtico desastre, pero ya sé nadar y hoy por fin hablaremos con nuestros padres.
-Escúchame bien, José María -siempre que lo llaman por el nombre compuesto en vez de decirle Chema, están hablando muy en serio- Marijó queda a tu cuidado. Cualquier cosa que pase, compartirán el castigo.
-De acuerdo.
Bien.
-Si mañana no me convences, se cancela todo y te quedas aquí -advierte.
El río es la prueba definitiva. Si puedo hacerlo sin ayuda, vamos juntos al campamento. Quedan solo 2 días para partir.
El puente desde el que vamos a saltar queda a unos 40 metros de la desembocadura. Chema irá a mi lado. Si llego hasta la playa sin pedirle ayuda, estaré lista.
Saltamos de la mano y todo se vuelve agua fría, burbujas y oscuridad. Me advirtió que estábamos demasiado profundo en esa zona como para rozar el fondo y tenía razón. Por eso me asusto de sobremanera cuando toco algo. Espero que también tenga razón respecto a que no hay cocodrilos. No lo vería venir. Nos soltamos para llegar a la superficie por nuestra cuenta. Si pasara algo, él me sacaría.
Cuando emerjo toso y lo veo a pocos metros de mí.
-¡Había algo abajo! -me quejo.
-Es lógico. Estamos en un río -se burla-. Será una planta o un pez. No te preocupes.
Me recompongo y empiezo el viaje. Chema me da ánimos. Se mantiene cerca, a mi ritmo, aunque podría hacerlo más rápido. Alterno nadando arriba y abajo y siempre que giro él está ahí. Hasta que de repente se hunde, sin siquiera dejar un rastro de burbujas.
Intento encontrarle, pero está demasiado oscuro. Aún no se puede tocar el fondo. Salgo pidiendo ayuda y más gente se sumerge. No dejo de buscar y algo me agarra la pierna. No me deja salir a tomar aire y peleo. ¿Será esto lo que le paso? ¿No había dicho que no tenía que preocuparme?
Esta vez me toman por una mano y llega la luz, la presión en el pecho, ruido, movimiento.
Recorremos pasillos pálidos con más luz, más ruido y más movimiento. Aparto la vista de las bombillas del techo y vuelvo a ver a Chema, tumbado como yo. Él me mira de regreso, se quita un momento el artefacto que le garantiza el oxígeno y dice:
-Tranquila, estamos bien. -Respira como si comprendiera en este instante el valor del aire en sus pulmones. -Estamos bien -repite sin creerlo. Yo tampoco lo creo.
Despierto en la cama de un hospital, conectada a una máquina que no puede silenciarse.
-Cariño, -mi madre se levanta de la silla y se acerca a sostener mi mano libre de troques -¿cómo te sientes?
-Cansada -respondo y suspiro. Siento como si todo lo que nadé aquellos días estuviera justo ahora pasándome factura. -Soñaba. Estaba con mi hermano, mamá -el vacío vuelve al decirlo.
Ella deja caer mi mano, se tapa la boca y huye de la habitación. Esta vez es mi padre quien se me acerca, pero no me toca. Se apoya al borde de la cama y busca fuerzas.
-María José -el nombre de las conversaciones serias -recuerdas que tu hermano murió, ¿verdad?
-Lo sé, papá, lo sé.
Una lágrima se escurre hasta humedecer la almohada. Por un momento la siento tan oscura como el agua de aquel río del que él nunca logró salir.

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