2.Ryan Carter
Ryan en la foto(L)
-¿Ya te vas cielo?-Resonó una voz femienina a mis espaldas. Aún tenía los ojos casi pegados por el sueño; había sido una noche larga pero excitante.
Las manos de aquella mujer se posaron en mi espalda intentando acariciar cada parte de mi torso desnudo. No pude evitar sonreír como un depredador; mi presa había sido devorada esta noche.
Priscilla era una modelo muy cotizada de Nueva York. Era la típica mujer que cualquier hombre que se precie perdería la cabeza con solo verla entrar en la misma habitación. Era elegante, refinada, de buenos modales y belleza sin parangón. Su cuerpo era una escultura perfecta sin ningún tipo de marca que la estropease. Era la amante que más venía a mi cama, el resto solo las usaba una vez, pero Priscilla tenía algo que no tenía el resto.
Digamos que estaba comenzando a gustarme pero ella no lo sabía. Mi estilo de vida no era el más indicado para tener relaciones personales, por lo que posponía el confesárselo más de lo que me gustaría.
No estaba enamorado de ella pero sí que me interesaba. Eso era bastante teniendo en cuenta mi personalidad de mujeriego, por lo que podría ser una candidata en el futuro de ser mi esposa; la señora Carter.
Lo cierto es que una mujer como ella daría la imagen perfecta de triunfadores. Las empresas se pelearían por tenerla como imagen de campañas de moda y Carter Corporation crecería desmesuradamente gracias a nuestra alianza amorosa. Pero, de momento, solo la estaba conociendo; nunca se sabe.
Soy tremendamente desconfiado con la gente y más que al ser hijo único, mi padre, dueño anterior de la empresa, me enseñó precisamente a desconfiar de todos. Aquello admitía que condicionaba mi vida y mis decisiones pero también me impidieron equivocarme otras tantas veces.
Me puse de pie ya que tenía que desayunar y vestirme a toda velocidad para irme a la empresa. Hoy venían unos importantes inversores Coreanos cuyos negocios iban a ser muy productivos. Priscilla me miraba con una cara prendida de fuego y de promesas que deseaba cumplir entre aquellas sábanas. Lástima que el día lo tuviera ocupado hoy.
-¿Te vas ya,cielo?-Me preguntó con voz melosa mientras se estiraba provocativamente.
-Si preciosa, tengo el día realmente ocupado y vienen unos importantes inversores para hacer negocios con nuestra empresa.
-Entonces, ¿Me comprarás un anillo, no?
Comencé a reírme; aquella mujer adoraba las cosas brillantes más que los cuervos. Asentí divertido mientras que ella me dirigía una mirada seductora.
-Voy a tener que vigilarte si alguna vez me caso contigo; temo quedarme sin casa.
-No te preocupes querido; merece la pena tenerme cada noche en mi cama. Valgo mi peso en oro.
No podía negar aquello; era una auténtica fiera tan seductora y pasional que creaba adicción. Sus feromonas me atraían como moscas a la luz.
Al mirar la hora en mi reloj, decidí que desayunaría en la cafetería de la oficina. Tenía el tiempo justo de vestirme y largarme, por lo que llamé a Jake para que viniese cuanto antes y me esperase abajo.
Priscilla parecía molesta por dejarla allí pero no podía detenerme y darle lo que ella quería; mi trabajo está siempre por encima de cualquier cosa y eso es algo que siempre dejo claro.
Pero ella eso no lo entendía; se dejaba mover por su egoísmo sin pensar en nada más. Debía de empezar a domarla si quería que ella en un futuro fuera la esposa perfecta para mí.
-¿Nos vemos esta noche?-Le pregunté a Priscilla mientras refunfuñaba con mala cara.
-Bueno, podría hacerte un hueco...
Le sonreí pícaramente, acercándome lentamente a ella. Pegué mis labios con posesión dejándola más ardiente y jadeante que antes. Antes de marcharme, le lancé una última mirada para dejarla aún con más ganas.
-Creo que con eso te dejé claro que esta noche te quiero en mi cama.
No necesité que ella respondiese para saber que ella estaría puntual; cuando una mujer me prueba siempre quiere más.
Jake me esperaba apoyado en la puerta del copiloto mirando al cielo absorto en sus pensamientos.
Aquel amigo más que empleado para mí era como un libro cerrado. A pesar de habernos criado en el mismo vecindario y de ser grandes amigos desde la infancia, apenas sabía cosas de su vida personal. Sabía que muchos demonios se ceñían sobre él, podía verse en su mirada triste y, desde que lo conozco, no le he visto con una sola mujer.
Lo cierto es que me preocupaba que él se quedara solo; era un buen hombre y necesitaba la compañía de una buena mujer que borrase esas penas tan ocultas que guarda en su interior.
Quizás le organizase alguna cita con alguna amiga o compañera de trabajo de Priscilla; una mujer en condiciones que derritiera el hielo que crecía sobre él. Nada como una buena sesión de sexo para levantar la moral a cualquier hombre.
Al percatarse de mi presencia me saludó muy formalmente, abriéndome la puerta trasera y sentándose al volante. A pesar de ser grandes amigos, en el trabajo siempre me llamaba por el apellido en señal de respeto. Él era el mejor empleado que jamás tuve, confiándole mi seguridad a él ciegamente. Era el único en quien confiaba, confiaba tanto en él que era el encargado de protegerme ante cualquier ataque que pudiera sufrir.
En el camino iba pensando en la charla que llevaría a cabo para convencer a los inversionistas de que hiciesen negocios con nosotros. Una nueva línea de cosméticos con la imagen de Priscilla sería realmente una idea genial que esperaba que escuchasen hasta el final. Nadie se podría resistir a los encantos de esa bella mujer e iba a demostrar que no me equivocaba.
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