cincuenta y ocho¡!
El recital fue un éxito, los vítores del público lo demostraron, había sido una noche muy especial y Nayeon se sentía feliz por ello, si bien, al principio tuvo miedo de contarle a sus amigas, se enteraron de una forma inesperada y de hecho se lo habían tomado bien, los aplausos de sus amigas no se detuvieron y la felicitaron al igual que sus padres quienes de igual manera habían asistido.
Después de aquel evento todo volvieron a casa acordando que al día siguiente iban a celebrar como se debía, entonces Sana y Jihyo decidieron irse juntas a casa. Últimamente Sana tenía vagos recuerdos de la fiesta de Nayeon, muy extrañamente creía y tenía el presentimiento de que había pasado algo más, pero al final sentía que no tenía mucha relevancia.
—¿Qué tanto piensas?— le preguntó el pelinegra que caminaba a su lado.
—Nada— el silencio los rodeó y continuaron en el camino, sin necesidad de hablar. El teléfono de la mayor recibió una llamada, se detuvieron frente al parque por el que iban pasando para sentarse en una banca y que el chico pudiera contestar con más calma.
Mientras Park caminaba en círculos lejos y cerca de la banca una y otra vez, la castaña se dedicó a observar el cielo, esa noche la luna y las estrellas se alzaban con orgullo en la plenitud del firmamento, sonrió cuando la suave brisa golpeó su rostro.
—Me gustan las estrellas, están ahí brillando sin más, como si la luz que irradian fuera alguna clase de felicidad— expresó Sana cuando se percató de que Jihyo estaba sentada a su lado.
—Si es así entonces tú serías una estrella, Sana — soltó, apreciando el perfil de la chica, poco a poco siendo consciente de lo que tenía que suceder.
La luna estaba en su esplendor, brindando su luz a la ciudad y en aquel parque donde dos chicas habían pasado más de 10 minutos conversando como si nada, una de ellas juntando las agallas suficientes para demostrar finalmente lo que ansiaba por confesar.
—Ya estoy cansada de fingir— expresó finalmente.
—¿Ah? Jihyo no entiendo, hemos llevado todo bien... Aunque pensándolo bien, también estás en todo tu derecho de detener todo y— habló la nipona moviendo sus manos de un lado a otro, encontrando lógica en las palabras de su amiga.
—No lo estás entendiendo— dijo la chica a la vez que bajó las manos de la contraria delicadamente. —No puedo seguir fingiendo que ya estamos en una relación y tampoco que me gustas o siquiera mentir diciendo que eres a quien más quiero... Porque eso es algo que quiero demostrar verdaderamente.
Minatozaki comenzó a sentir el fuerte palpitar de su corazón, queriendo convencer a su mente de haber hecho una interpretación equivocada de esas palabras aunque dejara muy en claro su intención.
—¿Q-qué estás diciendo?— fue lo único que pudo decir.
—Me gustas.
En ningún momento habían apartado la mirada de la otra, encontrando brillo en sus ojos y sintiéndose completos finalmente para darse cuenta de que aquello que tanto habían estado buscando estaba ahí y no había forma de que pudieran perderlo, aferrándose con todo el corazón al amor que había comenzado a surgir y que estaban bien con ello sabiendo que ahora todo estaría bien.
—También me gustas— soltó y ambas plasmaron sus sonrisas.
A Jihyo solo le bastó acortar la distancia para besar a Sana quien al instante correspondió, haciendo contacto con sus labios por primera vez, creyeron ellos.
Fue cuestión de tiempo para que se separaran para después abrazarse fuertemente, con una felicidad que era inimaginable, Sana sintiéndose como si estuviera en un sueño aún cuando todo se sentía muy real, la chica frente a ella le había pellizcado el brazo cuando se lo pidió y río por la petición.
Cuando decidieron separarse del abrazo no pudieron apartarse mucho porque algo las jaló y detuvo. Entre ellas, los dijes de sus collares se encontraban unidas, la luna acunando a la estrellita y encajando perfectamente, Jihyo dándose cuenta de todo el tiempo que había pasado sin darse cuenta de aquel detalle especial.
La luna y las estrellas brillaban únicas esa noche.
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