9
GINNY ESTABA SENTADA en el suelo pensando en todo lo que les había dicho Diana. Era mucho para asimilar y era de vital importancia compartir esta información con sus amigos que esperaban en el barco.
Parecía que todo estaba listo y que no faltaba nada más. Pero faltaba Leo. No sabía si su padre le había hecho algo o si siquiera seguía vivo. Eso la hizo comenzar a arrancar malezas entre el césped.
—Sobrina, ¿qué hace que provoques tal daño a mi tierra natal?
—Oh... Lo siento, mi señora —dijo palpando el suelo y limpiando un poco.
Diana se acercó a ella sin dejar la seria postura en la que siempre se encontraba.
—Eres una buena guerrera, apoyas a los tuyos y te preocupas por tus soldados... Serías una buena amazona.
—Gracias. Me honra con todo lo que dice.
—Creo que no estás entendiendo. Te estoy ofreciendo que te unas a mis guerreras.
—¿Q-qué? ¿Yo? Mi señora, esto es muy repentino, muchas gracias por la oferta--
—Pero no estás interesada...
—No es que no quiera, sólo, las cosas ahora están complicándose aún más.
—Lo veo en tus ojos... Ginevra, te daré un consejo como tu tía. No pierdas el tiempo. Tienes un gran potencial y podrías aprovecharlo al máximo sin distracciones tontas como lo son los hombres. Únete a mi.
Volteó a ver las colinas de Delos. ¿Por qué le estaba diciendo todo esto ahora?
—Diana, aprecio mucho la intención que tiene de aconsejarme, pero me temo que no puedo hacerle caso esta vez.
—Bien. La oferta sigue en pie... Ah, Apolo te ofrecerá e incluso te rogará quedarte en Delos con nosotros. Piénsalo bien... Puede que no nos veas como lo mejor ahora, pero podrás estar segura acá. Segura de que también estarás a salvo para volver a ver a tu hermana cuando sea el momento.
—¿Por qué haría eso? ¿Por qué querría que me quedara después de amenazar a mis amigos con aniquilarlos?
—Porque será muchas cosas, pero es un buen padre. Sufre mucho cuando sus hijos mueren... Tienes para pensar si decides quedarte hasta que vuelva tu amigo.
Esto lo hacía mucho más difícil...
Frank aguardaba en los muelles de Delos. No se veía a Diana por ninguna parte.
Cuando Leo se volvió para despedirse de Apolo, el dios también había desaparecido.
—Jo, sí que tenía ganas de practicar con el Valdezinador —murmuró Leo.
—¿El qué? —se acercó Ginevra.
El de rizos les explicó su nueva faceta de inventor de embudos musicales. Frank se rascó la cabeza.
—¿Y a cambio has conseguido una margarita?
—Es el último ingrediente para curar la muerte, Zhang. ¡Es una supermargarita! ¿Y ustedes? ¿Le han sacado algo a Artemisa?
—Desgraciadamente, sí —Ginn miró hacia el agua, donde el Argo II se mecía anclado—. Artemisa sabe mucho de armas de proyectiles. Nos ha dicho que Octavian ha encargado unas... sorpresas para el Campamento Mestizo. Ha utilizado casi todo el tesoro de la legión para comprar onagros fabricados por los cíclopes.
—¡Oh, no, onagros! —dijo Leo—. Esto..., ¿qué es un onagro?
Frank frunció el entrecejo.
—Tú fabricas máquinas. ¿Cómo es posible que no sepas lo que es un onagro? Es la catapulta más grande y más peligrosa usada por el ejército romano.
—Bien —dijo Leo—. Pero «onagro» es un nombre ridículo. Deberían haberlas llamado «Valdezpultas» .
La rubia puso los ojos en blanco.
—Esto es serio, Leo. Si Artemisa está en lo cierto, seis de esas máquinas entrarán en Long Island mañana por la noche. Es lo que Octavian ha estado esperando. El 1 de agosto al amanecer tendrá suficiente armamento para destruir por completo el Campamento Mestizo sin una sola víctima romana. Él cree que eso lo convertirá en un héroe.
Frank murmuró un juramento en latín.
—Solo que también ha invocado a tantos monstruos « aliados» que la legión está totalmente rodeada de centauros salvajes, tribus de cinocéfalos con cabezas de perro y quién sabe qué más. En cuanto la legión destruya el Campamento Mestizo, los monstruos se volverán contra Octavian y destruirán a la legión.
—Y entonces Gaia se alzará —dijo Leo—. Y pasarán cosas malas. Está bien... Eso hace que mi plan sea todavía más importante. Cuando consigamos la cura del médico, necesitaré vuestra ayuda. De los dos.
Frank miró con nerviosismo la margarita amarilla maldita.
—¿Qué clase de ayuda?
Leo les explicó su plan. Cuanto más hablaba, más cara de sorpresa ponían, pero cuando hubo acabado ninguno de los dos le dijo que estaba loco. Pero lágrimas brillaban en las mejillas de Paris.
—Tiene que ser así —concluyó Leo—. Niké lo ha confirmado. Apolo lo ha confirmado. Los demás no lo aceptarían, pero ustedes... ustedes son romanos. Por eso quería que vinieran a Delos conmigo. Ustedes entienden ese rollo del sacrificio: cumplir con tu deber, saltar sobre la espada...
Frank se sorbió la nariz.
—Creo que quieres decir caer sobre la espada.
—Lo que sea —dijo Leo—. Ustedes saben que la solución tiene que ser esa.
—Leo... —Frank se quedó sin habla.
—Eh, grandullón, cuento contigo. ¿Te acuerdas de la conversación con Marte de la que me hablaste? ¿Cuando tu padre te dijo que tendrías que tomar la iniciativa? ¿Que tendrías que tomar la decisión que nadie estaba dispuesto a tomar?
—O perderíamos la guerra —recordó Frank—. Pero aun así...
—Y tú, Ginn —dijo Leo—. Ginny la princesa perdida, no veo a nadie más valiente, ingeniosa y brillante que tú como para cubrirme y ayudarme a cumplir con esto.
—Oh, Leo...
Entonces ella rompió a llorar. Lo agarró y lo abrazó, un gesto muy tierno hasta que Frank también se puso a llorar y los rodeó a los dos con los brazos.
—Bueno, vale... —Leo se soltó con delicadeza—. ¿Estamos de acuerdo entonces?
—Odio el plan —dijo Frank.
—Ginny, ¿no dirás nada?
Mantuvo la cabeza gacha aunque compartieron miradas un minuto. No dijo nada, cosa que partió el corazón de Leo.
—Piensen cómo me siento yo —reconoció Valdez—. Pero saben que es nuestra mejor opción... Volvamos al barco. Tenemos que encontrar a un dios curandero.
—¿Crees que tienes un minuto para darme? —preguntó la rubia al ver que Frank los había dejado atrás en el camino.
—Sí, pero no tengo cronómetro para contarlo...
—Leo.
Ginevra lo hizo detenerse. El paisaje tras ellos parecía sacado de una postal, pero ninguno de los dos estaba interesado en eso.
—Te diré algo. Puedes odiarme si quieres, yo me odio por en este instante por tener que hacerlo en medio de una misión, pero dadas las circunstancias creo que no puedo esperar más porque en realidad no sé si más adelante estaremos v-vivos —su voz se quebró— para tener una ocasión más apropiada.
Por un minuto, Ginny pudo ver a Valdez mareado por toda la información que se le daba.
—No estoy entendiendo...
—Me gustas.
La cara del chico fue como de montaña rusa. Primeramente había una sonrisa dulce con una pizca de humor, y poco a poco se fue cambiando a una mueca rara.
—Oh...
—¿Oh? Ah, ya comprendo.
—No, no... Sólo que esto lo vuelve más difícil.
—No te voy a pedir nada porque nadie más que yo sabe lo que es el compromiso ante una misión. Sólo te pido que me des tiempo para buscar un plan para... Para...
Leo acarició suavemente el rostro de la rubia. —Hey, está bien.
Ginevra sintió cómo las lágrimas cayeron por sus mejillas sonrojadas, pero eso no importó, porque había tomado el impulso que necesitaba para besarlo.
El beso fue corto y rápido, mayormente porque Valdez estaba en un estado de shock. Cuando sus labios se apartaron y ella lo observó, no le dio tiempo para comprender su expresión porque había sido sorprendida nuevamente por su contacto.
—¿No pudiste decirme antes para aprovechar el momento?
—Tenía miedo. Pero no puedo perder más tiempo.
—Bueno, mejor tarde que nunca— suspiró casi indignado.
—Pero por favor, déjame intentarlo, sé que podemos lograrlo sin tener que recurrir a tu plan.
Él la observó un momento y le hubiera gustado que el tiempo se congelara. A ella le gustaban los desordenados rizos de Valdez, cómo estos chocaban con su cara y cuando él ante esta desesperación por la poca visibilidad se los moviera bruscamente con la mano. Le gustaba la risa traviesa que siempre tenía y la madurez que había adquirido este último tiempo. Le gustaban sus chistes y cómo podía volver un momento incómodo en rompehielo. A ella le gustaba Leo.
—Tu padre me habló de ti, ¿sabes?
—¿Si? —le miró y se sintió como una niña otra vez.
—Me dijo que eras su hija favorita y que si te dañaba me rostizaría.
—Eres un mentiroso —rodó ella los ojos.
—¡Lo juro por mi vida!
Sintió cómo una mueca de tristeza se formaba en su rostro y cómo sus ojos picaban. Leo abrió los ojos más de la cuenta, sorprendido comenzó a pedir disculpas.
—Hey, hey, Ginny, tranquila, prometo no volver a decir eso, ¿bien?
—Creo... Pero, ¿qué hacemos ahora?
—Primero, caminar. Casi no veo a Frank —le sonrió mientras comenzaban a caminar.
Evitó que sus ojos se encontraran con los de Valdez para tomarle la mano.
Pudo vislumbrar cómo él trató de aguantar una cara de asombro y abrió la boca para hablar.
—Prometo que si dices algo me arrepentiré de todo —previno la muchacha con el rostro colorado.
Pero a pesar que era romana y solía entender, aún le costaba procesarlo. Pensar en que existía la posibilidad de que... No, no, no, no. Debía ponerse en marcha y obtener un plan rápidamente.
Trató de esconder toda esa disconformidad y tristeza, y se enfocó en lo que seguía.
Caminaron y ante ellos se apareció Apolo.
—¡Hija! No te vayas... Puedes quedarte aquí con mi hermana y conmigo. Te aseguro que es mucho mejor de lo que podrías hacer con cualquier mortal.
—¿De qué estás hablando, papá? Tengo una misión.
—¡Yo soy el dios del Oráculo, puedo hacer...!
—¡Eres el dios del Oráculo y aún así no pudiste cambiar mis visiones, no pudiste cambiar todas las muertes que he visto, no has hecho nada y no puedes porque tú no eres quien escribe el futuro o el destino!
Apolo la observaba con los ojos llenos de impresión y asombro. ¿Esa era la misma Ginevra Paris que lo había venerado y alabado por tantos años?
—Ginevra...
—Papá, si quieres ayudarme, si de verdad quieres hacerlo, bendíceme en esta guerra y cuida de mi hermana. Tengo que ir porque así lo que visto.
Comenzó a caminar pero se detuvo al sentir un tirón de su mano.
—Ginn, ¿y si te quedas? —murmuró Leo.
—¿¡Qué!? ¡Estás loco!
—Aquí estarías a salvo...
—Ya se te subió el aceite mecánico a la cabeza. Estás idiota si crees que me quedaré en Delos mientras tú... —sintió cómo se quebraba su voz—. No lo haré.
—No puedo creer que diré esto, pero... Hazle caso al mortal, hija. Todo saldrá mejor si te quedas con tu familia.
—¡No! Ellos también son mi familia. Si les sucede algo no podría vivir de la angustia, y menos sabiendo que podría haber hecho algo más.
Los tres se quedaron en silencio. Ginevra mantuvo una competencia de miradas con su padre después de que este casi rostizara a Leo con los ojos.
—Bien, si es así, esto concluye nuestra reunión —llegó Diana—. Lamentablemente es un no a mi oferta... Que siempre estará disponible, por cierto, pero nunca volverá a ser de mi parte.
—Muchas gracias por todo... —la rubia inclinó su cabeza ante Apolo—. Espero que nos volvamos a ver, padre.
Tiró suavemente de la mano de Leo sin mirar atrás... Diana tenía razón en algo. No podía seguir desperdiciando el tiempo. No ahora.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top