9
GINNY OBSERVABA GRECIA con ojos llenos de cansancio y una sonrisa en la cara, aunque fácilmente podría pensar cualquiera que es una mueca.
El sudor le caía a gotas por el cuello.
Después de haber sido congelada y haber estado bajo tierra, la chica creía que no volvería a pasar calor, pero en ese momento tenía la parte de atrás de la camiseta empapada.
—¡Calor y humedad! —Leo sonreía tras el timón—. ¡Echo de menos Houston! ¿Tú qué opinas, Hazel? ¡Ahora solo necesitamos unos mosquitos gigantes y será como estar en la costa del golfo de México!
—Muchas gracias, Leo —murmuró Hazel—. Ahora seguro que nos atacan unos mosquitos monstruosos de la antigua Grecia.
Tanto Frank como Ginn los observaron y se asombraron de que la tensión entre ellos hubiera desaparecido. No sabían lo que le había pasado a Leo durante sus cinco días de exilio, pero había cambiado. Todavía gastaba bromas, pero había algo distinto en él, como un barco con una nueva quilla. Puede que no vieras la quilla, pero sabías que estaba allí por la forma en que el barco surcaba las olas.
Leo no parecía tan empeñado en burlarse de Frank. Charlaba más relajadamente con Hazel, sin lanzarle esas miradas tristes y soñadoras que siempre habían incomodado a Frank. En cambio, miraba a Ginevra con una expresión que ella no comprendía.
Era como si quisiera decirle algo pero no podía, como si su cabeza estuviera llena de confusión, y a la chica no le gustaba eso. Generalmente era ella la confundida, no se debían invertir los roles.
—¡Allí! —la voz de Nico los arrancó de sus meditaciones. Como siempre, Di Angelo estaba encaramado en lo alto del trinquete. Señalaba un resplandeciente río verde que serpenteaba entre unas colinas a un kilómetro de distancia—. Gira en esa dirección. Estamos cerca del templo. Muy cerca.
Jason se abrochó el cinturón de su espada.
—Que todo el mundo se arme. Leo, acércate, pero no aterrices: evitemos el contacto con la tierra mientras no sea estrictamente necesario. Piper, Hazel, a por las amarras.
—¡Leo! —se acercó la rubia. Él la observó, parecía que desde que tuvo ese cambio en el cabello, era lo único en lo que él se fijaba—. Tengo... Um, mi arco se rompió completamente, ¿crees que en tu tiempo libre puedas unirlo o... Hacer tu magia para repararlo?
—Claro.
—¡Gracias, eres el mejor! —le apretó la mano para luego correr a su dormitorio para buscar su espada.
Hasta ese minuto no había pensado lo que había hecho. Había sido sólo un impulso... Pero ese impulso la hacía sobrepensar. ¿Había estado bien? ¿Era correcto que lo hiciera? ¿Por qué se detenía a pensar eso?
Cuando Ginevra volvió, observó que Valdez había sacado un trozo de tela blanca de un bolsillo de su cinturón. —¡Miren!
Frank frunció el ceño.
—¿Un pañuelo?
—¿Una bandera blanca? —aventuró Hazel.
—¡No, incrédulos! —dijo Leo—. Es un saquito tejido con una tela alucinante: un regalo de una amiga.
El rizado introdujo el palo en el saquito y lo cerró con un lazo de hilo de bronce.
—El cordón fue idea mía —siguió hablando orgulloso—. Colocárselo a la tela requirió trabajo, pero así el saquito no se abrirá a menos que lo quieras. La tela respira como un trapo normal, así que el palo está igual de protegido que en el bolsillo de la chaqueta de Hazel.
—Ah... —dijo Hazel—. Entonces, ¿qué mejora es esa?
—Sujétalo para que no te dé un infarto —Leo lanzó el saquito a Frank, quien por poco lo dejó caer.
Él invocó una bola de fuego candente con la mano derecha. Colocó el antebrazo izquierdo encima de las llamas, sonriendo mientras lamían la manga de su chaqueta.
—¿Lo ven? —dijo—. ¡No se quema!
Hazel no parecía convencida.
—¿Cómo puedes estar seguro?
—Caray, qué público más duro de roer —Leo apagó el fuego—. Supongo que solo hay una forma de convencerte.
Alargó su mano hacia Zhang.
—Oh, no, no —Frank retrocedió. De repente, todas sus valientes ideas sobre la aceptación de su destino parecían quedar muy lejos—. Tranquilo, Leo. Gracias, pero no... no puedo...
—Tienes que confiar en mí, tío.
—Está bien —Frank entregó a Leo el saquito—. Procura no matarme.
La mano de Leo se encendió. El saquito no se ennegreció ni se quemó.
Ginn casi se desmaya pensando que Frank se iba a desplomar o algo, pero nada sucedió.
Leo apagó el fuego. Miró al pelinegro arqueando las cejas.
—¿Quién es tu mejor amigo?
Ginny aguantó la risa ante ese cambio repentino.
—No contestes a eso —dijo Hazel—. Pero ha sido increíble, Leo.
—¿Verdad que sí? —convino el hijo de Hefesto.
Valdez lanzó el saquito a Frank, y él lo ató alrededor de su cinturón.
—Gracias, Leo —dijo.
—¿Para qué están los amigos geniales?
—Eres bueno, Leo —le sonrió la rubia con total convicción. Él la observó y por un momento es como si pudiera haber visto más allá de esos ojos marrones—. ¿Hay algo--?
—¡Chicos! —gritó Piper desde la proa—. Será mejor que vengan. Tienen que ver esto.
Habían encontrado el origen de los relámpagos oscuros.
El Argo II flotaba justo encima del río. A varios cientos de metros de distancia, en la cima de la colina más cercana, vieron un grupo de ruinas. No parecían gran cosa —solo unos muros que se estaban desmoronando alrededor de los armazones de piedra caliza de unos cuantos edificios—, pero en algún lugar dentro de las ruinas, volutas de éter negro subían al cielo como un calamar de humo asomándose a su cueva. Un rayo de energía negra hendió el aire, sacudió el barco y lanzó una fría onda expansiva a través del paisaje.
—El Necromanteion —dijo Nico—. La Casa de Hades.
Piper se abrazó el cuerpo.
—Me siento vulnerable flotando aquí arriba. ¿No podríamos posarnos en el río?
—Yo no lo haría —dijo Hazel—. Es el río Aqueronte.
Jason entornó los ojos contra la luz del sol.
—Creía que el Aqueronte estaba en el inframundo.
—Y lo está —dijo Hazel—. Pero su cabecera está en el mundo de los mortales. ¿Ven el río que está debajo de nosotros? Al final corre bajo tierra, directo al reino de Plutón... digo, de Hades. Aterrizar un barco con semidioses en esas aguas...
—Sí, quedémonos aquí arriba —decidió Leo—. No quiero que mi casco toque agua de zombis.
A medio kilómetro río abajo, unas embarcaciones de pesca avanzaban pausadamente... Debía de ser agradable ser un mortal normal y corriente.
Al lado de Frank, Nico di Angelo levantó el cetro de Diocleciano. Su esfera emitió un brillo morado, como si se hubiera puesto a tono con la tormenta oscura. Tanto si era una reliquia romana como si no, a Ginny le preocupaba el cetro. Si realmente tenía el poder de invocar una legión de muertos, no estaba segura de que fuera tan buena idea.
—Bueno, Nico... —Frank señaló el cetro—, ¿has aprendido a usar esa cosa?
—Ya lo averiguaremos —Nico miraba las volutas de oscuridad que se elevaban, ondulando, desde las ruinas—. No pienso intentarlo hasta que me vea obligado. Las Puertas de la Muerte funcionan a pleno rendimiento recibiendo a los monstruos de Gaia. Cualquier actividad adicional con el fin de despertar a los muertos podría hacer pedazos las puertas para siempre y dejar un agujero en el mundo de los mortales que no se podría cerrar.
El entrenador Hedge gruñó.
—Odio los agujeros en el mundo. Vamos a machacar cabezas de monstruo.
Ginny miró atentamente la expresión seria del sátiro, en ese momento recordó que tenía que volver por su esposa. Al parecer, Frank pensó algo parecido:
—Entrenador, debería quedarse a bordo y cubrirnos con las ballestas.
Hedge frunció el entrecejo.
—¿Quedarme? ¿Yo? ¡Si soy su mejor soldado!
—Puede que necesitemos apoyo aéreo —dijo Frank—. Como en Roma. Usted salvó nuestros braccae.
Omitió decir: «Además, me gustaría que volviera vivo con su esposa» .
Al parecer, Hedge captó el mensaje. Su frente fruncida se relajó. Sus ojos reflejaron alivio.
—Bueno... —gruñó—, supongo que alguien tiene que salvar sus braccae.
Jason dio una palmada al entrenador en el hombro. A continuación, miró a Frank agradecido asintiendo con la cabeza.
—Entonces está decidido. Todos los demás, vamos a las ruinas. Es hora de colarnos en la fiesta de Gaia.
"Yupi" pensó Ginevra mientras trataba inútilmente de atar su cabello.
[...]
Nico iba primero. En la cumbre de la colina, saltaron un viejo muro de contención y cayeron en una trinchera excavada. Finalmente llegaron a una puerta de piedra que daba directamente a la ladera de la colina. La tormenta mortal parecía originarse justo encima de sus cabezas.
Nico se volvió hacia el grupo.
—A partir de aquí, la cosa se pone fea.
—Maravilloso —dijo Leo—. Porque hasta ahora me he estado mordiendo la lengua.
El pálido chico le lanzó una mirada furibunda.
—Veremos lo que te dura el sentido del humor. Recuerden que aquí es adonde venían los peregrinos para estar en contacto con sus antepasados muertos. Bajo tierra puede que vean cosas difíciles de mirar o que oigan voces que intenten desviarlos a los túneles. Frank, ¿tienes las galletas de cebada?
—Yo tengo las galletas —dijo Hazel.
Sacó las galletas de cebada mágicas que habían preparado con los cereales que Triptólemo les había dado en Venecia.
—Coman —recomendó Nico.
Ginny masticó su galleta de la muerte e intentó no atragantarse. Le recordó a la primera vez que su hermana había intentado hacer galletas y en vez de chispas le puso plastilina (obviamente se las comió todas gustosa).
—Qué rica —dijo Piper. Ni siquiera la hija de Afrodita pudo evitar hacer una mueca.
—Está bien —Nico se tragó lo que le quedaba de galleta—. Esto debería protegernos del veneno.
—¿Veneno? —preguntó Leo—. ¿Me he perdido el veneno? Porque me encanta el veneno.
—Pronto —le prometió Nico—. No se separen, y tal vez consigamos no perdernos ni volvernos locos.
Y después de poner esa nota positiva, Nico los llevó bajo tierra.
El túnel formaba una suave pendiente en espiral, y el techo se sostenía con arcos de piedra blancos que recordaban a Frank la caja torácica de una ballena.
—Esto no formaba parte de un templo —susurró Hazel—. Esto era... el sótano de una casa solariega construida en los últimos tiempos del poder griego.
—¿Una casa solariega? —preguntó—. Por favor, no me digas que nos hemos equivocado de sitio.
—La Casa de Hades se encuentra debajo de nosotros —le aseguró Nico—. Pero Hazel tiene razón: los niveles superiores son mucho más recientes. Cuando los arqueólogos excavaron este sitio por primera vez, creyeron que al fin habían encontrado el Necromanteion. Luego se dieron cuenta de que las ruinas eran demasiado recientes, así que llegaron a la conclusión de que no era el lugar correcto. Habían acertado la primera vez. Solo que no cavaron lo bastante hondo.
Doblaron una esquina y se detuvieron. Delante de ellos, el túnel terminaba en un enorme bloque de piedra.
—¿Un derrumbamiento? —preguntó Jason.
—Una prueba —dijo Nico—. Hazel, ¿quieres hacer los honores?
Hazel dio un paso adelante. Posó la mano sobre la roca, y el guijarro entero se deshizo en polvo.
El túnel se sacudió. El techo se llenó de grietas. Por un terrible instante, Paris se imaginó que todos acabarían aplastados bajo toneladas de tierra: una decepcionante forma de morir, después de todo lo que habían pasado. Entonces los rumores cesaron. El polvo se asentó.
Una escalera se adentraba todavía más en la tierra dando vueltas, y más arcos regulares sostenían el techo abovedado, unos al lado de otros, tallados en piedra negra pulida.
—No me gustan las vacas —murmuró Piper.
—Es ganado de Hades —explicó Nico—. En realidad es solo un símbolo de...
—Miren —Frank señaló con el dedo.
Justo en el primer escalón de la escalera relucía un cáliz dorado. Zhang estaba convencido de que no se encontraba allí un momento antes. La copa estaba llena de líquido verde oscuro.
—Bravo —dijo Leo sin gran entusiasmo—. Supongo que es nuestro veneno.
Nico recogió el cáliz.
—Estamos en la antigua entrada del Necromanteion. Odiseo vino aquí, y muchos otros héroes, buscando consejos de los muertos.
—Estoy harta que me hablen de Odiseo y su estúpido veneno —rodó los ojos con desprecio Ginna.
—¿Hay algo que quieras compartir con la clase? —preguntó Leo.
—Un tipo loco enviado por Gaia me engañó y envenenó —cortó la rubia—. Ahora, ¿qué sucede con eso?
Al parecer el único que no estaba sorprendido por lo que le sucedió a la chica era Di Angelo.
Nico bebió del cáliz y luego se lo ofreció a Jason.
—¿Recuerdas que me preguntaste si confiaba en ti y si estaba dispuesto a arriesgarme? Pues ahí tienes, hijo de Júpiter. ¿Cuánto confías tú en mí?
Jason no vaciló. Tomó la copa y bebió.
Se la pasaron entre todos y cada uno bebió un sorbo de veneno. Mientras esperaba su turno, Ginevra procuró que no le temblaran las piernas ni se le revolviera el estómago. Aún recordaba el sentimiento que le había dado el ser traicionada por Córito.
El sabor del líquido verde le recordó el del zumo de manzana estropeado. Apuró el cáliz, y la copa se convirtió en humo entre sus manos.
Nico asintió con la cabeza, aparentemente satisfecho.
—Enhorabuena. En el supuesto de que el veneno no nos mate, deberíamos poder orientarnos por el primer nivel del Necromanteion.
—¿Sólo el primer nivel? —preguntó Piper.
Nico se volvió hacia Hazel y señaló la escalera. —Después de ti, hermana.
La escalera se bifurcaba en tres direcciones distintas. En cuanto Hazel eligió un camino, la escalera volvió a bifurcarse. Serpentearon por túneles interconectados y criptas toscamente labradas que parecían todas iguales; las paredes estaban llenas de nichos polvorientos que en el pasado podían haber albergado cadáveres. En los arcos de encima de las puertas había pintadas vacas negras, álamos blancos y lechuzas.
—Creía que la lechuza era el símbolo de Minerva —murmuró Jason.
—La lechuza es uno de los animales sagrados de Hades —dijo Nico—. Su grito es un mal augurio.
—Por aquí —Hazel señaló una puerta que parecía igual que las demás—. Es la única que no se hundirá encima de nosotros.
—Buena elección, entonces —dijo Leo.
Finalmente llegaron a un arco con calaveras humanas grabadas... o tal vez eran calaveras humanas incrustadas en la roca. A la luz morada del cetro de Diocleciano, las huecas cuencas oculares parecían parpadear.
—Esta es la entrada al segundo nivel. Voy a echar un vistazo —Hazel recorrió las calaveras labradas con los dedos—. No hay trampas en la puerta, pero... aquí pasa algo raro. Mi sentido subterráneo es... poco claro, como si alguien estuviera oponiéndose a mí, ocultando lo que hay delante de nosotros.
—¿La hechicera sobre la que Hécate te advirtió? —aventuró Jason—. ¿La que Leo vio en su sueño? ¿Cómo se llamaba?
Hazel se mordió el labio.
—Puede que sea mejor no decir su nombre. Pero permanezcan atentos. De una cosa estoy segura: de ahora en adelante, los muertos son más fuertes que los vivos.
Habían voces de la oscuridad que parecían susurrar cada vez más alto. Vio movimientos fugaces entre las sombras. Por la forma en que sus amigos miraban a su alrededor, supuso que ellos también estaban viendo visiones.
—¿Dónde están los monstruos? —preguntó Frank en voz alta—. Creía que Gaia tenía un ejército vigilando las puertas.
—No lo sé —dijo Jason. Su piel pálida estaba verde como el veneno del cáliz —. Casi preferiría un combate cara a cara.
—Ten cuidado con lo que desea —Leo invocó una bola de fuego con la mano, y por una vez Frank se alegró de ver las llamas—. Personalmente, espero que no haya nadie en casa. Entramos, buscamos a Percy y a Annabeth, destruimos las Puertas de la Muerte y salimos. Bueno, podemos parar en la tienda de regalos.
—Buen plan —murmuró Ginny—. Aunque creo que deberíamos saltarnos el tour de semidioses.
—Sí —dijo Frank—. Eso es lo que va a pasar.
El túnel se sacudió. Cayeron escombros del techo.
Hazel agarró la mano de Frank.
—Nos ha ido por poco —murmuró—. Estos corredores no aguantarán mucho más.
—Las Puertas de la Muerte acaban de abrirse otra vez —dijo Nico.
—Ocurre cada quince minutos —observó Piper.
—Cada doce —la corrigió Nico, aunque no explicó cómo lo sabía—. Más vale que nos demos prisa. Percy y Annabeth están cerca. Están en peligro. Lo presiento.
A medida que se adentraban en el lugar, los pasillos se ensancharon. Los techos se alzaban hasta los seis metros de altura, decorados con recargadas pinturas de lechuzas posadas en ramas de álamos. Los túneles eran lo bastante grandes para dar cabida a enormes monstruos, incluso a gigantes. Había rincones sin visibilidad por todas partes, perfectos para emboscadas. Su grupo podía ser flanqueado o rodeado fácilmente. No dispondrían de buenas opciones de retirada.
Ginevra Paris quería salir de ahí a donde llegara el sol, pero no podía. Tenían que encontrar las Puertas de la Muerte. Tenía que encontrar a Percy y a Annabeth.
Leo acercó el fuego a las paredes. Ginn vio grafitis de la antigua Grecia grabados en la piedra. No sabía leer griego antiguo, pero supuso que eran oraciones o súplicas dirigidas a los muertos, escritas por peregrinos hacía miles de años. El suelo del túnel estaba sembrado de fragmentos de cerámica y monedas de plata.
—¿Ofrendas? —aventuró Piper.
—Sí —dijo Nico—. Si querías que aparecieran tus antepasados, tenías que hacer una ofrenda.
—No hagamos ninguna ofrenda —propuso Jason. Nadie le llevó la contraria.
—A partir de aquí el túnel es inestable —advirtió Hazel—. El suelo podría... bueno, síganme. Pisen exactamente donde yo pise.
Avanzó. Frank iba justo detrás de ella, después Jason, Piper, Nico, Ginny y Leo.
Zhang paró en seco.
—¿Frank? —susurró Jason detrás de él—. Espera un segundo, Hazel. ¿Qué pasa, Frank?
—Nada —murmuró Frank—. Yo...
—No te muevas, Frank—Hazel parecía alarmada.
Él miró abajo y se dio cuenta de que había estado a punto de salirse de la fila.
—¿Guiar adónde? —preguntó el hijo de Marte en voz alta.
—¿Grandullón? —dijo Leo—. ¿Quieres hacer el favor de no ponernos de los nervios? Gracias.
—Estoy bien —consiguió decir—. Era solo... una voz.
Nico asintió.
—Te lo advertí. No hará más que empeorar. Deberíamos...
Hazel levantó la mano para pedir silencio.
—Esperen aquí todos.
A la rubia no le gustaba la idea, pero dejó que ella avanzara a grandes pasos sola. Contó hasta veintitrés cuando Hazel regresó con el rostro macilento y pensativo.
—La sala de delante da miedo —advirtió—. Que no cunda el pánico.
—Esas dos cosas no son compatibles —murmuró Leo. Pero siguieron a Hazel hasta la caverna.
El lugar parecía una catedral circular, con un techo tan alto que se perdía en la penumbra. Docenas de nuevos túneles partían en distintas direcciones, y en cada uno resonaban voces fantasmales. Era un espantoso mosaico de huesos y piedras preciosas: fémures humanos, huesos de caderas y costillas retorcidas fundidos en una superficie lisa, salpicada de diamantes y rubíes. Los huesos formaban figuras, como contorsionistas esqueléticos dando volteretas y acurrucándose para proteger las piedras preciosas: una danza de muerte y riquezas.
—No toquen nada —dijo Hazel.
—No pensaba hacerlo —murmuró Leo.
Jason escudriñó las salidas.
—Y ahora, ¿en qué dirección?
Por una vez, Nico no parecía seguro.
—Esta debería ser la sala donde los sacerdotes invocaban a los espíritus más poderosos. Uno de estos pasillos accede al interior del templo, hasta el tercer nivel y el altar del mismísimo Hades. Pero ¿cuál será...?
—Ese —Frank señaló con el dedo.
Hazel frunció el entrecejo.
—¿Por qué esa?
—¿No ven el fantasma? —preguntó Frank.
—¿Fantasma? —dijo Nico.
—Tenemos que llegar a esa salida —dijo sin más—. ¡Vamos!
Hazel estuvo a punto de abalanzarse sobre él para detenerlo.
—¡Espera, Frank! El suelo no es inestable, y bajo tierra... No estoy segura de lo que hay bajo tierra. Tengo que buscar un camino seguro.
—Pues date prisa —la apremió él.
Sacó su arco y acompañó a Hazel todo lo rápido que se atrevió. Ginny los siguió y Leo fue detrás de ella con dificultad para ofrecerles luz. Los otros vigilaron la parte trasera.
—¿Crees que esto sea pueda funcionar como "La princesa y el sapo" en donde ocupaban la luz para alejar espíritus? —bromeó Ginevra a Leo.
—¿A qué te referías cuando dijiste que te envenenaron?
—Mala transición para cambiar el tema, Leo. ¿Acaso estamos invirtiendo los roles?
—Puedes hablarlo, ¿sabes?
La conversación era lo más importante ahora. Esperaba que nadie más los escuchara porque sería raro, pero aún así, eso era lo que le importaba a Ginevra ahora.
—Definitivamente estamos intercambiando roles —volteó la mirada la chica.
—¡No te pares, Hazel! —ordenó Nico. Eso la hizo volver al mundo real.
El hijo de Hades sacó el cetro de Diocleciano de su cinturón. Piper y Jason desenvainaron sus espadas cuando los monstruos entraron en la caverna en avalancha.
Una vanguardia de Nacidos de la Tierra con seis brazos por monstruo lanzó una descarga de piedras que hizo añicos el suelo de huesos y piedras preciosas. Una grieta se extendió a través del centro de la estancia directamente hacia Ginn, Leo y Hazel.
No había tiempo para advertencias. Frank se abalanzó sobre sus amigos, y los cuatro se deslizaron a través de la caverna, cayendo en el borde del túnel de los fantasmas mientras pasaban volando rocas por encima de sus cabezas.
—¡Vamos! —gritó Frank—. ¡Vamos, vamos!
Se metieron atropelladamente en el único túnel en el que no parecía que hubiera monstruos.
Dos metros más adentro, Leo se volvió.
—¡Los otros!
Toda la caverna se sacudió.
Una nueva cima de quince metros de ancho dividía la caverna; solo dos tambaleantes tramos de suelo de huesos la cruzaban. El grueso del ejército de monstruos estaba en el otro lado, aullando de frustración y lanzando todo lo que encontraban, incluidos miembros del ejército. Algunos intentaban cruzar los puentes, que crujían y se agrietaban con su peso.
Jason, Piper y Nico se quedaron en el lado más cercano de la cima, lo que era positivo, pero estaban rodeados de un cerco de cíclopes y perros del infierno. De los pasillos laterales no paraban de salir monstruos, mientras en lo alto los grifos daban vueltas, sin inmutarse ante el suelo que se desmoronaba.
Los cuatro semidioses jamás llegarían al túnel. Aunque Jason intentara llevarlos volando, serían abatidos.
—Tenemos que ayudarles —dijo Hazel.
—Dioses... Hay demasiados monstruos y... No —respondió Ginevra—. Debe haber una forma para llegar...
—¡Nico! —gritó Frank—. El cetro.
Nico levantó el cetro de Diocleciano, y el aire de la caverna emitió un brillo morado. De la cima y de las paredes salieron fantasmas: una legión romana entera totalmente equipada para la batalla. Empezaron a adoptar forma física, como cadáveres andantes, pero parecían confundidos. Jason gritó en latín y les ordenó que formaran filas y atacaran. Los no muertos se limitaron a andar entre los monstruos arrastrando los pies, provocando una confusión momentánea, pero el efecto no duraría mucho.
Frank se volvió hacia sus amigos.
—Ustedes, sigan adelante.
Los ojos de Hazel se abrieron mucho.
—¿Qué? ¡No!
—Tienen que seguir. Busquen las puertas. Salven a Annabeth y Percy.
—¿¡Perdiste la cabeza, Zhang!? ¡No se deja a tus soldados de lado, hijo de Marte!—reprendió Ginevra. Vio cómo el chico disimuló un escalofrío. Ella no hacía eso desde que le tocaba liderar a su cohorte.
—Pero... —Leo miró por encima del hombro de Frank—. ¡Al suelo!
Una andanada de rocas se estrelló en lo alto, y Paris protegió con su espalda a Hazel. Cuando consiguió levantarse, tosiendo y cubierta de polvo, la entrada del túnel había desaparecido. Una sección de pared entera se había desplomado, dejando una pendiente de escombros humeantes, separando a los tres de Zhang.
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