9

GINEVRA CERRÓ LOS OJOS mientras inspiraba. No llegaba ninguna canción a su mente, solamente aquella que tenía pegada en su mente hace días. Pero sabía que esta provocaría una serie de mofas por parte de su amigo hijo de Neptuno.

Flor que da fulgor, con tu brillo fiel mueve el tiempo atrás volviendo a lo que fue— había empezado a cantar la rubia. En ese momento sintió cómo unas cuantas heridas y magulladuras habían sanado por completo—. Quita enfermedad y el destino cruel, trae lo que perdí volviendo a lo que fue... A lo que fue.

Sintió sólo el sonido de las olas del mar hasta que escuchó la voz de Percy.

—¡Así que sí cantas para sanar a las personas! Tú provocas las burlas, Rapunzel... No podías escoger otra canción— rió él con mayor fuerza al ver la roja cara de la muchacha—. Pero gracias. Has sanado unos raspones que incomodaban... También quería agradecerte por ocupar tu embrujahabla antes. Me dijiste "Te prohíbo que mueras".



—No fue algo que yo hice, tu mismo lo confirmaste... Fue Gaia— negó la rubia para luego acercarse a Hazel. Comenzó a mover su hombro suavemente. Sin darse cuenta, ya habían llegado a Seattle.

—¿Frank?

Frank gruñó, fregándose los ojos.
—¿Acabamos de... acabamos de...?

—Se han desmayado los dos—dijo Percy—. No sé por qué, pero Ella me dijo que no me preocupara. Me dijo que estaban... ¿compartiendo? Ah, y Ginny ha hecho un concierto para sanar sus heridas. Bendito Apolo, gracias por darle una buena voz, sino habría sido incómodo.

—Cogiste confianza inmediatamente, Jackson. Ya debería yo dejarte moribundo, ahí vendrá el caballo de mar arrepentido.

Ambos carcajearon un momento hasta que vieron a los otros dos bastantes serios.
—Esperen—dijo Percy—, ¿enserio quieren decir que han compartido un desmayo? ¿Van a desmayarse juntos a partir de ahora?

—No—dijo Ella—. No, no y no. no hay más desmayos. Más libros para Ella. Libros en Seattle.

—Eh... ¿por qué nos paramos aquí? —preguntó Hazel.

Percy les mostró el anillo plateado en su colgante.
—Reyna tiene una hermana aquí. Me pidió que la encontrara y le enseñara esto.

—¿Ella te lo pidió... A ti? ¿Te pidió a ti que fueras a por Hylla?— murmuró Ginevra un tanto dolida. Percy asintió.

—Aparentemente Reyna cree que su hermana podría enviar ayuda al campamento.

—Amazonas—murmuró Ella—. Territorio de Amazonas. Hmm. Ella encontrará bibliotecas. No me gustan amazonas. Fieras. Escudos. Espadas. Puntiagudas. Au.

—¿Amazonas? Como... ¿chicas guerreras?

—Eso tendría sentido—dijo Hazel—. Si la hermana de Reyna también es hija de Belona, ya veo por qué se ha unido a las amazonas. Pero... ¿es seguro para nosotros estar aquí?

—No, no y no—dijo Ella—. Conseguir libros en vez de eso. No amazonas.

—Tenemos que intentarlo—dijo Percy—. Se lo prometí a Reyna. Además, el Pax no lo llevaba bien. Le he estado empujando durante mucho tiempo. O bien podemos arreglarlo o encontrar uno nuevo. Ya me he esforzado demasiado trayéndolo aquí con mi fuerza de voluntad. Ella, ¿tienes alguna idea de dónde podemos encontrar a las amazonas?

—Y... eh...—dijo Frank, nervioso—, ¿no matan a los hombres al verlos o algo así?

Ella miró los muelles de la ciudad, a unos cuantos metros.
—Ella verá a sus amigos luego. Ella se irá volando ahora.
Y así lo hizo.

—Bueno...—Frank recogió una pluma que volaba en el aire—. Eso es alentador.

Atracaron en el muelle. Tuvieron el tiempo justo para descargar las provisiones antes de que el Pax se rompiera en mil pedazos. Se hundió, dejando una única tabla con un ojo pintado y otro con la letra P flotando entre las olas.

—Creo que no se puede arreglar—dijo Hazel—. ¿Y ahora qué?

Percy miró las colinas empinadas del centro de Seattle.
—Esperemos que las amazonas ayuden.

Se detuvieron en una cafetería al aire libre y comieron unos bocadillos de salmón delicioso. Todo el recorrido, Ginny se mantuvo callada. ¿Por qué Reyna no le dijo nada a ella? Eran hermanas... Ella era la más adecuada para buscar a Hylla, pero se lo pidió a Percy, un extraño.

Finalmente vagaron por el sur de la ciudad y entraron en una plaza rodeada por unos pequeños edificios de ladrillos y cristal.
—Allí—dijo Hazel.

Unas oficinas a su izquierda tenían una sola palabra grabada en las puertas de cristal: AMAZON.
—Oh—dijo Frank—. Eh... no, Hazel. Eso es algo moderno. Aunque Amazon sea una compañía con el nombre de las amazonas en inglés, no tienen nada que ver. Ellos venden cosas en Internet, no son amazonas...


—A no ser que...—Percy entró por las puertas siendo seguidos por los otros tres.
El vestíbulo era como una pecera: paredes de cristal, un brillante suelo negro, unas cuantas plantas de plástico y casi nada más. Contra la pared de detrás, unas escaleras de piedra negras iban arriba y abajo. En el medio de la habitación estaba una mujer joven vestida con un traje negro, tenía el pelo de un color castaño rojizo y con un auricular de vigilante de seguridad. Su tarjeta identificadora decía "Kinzie".
Kinzie asintió a Ginevra y a Hazel, ignorando a los chicos.

—¿Puedo ayudarlas?

—Eh... eso espero—dijo Hazel—. Estamos buscando a las amazonas.

Kinzie miró la espada de Hazel y entonces la lanza de Frank aunque nunca habrían podido ser visible a través de la Niebla.

—Esta es la central de Amazon—dijo con cautela—, ¿tienes alguna cita o...?

—Hylla— le interrumpió Percy—. Estamos buscando a una chica llamada...

Kinzie se movió rápido. Le pegó una patada en el pecho a Frank y le envió volando hacia atrás por el vestíbulo. Sacó una espada del aire, y golpeó a Percy con el mango de esta.
Una docena de chicas de negro bajaron de las escaleras, con las espadas en la mano y la rodearon.
Kinzie miró a Percy.

—Primera regla: los hombres no hablan sin permiso. Segunda regla: traspasar nuestro territorio es castigado con la muerte. Os encontraréis con la Reina Hylla, está bien. Será la que decida vuestro destino.

Las amazonas confiscaron las armas del trío y les hicieron bajar tantas escaleras que perdieron la cuenta.
Finalmente aparecieron en una caverna tan grande que se podrían haber acomodado diez colegios con sus canchas de deportes y todo. Unas luces fluorescentes brillaban por todo el techo de roca. Unas cintas transportadoras recorrían la sala como ríos de agua, cargando cajas en todas las direcciones. Estantes de metal se extendían hasta el infinito, llenos de cajas de objetos. Las grúas zumbaban y unos brazos robóticos runruneaban, cargando cajas de cartón, empacando envíos y llevando y trayendo cosas de las cintas transportadoras. Algunos de los estantes eran tan altos que solo eran accesibles con escaleras o pasarelas, que se extendían por el techo como los andamios de un teatro.

—¿Tienen esclavos? —preguntó Hazel furiosa, habían varios hombres con cadenas.

—¿Los hombres? —Kinzie soltó una risotada—. No son esclavos. Están en su lugar. Ahora, moveos.

—Ni el Inframundo es así de grande—Hazel se quejó.

Kinzie sonrió con aire de suficiencia.
—¿Admiras nuestra base de operaciones? Sí, nuestro sistema de distribución se extiende por todo el mundo. Nos ha llevado muchos años y la mayor parte de nuestra fortuna construirlo. Ahora, finalmente, estamos obteniendo nuestro provecho. Los mortales no se dan cuenta de que están fundando el reino de las amazonas. Pronto, seremos más ricos que cualquier nación mortal. Entonces, cuando los débiles mortales dependan en nosotras para todo, la revolución habrá comenzado.


—¿Qué vais a hacer? —se quejó Frank—. ¿Cancelar las embarcaciones gratuitas?

Una guarda dio un porrazo con el mango de su espada en su barriga. Percy intentó ayudarle, pero dos guardas más le empujaron con los mangos de sus espadas.
—Aprenderéis respeto—dijo Kinzie—. Hombres como vosotros habéis destruido el mundo mortal. La única sociedad en harmonía está controlada por mujeres. Somos más fuertes, más listas...

—... más humildes...—dijo Percy. Unas guardas intentaron golpearle, pero Percy se agachó.

—¡Basta! —exigió Ginevra. Sorprendentemente, las guardas escucharon—. Hylla va a juzgarnos, ¿no es cierto? Pues llévanos ante ella. Estamos gastando el tiempo.



Kinzie asintió.
—Quizá tengas razón. Tenemos problemas más importantes. Y tiempo... el tiempo es definitivamente un problema.

Una guarda resopló:
—Podríamos llevarlos ante Otrera. Quizá consigamos ganarnos su favor así.

—¡No! —le espetó Kinzie—. Preferiría vestir un collar de hierro y conducir una carretilla elevadora. Hylla es la reina.

—Hasta esta noche—murmuró otra guarda. Kinzie alzó su espada.

—Suficiente—dijo—. Vámonos.

Cruzaron un pasillo de tráfico de carterillas, deambularon por un laberinto de cintas transportadoras y se agacharon bajo un montón de brazos mecánicos que estaban empacando cajas.
La mayor parte de los productos parecía alucinantemente ordinaria: libros, aparatos electrónicos, pañales de bebé, etc. Pero contra una pared había un carro de guerra con un gran código de barras a un lado. Colgando de un yugo había un cartel que se leía: SOLO UNO EN STOCK. ¡PEDIR MÁS! (MÁS EN CAMINO).
Finalmente entraron en una caverna más pequeña que parecía una combinación de una zona de carga y una sala del trono. Las paredes estaban alineadas con seis pisos de estanterías metálicas decorados con estandartes de guerra, escudos pintados y decapitadas cabezas de dragones, hidras, leones gigantes y osos salvajes. En guardia a cada lado había docenas de carretillas modificadas para la guerra. Un hombre con collar de hierro conducía cada máquina, pero una guerrera amazona estaba de pie en una plataforma detrás, tripulando una ballesta gigantesca. Los dientes de cada carretilla habían estado afilados y convertidos en hojas de espada gigantescas.
Las estanterías de la habitación de aquella habitación tenían amontonados jaulas que contenían animales vivos. Mastines negros, águilas gigantes, un híbrido entre un águila y un león que podría ser un grifo, y una hormiga roja del tamaño de un coche.
Cargando una jaula con un hermoso pegaso blanco, y se alejó mientras el caballo relinchaba en protesta. —¿Qué le están haciendo al pobre animal? —pidió Hazel.

Kinzie frunció el ceño.
—¿El pegaso? Estará bien. Alguien debe de haber pedido uno. El transporte y el manejo son bruscos, pero...

—¿Se puede comprar un pegaso on-line? —preguntó Percy.

Kinzie le miró.
—Es obvio que no, hombre. Pero las amazonas sí podemos. Tenemos seguidores por todo el mundo. Necesitan suministros de esta manera.

—¿Crees que me puedan regalar un ejemplar de Harry Potter?— consultó Ginny sin esperar una respuesta positiva.

—Hablaremos después sobre eso. Hay descuentos asombrosos para las amazonas— le confesó Kinzie, incitándola a unírseles.

Al final del almacén había una tarima construida con paletas de libros: pilas de novelas vampíricas, paredes de novelas de suspense de James Patterson, y un trono hecho de cientos de copias de algo llamado "Cinco costumbres de las mujeres altamente agresivas".
En la base de las escaleras, había unas amazonas vestidas de camuflaje que estaban teniendo una fuerte discusión con una mujer joven, la reina Hylla, que observaba y escuchaba desde su trono.
Hylla tenía unos veinte años, ágil y delgada como un tigre. Vestía un jersey de cuero negro y unas botas negras. No tenía corona, pero alrededor de su cintura había un extraño cinturón hecho de cables dorados que se entrelazaban, como el diseño de un laberinto. Ginevra la observó bien... Era igual a Reyna, un poco más mayor, quizá, pero con el mismo pelo largo y negro, los mismos ojos oscuros y la misma expresión dura, como si intentara decidir cuál de las amazonas que estaban delante de ella merecía más la muerte.

Kinzie echó una mirada a la discusión y gruñó de disgusto:
—Agentes de Otrera, expandiendo sus mentiras.

—¿Qué? —preguntó Frank.
Entonces Hazel se detuvo tan en seco, que las guardas detrás de ella se tropezaron. A unos metros del trono de la reina, dos amazonas custodiaban una jaula. Dentro había un caballo hermoso, no uno alado, sino un majestuoso y poderoso semental con una piel del color de la miel y una crin negra.

—Es él—murmuró Hazel.

—Él, ¿quién?

Kinzie frunció el ceño con preocupación, pero cuando vio a lo que Hazel estaba mirando, su expresión de suavizó:
—Ah, sí. Hermoso, ¿verdad?

—Está... ¿Está en venta?

Las guardas rieron.
—Es Arión—dijo Kinzie, paciente, como si entendiera la fascinación de Hazel—. Es un tesoro real de las amazonas, debe de ser reclamado por la más valerosa de nuestras guerreras, si haces caso de la profecía.

—¿Profecía? —preguntó Hazel.

La expresión de Kinzie se volvió dolorosa, casi avergonzada.
—No importa. Pero no, no está en venta.

—¿Entonces por qué está en una jaula?
Kinzie hizo una mueca.
—Porque... es difícil.

Como para escenificarlo, el caballo pegó un golpe con su cabeza contra la puerta de la jaula. Las barras de metal temblaron, y las guardas retrocedieron, nerviosas.

—Sólo preguntaba—terminó la rizada—, vayamos a ver a la reina.

La discusión en la habitación se hizo más fuerte. Finalmente la reina se dio cuenta del grupo de las chicas aproximándose y espetó:
—Suficiente.

Las amazonas que discutían callaron de inmediato. La reina las apartó con un ademán e hizo una seña para que Kinzie se adelantara.
Kinzie guió a las semidiosas y a sus amigos hacia el trono.
—Mi reina, estos semidioses...

La reina se puso en pie.
—¡TÚ!

Miró a Percy Jackson con una furia desmesurada.
Percy murmuró algo en griego antiguo.

—Sujetapapeles—dijo—. Spa. Piratas.
La reina asintió mientras que la rubia estaba cambiando de lugar su mirada como si fuera un campeonato de tenis.

Hylla bajó de su trono de best- sellers y sacó una daga de su cinturón —Has sido increíblemente estúpido al venir aquí—dijo—. Destruiste mi hogar. Nos hiciste a mí y a mi hermana exiliadas y prisioneras.

—Percy—dijo Frank, incómodo—, ¿de qué está hablando la mujer aterrorizante?

—La Isla de Circe—dijo Percy—. Lo acabo de recordar. La sangre de gorgona, quizá esté comenzando a curar mi mente. El Mar de los Monstruos... Hylla... nos dios la bienvenida en los muelles, y nos llevo a ver a su jefa. Hylla trabajaba para la hechicera.

Ginny desentendida se volteó a su amigo. —¿Fuiste tú? ¿Lo hiciste tú? No puedo creerlo...

Hylla sonrió con sus perfectos dientes blancos.
—¿Me están diciendo que tienes amnesia? Ya sabes, casi te creo. ¿Qué otra cosa podría traerte a cometer tal estupidez?

—Venimos en son de paz—insistió Hazel—. ¿Qué te hizo Percy?

—¿Paz? —la reina alzó sus cejas mirando a Hazel—. ¿Que qué me hizo? ¡Este hombre destruyó la escuela de magia de Circe!

—¡Circe me convirtió en un conejillo de indias! —protestó Percy.

—¡No hay excusas! —dijo Hylla—. Circe era una mujer sabia y generosa. Tenía una habitación y una mesa, un buen plan de salud, leopardos de mascotas, pociones gratis, ¡todo! Y este semidios con su amiga, la rubia...

—Annabeth—Percy se golpeó la frente como si intentara que sus recuerdos volvieran más rápido—. Eso es. Estuve ahí con Annabeth.

—Tu liberaste a nuestros captivos: Barbanegra y sus piratas—se giró hacia Hazel—. ¿Has sido secuestrada alguna vez por piratas? No es divertido. Redujeron nuestro spa a cenizas. Mi hermana y yo fuimos prisioneras durante meses. Afortunadamente somos hijas de Belona. Aprendemos a luchar rápidamente. Si no hubiéramos...—se estremeció—. Bueno, los piratas aprendieron a respetarnos. Poco a poco llegamos a California dónde...—vaciló como si los recuerdos fueran dolorosos—, dónde mi hermana y yo partimos hacia caminos distintos.

Caminó hacia Percy hasta que estuvieron nariz con nariz. Puso su daga bajo su barbilla.
—Por supuesto, sobreviví y prosperé. He llegado a ser reina de las amazonas y quizá deba agradecértelo.

—Las gracias son bienvenidas—dijo Percy.

La morena clavó su cuchillo un poco más.
—No importa. Creo que te mataré.

—¡Espera! —gritó Ginny—. ¡Reyna nos ha enviado! ¡Tu hermana! ¡Mira el anillo de su colgante!

Hylla frunció el ceño. Bajó el cuchillo hasta el colgante de Percy hasta que señalaba el anillo plateado. Su cara empalideció.
—Explica esto—miró a la rubia—. Rápido.

—Escuche reina Hylla, estoy igual de molesta que usted al descubrir esto. Yo conocí a Reyna el mismo día que ustedes se separaron y sé cuán doloroso fue. Comparto su dolor, y ahora cuido a su hermana porque también es mi hermana.

Después de esa empática introducción, Ginevra describió el Campamento Júpiter. Les habló a las amazonas sobre Reyna que era pretor y el ejército de monstruos que marchaba hacia el sur. Les habló de su misión de liberar a Tánatos en Alaska.
Otro grupo de amazonas entraron en la habitación. Una era más alta que la resta, con un pelo plateado trenzado y vestida con unas finas ropas de seda como una matrona romana.

—Así que necesitamos su ayuda—Hazel ayudó y acabó la historia—. Reyna necesita tu ayuda.

Hylla agarró el colgante de cuero de Percy y se lo arrancó, tirándolo al suelo con las cuentas, el anillo y la tableta de probatio.
—Reyna, esa chica tonta...

—¡Bueno! —la anciana la interrumpió—. ¿Los romanos necesitan nuestra ayuda? — rió, y las amazonas a su alrededor se le unieron.

—¿Cuántas veces luchamos contra los romanos en mis tiempos? —preguntó la mujer—. ¿Cuántas veces han matado a nuestras hermanas en la batalla? Cuando yo era la reina...

—Otrera, — la interrumpió Hylla—, eres nuestra huésped. Ya no eres la reina nunca más.

La anciana alzó sus manos e hizo un gesto de mofa.

—Cómo tú has dicho, al menos hasta esta noche. Pero yo digo la verdad, Reina Hylla—dijo "reina" como si se burlara—. ¡Me ha traído la Madre Tierra en persona! Traigo noticias de una nueva guerra. ¿Por qué deberíamos las amazonas seguir a Júpiter, ese estúpido rey del Olimpo, cuando podemos seguir a una reina? Cuando tome el mando...

—Si tomas el mando—dijo Hylla—, pero por ahora, soy la reina. Mi palabra es la ley.

—Ya veo—Otrera miró a las amazonas reunidas, que estaban de pie muy rectas, como si se encontraran en una batalla entre dos tigres—. ¿Nos hemos vuelto tan débiles como para escuchar a unos semidioses hombres? ¿Le perdonarás la vida a este hijo de Neptuno, aunque destrozó tu hogar? ¡Quizá le dejes destrozar tu nuevo hogar, también!

Las amazonas miraron entre Hylla y Otrera mirando cualquier signo de debilidad.
—Pasaré el juicio—dijo Hylla en un tono helado—, una vez tenga todos los hechos. Es así como mando, por la razón, no por el miedo. Primero, hablaré con esta—estiró un dedo hacia Ginna—. Es mi deber de oir a una guerrera antes de sentenciarla a ella o a sus aliados. Es mi forma de amazona. ¿O el Inframundo ha taponado tus oídos, Otrera?

La anciana adoptó un aire despectivo, pero no intento discutir. Hylla se giró hacia Kinzie.
—Lleva a estos hombres a los calabozos. Las demás, dejadnos.

Otrera alzó una mano hacia la multitud.
—Como su reina ordene. ¡Pero cualquiera que quiera oír más sobre Gaia, y nuestro glorioso futuro con ella, venid conmigo!
La mitad de las amazonas la siguió fuera de la habitación. Kinzie gruñó con indignación, entonces ella y las otras guardas arrastraron a Percy y a Frank.

En poco tiempo, Hylla y Ginevra estaban solas excepto las guardas personales de la reina. A una señal de Hylla, se moverían sin que lo percibieran sus oídos.
La reina se giró hacia Ginny. Su furia se transformó, cambiando por desesperación en sus ojos. La reina parecía uno de sus animales atrapados abatida en una cinta transportadora.
—Debemos hablar—dijo Hylla—. No tenemos mucho tiempo. A medianoche, seguramente esté muerta.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top